viernes, 30 de noviembre de 2012

Cadencia nula

El reflejo
verde
del vidrio
del frasco
vacío
del dulce casero
que se venció.
El sabor
de la mandarina
podrida
que la vecina
disimulando
te regaló.
La bolsa
de hacer mandados
color azul
de plástico
reciclado
que de viejita
se resecó.
Las uvas del
año pasado
que me comprabas
en el mercado
que ya cerró.
Eran verdes
como el reflejo
del frasco y fuertes
como la hija
de la vecina
que hacía las compras
con una bolsa
de cotillón.

Cariños Cacho

Todos somos un poco locos,
idiotas somos todos un poco,
algunos somos más capos que otros,
otros nos llevan la delantera,
de lo que queda, elegimos nosotros;
por aprender, estamos todos,
haciendo la cola para morir
mientras vivimos de todos modos.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Lo que es no llevarse bien

No me llevo bien con las contestadoras automáticas. No me llevo bien con las pautas sociales. No me llevo bien con la gente que se mueve en masas. No me llevo bien con lo que se supone que uno tiene que hacer en determinadas situaciones. No me llevo bien con la gente apurada de los ascensores. No me llevo bien con los que tiran basura en la vía pública. No me llevo bien con el helado de menta. No me llevo bien con los que intentan robarme. No me llevo bien con las porciones chicas de comida. No me llevo bien con una billetera demasiado abultada. No me llevo bien con los panfletitos de putas.
Me llevo bien con los que duermen plácidamente en el tren. Me llevo bien con el dulce de leche. Me llevo bien con las radios apagadas. Me llevo bien con los colectiveros que responden el buenos días. Me llevo bien con la gente que no mira tele. Me llevo bien con los viejos que te hablan en la vereda. Me llevo bien con las hormigas de otros barrios. Me llevo bien con la gente que tiene remeras nerds. Me llevo bien con las operadoras de los centros de ayuda telefónicos que aparentan tener más de cuarenta años. Me llevo bien con los ciclistas entusiasmados. Me llevo bien con mi sombra cuando camino.

Atareado y aburrido, escribamos algo tonto

                                        Qué ganas de recorrer
toda tu boca.    
                                        Qué ganas de explorar
                                        hasta el más íntimo
de tus orgasmos.    
                                        Qué ganas de erosionar
tu piel,   
Qué ganas de conocer    
                                        tu cuerpo y tu mente.
                                        Qué ganas de comerme
un jorgito de dulce de leche.    

sábado, 24 de noviembre de 2012

Lazy

The lazier I am,
more full of life I feel
The lazier I am,
more pretty everything become,
including you, including me.
The lazier we are,
we can't help it,
the world fades away
and we shine,
and we shine.

Temores tememos todos

Hay temores muy particulares. No tienen nada que ver con la cobardía o valentía de alguien, aunque a lo mejor algunos tipos de locos no conozcan estos temores. Me refiero al miedo de equivocarse en algo tonto al hacer algo muy fácil, porque, convengamos, la humanidad viene equivocándose en las cosas más fáciles desde siempre. O el temor repentino, inexplicable, instintivo, de que se te asome un moquito por la nariz cuando estás por dar un beso importante. O el temor casi paranoico que te da una tarde y te hace mirar al cielo en busca de un potencial meteorito asesino, que los hay. O el miedo de cuando las cosas van demasiado bien para ser verdad, aunque lo sean. (O el temor de que las cosas vayan peor, cuando ya van mal.). O el miedo de volver a tu casa con el barrio sin luz, y aunque conozcas de memoria el recorrido pensás que tal vez las calles cambiaron de lugar. O el temor de saber que hubo un robo violento en tu municipio y, entre miles, pudo ser en tu casa, lo cual es mucho mucho mucho más probable que lo del meteorito.
En fin, temores por el estilo conocemos todos. A mí hay uno que me enferma. Es el miedo de que alguien me pida formalmente una argumentación que explique lo divagante de mi comportamiento esperando el colectivo, mis peroratas en silencio en el subte, mis sonrisas inesperadas sin motivo ni final.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Antes fuimos dos

Me voy a dormir
y voy a conectar
el ventilador,
no por el calor
sino por el rumor
de las aspas al girar
y el ruido del motor
que arrulla sin parar.
Es la forma de evitar
el silencio abrumador
del aire sin respirar,
de la cama sin tender,
de la almohada sin voltear,
del recuerdo sin perder
de que antes fuimos dos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Volver, volver, volver

Me dijo que no volviera, y no lo pienso hacer. Podrá llorar, rogar, ponerse de rodillas, mandarme flores, bombones, juegos originales o cartas bombas; podrá pedirle a Obama que interceda en su nombre, podrá conseguir que Al Qaeda me secuestre; podrá dispararme; apuntar alto. Pero no va a conseguir que vuelva. Yo siempre avanzo. No voy a volver.
Sólo temo que el piso que pisé, mientras yo avanzo, de la vuelta y me lleve de nuevo, otra vez, a donde una vez me dijo que no fuera a volver.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Kalavatras

No es locura, es ansiedad.
No enfermedad, sino celos
que la furia encendieron
y destrozaron la vida.

El monte encendido,
el bosque talado,
el campo, anegado.
Mi cielo, perdido.

Ya, sangrando, la herida
(ya en ella tus dedos)
pide cura prohibida:
tus besos.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Megaloupes

¿Cómo te atreviste a envejecer?
¿Qué es ahora de todas tus mañas?

Todavía me duele todo el mundo
de tanto que lo pateaste.

Siempre fuiste anarquía,
tu modestia de ahora me extraña.

El dedo que pusiste lo podés ir sacando
que la llaga no se vuelve más grande.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Misantrópico

La gente mediocre
me da alergia.
Odio cuando su olor
se me impregna.

No aguanto
a los amables.
No son felices,
pero tampoco falsos.

Y rabia me da
la gente perfecta.
Odio
la competencia.

martes, 13 de noviembre de 2012

Hormigas voladoras

Esto me acaba de suceder a mí hace minutos nomás, en mi propia casa. Yo estaba en la cocina preparándome un té con leche (mi papá se acabó el café) cuando vi, por la ventana, una lluvia de cositas blancas. Primero pensé que sería algún tipo de semilla volátil, como el de los bananeros o los palos borrachos, pero después me di cuenta que eran insectos. Caían desde el sudeste, de donde soplaba un viento suave. El sol recién asomándose atrás de los árboles los hacía parecer blancos.
Un minuto después mi desayuno estaba listo y decidí ir a tomármelo al patio. Cuando salí vi que la lluvia de insectos se había intensificado, y tuve temor de adentrarme en medio de un enjambre migratorio o algo así. Pero entonces uno de los bichos cayó a mis pies y vi que era una pareja de las llamadas hormigas voladoras apareándose. Me encogí de hombros y fui a sentarme.
Para cuando me senté, tenía al menos cinco parejas de hormigas voladoras apareándose sobre mis brazos, colita con colita, agitando las alas nerviosamente. Me encogí un poco, me puse la capucha del buzo y tapé con una mano la boca de la taza para evitar bañistas impúdicos en mi té con leche. Empecé a tararear la canción de Kevin Johansen "y hacer el amor/que se acabe el mundo sin amor/que se acabe el mundo sin amor".
No estaba terminando mi taza que los amantes emprendieron el retorno a su hogar. Desde el piso, la mesa, las sillas de jardín (mis brazos), las parejitas se separaban e inmediatamente salían volando de la dirección en que habían venido (hacia el sudeste, desde donde soplaba un vientito, e iluminados blanco por el sol) en una línea ascendente perfecta de cuarenta y cinco grados. Algunos (supongo que los machos, no sé por qué) tenían dificultades en emprender vuelto tan rápido, revoloteaban, golpeaban la pata de una silla o una planta, se reacomodaban y recién entonces podían alzarse en el aire.
Así como llegó, de forma migratoria e inesperada, el enjambre de hormigas voladoras se fue. Fue un lindo espectáculo para el desayuno. Después, cuando ya la taza estaba limpia y escurriéndose, me di una vuelta por el jardín y encontré cientos de parejitas ahogadas en la superficie de la pileta, algunas por separado, otras todavía unidas en un abrazo de frenesí. Prendí la bomba para filtrarlas y me vine a la computadora.

Cuando escuchaba eRa

Fue uno o dos años antes de que aparecieran los primeros reproductores de mp3 (que fueron los iPod revolucionarios). Mi hermano se había comprado un diskman y en veinte CDs había metido, con la revolucionaria tecnología del .mp3 (que entraban diez CDs en uno), horas y horas de música.
Yo le pedí a mi mamá que me regalara un diskman pero se rieron de mí. "Vos sólo tenés dos CDs", me dijeron, refiriéndose a los dos álbumes de eRa. "¿Para qué querés un diskman si sólo tenés dos CDs?"
No entendía nadie (y yo recién ahora, al recordarlo y desfragmentarlo, lo entiendo) es que para mí no necesitaba cien CDs para que valiera la pena tener un diskman. Yo podría haber estado días enteros escuchando mis dos álbumes de eRa. Y hubiera sido feliz.
Hoy tengo medio disco lleno de música de todos los países y las épocas y los géneros. Discografías enteras. No puedo hacer la cuenta pero deben superar las seiscientas horas de reproducción continua. Y así y todo, cuando me canso de escuchar cosas extrañísimas, vuelvo a escuchar los dos álbumes de eRa.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Persona que corta el pasto

Fue un sábado con aire limpio y en las doce cuadras que hay del cementerio a mi casa debo haberme cruzado con unas veinte personas que cortaban el pasto o arreglaban las plantas.
A la vuelta de mi casa vi, desde lejos, a un viejo que suelo cruzarme cuando hago los mandados. Sé por mi mamá que es un hombre soltero. Es de esas personas mayores que, o bien no ven un carajo, o no saben cómo sostener una bordeadora, o simplemente les encanta torturar cada brizna de pasto hasta que no queda más que tierra dura.
Cuando pasé frente a la vereda que desmontaba este hombre con su máquina, surgió la sospecha en mí, viendo mis manos todavía manchadas de pintura y teniendo en cuenta mi gusto por los boscosos jardines ingleses, que la forma de cortar el pasto de una persona habla de su personalidad.
Me detuve un momento, lo saludé con un gesto y me acerqué.
-Buen día -dije.
-Buenas tardes -contestó, apagando la bordeadora.
-Perdón mi intromisión pero ¿tiene hijos usted?
El hombre de repente apoyó la bordeadora en el piso y se sostuvo sobre ella, poniendo una cara triste de flashback doloroso.
-Tuve dos nenas. Preciosas -aclaró-. Hace veinte años que se escaparon de casa...
No necesitaba más información para corroborar mi teoría. Asentí, haciendo un gesto de comprender su desdicha, lo saludé con la mano y me alejé. No había dado cinco pasos que la máquina volvía a azotar la tierra.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Sapo tragamonedas

En mi jardín hay muchas arañas, caracoles y babosas. Mi papá quiere llamar al fumigador pero yo no. Me gusta ver los insectos reptar sobre el pasto, esconderse en el embaldosado, correr por las paredes. Me gusta ver las alas perdidas de los grillos, los caminos de hormigas, las familias de cienpieses, las huellas de mil burbujas explotadas por el sol, la cuevita de un corazón lastimado por mil "no", el volar de las libélulas. Corren y juegan, matan y vuelan, comen, envenenan, se aparean, procrean, pelean, toman sol y, como yo, se hunden en la pileta.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Hola caos

La decisión y la acción no son suficientes para dominar el caos. La decisión y la acción pueden, sin embargo, ordenar el caos y el azar hasta un punto soportable, productivo, agradable, durante ciertos períodos de tiempo. A veces pueden darle sentido, pero el caos incluso puede invertir ese sentido, o quebrarlo. 
No hay leyes, no hay seguridades para el caos. Pero alguien extraordinario puede, con desición, acción, y oración, convencer al caos de que respete su voluntad, lo ayude, lo guíe. Y ese alguien puede sobrevivir, incluso muriendo. Encontrar sentido, incluso en el sinsentido.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Máximas expectativas

Me presenté, me dí a conocer y te invité a un viaje por todo el mundo y todas las experiencias. Continentes de sabores y vibraciones, vuelos de escalofríos, trasbordos agridulces, demoras de besos. Un mínimo de equipaje y el máximo de expectativas. A darle la vuelta entera, te dije, como si siempre adelante hubiera una salida. Tenía mi brazo extendido mientras lo decía, y vimos que crecía hasta ser un puente que cruzaba por idiomas hermosos y paisajes tropicales, viste que mi mano acariciaba las estrellas de tu mejilla y se hundía en un océanos misterioso que invitaba a ahogarse de azúcar.
Pero me dijiste que estabas ocupada. Que este año no, tal vez el otro. Que el tiempo, las tareas, los chicos, la responsabilidad, el jefe, las ballenas, el pasaporte. Creí que yo no había sido claro, pero tus oídos no tenían imaginación.