miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cimbaderos - tercer régimen

Memorias de un mundo lejano
El veterano
Tatuajes
Erdinos
Legado de una traición
Leprosería
Escenarios de batallas
Un lugar para espiar
Treinta y dos
Defensor Número Uno
En busca del regalo ideal
Los hijos indeseados
Más que un delegado
Nupcias
Deseos del viento
Ardentía
Escondido en la montaña
El guardián de los huesos
Agua que no se hiela
Hojas de saida
Manos de venganza
Traicionados
La piedra recuperada
Epílogo III

Preparáos. El cuarto está por empezar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Coleccionables

Monstruo de la oscuridad. Surge de la noche y ataca los faroles con hangurria desesperada, sin importarle salir lastimado, sin importarle nada, y sólo logra, noche tras noche, fracasos y alas cortadas.

Dango Daikazoku

Todo el tiempo estamos llenos de sensaciones extrañas, sólo hay que ser un poco perceptivo para darse cuenta. Otras veces, sin embargo, es fácil darse cuenta que tenemos algo extraño. Por ejemplo cuando estuviste cinco horas sentado escribiendo en tu carpeta, sin perder tiempo, y estás cansado, es de noche, pensás en la cama y en lo mucho que te falta, descubrís que no tenés alternativa más que concentrarte cien por ciento en tu mano que escribe. Ahí podés percibir que el foco de visión se centra en pocos centímetros cúbicos, como un raro efecto cinematográfico; y que de pronto al mover la cabeza todo tiembla y resulta que estás lejos de la hoja donde escribís, que de tus ojos al hombro hay un largo cuello, que el codo cuelga como un remo dislocado y que la muñeca es algo tan remoto como la punta de un yoyó kilométrico. Y sin embargo tu cerebro, ahí pegadito a tus ojos, sigue controlando esa mano que escribe delante tuyo. Esa es una experiencia rara fácil de percibir. Otra sobreviene, por ejemplo, cuando esas historias que de un modo u otro nos hablan de lo irreversible, terminan. Y nos dejan con algo raro adentro (esa sensación). Esa cosa irreversible.

El llanto del reloj de arena

Cuando yo todavía tenía trabajo y casa y vida y amigos que jugaban al tenis y solía pasar frente al mendigo que ahora es mi compañero, lo veía deprimido con frecuencia. Sin embargo recién ahora me doy cuenta de eso. Desde que estoy con él, hace ya más de un año, no lo había vuelto a ver triste.
Llorar, como llora ahora, nunca. No lo dice, pero sé lo que le pasa. Por vagos indicios, historias que de repente quedan incompletas, balbuceos nocturnos y confesiones de borrachos, sé que el mendigo una vez también tuvo trabajo, casa, vida, amigos que jugaban al tenis probablemente, y esposa. Creo que también amantes y un perro, pero esos no cuentan.
El día que finalmente dejó de llorar, me dijo una sola cosa al respecto:
-Lo malo de los muertos es que no vuelven nunca, pero se quedan lo suficiente para no dejarte dormir.


Recordé una de mis peores pesadillas. El horror consistía en que los dientes, tan normales hasta ahora, se presionaban entre ellos y esto provocaba que, empezando por las paletas superiores, fueran metiéndose dentro de las encías, del hueso, del cráneo, empujando hacia adentro, impidiéndome comer del dolor, haciéndome llorar todo el tiempo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Invaluabilitis

Hoy, mientras pensaba en las diferencias entre un cofre de pirata lleno de doblones y un arconcito repleto de recuerdos, vi en el pasillo del subte al pibe rotoso, sucio, descalzo que siempre toca la guitarra y la armónica (bien, debo confesar), acompañado de otro tipo: alto, limpio, bien peinado, de camisa impecable, pantalón de vestir y zapatos lustrados. Este último tenía la guitarra del primero, y lo miraba prestando mucha atención a las indicaciones que le daba sobre cómo poner los dedos de la guitarra, mientras le daba vueltas a su armónica. Entonces el oficinista empezó a tocar una base rocanrolera y los pies descalzos del rotoso golpearon el piso siguiendo el ritmo con pasión. Se llevó la armónica a los labios, inspiró flemático y sopló, haciendo vibrar todo el pasillo subterráneo con su música de pulmón. Y el tipo pulcro y el tipo sucio desviaron todas las miradas de quienes pasábamos alrededor. Qué carajo sé de recuerdos y tesoros, concluí al fin, si este recuerdo no lo pagan las monedas que les dejé.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Menguando

Curiosa luna la menguante
(la más hermosa de las lunas)
porque sigue al más brillante
como Ícaro en su locura.

Sin importarle ser opacada
y sin miedo a quemarse,
se reconoce más delgada
y vuela ya sin lastre.

Pero va perdiendo brillo,
va perdiendo contraste,
tan poco tiene de lo suyo
que a la noche la deja antes.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El laberinto de la soledad

Dakara. Bokura. Sayonala. Vas a estar solo. Desde la primera vez que te diste cuenta que estabas más aislado que el resto, hasta el final. No vas a encontrar el verdadero motivo. Estar solo es estar solo, no poder compartirlo con nadie fuera de tu cabeza. Tal vez porque nadie pueda entenderlo exactamente como lo entendés vos, o porque sabés que a fin de cuentas a nadie le interesa lo suficiente, o porque aunque le interese no puede ayudarte (tal vez porque no necesitás ayuda) ni puede solucionarlo. La experiencia incluso te lo enseña: la soledad no tiene remedio. Es una entidad completa sin resquicios ni divisiones: intelectual, emotiva, trascendente, todo soledad, todo distancias, todo vacío. Hayaku. Oyanai. Rakuchin. Igualmente sabés, o vas a descubrirlo rápido, lo malo, lo grave, lo que te hace llorar no es estar solo, ni tenerle miedo a la soledad, ni la envidia a la compañía, ni la añoranza, sino el saber que estás solo. Es como despertar una mañana en un laberinto sin salidas. No importa nada, ninguna de las circunstancias, sólo estás en el laberinto.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El de la blanquería

Darío trabajaba en la blanquería frente a la escuela 24. Muchas aulas de primaria tenían las ventanas a la calle, y Darío veía los revueltos de los chicos y la paciencia o la exasperación de las maestras. Pero hacía tiempo ya que no tenía ojos sino para la maestra de quinto grado, la señorita Sol Andrea había escuchado que le gritaban sus alumnos. Esa mujer irradiaba un aura especial, tanto frente al pizarrón como a la salida, como para saludar a las madres, como para pedirse una coca light en el kiosko de al lado o como para parar el colectivo.
También, Darío observó con deleite, tenía una armonía hermosa cuando, después de destapar la coca light y darle el primer sorbo, pasaba frente al teléfono público que estaba cruzando la calle, justo frente a la blanquería, y metía dos dedos sutiles, suaves y precisos como hocico de oso hormiguero, en la camarita donde cae el vuelto. Todos los días, sin falta, Sol Andrea revisaba el teléfono al pasar, esperando que algún apurado hubiera dejado allí su moneda, y no era extraño verla sonreír, tan angelicalmente como cuando ponía una felicitación en un cuaderno, mientras se guardaba veinticinco centavos en la cartera. Eso a Darío lo volvía loco.
Así que un lunes empezó a salir de la blanquería cuando sonaba el timbre, a cruzar la calle corriendo y a dejar veinticinco guitas en el huequito del teléfono, sólo para hacer feliz a la seño Sol Andrea y soñar con su sonrisa. El lunes se puso contenta, el martes también, el miércoles más, sin caer de su asombro, el jueves cayó de su asombro, y el viernes, cuando encontró una moneda de un peso, se levantó de la caída y, mientras se guardaba la moneda, mitad sonriendo y con una leve sombra frágil como flan, miró al rededor sin encontrar nada.
Al lunes siguiente Darío le dejó una cartita de amor, tamaño huequito de los vueltos, se peinó bien, se puso su ropa más más blanca, y esperó que ella se comprara la coca light, sosteniendo una rosa, transpirado en emoción infantil.

martes, 30 de noviembre de 2010

Coleccionables


Direcciones, incertidumbres.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Pateando cordones

Sí, sí, la felicidad es recompensa, no objetivo. ¿Pero qué se supone que siento a veces? Tal vez es la diferencia entre ser feliz y estar contento. Pero es casi lo mismo, si la felicidad eterna en esta vida no existe. Es como patear piedras, exactamente patear piedras. Me explico: después de lo que cualquiera llamaría un día nefasto, un día de mierda, de esos para olvidar, vuelvo a mi casa. Es de noche, no me cruzo más que con gatos en cestos de basura, papeles al viento, cercos de ligustrina y alguna persona. Yo camino lento, a trancos, sin prisa, y si me encuentro con una piedra en el camino no dudo en patearla. Una vez, con firmeza, se adelanta unos diez metros y la vuelvo a patear, siempre y cuando quede delante mío. Puedo moverme unos pasos a la derecha o a la izquierda, pero sucede que a veces emboco mal, o sea no le emboco, y la piedra sale disparada para cualquier lado, se sube a la vereda o se va al cordón contrario... Y a la memoria viene esto: la felicidad no es un objetivo, no vale la pena perseguirla porque la gracia se va. Es como el amor, enamorarse, el romance: uno va pateando, pero si tiene que correr y meter esfuerzo, la magia se pierde en ese momento. Y no importa todo el resto, yo quedo contento con tener una piedra para patear al volver a casa.

martes, 23 de noviembre de 2010

Sueños cansados

Sé perfectamente que empezó a roncar a las nueve anoche y que se despertó recién hoy al mediodía: a las doce me pidió el primer mate. Y cuando un charlatán de esos que se paran a hablar con los linyeras y vagabundos como él (como nosotros, debiera decir) le preguntó qué tal andaba, el caradura, con sincera cara demacrada, contestó:
-Cansado, cansado como el Mundo.
Y suspiró profundamente, hediendo a ronquido con catarro. Sabio caradura.

viernes, 19 de noviembre de 2010

La tos del abuelo

El abuelo estaba todo el día leyendo sus libros o sus diarios en su sillón verde frente a su ventana que daba a su glorieta vieja que él levantó cincuenta años atrás. Y el abuelo siempre estaba tosiendo y carraspeando, sin que eso le hiciera interrumpir su lectura. Con mis hermanas de chiquitos jugábamos a encerrarnos en el placard del living (cosa de no hacer trampa) y predecir cuándo iba a toser o carraspear. Es decir, era algo completamente normal.
Sin embargo cuando uno hacía algo mal, no importaba que estuvieras pegado al respaldo del sillón verde o debajo de tu cama, escuchabas de golpe, en el preciso instante, el gargajo del abuelo. Y no te cabía duda (después sí, pero en ese momento no) de que el abuelo te estaba llamando la atención. Por eso en mi casa se complicaba hacer cosas malas, por pequeñas que fueran.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Depredadores de Asientos

Hay una parada conocida como la parada de los Depredadores de Asientos. Es la del Banco Piano, el que paga jubilaciones, donde se suben siempre tres, cuatro, hasta ocho viejitos. Claramente, de allí proviene el temible nombre. Pero a pesar de ese título tan siniestro se esconde la ironía de una colección de gerontes por lo general lamentables: mientras van tanteando las moneditas, uno por uno, se puede reconocer al viudo que nunca olvidó a su muerta, al que el alcohol le rompió la vida, la viejita que ama tejer y que se terminó de destruir sus manos nudosas, la que fue una puta y hoy está sola y enferma, el gordo con rodillas deformes, el sordo, aislado como él solo, y también los viejos que temen volver a sus hogares. Más inofensiva en sí misma no puede ser la manga de vegetes. Pero para los que los vemos subir y tenemos que pararnos, los Depredadores de Asientos son algo horroroso. Horroroso.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Manual del Viajero Intrépido

-¿Te conté que viajé durante diez años por Europa, Asia, África, y no sé cómo llegué hasta Australia? -me preguntó el linyera viendo transeúntes y pasándome el matecito seco.
-Sí, me contaste -le contesté, cebándole otro para que siguiera repitiendo la historia.
-A veces con algún amigo, muchas veces solo, y cada tanto con la única compañía de indios negros, tigres, mongoles empielados o murciélagos... -Su mirada voló lejos unos instante, perdida, y de pronto volvió conmigo, a Buenos Aires-. Siempre quise escribir el Manual del Viaje Intrépido...
-Lo sé -lo interrumpí-. Te lo imaginaste como un libro grueso y pesado, pero lo único que podrías escribir es que "antes de partir hay que tener dos cosas: plata para el pasaje de ida y uno de vuelta desde cualquier parte del mundo, y la voluntad firme para explorar a fondo cada tierra a la que se llega y no volver nunca a donde has pisado".
El linyera sonrió y se le escapó un lagrimón, probablemente porque se había quemado la lengua con el mate.

Coronel Díaz y Ayer

El colectivo rojo de la línea 1057, que viene del centro por 25 de mayo y toma Coronel Díaz, no pasa nunca por la parada que está en la esquina de Díaz y Ayer. Sí pasa por la parada anterior, la de la calle Noche, y también por la parada siguiente, la de la avenida Las Cecilias, pero nunca pasa por la del pasaje, casi callejón Ayer. Horas estuve esperando al 1057 sentada en el banco oxidado, protegida del sol y de la lluvia por ese techo viejo de chapas con sedimentos de los mil afiches publicidades que lo acorazaron, esperando ver un puntito rojo que indicara que el colectivo estaba por llegar. Pero no, por Ayer no pasa ni el 1057 ni ningún colectivo, así que siempre termino yendo a la parada siguiente, o a la anterior.
Pregunté a varios choferes y todos me aseguraron que nunca se desvían de Coronel Díaz, y que entre Noche y Las Cecilias no hay ninguna parada de colectivos. Probé varias veces, a la vuelta, bajarme en la parada de Ayer tocando timbre ni bien pasábamos Noche, pero el colectivero me dejaba irremediablemente en Las Cecilias. Incluso una noche, aburrida, llamé a la empresa y pedí a un viejo somnoliento que me detallara el recorrido, sección por sección, bajada a bajada, y no obtuve mejor respuesta. Entonces recuerdo que le pregunté si sabía cuándo habían hecho la renovación de los tingladitos con las chapas de zinc y ese acabado tan art nouveau, y me dijo que le parecía que en el 78, porque después, cuando las rehicieron en el 90, fueron todas de madera y techos plásticos.
Desde ese día aproveché la parada de la calle Ayer y Díaz para leer algún libro, descansar, pensar en el pasado o en lo que no pasó, pintarme las uñas, mirar a la gente. Pero tengo bien en claro que por esa parada abandonada no pasa más el colectivo, y no espero que nada de lo que hago ahí me lleve a ninguna parte.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Coleccionables

Montés asesino africano.

Fotografía tomada en 1873 por Sir Edwelick van Heinssenhark O'Brien, durante su zafari por África. Es la única que se conserva hoy en día, pero según atestigua su diario de viaje, junto con esta fotografía había una del catoblepas rojo que se le escapó en Egipto, una del roc, cuyo nido descubrieron e incendiaron en Madagascar, y una del cachanegra que devoró a sus quince guías nativos, a su perro Artús, a su mayordomo Wyrledio y a varios cazadores que lo acompañaban.

Mano Frenética

Ya no pintas cavernas ni fabricas aviones, Mano Frenética, ni exploras el magma ni construyes rampas para llegar al cielo. ¿Qué pasó, Mano Frenética, que antes inventabas submarinos para nadar con las ranas y carreteras que te llevaban desde la ciudad en la que apilabas torres hasta la ciudad en la que almacenabas huertas en rascacielos, qué pasó que ahora no haces más que garabatear, melancólica, en las ruinas de lo que tú misma hiciste y dejaste corromper? ¿Qué sucede ahora, Mano Frenética, Mano Nostálgica? ¿Perdiste la curiosidad por investigar más sobre los bichos bolita o por mirar más de cerca a las estrellas, o es que crees que ya no vale la pena, que no llegarás a ningún lado de ningún modo y que siempre estarás demasiado lejos de la última meta? ¿Es que te has enamorado, que te has herido en un laboratorio secreto, que descubriste que morirás mañana, en un año? ¿O es simplemente, Mano Frenética, Mano Nostálgica, que la energía que antes dedicabas a destruir y construir y calcular y rehacer ahora la utilizas para soñar en destruir, para soñar en construir, para soñar en calcular y para soñar en rehacer?

viernes, 5 de noviembre de 2010

Sin más luz

Anoche bajé del colectivo y las cinco cuadras que se interponían entre mi casa y yo estaban completamente negras. Cuando llegué a destino, le comenté a alguien sobre el corte de luz.
-¡Qué horror! ¡Todo completamente oscuro, y con la inseguridad de hoy en día! -comentó-. ¡Qué miedo!
-¿Qué miedo qué? -ironizé yo-. Tuve la vuelta a casa más hermosa de mi vida: luciérnagas en las veredas y en los cestos de basura, envoltorios metalizados reflejando las estrellas, gatos escabulléndose como la seda, florcitas en las ligustrinas y los postes apagos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ladrarás

El perro está obligado a ladrar. Ladra y ladra incesantemente, incluso cuando se le reseca la garganta y le arde la tráquea, nunca deja de ladrar y ladrar. No es el único, está rodeado de perros que ladran pero apenas puede distinguirlos unos de otros. ¿Serán todos de la misma raza, por eso están obligados a ladrar? ¿Sufrirán tanto como él los de distinta estirpe, o tienen fauces mejor adaptadas a su designio? Igualmente la tarea de ladrar le nubla la cabeza y le impide pensar más lejos. A veces transforma el ladrido en aullido y alza el cuello y se le recompone la voz, mientras aúlla al viento lejano y se hunde en el fango de su llanto. Pero entonces sucede que o un disparo del cielo u otro perro le muerde las ancas, y comprende que tiene que ladrar, no aullar ni gimotear. Y vuelve a ladrar, pensando que, si algún día escapa, podrá dormir, rascarse si le pica, lamerse, estirarse sobre el polvo.


Cuando se corta la malvada sombrilla que echaba sombra a la tierra, no se sabe si brotarán las semillas afortunadas o si darán rienda suelta a los yuyos que se ocultaban.

jueves, 21 de octubre de 2010

Condición humana XXXXII

A la noche me cuesta dormir por el dolor en la cintura. El calmante ya no me hace efecto, y me lleva veinte minutos levantarme de la cama, como si mis piernas fueran de piedra. Hace veinte años, mientras me lavaba los dientes antes a la mañana, hacía una lista mental de las doce cosas que tenía que hacer durante el día, y la cumplía. Ahora no sólo que me olvido unas cuantas cosas aunque me anote todo en un papel, sino que no me da tiempo ni para completar la mitad. Como cada vez menos y engordo más. ¿Dieta? Ninguna sirve conmigo. Y para peor ya ni siquiera siento bien el sabor de la comida, hace poco me di cuenta de eso. Estoy condimentando como cerda pero todo parece galleta de arroz en la boca. Me salen canas, más que uñas me están creciendo pezuñas, del cuello y las arrugas ni hablar. Me cuelgan carnazas en los brazos, el culo se me desborda en el inodoro, los dedos gordos de los pies parecen morcillas en las pantuflas rosas, que por cierto después de quince años ya no dan más. El último verano me metí una sola vez a la pelopincho y fue a la noche, porque me daba vergüenza la malla: ¡no sólo verme, sino tener que forcejear, Dios mío!

Madrugará

Empeñé mi cuerpo en cada intento
y terminé abandonando a cada error.
Si hoy sólo me emborracho en copas llenas de cinismo,
si hoy sonrío descreído, desencantado
acostumbrado
ante el mundo podrido, las luces y el amor.
Si vivo en mi propio cementerio de huelguistas
y cavo mi propia tumba de llorón.
Si ya me cansa el poeta y su lirismo,
si ya las palabras carecen de fervor,
si ya no veo magia en el canto
ni verdad en la oración,
¿para qué sigo escribiendo?
¿para qué sigo escribiendo?
¿para qué sigo escribiendo?
¿para qué sigo escribiendo?

domingo, 17 de octubre de 2010

Spiral & Scape

Es como si el estómago estuviera entre las costillas y tuviera hambre; o como si no tuvieras aire en los pulmones y por más que inhales e inhales fueras a seguir estando ahogado. Todo luce tranquilo afuera, adentro, alrededor. Pero es esa sensación de vacío, de instantes desperdiciados, de no rumbo, de ausencia de algo interesante/emocionante/divertido, tan insoportable que te aplasta la creatividad y no se te ocurre qué hacer o qué podés hacer, salvo bostezar y mirar en redondo. Sin hallar nada, como si vivieras en una esfera y fuera una esfera completamente lisa.
Si pudiera ser animal sería un gato. Parecen no tener este problema: simplemente comen y se echan a dormir al sol o frente a la estufa, ronroneando. Dentro de las cosas que yo miro en busca de inspiración veo a mi gato y lo envidio. Patas arriba, ojos cerrados, con el pecho blanco y peludo como si fuera una nube y las nubes fueran galletas que un ángel hace crujir para devorarlas. Si se despierta empieza a lamerse y lamerse con fascinación, y si uno se le acerca puede oler ese aroma a gato lamido tan particular. Me lamo el brazo un par de veces y me huelo la piel. No tiene el mismo olor ni un poco, ¿será por los pelitos, o porque la saliva es diferente?
Entonces es como si la inspiración fuera un duende y los duendes saltaran a la oreja de uno, se me ocurre que esa escena familiar va a ser el inicio de una novela sin nombre.

lunes, 11 de octubre de 2010

Coleccionables

Reyes nocturnos.
Aparentan ser monstruos que se emborrachan con sangre de bebés, trasgos deformes que afilan sus uñas como cuchillos envenenados, gárgolas malvadas que se custodian a ellos mismos y se aprovechan de cada cosa sin proteger, pero lo cierto es que de día sufren como perros cuando nadie los ve.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Condiciones humanas XXXXI

Dos ciegos, de la mano y cada uno con su bastón, buscaban la salida del subterráneo, con sonrisas limpias. Una plantita larguirucha crece, escondido a la vista de los transeúntes, frente a la P del cartel de Pasco, sobre Rivadavia. Un judío con quipá negro estaba sentado bajo una vidriera rosa de lencería, con dos teléfonos en una mano, la frente transpirada y una libretita garabateada y lápiz en la otra. Desde la vidriera, la foto de Prandi embarazada sonreía hacia la vereda. El carrito de garrapiñadas y maníes estaba rodeado de palomas. Algunas se le paraban sobre sus hombros y la cabeza. Un nene se reía y le pedía garrapiñadas a la mamá. Una moto enorme y negra como Tyson traspasó el tráfico como si fuera tul, y aunque ya no se la veía se la seguía oyendo a las dos cuadras. El sol caía y rebotaba en la fachada vidriada de un edificio, y volvía a rebotar en la den delfrente, y encandilaba incluso a los que caminaban por la vereda de la sombra. Un coreanito cruzaba Corrientes a la carrera empujando su carrito lleno, aparentemente, de cajas vacías. Tres viejas canosas, dentro de un antro oscuro y azul, parecían como deben parecerse los fantasmas.

viernes, 1 de octubre de 2010

Viajeros públicos

Estaba apurado por llegar a la estación de trenes y el colectivero que me tocó era el más paseador de todo el Centro. Frenaba más de lo que aceleraba y esperó dos veces a la viejita que venía corriendo desde la otra cuadra. Toda mi atención se dividía entre el reloj y los semáforos que el hijo de puta dejaba pasar y pasar. Sobre el parabrisas, del lado de adentro, había una estela de cuero azul con varios nombres bordados, y de ella pendía una pequeña cortina de hilachas que bailaban como odaliscas cada vez que frenaba, y frenaba, y volvía a frenar. Yo veía el semáforo a través de esa cortinita, que difuminaba la luz verde como un vidrio empañado. Pero ya no era más luz verde, la cortinita se teñía de amarillo y de rojo. Y otra vez a esperar, con los ojos congestionados en las hilachas flotantes. ¿Qué tenía de maravilloso ese momento?
En eso se subió una pasajera y, mientras sus monedas daban vueltas en la boquilla de la máquina, sus ojos evidentes recorrieron el colectivo en busca de asientos vacíos y tipos facheros, y en lo posible asientos vacíos al lado de tipos facheros. Pero el único asiento libre estaba al lado de un borracho dormido.
En el tren me senté al lado de una ventanilla que tenía un dibujo extraño hecho a rayones, como si el que lo hizo, una vez apoyado el clavo o la trincheta, no pudiera controlar el impulso expansivo de su brazo. Parecía un carro. Incliné la cabeza para intentar verlo mejor. ¿Una locomotora? Bah, qué importa. El tren arrancó y tomó velocidad. A los cinco minutos nos cruzamos con otro tren que iba en sentido opuesto. Doscientos metros de vagones pasaron frente a mis ojos en siete segundos. Ya los tenía contados: siempre tarda entre seis y diez segundos; esta vez siete. ¿Cuántas personas vi, a través de mi ventanilla y de las del otro tren? Gente dormida, gente pensando, gente escuchando música, gente fumando porro, gente mirando las piernas de la chica de al lado, gente sacándose mocos. Todos en siete segundos, a alta velocidad. La idea me agobió, y justo entonces vi, en el vidrio, bien al lado de mi cabeza, una pequeña almohada, no más grande que un pañuelo dobladito. Evidentemente por los rayones el artista había sido el mismo que del carrito, pero esta almohada era impecable, rectangular, suave, mullida. Apoyé mi sien contra el cristal y entrecerré los ojos. Afuera estaba oscuro, pero veía brillar las dos líneas paralelas de las vías por las que había pasado el otro tren. Dos líneas siempre iguales, siempre iguales, siempre iguales...
Y de pronto el dibujo del carro tenía sentido: visto desde donde yo estaba viendo, era una locomotora perfecta, tridimensional, con volúmenes y sombras perfectas. Y, mejor aún, por el efecto de la luz interior y la oscuridad exterior, de los rayones de trincheta iluminados artificialmente, parecía que la pequeña locomotora avanzaba locamente, con conciencia fija, sobre las vías del tren, a la par mía, sonriéndome como había sonreído el genio que, con un filo en sus manos, me había regalado esa maravilla de la imaginación.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Esta noche navidad

El aire húmedo, con ese vientito típico de Navidad, fue el primer indicio de que esta noche era una navidad. Después fui consiente de ese cansancio oculto bajo la llana voluntad de tenerse despierto, y de esa ansiedad navideña, extraña. (Más que ansiedad, deseo por recobrar la ansiedad del niño que fui hasta años atrás, pero que ahora no es más que un sincero desinterés.) No faltó nada, porque a mitad de camino empecé a oír cuetes y vi, atrás de unos árboles que parecían expectantes como en Navidad, docenas de cañitas voladoras. Esta noche era definitivamente una navidad, una navidad a finales de septiembre, con el regalo de ella misma. Una navidad que sirvió para que un viernes no fuera tan deprimente dentro del caparazón.

martes, 21 de septiembre de 2010

Tristeza, escritura y alegría

Me mira con sus negritos ojos de vidrio mojado. La tristeza es una serpiente que me clavó los colmillos y no se desenrosca, y desde el brazo, piel fría contra mi piel, me observa y piensa, y piensa. Hoy tampoco vino el huroncito escurridizo de la inspiración, la víbora lo espantó hace rato. Pensar que tanto corría entre las plantas y la fuente de piedra ¿Y el otro, ese otro que tampoco hace tiempo que veo por el parque? El colibrí dorado, el inquieto alegría, parece que se fue con el otoño. Ya volverá, volverálgun día.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Diminutas conciencias

Hay cositas vivientes sobre mis ojos. Pasean todo el día de un lado a otro por la córnea, van a su antojo o se quedan quietitas y se deslizan en la humedad de alguna lágrima. Alguien los llamó una vez la flora ocular, pero la verdad es que la flora intestinal nada tiene en parecido con estos diminutos inquilinos globulares.
Generalmente no los veo, tan acostumbrado estoy a ellos. Pero cuando me echo sobre el pasto o sobre el techo y miro al cielo, y es un día especialmente despejado y soleado, ahí resulta imposible ignorarlos. Refractan la luz del sol y son como pequeños arco irises con voluntad propia, recortándose contra el celeste de afuera.
Me gustaría saber si saben de mi existencia, y en ese caso qué piensan de mí. No sé nada de ellos, pero ellos deben saber todos mis secretos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Dije sayonara my love

El camino es aburrido, pero es sólo de ida. Las compañías suelen ser esquivas o poco interesantes, y eso no tiene remedio. Todas las noches hace frío o calor, cuesta dormir, las estrellas quedan muy lejos y las sábanas se sienten solas, pero tarde o temprano llega el sueño. Muchas veces me canso, tengo hambre, me duele la espalda y las piernas, quiero dormir o pegarle a algo. El desánimo es desayuno de todos los días. Sé que el trofeo que ansío es un camino más que recorrer, y sin embargo nunca estoy seguro de llegar a obtenerlo. Pero, por ahora, las cosas siguen donde están, y una canción puede teñir una noche de alegría.
Et jusqu'à toujours.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Último día de juventud

Y no tengo nada para decir, más que un suspiro.
Nada para ocultar, más que errores cometidos.
Nada para cantar, pues los recuerdos no se cantan,
ni nada para sonreír, pues de lamentos fue mi camino.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Avanza el día

Despierto un domingo por la mañana. Veo luz traspasar la persiana. Bostezo, doy un giro en la cama y little lion man comienza a sonar. Me siento y estiro los brazos y la persiana estalla, el sol entra como viquingo drogado y los papeles, sábanas y muñecos y estantes explotan caos alrededor, una fiesta de personajes piratas hechiceros que disparan cañones y compran hogazas de pan en una pastelería con luces y baterías enloquecidas. Extiendo mis manos y manejo a mi gusto retorcido los hilos de las marionetas que son dueños de tesoros y cofres secretos enterrados en playas y montañas.

martes, 31 de agosto de 2010

Antes quel tren arranque

Es peligroso, seas hombre o mujer, ir con los ojos cerrados por el andén del tren. Nunca se sabe cuándo te van a manotear la cartera, el celular, la billetera, cuándo te van a violar, a degollar o cuándo te van secuestrar para prostituirte y sacarte los órganos. Por eso hay que ir atento y evitar caras feas o sospechosas, o esas caras tan inocentes que se hacen más sospechosas todavía. (Hoy el mundo está pervertido.) Yendo despierto uno puede ver a las demás personas que pasan atentas o desprotegidas, podés ver viejitos confiados y adolescentes paranoicos, y más de una vez se te cruza por enfrente una belleza veinteañera que te deja pasmado o pasmada, como si un cuerpo y una cara tan lindas no pudieran estar entre tanto andén sucio y oscuro. Probablemente sea por ese entorno hostil que uno tiende a idealizar a esos rostros hermosos y se enamora fácilmente: los ve pasar, bien vestidos, bien iluminados, limpios, inermes al clima y a la vez protegidos por una especie de aura mayestática, y es fácil fantasear con que se va a fijar en uno, lo va a ver como a un igual, y va a florecer un amor perfecto en el abono de la estación. Pero esa persona bonita siempre pasa de largo, y uno se queda constipado y consternado, vacío y golpeado, sin más que una imagen fugaz en el recuerdo. Por eso puede ser peligroso andar observando todo en el andén del tren.

sábado, 28 de agosto de 2010

Coleccionables

Luz de invierno.

Apagué el farol que me mantenía despierto. Soñé con un sol que era la luna sufriendo.

La jardinería

La jardinería es algo asombroso. Por un lado, es la más sucia de las ciencias, y tal vez la más práctica y empírica de todas: requiere de ver cambios de año a año, experimentar variables, si da el sol así, si da el sol asá, un invierno más frío te cambia todo, la cantidad de agua, complementos para el riego y aditamentos para la tierra, que si está removido, que si el veneno para las hormigas, que si las raíces se extienden demasiado, que la macetita, que el brotecito, que los bichos malos, que te pinchaste el dedo con tal espina y que se te va con agua fría y canela, que trasplantá de acá para allá.
Por otro lado debe ser, junto a las artes marciales, una de las actividades que más templan el ánimo humano: sacar yuyos año tras año, excavando el suelo en busca de bulbos sabiendo que volverán a crecer; soportar que una plaga mal atendida, un clima fiero, una granizada o un perro o un nene te estropeen el trabajo de años; soportar el sol en la espalda mientras se hacen canteros; la paciencia.
Implica también poseer un estado de filosofía impresionante y una capacidad de observación capaces de atarear la mente eternamente. Pero no le tengo paciencia, odio la jardinería, odio estar en cuclillas y con las manos sucias. Y amo el jardín, amo las florcitas y amo un día de verano para respirarlo todo.

Nunca dejes de abrir las alas

La mariposa aletea para volar. ¿Pero cómo es el mecanismo de vuelvo de ese magnífico vitral andante? Alas extendidas, alas cerradas, alas extendidas, alas cerradas. Cuando se despliega es un cristal traspasado por luz, es puraalas, un planeador perfecto que gira en redondo como hoja de otoño, estática, sin peso, irreal. Pero para poder volar, para poder ir a donde desea y no donde la lleva el viento, aletea. Por un instante pliega las velas, como una almeja que se cierra, y su color desaparece, se vuelve negra. Se convierte en una espina vertical, y su cuerpo se transforma en una plomada que la hace caer en picada, sin remedio, como un piloto ciego. Pero nunca deja de abrir las alas, frenar la caída y saltar otra vez a donde el aire es limpio y carece de peso.

Pequeña buenalegría

Gustavo era una persona con buena suerte extraña. De esa buena suerte innecesaria, que ocasionalmente pasaba desapercibida pero que a la larga fue la envidia de todos lo que lo conocimos. Era una pequeña fortuna diaria, como si en vez de haber nacido con una gran estrella hubiera nacido con una tímida estrellita que hacía todo su esfuerzo por hacerse notar. Para ser más claro: Gustavo era la clase de persona que se encuentra un celular al día siguiente de que pierde el suyo; o que conseguía valeotros en cadena; o que tenía luz e internet cuando todo el resto del mundo estaba cortado; que de casualidad decía la palabra justa en el momento indicado a la persona de la que necesitaba un favor; o que simplemente nunca perdía una llave, si volcaba el café no se manchaba, si dejaba el auto abierto no pasaba nada, no se le rompían los electrodomésticos y tenía señal de celular en el ascensor. Tanto es así que solíamos decir que a Gustavo se le pegaban al codo las monedas del piso.
Le fue relativamente bien toda la vida, hasta que le garrotearon el marote para robarle la moto y lo dejaron tonto para siempre.

viernes, 27 de agosto de 2010

Bloggosto

rehippi (re sucio seguro), dowiesi, oupst (un homero fallido), paphoch (la nueva forma en que las chicas llaman a un "papito" o macho repartible), maurl, remptst.


El transporte público me obsesiona. Y sé más o menos bien a qué se debe: el transporte público es un resumen de la vida, una metáfora variada de la vida, un núcleo condensado de la vida, un diario retrato de la vida (que va y vuelve y vuelve a salir para el mismo lugar).

martes, 24 de agosto de 2010

Gatos

Esto me pasó anoche, a la vuelta de la facultá. La última cuadra antes de doblar en la esquina y llegar a mi casa hay una serie de cinco casaquintas de amplias fachadas ocultas tras sendos setos espesos como murallas. Lo único que se ve caminando por la vereda son esos enormes portones automáticos de madera y hierro.
Anoche, al pasar frente a la primera casaquinta, vi a un gato sentado frente a la entrada, tranquilo, atento, inmóvil. No me llamó la atención el primer gato, pero sí el segundo: estaba en idéntica posición frente al segundo portón. Hubiera pensado en un deyavú si no fuera porque el primer gato era atigrado y este era color canela.
Al verlo, automáticamente levanté la cabeza y miré hacia delante, y tirité un escalofrío al ver que en la vereda de las cinco casaquintas había un gato centinela custodiando los portones automáticos. Apuré la marcha y doblé en la esquina como sobre una moto, y lo más rápido posible fui a ver qué estaba haciendo mi gata en la cocina.
Llegué y la encontré con la cabeza metida dentro de su platito. Le chisté para que me mirara, y cuando levantó el cogote me clavó los ojos amarillos en la frente, relamiéndose sus largos bigotes llenos de sangre. Entendí que me amenazaba claramente: "decís algo de lo que viste esta noche y fuiste".
Fíjense en los diarios de esta mañana, busquen un titular que diga "vecinos de Ituzaingó".

domingo, 22 de agosto de 2010

Que las flores tacompañen

¿Para qué nació la flor si no es para ser vista, olfateada? ¿Para qué brotó pimpollo y abrió fuego contra el mundo, sonriendo con color al sol, si nadie va a mirarla, registrarla, y mucho menos inclinarse sobre ella y, quizá, en un gesto posesivo y tierno arrancarla, cortarla de imprevisto y llevarla a un florero o a un amado? ¿Para qué el esfuerzo de su planta hogar, si no recibe por su trabajo ni elogios ni maltratos?
Piensa en las flores que murieron antes de ser creado el florero. Piensa en los niños adultos que se asombraban con una flor nueva y desconocida, y al querer adueñarse de ella la destruían. Piensa en cómo ese humano primitivo aprendió a arrancarla con delicadeza, y su tristeza cuando descubrió que moría en una hora o un día. Piensa, piensa, piensa las veces que intento mantenerla viva, incluso creyendo que al arrancar la rama entera se podía. Y piensa, desde cero como pensó él y mil antes que él, en cómo cocinar la tierra, meterle agua, y adormecer allí a la flor que se abría. Tanto esfuerzo en medio de un mundo hostil sólo para tener a una flor de compañía.

Coleccionables

Nada mejor quel dolor para reflexionar el invierno.


Una vez que llegue el tiempo
(con la primera, con el sol o con el viento)
deja abrir pimpollo,
descorre cada pétalo,
y deja la sangre libre
querer correr corriendo.

Orewa

Orewa estaba enamorado de una chica rubia. Pero una amiga de esa chica estaba enamorada de Orewa, y a la vez el mejor amigo de Orewa estaba enamorado de esa chica. En una fiesta de disfraces Orewa y su mejor amigo se disfrazaron iguales, con máscaras azules, y fueron cada uno por su enamorada. La amiga de la chica rubia pensó que el amigo de Orewa era en realidad el verdadero Orewa, y se entregó a sus besos sólo para descubrir una hora más tarde que se encontraba perdida en un infierno descorazonado, provocando la ira irracional del chico hacia Orewa. La chica rubia, en cambio, pensó que Orewa era su amigo, y lo rechazó porque ella estaba esperando a un chico de otro curso, el más lindo del equipo de voley. Y Orewa se fue, triste, y nunca más se sacó la máscara azul.

viernes, 20 de agosto de 2010

Poesías diarias

La gata ronronea semidespierta, esparcida sobre la mesa como un florero volcado por el viento, aprovechando que la casa está vacía.
Ayer conocí a Romina. Era una mujer pasada de cuarenta, obesita, fea, mal teñida, de mal carácter y con un mal empleo en una Esso. Y lo suficientemente tonta como para darse cuenta que no se había desprendido el pin con su nombre recién al subirse al tren y verse reflejada en la ventanilla.
El gato negro de la gitana espera todas las noches, sobre el cesto de basura, a que se escape el perro de la casa de enfrente para que vaya a ladrarle. Una noche sin tirar zarpazos es una noche aburrida.
Carlos empezó a cantar en el tren. Pasó de un terrible pánico escénico a un tolerable show en los vagones. Simplemente tiene que cantar fuerte hasta enrojecerse la garganta y mirarse fijamente en el vidrio de la puerta.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Las personas e Internet

Hay personas que se crean un fabo sin saber cómo hacerlo y después nunca lo usan. Hay personas pelotudas que reenvían toda cadena que les llega, incluso esa que explica que el spam produce quichicientas mil toneladas de CO2 por día. Hay personas que mandan mails y se olvidan del archivo adjunto. Hay personas que hacen chistes indebidos por msn y se olvidan que la otra persona no les está viendo la cara. También están esas que se toman a mal ese chiste y piensan que es algo sicológico o sicosomático o spam, y no entienden que "de verdad era simplemente un chiste, dejá". Hay personas que chatean por msn y fabo a la vez mientras charlan por skype. Hay personas que twitean, aún cuando es un misterio. Y también hay personas que bloggean y que aprovechan cualquier post para poner pensamientos como este: "si la sociedad tolera y remunera a profesionales dedicados a 'males necesarios' (como podría entenderse a un abogado, al presidente, al que fabrica cigarrillos o al peluquero), no está mal darle unas chirolas al pibe que canta y toca la guitarra en el tren; después de todo no está mendigando, sino que provee un 'bien no necesario'".

viernes, 13 de agosto de 2010

Mañana será noticia

Los últimos resultados publicados por el Grinpis anuncian que para febrero del 2012 habrá, en la Capital Federal y especialmente en el microcentro, una serie de catástrofes sociales, incluyendo múltiples colisiones en el tráfico y diversos tipos de linchamientos públicos, debido a que los panfletos de putas llegarán a cubrir para ese entonces un 73% de la superficie visible la Ciudad Autónoma. Las luces de los semáforos no serán más distinguibles, tampoco los números y ramales de los colectivos, se atascarán las ruedas de los trenes y subtes, los autos que se detengan por quince segundos quedarán empapelados autmáticamente y los peatones que se fumen un pucho a la puerta del trabajo morirán de asfixia.
Grinpis clama por revertir esta situación ahora, cuando todavía es posible.

martes, 10 de agosto de 2010

G&É

Gamma ahorró durante dos meses para poder comprarse los auriculares enormes, tan aislantes y tan lindos que quería. Desde que los compró paseaba muy orgulloso con ellos por todos lados.
Épsilon pidió un préstamo y se compró el volvo que se le antojó. Él también paseaba con el auto por todos lados, muy jactancioso de su brillante anatomía.
A Gamma, cuando se bajó del colectivo mientras escuchaba Ramstein, se le cayó un pucho del paquete. Hizo una mueca y se agachó para recogerlo. Y justo entonces pasó Épsilon con su volvo y lo miró desaprobadoramente.
Pero Gamma no entendió quién merecía la reprobación del otro: si él que ahorraba al máximo cada peso que gastaba, o el otro que aceleraba pisteando como el más más, pero que al llegar al peaje empezaba como histérico a tocar bocina para que levantaran las barreras.

domingo, 8 de agosto de 2010

Sabor a ciruela

En los períodos malos, la mamá de Grido (el papá había muerto) hacía mermeladas y jalea de ciruela para vender y canjear en el mercado. Y cuando no podía ni venderla ni canjearla, se la comían ellos dos. Por eso Grido odiaba la ciruela y todo lo que tuviera sabor similar.
Cuando Grido tenía doce años una helada temprana mató gran parte de la cosecha y secó cinco de los seis ciruelos de la casa. Más tarde, terminando el invierno, una plaga arrasó los maizales en los que la mamá de Grido trabajaba, y empezaron otra vez las malas noticias. Pero las preocupaciones de Grido eran otras: apenas oyó que la mamá andaba sin trabajo otra vez, miró con horror al único ciruelo que quedaba con vida, cuyos futuros frutos eran la última esperanza de la mamá.
Un día que ella fue temprano a pedirle trabajo a la madame costurera del pueblo, él salió con un cuchillo al jardín y, trepándose como un gato por las ramas, fue tronchando todos los brotes verdes del ciruelo. Mató a todos salvo los de la rama más alta, que crecía de un tronco muy delgado como para sostenerlo, y tuvo miedo de romperse un hueso si caía.
Cuando llegó la primavera, para angustia de la mamá, sólo floreció esa rama. Apenas empezaron a crecer las ciruelas y se combó bajo su peso, ella recogió la fruta y cocinó tres pobres frascos de mermelada y jalea. Pero en un ataque de ira, Grido los estrelló contra el suelo y trocitos de vidrio volaron por todos lados, lastimando los ojos y los brazos de la mamá.

sábado, 7 de agosto de 2010

Coleccionables

El pájaro pistolero.

I think I can /I think I can /I think I can.

Xin capital de Xon

Xin siempre fue la capital del Imperio Xon. Y en Xin siempre existió una tradición: cada nuevo emperador que entraba a la capital por la fuerza y se establecía, debía inmediatamente construirse un nuevo palacio, en lo posible más rico y ostentoso que todos los precedentes; pero, para no sufrir una maldición, había que mantener intactos los palacios de tiranos y emperadores previos. La tradición aseguraba que si un nuevo gobernante hacía caer, después de tomar la capital, una sola teja o un solo ladrillo, sufriría una vida corta, tormentosa, y que nuevos invasores cortarían su dinastía en un parpadeo.
Xon fue conquistado y reconquistado durante treinta siglos y ahora Xin cuenta con más de nueve mil palacios distintos: no hay una sola familia que haya reinado más de sesenta años consecutivos. Y sin embargo no hay excepciones: cada nuevo invasor respeta a los anteriores y edifica su morada con oros y cristales hermosos, demostrando que quiere asegurarse la eternidad pero admitiendo a su vez que está cavando su propio destino.


Y yo sufriendo el síndrome depresivo post historia atrapante (en este caso Fullmetal Alchemist Brotherhood), intentando seguir adelante, lamentando a cada instante que la vida no se parece en nada a la que inventa la imaginación.

viernes, 6 de agosto de 2010

TizaHawk

El Exterminio Oriental (y los sucesivos exterminios que le siguieron en África y Mesoamérica en la segunda década del siglo XX) llevó a las Naciones Unidas, por primera vez en la historia, a pensar realmente en la seguridad de la humanidad, reducida en la actualidad a un tercio de lo que había llegado a ser en el 2011... ¿Pero cómo lograr la paz en un mundo carcomido y rencoroso?
Y la solución llegó de unas de las personas menos pensadas: un tal Jean DeViella propuso poner en manos de las Naciones Unidas su empresa familiar: una cadena de fábricas de útiles escolares. Su pensamiento fue que, siendo imposible anular el instinto sangriento de la bestia humana, había que lograr saciarla sin provocar las pérdidas abismales acostumbradas.
Desde entonces, cada vez que sonaba la sirena de ataque aéreo en alguna ciudad, la gente salía corriendo a guarecerse en algún kiosko con toldo o en alguna vidriera, o a comprarse paraguas y taparse con carpetas. Porque era inminente que de un segundo a otro empezaría el bombardeo de tizas.

Carmona y los transeúntes

A Carmona le encantaba observar a la gente en la plaza, en un local, en el tren el subte, caminando por ahí o desde el balcón de lo de su hermano. No de chusma, no de metida, sino porque le resultaba interesante. Irresistiblemente interesante ver los pensamientos de la gente: ver a alguien que camina solo repentinamente esbozar una sonrisa (quizá recordando el chiste que le contó su novia la noche anterior por teléfono), ver a alguien gesticular en silencio y fruncir el ceño mientras va colgado del caño en el tren (ensayando palabra por palabra cada uno de los quince puntos que le iba a recriminar a su mamá cuando llegara esa noche a casa), o ver cómo alguien, asintiendo con la cabeza hacia un lado y el otro, mueve las manos con amplitud (como si volviera a relatar ante todos los comensales del viernes pasado su aventura en el Paraná). A Carmona le encanta meterse en el cerebro de la gente que se olvida del entorno y repite, sueña, proyecta, recuerda o ama a un interlocutor invisible, porque ese interlocutor termina siendo ella, Carmona.

martes, 3 de agosto de 2010

Revolquémonos en el pasto que está verde

El tipo que vende boletos en la estación. La mujer que se para frente a él, buscando lánguidamente en el monedero, con la mirada perdida tras el bondi que se acaba de ir y balbuceando sus especulaciones sobre cuánto demorará el siguiente. El flaco que llega contento, ve a la mujer ida y le pide al boletero uno de $1,50.
El estallido de la mujer:
-¡Che, pibe, yo estaba acá primero, ¿qué derecho tenés a colarte?!
Y la respuesta catarata del flaco, mientras sonríe:
-El derecho que me concede el haber cambiado a principio de semana un billete de $50 por diez de $5, que son los que uso para pagar el boleto de $1,50 a esta hora (lo cual me permite reponer las monedas que gasto cuando viajo a la mañana), y el hecho de haber buscado y separado uno de esos billetes mientras llegaba a Ituzaingó para tenerlo ya listo, así no le hago perder el tiempo a los demás.
El silencio de la mujer.
El agradecimiento cómplice entre el boletero y el flaco metódico:
-Acá tenés.
-Gracias che.
-No de nada, suerte.

Hombrecito rojo

-Jah, qué gracia, cáguense todos en el semáforo eh... Gente de mierda... Parece que soy el único pelotudo que respeta el semáforo en esta esquina... -se quejaba el peatón en la esquina de Paraná y Rivadavia-. Y cruzan, y cruzan, les chupa un huevo... Bolitas tenían que ser...
-Sí, bolitas -corroboré yo, asintiendo gravemente; y reí fuertemente antes de cruzar corriendo delante de un taxi.

domingo, 1 de agosto de 2010

Piensa en las flores que murieron

Las dos hermanas, Darwed y Ponhelsa, quedaron encerradas durante una tormenta de nieve en el corazón de una montaña. No sabían con certeza si estaban en Europa o si ya habían pasado la frontera con Asia, porque durante dos meses habían vagado, como un niño que persigue a una mariposa sin poner los ojos sobre las raíces que va pisando, tras el rastro de un objeto precioso. Darwed y Ponhelsa eran arqueólogas extraordinarias: la primera tenía el don de reparar y restaurar cualquier objeto con sólo tocarlo, no importa cuán arruinado y erosionado se encontrara; Ponhelsa, por su parte, podía conocer la procedencia y la historia de cualquier cosa simplemente con olerla.
Ambas hermanas extraordinarias iban tras el arcón donde había sido escondida la Piedra Filosofal del Gran Nabucodonosor. Pero ahora, exhaustas y hambrientas, se encontraban varadas allí, en una cueva ancestral, asechadas por el frío y la congelación.
De pronto, Darwed se dio cuenta que habían caído en una caverna utilizada por hombres de la edad paleolítica. Comenzó a tocar todo alrededor y cacharros, cueros, armas de hueso y rústicos tejidos fueron surgiendo de la nada. Ponhelsa, tras ella, iba oliendo las cosas y averiguando sus historias. Hasta que Darwed le alcanzó una pequeña vasija verde, delgada y alta, muy extraña.
-¿Qué es esto, hermana?
Ella la husmeó. Y sus ojos se abrieron como ventanas.
-Huele a flores... Muchas flores... -contestó ella, azorada-. Esto, hermana, es uno de los inventos más hermosos del ser humano...
-¿Más hermoso que la Piedra Filosofal que andamos buscando?
-Incluso más sublime la Piedra... Este... es el primer florero de la Historia...

lunes, 26 de julio de 2010

Pocas cosas lindas trae el invierno

Acá hay una escueta lista de las cosas que me gustan de mi mayor enemigo climático: el invierno.
Primero, me gusta salir corriendo de la ducha caliente y clavarme en la cama abajo de una triple colcha, y decirle adiós al mundo. También me gusta que me toque un tren vacío y con calefacción. Y si no puede ser así, me gusta, en Once, subirme al tren e ir palpando el caño, pensando quién se habrá estado colgando en las partes que están tibias. Está bueno que incluya unas vacaciones, aunque ahora sean parciales. Otra que me gusta es poder poner las patas sobre arturito (mi estufita) y pasarme cuatro, cinco, seis horas mirando animé o dr. House. También, aunque no es precisamente una alegría sino una conformidad, me gusta salir de casa con el abrigo exacto, no tener que arrastrarlo bajo el brazo todo el puto día. Me gusta entrar a la capilla y que el cura se haya acordado antes de prender la mega estufa. Me gusta la loza radiante del trabajo: ¡gracias loza radiante! Y, por último, me gusta el hogar lleno de brasas naranjas, con la parrilla al rojo vivo, las cenizas fundiéndose y las piedras incandescentes como lava.
El resto de la vida invernal es metódicamente una poronga.

jueves, 15 de julio de 2010

La gripe de la paloma

-Si no tengo enemigos no puedo darme el placer de buscar una amistad verdadera con uno del bando contrario -dijo el linyera, retraído.
-¿Qué?
-¿Te enteraste de los 30 nenes que murieron ayer por la gripe de la paloma? -continuó como si se tratara del mismo tema, mientras señalaba a un grupo de exterminadores del gobierno que liquidaban a una docena de pajarones-. 30 chiquitos de menos de cinco años. ¿Sabías que el año pasado planeaban sanear un poco la ciudad porque muchos vecinos se quejaban de los destrozos de las palomas? Pero unas cien viejas y maricas se juntaron frente al congreso y reclamaron por los derechos de los animalitos... Desde que las trajeron las palomas europeas fueron una plaga, y nuestros hijos están pagando, y ahora también los animalitos...
No entendía bien a qué iba, pero me pareció que lo que había dicho antes estaba relacionado con lo de ahora.
-Quizá suene a Dibala, pero qué le voy a hacer. La intolerancia que te rompe los dientes es tan exasperante como la tolerancia que los pega.


A lo mejor en continentes fríos como Noruega o La Plaza Roja ya existen, pero yo patentaría acá unas tapas para inodoros y bidetes que te calentaran las nalgas. Es ingenioso y se sufre mucho de eso. Seguro que un finlandés o un alaskeano lee esto y cree que soy argentinito un debilucho, y tal vez tenga razón nomás. Pero esto de estar media hora con el culo helado después de cada sesión en el baño...

miércoles, 14 de julio de 2010

Viajando tres horas por día

Pensé en hacer una larga lista de los atributos y contradicciones del transporte público que frecuenta, incluyendo las largas esperas, los viajes demorados y las viejas que te empujan; y después hacer un recuento de anécdotas graciosas o ejemplificadoras, como la vez que conseguí un asiento porque estaba lleno de vómito seco y le puse un diario arriba, o la vez en que dos tipos que se peleaban a los apretujones terminaron haciendo chistes para todo el vagón. También pensé salpicarlo con comentarios ingeniosos, unos propios y otros del panchero de Once, y rematar con la historia de esa chica morocha de anteojitos que alegró la mañana a más de uno, y a mí especialmente. Pero no les voy a contar por qué es que me alegró, porque justamente no voy a contar ninguna de esas cosas, ya que no necesito justificación. Simplemente pasa que me apasiona el transporte público de Buenos Aires.


Mientras espero que termine de descargarse House, voy a charlar algo acerca del problema que está en boca de todos sólo para molestar. Y ya que está en boca de todos, voy a recalcar que es un problema que sale de la boca: o sea palabras. Ejemplo: en matrimonio de putos hay tres palabras y dos de ellas mal usadas. Así como puto no es la palabra adecuada para indicar el gusto de una persona por otro del mismo sexo, matrimonio no es la palabra adecuada para indicar la unión entre dichas personitas. No sé, invéntense una palabra, se las ingenian para meterse una pija en el culo pero dan de comer a las radios durante días y me tienen más cansao que de costumbre. A alguien que quiere las palabras como yo tanta polémica resulta más que absurdo.
Obviamente, aclaro que con las tortas no hay problemas, todos las queremos, y si sancionan la ley de que para ser presidente de la nación hay que ser mujer y lesbiana, yo la voto y hago marcha.
Y a ver si se juntan comentarios iteletuales acá abajo che. Me voy con House.

viernes, 9 de julio de 2010

Idea para una cosa triste

Eduardo enviudó en un accidente, cobró el seguro de la difunta y se fue en clase bussiness a Pekín. De ahí se subió en un barco para la India, pero a medio recorrido naufragó y terminó en una diminuta isla, conviviendo con otros dos coolíes que no entendían ni sus gesticulaciones.
Las primeras noches la marea les devolvió parte del equipaje de los demás pasajeros, pero a la quinta noche, mientras los dos coolíes dormían a pata suelta y él paseaba melancólico por la orilla, apareció una maleta suya. Se alegró primero, pero se asustó al darse cuenta de que esa maleta era la que se había perdido en el trasbordo que había hecho entre Buenos Aires y Pekín. La abrió, trémulo y pálido, y descubrió que nada de lo que contenía la maleta era útil. Sólo había ropa, unas ojotas y una fotito de María.
A la noche siguiente se repitió el escenario: mientras él se quedaba insomne en la costa y los dos chinos dormían, llegó entre las olas, directa a sus pies, la bolsita ziploc con todas las cartas que sus amigos le habían mandado al enviudar. Con la escasa luz menguante las releyó y se puso a llorar. "Después de todo, enviudar es la forma más eficaz de no divorciarse". Esos comentarios no lo alentaban.
Noche tras noche sucedió lo mismo, pero cada madrugada la marea le proveía recuerdos y evocaciones más antiguos y remotos, más profundos, más inconscientes y dañinos. Eduardo no podía perdonarse, porque en sus últimos meses de matrimonio, en ataques de ira y borrachera, varias veces había gozado imaginándose la libertad ante la supresión de María.

miércoles, 30 de junio de 2010

Plantita rodadora IX

Acá pasa, bandolera, la planta rodadora.
De sus nueve padres siete la abandonaron,
uno desapareció y al otro ella lo mató.
Y si pasa hoy, desprevenida,
es sólo porque sintió pena de un mes con tan pocas palabras.

O sea, no ando con rodeos.

Relleno espacio.

Nada más.


Y punto.

Coleccionables

La campana suonará.

Así como los gatos ronronean despiertos, la campana suena al viento. El sol sale de día y hace frío en el invierno. Y un perfume se siente sólo después de haberlo puesto.
No quiero ceder mi asiento.

martes, 29 de junio de 2010

Cosas desta vida

Hay cosas en esta vida inútiles como intentar explicarle a un gato que el aparato nebulizador no lo va a matar. Hay otras absurdas como llamar a los gritos desde el baño para que te traigan papel higiénico, cuando tenés muy en claro que en el diminuto monoambiente no existen más que vos y unas cucarachas. Hay cosas que te vuelven optimista, como encontrarte diez centavos a la ida, y un billete de cinco pesos a la vuelta. Hay cosas que, por el contrario, se tiñen de tragedia. Como hoy, que me compré el mp4 que quería y me lo robaron antes de que supiera cómo subirle el volumen. Hay otras cosas que hacen tambalear tu férrea convicción científica, como el boleto capicúa que te tocó la última vez que fuiste a ver a tu abuelo con cáncer. Y sigue habiendo cosas (la mariposa que escapa de la telaraña, el vecino que te tira las hojas de su vereda en la subida de tu coche, el granizo que rompió la cabeza del duende de jardín que tanto odiabas, el blog en el que leíste una cosa sinsentido que a vos te tocó una célula especial de la memoria, la nube con forma de corazón que te tapó el sol en el momento exacto en que estiraste el cuello sonriendo por la primavera, el estuche que pateaste dos cuadras antes de descubrir que tenía un autito adentro), sigue habiendo, repito, cosas que se olvidan en dos días pero que van rellenando, imperceptiblemente, la mayor parte de la vida.

sábado, 26 de junio de 2010

La crónica de casa: el papi, la camisa y el ropero

El pequeño Demián era un mocosito malcriado, la mamá una consentidora y el papá un superfluo. Para el cumpleaños del papá, Demián quería regalarle una camisa. Entonces la mamá le compró una camisa celeste para que él se la regalara. Se la mostró, le dijo que era un secreto hasta la fecha del cumpleaños, la escondieron juntos en lo alto del ropero y volvió a insistir que no dijera nada.
Cuando llegó el papá al día siguiente, Demián corrió a su encuentro, lo arrastró de la manga hasta la habitación y gritó:
-¡Mamá te compró una camisa celeste, me dijo que no te contara nada y la escondió allá!
La mamá nunca se enojó tanto con él, y le dio su primer cachetazo. El papá se descuajeringó de risa y siguió como si nada, y el pequeño Demián aprendió la lección: una vez que el padre supo lo que le iba a regalar todo el hecho perdió la gracia, y cuando le pidió a la mamá que le comprara otra camisa para regalarle, se encontró con su orgullo herido y lo que significa un no.

viernes, 25 de junio de 2010

Los mendigos argentinos

No alcancé a explicar lo que me llevó a alejarme del mendigo que volví con él. Humillado, aturdido. Todas sus palabras de sabiduría fueron un derroche en mis oídos. Nada de lo que me enseñó sirvió, pero mea culpa, no suya. Llevo todo el mérito de esta derrota.
Igualmente quería narrar mi reencuentro con él. Después de buscarlo una semana entera por los rincones que frecuentábamos juntos, me lo fui a encontrar de casualidad sobre Avenida Córdoba, mirando hipnotizado un monitor gigante en una vidriera, acompañando de gentes en celeste y blanco.
-¿Qué hacés acá? Si odiabas los cuchicheos del fútbol.
-Es que el Mundial es otra cosa -me contestó con ojos brillosos-. Es el único juego pasional de las multitudes en el que se mezclan tan magistralmente las políticas y el azar.
Lo miré encariñado, miré la gente que nos rodeaba, miré la pantalla y regresé a su rostro iluminado.
-Qué lindo volver con vos.

miércoles, 23 de junio de 2010

Condena Amarga

A veces algunas realidades de la vida nos remiten a nuestra verdadera esencia, a veces nos recuerdan cómo somos en verdad. El miércoles pasado recuerdo que, mientras me lavaba los dientes a la mañana, apareció mi prima (persona feliz y fresca ella) y me preguntó:
-¡Primo! ¿Qué hacés lavándote los dientes si te acabás acabás de despertar?
-Me saco el sabor amargo de la boca para sentirle el sabor a las medialunas -le contesté yo como lechuzo sabio.
-¿Sabor amargo? -cuestionó ella con énfasis-. ¿Te despertás con sabor amargo en la boca?
No le contesté, pero la sombría impresión de mi entrecejo le afirmaron que sí. ¿Por qué yo amanezco al mundo con esta horrible sensación y ella, todo lo contrario, con dientitos que saben a terrón de azúcar?

domingo, 20 de junio de 2010

Si yo fuera Maradona

El mundial es el momento en que todos podemos ser directores de la selección. La semana de elecciones es, en general, el momento en que todos tenemos el derecho de comentar cuáles serían nuestros extravagantes planes políticos. Y yo, para llevar la contra, voy a invertirlo:
Si me eligieran presidente, haría cinco cosas nada más: arreglaría en indec para que deje de mentir tanto; sacaría a todos los cabecillas de corruptos que hay por ahí, tanto en el senado, los jueces, la policía, las mafias, etc, y fusilaría derecho a viejo a los 50 o 60 principales y deportaría a sus familias, pero sin sacarles casi nada de sus bienes. Después de eso recortaría salvajemente los presupuestos dedicados a boludeces y los donaría a caritas y cosas así, y finalmente dejaría que los demás partidos ocuparan mi lugar, porque no sabría cómo seguir.
En fin, todo sea. Cómo se nota la escasez de historias. Cuando lleguen las próximas elecciones me luciré como DT.

De talentos naturales

Hay gente que se especializa en cualquier cosa. Pero no como los japoneses, que se concentran y esmeran en cada actividad que realizan. Sino gente que dedica demasiado tiempo a una actividad. Como esa que tarda una hora en afeitarse, o el que va al recorguines porque puede apilar un millón de dados uno arriba del otro. O el que corta el pasto tan seguido que tiene contados la cantidad de pasos necesarios y economiza al máximo la electricidad de la máquina cortadora. También está el que analiza los ademanes que hacen las personas con las manos y se obsesiona, y los que con mirarte la firma te la copian e imitan en diez segundos. Buen, se podría decir que cada uno de nosotros tiene empatía por alguna actividad, observación o cosa en particular. A mí me gusta regular y acomodar los jajajas del msn a la perfección, y saber cuándo corresponde visualmente un simple jaja, cuándo un jajajaja de cuatro jas, cuándo un jaj que termina intencionalmente en jota, cuándo no hay que reír (aunque cuesta), cuándo hay que aturdir con un JAJA MAYÚsculo y cuándo, también, es más útil poner una carita con lengua afuera en vez de una risa... Si les interesa, abran el msn, presten atención y practiquen. La práctica lo es todo, queridos: en estas cosas hay poco talento natural.

viernes, 18 de junio de 2010

Coleccionables

Te cambia el mundo.

Y si no lo hace, andá fijándote qué le pasa a tu cerebro, a tus ojos o a tu sistema límbico, porque algo anda fallando. La mejor película del siglo, la mortadela mejor cortada, el cubito más redondo, el limonero más retorcidito y la uña de pie más limpia o sea con menos mugre.

jueves, 17 de junio de 2010

¿Y?

Carolina se sentó en el colectivo. Un muchachito unos años menor que ella le dejó el asiento, sonriéndole. Sintió el sol de la tarde calentarle la cara y, sintiendo la modorra que le entraba al cuerpo, echó un vistazo alrededor: todas las personas iban leyendo un libro, el diario, charlando o mirando el exterior con dulzura. Ella inclinó la cabeza, oyendo el rechinar de la cuerina que cubría el mullido asiento, y rápidamente se durmió.
Despertó sobresaltada sin saber dónde estaba. Giró los ojos violentamente y comprendió que era otro colectivo muy diferente al anterior. Para empezar, estaba lleno de estrechos y duros asientos de plástico, y una luz azulada teñía todo. Intentó afilar la vista y mirar al exterior para saber en qué parte del recorrido estaba, pero era de noche ya e iban tan rápido que no pudo reconocer nada de nada. Desesperada miró a la gente que la rodeaba en busca de ayuda: hombres y mujeres en silencio. Primero notó que había muchos varones sentados, incluso jóvenes y nenes que podían ir a upa de sus madres, y sintió vergüenza ajena al ver que muchas mujeres y señoritas estaban de pie a su lado. Después notó que todos llevaban algo en los oídos. Algunos cabeceaban, otros iban medio dormidos, pero nadie hablaba con nadie, todos se ignoraban con todos.
De pronto un niño despeinado le dejó un papelito en la rodilla sin pedirle permiso y ella sintió una descarga eléctrica.
Exasperada, se incorporó con un espasmo y corrió al fondo del colectivo, dispuesta a saltar de él antes de que terminara de frenar. En su carrera chocó contra algunos, pidió perdón a los gritos pero nadie la escuchó ni se molestó. Un viejo que parecía ir escuchando la radio la siguió con la mirada, como enternecido, pero no hubo palabras. Carolina corrió y corrió pero no encontró puerta para bajar ni timbre para tocar. Había un colectivo atrás de otro, unidos por un fuelle gigante de goma negra. La luz azul le entraba en el cerebro y convertía todo en fantasmas silenciosos. El sonido de la ciudad nocturna, el traqueteo del motor, las ruedas sobre el asfalto...

miércoles, 16 de junio de 2010

Saluda desde la terraza

Te demoraste mucho en llegar,
muerte lenta, aletargada.
Llena de premoniciones que,
como tales, fueron ignoradas.
Pero ya prestaste alas,
ya cortaste el ancla,
ya vendaste ojos,
ya arreglaste sábanas.
Mi sombra sobre el ataúd
reemplaza a las flores
para la muerte plantadas.

viernes, 11 de junio de 2010

Ideíta para un corto

Un encuadre estable y horizontal de un asiento en la parada del bus (sí, bus). En él, a la derecha, hay una muchacha. En el lugar de al lado se van mudando los transeúntes, gente que sube al bus, gente que baja, ella mira todo. Una voz en off narra detalles de su vida, su perfil, algún secreto, y es acompañada por flashbacks de no más de cuatro o cinco fotogramas referentes a lo que cuenta. En determinado momento, ella sonríe, se inclina a un costado y le da un besito en el cachete al tipo que se encuentra a su derecha. Se incorpora inmediatamente y se va hacia la derecha de la pantalla (su izquierda), y la cámara hace un vuelco en 90º y termina en vertical, mostrando su lugar vacío.


Es lindo cuando la vida insiste (aunque no tanto como deseáramos). Hoy el pibe que creí que me iba a robar me pidió colaboración para que su esfuerzo no fuera en vano, y cuando le expliqué que sólo tenía 5 pesos en la billetera y que no necesitaba medias, me preguntó si se los regalaba.
-¿Eh? No.
-Jaja, bueno gracias.
-No, gracias a vos. ¡Suerte!

Floreano baila

Floreano vende carilinas (2 por 2 peso) a la salida de la estación. No pregona ni utiliza frases lamebotas y estereotipadas, no trata a la gente de culta ni de honrada, no alza loas metafísicas y poéticas ensalzando las cualidades de su producto, sino que más bien dice bajito y claro: "dos paquete de carilina a do peso" en el oído de cada transeúnte. Y tiene su eficacia: la gente que le compra es aquella que siempre usa carilinas, y no una ameba fetal que acaba de despertar al mundo y desconoce el uso del pañuelo-papelito.
Además, cuando no hay nadie pasando por su sitio, ni por entrar a la estación ni saliendo de ella, Floreano se relaja y baila un poquito de tap aficionado, y sonríe. Los que lo conocen y vigilan de lejos, aplauden sus breves sesiones.

jueves, 10 de junio de 2010

Fumar es malo

El señor Horacio fumó casi toda su vida, excluyendo casi toda su niñez. Y se dio cuenta que fumar era malo cuando, por pasar apurado por el quiosco para comprarse unos puchos, no encontrar de su marca e intentar hacer memoria cuáles eran, aparte de los Philip Morris, los que le gustaban, perdió el colectivo que pasa una vez cada media hora. ¡Recórcholis!, exclamó, o algo más vulgar que eso, mientras zapateaba el suelo. ¡Ser fumador apesta!


Como encontrarse un caramelo delicioso, o como que ese caramelo estuviera esperándome y lanzara destellos multicolores con su envoltorio polifascético, fue el viaje de hoy a la mañana.

lunes, 7 de junio de 2010

La Hecatombe

Cuando fue llegando el fin del mundo casi todos murieron. Y finalmente quedaron sólo cinco: un cineasta norteamericano, un millonario francés, un cura ortodoxo griego, un chino cualquiera y un chico con síndrome de down. Cuando se encontraron, en el último santuario de paz, el cineasta se propuso hacer una película documental de lo que pasaría a continuación y de sus experiencias personales. Pero al poco tiempo empezaron a morir: primero un monstruo gigante se comió al chino, como era de esperarse. Después el millonario los quizo cagar a todos subiéndose a un bote, pero le salió mal y se murió él. Después el cura se sacrificó para que el cineasta y el chico sobrevivieran del ataque de los volcanes inteligentes y, cuando quedaron sólo ellos dos y su película, el cineasta supuso que era el momento indicado para que el chico, comprendiendo sus limitaciones y sus escasas probabilidades de devolver ser significativo en el curso de la historia, sucumbiera. Pero pasó que la cámara filmadora se convirtió en una bomba y lo mató a él, al cineasta. El chico con síndrome de down murió unos días después.

domingo, 6 de junio de 2010

Coleccionables

Cárceles de esta tierra.

Se trata de esa foto amarillenta y opaca en la que tu rostro borroso de infante feliz acompaña a los bigotes arenosos de papá que te mira orgulloso y la enorme maya verde de tu mamá, que no era tan gorda como ahora. Se trata de esa foto y de los recuerdos que ella evoca, esas vacaciones en Mar del Tuyú que tan diferente es hoy en día, ese complot de sensaciones y pensamientos inmaduros que tanto te llenaban y tanto te permitían ignorar... Se trata de que hay que vaciar un cajón para meter los papeles y boletas de la computadora nueva, y cada vez cuesta más hacerlo.

Where can we find our magic?

-¡Mira los calderos llenos de pociones burbujeantes! ¡Mira las columnas y los techos achacosos, mira las grietas, la maleza y las ruinas de pequeños objetos que no rodean, reflejando la luz y de la luna y de esas viejas lámparas tapadas de polvo! ¡Mira esos rostros fantasmagóricos y monstruosos que nos observan desde lejos! ¡Mira todo atentamente! ¡Mira aquel gato negro que persigue duendecillos saltarines que se esconden tras las sombras, mira la magia, la magia de Estación Once!
-¡Dale, nene! No son duendes, son lauchas. Los que nos miran son los del furgón y están enojados porque el tren se demoró. Sí, está todo lleno de basura, pero las grietas en las columnas no me causan más que mala espina, y esas pociones burbujeantes no son de ninguna bruja: es el puesto de panchos. ¿Podés meterle pata a ver si conseguimos algún puto asiento?

sábado, 5 de junio de 2010

Imagina entender lo que dices

-¿Viste lo que hace Lucas? -le dijo Pablito a Lucía-. Es terrible el tipo, no para de hacer obra: el año pasado me acuerdo que fui al taller y estaba pintando paisajes en un color sepia que se zarpada, expuso y todo, y la semana pasada me comentaron que iba a exponer unas esculturas en cemento, y estuve buscando en internet... ¡es terrible lo que está haciendo, es buenísimo! Tiene una fuerza, una capacidad creativa terrible. Hablé con él ayer y me contó que está planeando dirigir una serie de cortos sobre la prostitución infantil pero que nos sean shockeantes; me estuvo contando cómo los quiere hacer y suena que va a ser genial... Este Lucas es terrible, tiene muchísimo potencial, es una máquina, no para.
Mientras tanto, en otra realidad:
-¿Viste lo que hace ZX300? -le dijo RT250/1 a Xtar1200-. Es terrible el robot, no para de hacer cosas: el año pasado me acuerdo que fui al taller y estaba lubricando maquinaria que tenía aspecto de vieja y se zarpaba, logró venderlas y todo, y la semana pasada me comentaron que iba a mostrar unas tuberías de aleación de plomo y cinc, y me enchufé a internet... ¡es terrible lo que está haciendo, es buenísimo! Tiene una fuerza, una capacidad constructora terrible. Hablé con él ayer y me contó que está planeando redactar una serie de proyectos sobre el desguace ilegal de máquinas con fallas, pero que nos sean shockeantes; me estuvo contando cómo los quiere hacer y suena que va a ser genial... Este ZX300 es terrible, tiene muchísimo potencial, es un humano, no para.

¿Dónde está mi doble?

La teoría del doble feliz me la contó el mendigo con el que estuve viviendo los últimos meses. (Muchos se sorprenderían de la prolongada hospitalidad de los mendigos.) Me contó que cada uno de nosotros, desgraciados, tiene un doble idéntico pero feliz en algún lado del mundo. Que no necesariamente somos idénticos físicamente, pues quizás el mío sea un negro o un chinito, pero sí en cosas de personalidad y eso. Y es diametralmente feliz. O sea que en cualquier país del mundo, hay un tipo que piensa igual a mí, cree las mismas cosas, trata igual a la gente... pero es feliz. Humanamente feliz, no increíblemente feliz.
Yo le pregunté al mendigo si también tenemos un doble totalmente desgraciado, y me contestó que eso sería ir muy lejos y enredar la teoría. Entonces le pregunté si no seríamos nosotros la parte completamente desgraciada, y me dijo que algo de verdad tenía, pero no tan rotunda: mi doble feliz también tiene recaídas, tanto materiales como morales, pero no pasa a ser infeliz. ¿Y cómo me daba cuenta yo si era el infeliz o el infeliz? Porque tal vez mi doble era de tal forma que resultaba mucho más desgraciado que yo...
En fin, me gustó esta teoría de los dobles felices, porque significaría que al menos la mita de la humanidad sonríe.

miércoles, 2 de junio de 2010

De esa gente como nos

Hay mucha gente alrededor, quizás demasiada, y si nos ponemos a hacer clasificaciones profundas sobre ella, nos matamos todos. Así que hoy simplemente voy a hablar de una categoría de personas: de esas personas que fueron vacas de la manada toda su vida, pero que cierto día se encontraron con alguien que no es una vaca, sino alguien coherente, y que les demostró que el pensamiento (en especial las reflexiones y las observaciones autónomas) es algo hermoso. Pero en particular, hoy voy a hablar de esa gente que, luego de haber sido vaca y encontrarse con un filósofo, perdió el contacto con él y volvió a la manada. Y de toda esa gente que volvió, voy a hablar sólo de los que no pudieron volver a ser simples vacas, pero que tampoco pudieron profundizar en esas metacosas de la reflexión, la observación, el pensamiento tangencial, sino de las vacas que, con un tremebundo esfuerzo mental, se las apañan una vez por semana, dos veces por mes, en dejar de ver televisión y pensar, analizar. Pero que lo hacen mal, se mandan cualquiera, no entienden nada y para colmo, como viven rodeados de vacas que nunca conocieron a nadie coherente, se creen lo más de lo más: ellos y sus pseudo observaciones pelotudas. Sí, de esa gente voy a hablar hoy.

martes, 1 de junio de 2010

La bloggada de este mes

khairs sesse pothions (esto no trajo nada nuevo bajo el blog) intismash formuc dialtrib cerbo... ablerpol (el telefonol)

Es ya famosa la Conocida Nube de Una Gota. Es decir aquellas nubes o nubarrones que pronostican grandes tormentotas pero que no sueltan más que una mísera gota por hora las muy amarretas. Conocida Nube de Una Gota fue aquella que, en el lago Tikicaca, pasó sobre la cabeza de August Friedritchnsen, una tarde. Sobre el dorso de su mano derecha cayó su única gota, haciendo que él elevara la vista, viera el panorama celestial y se preocupara. "Va a largarse el aguacero", pensó, pero en su lengua nativa, y aunque era totalmente falso, corrió desesperadamente, sacudiendo sus bagages de mochilero, hasta la cabañita de una india que vive por ahí, para pedirle hospedaje. Allí conoció a la hija de la india esta y se enamoraron. Todo gracias a esa Conocida Nube de Una Gota.

Ahora, las historias de los Desgraciados Pingüinos Rompehielos, son otro tema.

lunes, 31 de mayo de 2010

Un día como hoy

Sí, sí, creo que nunca estuve más lejos del piso en mi vida que acá en el trabajo (salvo algún que otro mirador). Pero no se nota ¿viste?, con la comodidad de estas cosas no tiene nada que ver a asomarte por la baranda de un mirador. Se pierde la noción, ves la gente diminuta pero no parece tan lejos. Es como estar bajo tierra también: muy arriba o muy abajo, en la oficina o en el subte, es un lugar más en el que estás.
Lo bueno de esto (lo realmente bueno) es que en el piso 15, cuando salgo del ascensor, la puerta exterior huele igualito a como olían las cabañas de Traful. Igualito.
Pedir que no se lleven la lapicera no es tan terrible. La gente acá es buena onda.

sábado, 29 de mayo de 2010

Coleccionables

Corner.

-¿Y doctor, qué tengo que hacer para calmar esta ansiedad enfermiza? ¿Medicamentos, terapia, deportes violentos? Usted ya salvó a la mitad de mi familia, le tengo confianza absoluta: no importa qué ni cuánto cueste, dígame cuál es la mejor manera para terminar este infierno.
-Le puede costar muchísimo dinero, pero eso no le importará, porque su inversión primaria le parecerá exorbitante.
-¡No me importa! ¡Dígame qué hacer!
-Tiene que volverse un poquito idiota y enamorarse. Éso es todo.

Pirucha zanahoria panfletera XII

No pasa todas las noches, sólo aquellas en las que llega destruida a su casa. Como en esos días que tiene que levantar a los nenes, ir a estudiar a lo de Susana para el próximo final, volver a buscar a los nenes, cocinarles, ir a trabajar y volver a la noche para prepararles la cena, acostarlos, lavar la ropa y plancharla y todo eso y después bañarse sin hacer ruido para no despertarlos. En días así, o días como los que tenía que vivir en la clínica después del ACV de su mamá, ella sabe que en el momento en que, con todas las luces apagadas y las rodillas clamando reposo, se acueste en el pacífico lecho, la almohada se va a correr. Y no importa cuántas veces intente atraparla y mantenerla bajo la cabeza, la almohada se las va a ingeniar para escurrirse de sopetón y ponerla de mal humor. Siempre al principio se enferma de rabia y empieza a luchar contra la cama, mientras la almohada se burla de ella desde un rincón. Luego se calma, se acuesta boca arriba, así apoyando la nuca en el colchón, y tarda en dormirse. Pero durante el sueño se reconcilian, porque al despertar siempre la está abrazando.

Amigos del alma

Se conocen desde hace tanto, son tan aburridos, saben tanto el uno del otro y charlan tan seguido que en los últimos meses, lo más interesante que se oyó entre ellos fue este comentario: si murieras mañana sería una lástima porque no podrías contarme la novedad...


Pero entre el linyera y yo se oyen cosas mucho más interesantes. El otro día me explicó la contradicción de los sueños: siempre se vuelven repentinamente realidad, te agarran medio dormido.

viernes, 28 de mayo de 2010

Espontania

La chica, rubia, maquillada y de andar modelístico, salió de la oficina sin saludar a nadie y con aire distraido. Cuando llevaba veinte pasos alejándose, la puerta que ella dejó cerrar fue abierta imprevistamente y un muchacho con anteojos, desarreglado, se asomó y la miró consternado.
-¡Te lo pido por favor! -exclamó, sosteniéndose del marco como herido de muerte-. Sé que sólo te facilité unos trámites, que soy un desconocido más, que tal vez mi onda no te cayó de lo mejor, pero por favor... ¡por favor, no me dejes así clavado! ¡Sólo te pedí una sonrisa, un número de teléfono, un lugar especial en tu vida!
La chica de pelo rubio lo miró confundida y un poco asustada... Se dio media vuelta y siguió su camino para salir de allá lo antes posible. El muchacho oficinista permaneció quieto, esperando y conteniendo su respiración exaltada. A último momento, antes de que desapareciera tras la puerta, ella giró un segundo y le sonrió divertida.
Él se recompuso, se enderezó el cuello de la camisa, se calzó bien el cinturón y los anteojos y entró en la oficina, donde sus compañeros lo miraban entre avergonzados y fascinados. Él sonrió también, igual a la chica desconocida: había dado otro paso en su carrera por la desinhibición cotidiana.


Yo hoy me desinhibí: entré a la farmacia y pedí las publicidades de perfumes. La semana que viene les traigo novedades.

Libre, como el sol cuento amanece

AMORES IMPOSIBLES EN LA CAPITAL FEDERAL (AÑO DOS MIL Y PICO)

La miré de reojo. El viento sacudía su ropa con violencia y arrastraba el jugo del durazno que yo estaba comiendo a mordiscones. Era mi último durazno. Pensé en convidarle, tal vez así lograra quedarme con ella algún tiempo. Pero debía decidirme rápido, o terminaba de comer o me le acercaba y le ofrecía lo que quedaba de pulpa. Terminé de comer, me sequé la boca con la manga arenosa del sobretodo y arrojé bien lejos el carozo. Ella estaba sentada a unos cien metros, en el cordón de la calle cubierta de polvo y tierra, mirando el piso. Seguramente estaba sedienta. Me acerqué decidido, sacando una botella de agua mineral de la mochila color caqui, desenrosqué la tapa y le di un largo trago.
-Te ves sedienta, ¿querés un poco de agua? –dije, gentil, con mi voz de quince años que había cambiado hacía poco.
No me contestó inmediatamente, pero levantó la vista hacia mí y me miró fijo. Tenía ojos marrón almendra, normales pero lindos, y muy rojos de tanto llorar o reprimir un llanto. Aún tenía delineados los párpados, así que todavía no había derramado ni una lágrima. Hizo un crujidito con la garganta y extendió débilmente la mano hacia mi botella. Sonreí con ternura y se la pasé, haciendo que mi piel rozara la suya apenas una fracción. Aún con mucha suciedad de por medio y numerosas capas de tierra que se fueron acumulando durante meses, mis nervios se crisparon al sentirla. Ella bajó la vista nuevamente y sorbió de la pajita, seguramente pensando en cuando era una niña y solía ir al McDonal’s.
-¿Cómo te llamás? –le pregunté al rato.
-Arco Iris.
Y no preguntó el mío. La gente por todos lados actuaba así, habían olvidado las conversaciones y la confianza. Seguía tomando agua, lentamente, como disfrutando de ello. Pasados otros segundos…
-Yo me llamo Puck Desierto –le dije, sonriendo-. ¿Te gusta mi nombre?
-Síí… -suspiró, observando el suelo-. Muchas gracias –dijo, extendiendo hacia mí la botella, pero sin mirarme.
-De nada –La tomé con precaución para que no se me fuera a caer y la guardé en mi mochila-. ¿Te molesta si me siento acá un rato?
No contestó, pero supuse que no le molestaba nada en estos tiempos. Así que me senté junto a ella y me detuve unos minutos a mirar el páramo que nos rodeaba. En los últimos treinta años (quizás hace cincuenta ya se notaba la diferencia) el clima había cambiado abruptamente, y más aquí que en otras zonas del mundo: toda la humedad se borró rápidamente y la aridez inundó el aire. La gente trataba de acostumbrarse, de comprar más ventiladores y aires acondicionados, pero los suministros de energía no alcanzaban ya que mermaban los caudales de los ríos de litoral. Poco a poco la gran Capital se fue despoblando, la gente huía al sur cada verano, en rebaños inhumanos sobre el asfalto, a pie porque los combustibles eran algo muy raro -y peligroso para el que tenía y no sabía cuidarse. Hacía ya por lo menos siete años que la Capital era un desierto lleno de tierra y arena y edificios sin ventanas, sólo agujeros. Los pocos que quedábamos acá vivíamos también como animales del desierto, aprovechando lo que podíamos, desconfiando del resto, sobreviviendo en la anarquía.
¿Quién lo diría? ¿Quién se atrevería a pensar que el amor podía aún subsistir en esos días? Yo era uno de esos. Puck Desierto, ése era mi nombre, mi identidad, y creía en el amor y estaba dispuesto a ponerme a prueba.
-¿Cuántos años tenés? –le pregunté al rato, y ella, luego de suspirar y sin sacar la cabeza de entre sus piernas, me contestó:
-Dieciséis.
Su voz me gustó. Era un año mayor que yo pero parecía uno menor, sobre todo por su voz, y su tamaño. Era linda, seguro que con un lavado su pelo era brillante y sedoso, y su piel, debajo de toda su ropa para cubrirse de la radiación, debía ser tibia.
-¿Vivís sola?
-No –dijo, y levantó la cabeza para mirar alrededor-. Mi hermana mayor y mi mamá viven a dos kilómetros.
-¿Y qué hacías por acá, sola?
Su mandíbula inferior tembló un poco.
-Me pelié con ellas ayer… Pero creo que ya podría ir volviendo…
-Uh, perdoná –dije, haciendo una mueca. Había metido la pata seguramente-. Entonces si querés te acompaño, no es bueno que una chica como vos camine sola por ahí a la tarde.
-Gracias, pero me sé defender sola bastante bien –dijo, sin ser descortés.
-Ah, bueno, mejor por vos –comenté sonriendo. Ya iban dos metidas de pata.
El ambiente y el clima impedían las bases del amor, eso era evidente, pero estaba dispuesto a todo por comprobar que aún no se había perdido. Me estiré un poco y agarré un alambre que había por ahí. Como Arco Iris no parecía con muchas ganas de irse, me dediqué todo lo que quise a partir el alambre en dos. Una vez que terminé, le ofrecí uno de los trozos y con el otro tracé una cuadrícula en el piso.
-Te juego un tatetí –dije-, para matar el tiempo, ¿te parece?
-Bueno –coincidió, encogiéndose de hombros, y puso una cruz en una esquina. Yo esa técnica ya la conocía así que puse un círculo en el medio y terminamos empatando. Después de un par de partidas más ya parecía muy aburrida, y eso no iba bien.
-¿Y si mejor jugamos al piedra papel o tijeras…? –Esperé con el puño en la espalda unos instantes-. Piedra, papel, ¡o tijeras! –La mayoría de la gente primero saca tijeras, siempre, y por eso saqué papel, así ella me ganaba y tal vez podía verle una sonrisa. Pero no era alguien normal, obviamente, y eligió piedra, por lo que le gané. Dos minutos después ella me había ganado rotundamente, pero aún así no se sonreía, ni nada.
Dejamos el juego ahí y yo me tiré de espaldas al piso, a mirar las nubes que nos sobrevolaban a increíble velocidad. Ella miró hacia un costado, donde a unos kilómetros pasaba un viejo rengueando, antes de meter nuevamente su cara entre sus piernas, donde la oscuridad tal vez le permitía pensar mejor.
Sin dudas había elegido a la chica incorrecta en el momento incorrecto. A lo mejor me convenía despedirme en ese momento, diciéndole dónde vivía yo, para encontrarnos en alguna ocasión en la que estuviera menos triste.
Estaba pensando esto cuando se incorporó de pronto. Mis ojos se habían cerrado y fuera de ellos el cielo se había ido haciendo más oscuro y pardo. Desde arriba me miró, con una sonrisa, y me tiró la mano para que la sujetara y me levantara. Yo antes había estado tan cansado que me había dormido, y tal vez, pensé mientras me ponía colorado y aceptaba su mano, había roncado tan fuerte que la había hecho reír.
-Yo ya me voy para mi casa –me dijo mirándome a los ojos. Ahora que estaba parado frente a ella noté que yo era más bajo-. ¿Venís o te quedás?
Dudé un segundo. Su cara parecía diferente, tal vez no era tan linda como la había idealizado ahora que estaba oscuro, era otra Arco Iris.
-Ya es tarde, creo que te conviene quedarte -aconsejó.
-No, no, voy con vos.
Caminamos bien lento, una hora y media esa noche. Era sin duda una persona muy interesante, pero creo que el sueño que había echado ahí al lado suyo me había sacado las ganas momentáneas de probar que el amor existía aún en esa ciudad. Tal vez, en otra ocasión, volverían las ganas, con otro sueño. La dejé en la puerta de su casa, la despedí con un beso en la mejilla y me volví para mi casa.
Es poco probable que alguien encuentre el amor en estas zonas y en estos tiempos, ese amor que justamente ahora se dedica a desencontrar sentimientos y personas. Yo, Puck Desierto, encontré a Arco Iris estando dispuesto a amarla cuando ella no lo estaba, y Arco Iris me encontró después, quién sabe dispuesta a qué, cuando yo en realidad lo que quería era seguir durmiendo. A veces, sueños y amor no son la misma cosa.


(Con suerte), alguien hoy leyó este cuento en Avenida de mayo, estación de la línea C del subte en Capital Federal, alrededor de las 19,45 horas. Originalmente quería liberar el cuento El hombre más malo del mundo, de Leonardo Castellani, pero no figura en la web, y como tenía este cuento a mano... Espero que a alguien le guste.
Además de eso, fue un día súper interesante y de perder mieduchos.