jueves, 29 de diciembre de 2011

Hoy la tarde

Hoy la tarde se bañó en oro.
Y los árboles brillaban.
Las nubes eran de tal vapor tan frágil
que el cielo se hizo trasparente para no impedir.
El vientito fresco era tan puro como un suspiro de bebé.
El mundo se hamacaba.
El aire se deshacía.
Hoy la tarde se bañó en oro.
Y las tristezas se maquillaban.

martes, 27 de diciembre de 2011

Dites-moi votre secret

Sos un dado que muestra una cara a la vez.
Sos un mundo de discordias y disputas.
Sos inconstante, ciclotímica, sos histriónica.
No decís lo que pensás y actuás al revés.
Sos un río que se sube a los árboles.
Sos la nube que se acuesta con un pez.
Sos rocío, son carbón, sos manteca
que se unta con cuidado y se deja caer.
Sos muy puta y no lo demostrás.
Sos celosa, y eso lo odiás.
Tenés un secreto con miguitas de pan
que vos, pajarita, me querías a contar.

Pulso

Vi que el tren se acercaba demasiado rápido, aplastando y desviando el tráfico, escupiendo humo y escombros. Me llamó la atención que no necesitara rieles. El noticiero había anunciado el atentado.
Yo ya había oído hablar del Pulso Vital. Una pulsación, un sonido inaudible, que es producto y causa de la vida, es lo que diferencia a los seres vivos de las cosas muertas. Había leído la contratapa del libro de este científico belga, Vanderalgo, que decía haber estudiado el Pulso Vital. Quería ganar un Nobel.
Vi el monstruo de metal que avanzaba hacia nosotros. Los primeros segundos me quedé inmóvil. Si ustedes hubieran estado ahí hubieran sentido lo mismo que yo. Recién cuando pude relacionar el atentado con ese tren descarrilado que avanzaba por la Avenida de Mayo, las rodillas se me aflojaron. Y corrí.
Según este científico, Mozart y Beethoven se habían inspirado en el ritmo de este Pulso, consciente o inconscientemente, para sus mejores piezas. Había experimentado con plantas, bacterias, moscas de la fruta y caracoles, y afirmaba que bajo la influencia de este tipo de música, los organismos crecían más rápido, más fuertes, más saludables, y se reproducían más rápido.
Quise alejarme de la Casa Rosada, pero de alguna forma corrí en redondo, sin bajarme de la plaza que el tren iba a atravesar en un momento. Tal vez quería ponerme a mayor distancia del edificio, pero no quería alejarme de la zona de impacto. Quería verlo. Quería verlo todo.
Vanderyst también había analizado el cerebro y las funciones fisiológicas de adolescentes y adultos en ambientes que imitaban los clubes nocturnos y los recitales. Afirmaba que tras una hora y media de permanecer en un sitio así, el Pulso Vital de cualquier humano descendía a menos de la mitad. Que se mataba al Pulso.
El tren, con quinientas toneladas de explosivos, atravesó la Plaza de Mayo escupiendo tierra, grava, concreto. Ni siquiera alcancé a ver cómo destruía al pirámide. La reja voló como una latita de coca aplastada y la locomotora quedó libre para incrustarse dentro de la Casa Rosada. La explosión, blanca como un mediodía, me tiró para atrás y después me levantó en el aire. Más de cuarenta metros. Sólo pude ver, por unos segundos, el fuego expansivo, humo negro vertical como la muerte, pedazos de arquitectura aplastando cosas a su paso.
Mis tímpanos se apagaron. No escuchaba mi propia voz, no sabía si lograba gritar pidiendo auxilio. Recién cuando me callé, o cuando fui consciente de que no estaba emitiendo ningún sonido, pude percibir eso que Vanderyst había descrito. No una música, no un instrumento particular, no una canción, más bien un poema de susurros, una chicharra alegre. Adentro mío, por mi cabeza, mi pecho, saltando con la sangre. Era hermosa, una sinfonía completa, eterna. Y sentí que de a poco se apagaba, desde la cadera hasta las piernas, por culpa de una viga.

domingo, 25 de diciembre de 2011

P

Qué será el alma buena
que me herede un poema y una flor:
por un río traficante
una nena con un guante
rema sola y sin señor.
Salvenlá, salvennos,
ya no quedan más canciones
pa sacarnos el calor.
Ya no quedan anestesias
ni ojos vistos
ni un color.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El retrato de Celina

Casimiro estudiaba pintura y amaba a Celina, la hija de su maestro. Ella era tan inteligente, culta y graciosa que intimidaba. Sin embargo Casimiro le declaró su amor y fue a pedirle la mano de Celina a su maestro, y él, conociendo a su hija y conociendo a Casimiro, le impuso una condición: entregaría a Celina si hacía un retrato de ella tan perfecto que enamorara sólo por su dibujo y sus colores. Ese retrato tendría que ser tan perfecto que al verlo, Celina, que era muy narcisista, se enamoraría de sí misma, y por poseer el retrato querría poseerlo a Casimiro, y el trabajo estaría hecho.
¿Pero cómo lograría pintarlo? Casimiro gastó un año entero en museos y libros de dibujo estudiando genios. Un día buscó a Celina y le pidió ayuda: necesitaba que le regalase un cabello suyo. Y ella, instruida por su padre, le regaló un cabello: si eres capaz de capturar mi belleza a través de uno de mis cabellos, le dijo, tal vez puedas más adelante hacer un retrato perfecto. Casimiro contento compró cuadernos, lienzos y pinturas, y luego de un mes de pintar apasionadamente, logró lo que quería: el retrato perfecto de un pelo. Cuando lo logró se lo mostró a Celina y le pidió otra ayuda, y ella regaló un mechón con un moñito, al cual estuvo más de un año retratándolo. Después le volvió a pedir ayuda y su padre, el maestro, le dijo que le regalara una pestaña; después la huella de sus labios en una servilleta, después el frasco vacío de su perfume preferido, después un trocito del espejo en que se miraba todas las mañanas, después una botellita con el aire de su alcoba.
Y mientras que Casimiro y Celia, que hacía años se amaban silenciosamente, crecían, envejecían y se encorvaban ante la vida, el maestro pintor juntaba en su altillo los cuadros del pretendiente, las pinturas más hermosas y apasionadas jamás logradas por un amante.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Le gardien d'amour

¿Querés despertar lo peor de mí?
quiero adormecer lo mejor de vos.
Queremos jugar.
Queremos una noche con sol.
Quiero escribir toda la vida sobre un colchón
mientras salís y bailás el perfume ladrón.
Me hacés saltar, te hago sufrir,
me hacés morder, te hago latir,
me hacés muy bien, nos gusta reír.
Sigamos así, sigamos...

sábado, 17 de diciembre de 2011

Lo huesos al sol

-¿Ves esos huesos? ¿Ves esas piedras? Me siento igual de viejo que ellas.
Junto al camino quedaban los restos de la excavación arqueológica. Suspendida a mitad de diciembre por falta de presupuesto, a aguantar la intemperie.
-¿De qué habla, don? -me preguntó el niño del cicus, achicando los ojos por el sol que se ponía-. Usté debe tene la edad de mi papá.
-Tu papá tiene una sangre de hierro que no se oxida. De donde yo vengo comemos barro desde que dejamos la teta. El saber ciertas cosas pesa, nuestra sangre se coagula en las alturas y nos agrieta la piel el calor... ¿Ve esos huesos? Así estoy yo por dentro.
-Todos tenemo huesos, don. Sabrá ciertas cosas, pero no sabe lo elemental, ¿no, don?
Sin apartar los ojos de la pilita de costillas, tibias y fémures, le digo que sí. Que esqueleto tienen todos, solo que algunos sientes que se les parte adentro.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Que cante y no cante

Me gustaría que cantaras y no cantaras. Me gustaría que saltaras y no saltaras. Me gustaría que por un día sonrieras y no sonrieras. Me gustaría que me miraras y no me miraras, que abrieras la boca y no abrieras la boca.
Me gusta cuando afirmás y no afirmás. Me gusta cuando suspirás y no suspirás. Me gusta cuando tirás lejos y no tirás. Cuando me atrapás y no me atrapás. Cuando evadís y no evadís. Me gusta cuando sos vos y sos vos.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Condición humana XXXXIX

Entre las serpientes y víboras todavía se cuenta que la primera noche después de ser expulsados del Edén, Adán y Eva durmieron mal y al despertar conocieron por primera vez los dolores de espalda. Se malhumoraron y se reprocharon uno a otro el haber comido la fruta prohibida. Cuentan las serpientes que todo ese día estuvieron peleados pero que, al hacerse de noche otra vez, Adán hizo un fuego y se fue a buscar madera; al volver la encontró a Eva esperándolo, se perdonaron, se abrazaron y se durmieron tarde, después de haber recordado todas las cosas divertidas y hermosas que habían hecho en el Edén antes de ser expulsados, y que nunca más iban a disfrutar, que ninguno de sus hijos iba a conocer jamás.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Coleccionables


  En Antropquía todos saben
  que la felicidad tiene mil nombres
  y no responde a ninguno de ellos.
  En Antropquía todos saben
  que la desgracia es sordamuda
  y una experta cocinera.
  Y a todos en Antropquía
  les chupa todo un huevo.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El mes de la tortilla

A mi papá le preocupan unas cosas y a mí otras.
-Si las cosas siguen así, un día Irán va a tirar una bomba sobre Iraq -dice, amargado, dejando la tortilla a un lado-. Después de ahí se pudre todo.
Mi mamá lo mira preocupada también, pero ella piensa en que no queda más plata y que vamos a tener que comer tortillas hasta fin de mes.
-Hoy hice la prueba -digo yo, terminando mi porcioncita- y caminé la última media cuadra hasta el portón de casa, con la llave en la mano, y la mano a la exalta altura de la cerradura del portón... ¿Cómo hará para recordar eso mi cuerpo, no?
Mi hermano pidió una tercera tortilla para él, pero mi mamá le dijo que no había más.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Postales en negro

Anoche casi me atropella un auto negro que iba sin luces. Había sido un buen día, había faltado al trabajo y nadie me había corrido. Pero todo se fue a la mierda en el preciso instante en que salté hacia atrás y un auto negro se clavó en el lugar que yo acaba de ocupar. Mierda pensé, podría estar muerto. Escuché un bocinazo y el colectivo que venía atrás pasó raudamente dejándome en un estrecho pasillo, entre bondi y auto negro, en medio de la calle. Mierda mierda, podría haber muerto dos veces. Pero estaba vivo... ¿algo había cambiado? El del auto y sus lucecitas de neón, sin prender los faros reglamentarios, me miró un segundo y se fue. Los dos que podrían haberme revolcado en pedacitos habían dejado una calle vacía, y mi boca vacía, y mi garganta vacía, y todo el resto bastante vacío también. Ileso, igual a recién. Acababa de vivir, y todo seguía igual. A la mierda todo pensé, me invadieron ganas de matar, matar o morir. Matar y morir. A la mierda con todo y la vida, a la mierda con los que mueren y los que siguen vivos. A la mierda todo lo que va a morir. Anoche quería eternizarme mirando el cielo.

martes, 15 de noviembre de 2011

Esa edad indescifrable

¿Qué edad tendrá, que me gusta tanto? Puedo pensar que tiene quince, puedo pensar que le preocupa llegar a los treinta, puedo ver que tiene siglos. ¿Cómo camina, cómo se mueve, cómo respira que me atrae tanto? Lleva ese andar con frescura, cuando no es pura gracia es admirable su torpeza, a veces parece adorable como un gatito mojado. ¿Qué es esa forma de hablar, esas pausas, esa transmisión de pensamientos? Deja ver sus ideas, deja verlo todo, no esconde nada porque incluso ella ignora su mejor misterio. ¿Qué son esas horas de tristeza, esas melancolías, que me parten en pedazos? Un ser humano no es suficiente cosa para consolarla. ¿Qué son esas risas tan espontáneas, tan de aire, esas risitas tan de pasto y hojas verdes, esa hilarante carcajada, que me enamora así de fuerte? Sus labios forman rimas hasta en los velorios y las filas del tren. Ya la busco tanto y la quiero tanto que no sé si existe, si es mi creación, si es mía o qué será de ella cuando la olvide y deje de amarla como hoy.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Un mosquito en mi mano

Matar mosquitos es un hábito, matarlos con una sola mano, cazándolos en pleno vuelo, es una profesión. En ese sentido debo confesar sin alardes que soy profesional desde los doce años. Por eso es que me sorprendió tanto lo que pasó hoy: sé que a veces uno atrapa al mosquito y cree haberlo liquidado con eso, pero al abrir la mano el turro revolotea lo más contento y se va; por eso es que siempre, desde los doce años, cuando atrapo a un mosquito hago mucha fuerza, estrujo los dedos y si es necesario me muerdo mi propio puño cerrado, lo que haga falta para asegurarme. Sin embargo hoy atrapé  un mosquito y algo me detuvo. No sé explicar qué. Con cautela, casi con miedo de lo que estaba haciendo, acerqué la mano cerrada al oído. Nada al principio, después escuché algo que ni se acercaba al murmullo. Así deben charlar los duendes. Presté atención: era un aleteo, un batir anímico de alas de cristal. ¡El mosquito dentro de mi mano intentaba volar, intentaba escapar! Jamás hasta hoy se me había ocurrido pensar que un mosquito, atrapado dentro de mi mano, hiciera más que esperar la muerte, sumiso, apretado entre pliegues voluminosos de piel, ¡pero éste aún luchaba! ¡Dentro de mi increíble puño cerrado se escondía un mosquito que se jugaba su vida con ferocidad de lupa, dispuesto a todo por vencerme! Cuando la maravilla del descubrimiento pasó, apreté la mano y el mosquito reventó. Me limpié con un pañuelito y encontré, enojado, que me había pinchado entre el dedo mayor y el anular. Todavía pica mientras tipeo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Los dos globos

Después del último suspiro hubo una pausa en la que los dos se miraron quedamente. Sus cabezas parecían infladas e inestables como globos.
-Parece que ya no hay nada por decir. Parece que ya todo está dicho -dijo uno.
-Entonces volvamos -dijo el otro- a hablar de nada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Laraiá laraiá laraiá

El susurro de los árboles de la plaza era tan tenue como el de la gente que caminaba alrededor, el ulular de las palomas que buscaban las migas perdidas latía en la brisa cálida que peinaba el pasto hirviente que reflejaba el sol de mediodía. La chicharra oxidada de la barrera del tren campaneaba lenta, perezosamente, sumergida en la misma abulia que me dominaba a mí y al resto del mundo. Con los párpados entrecerrados, apenas despegadas las pestañas, miraba los círculos de una bolsa de plástico que flotaba sobre la esquina como un pájaro melancólico, como un fantasma olvidado. Un hombre de traje se sentó al lado mío, con cuidado y pausa. Soltó el maletín gastado, se sacó uno a uno los zapados llenos de tierra y las medias transpiradas, se soltó la corbata y la dejó caer a un lado, muerta. La contemplé, arrugada, inanimada. De pronto todo había perdido sentido, como si nos hubieran anunciado que junto al cenit del verano, el mundo dejaría de existir.

domingo, 30 de octubre de 2011

Gira yira

-¿Alguna vez pensaste cómo te verías desde el espacio mientras dormís si todas las demás cosas y el mundo fueran invisibles? Sería increíble ver una cama con un tipo dormido dando volando a mil seiscientos kilómetros por hora dando la vuelta una y otra vez.
-Más o menos lo que siento yo cuando estoy dormido.

[Con la inmersión de la cultura en Internet, en el futuro los adolescentes se enamorarán a través de fotos de la chica/el chico que no está etiquetada/o, sólo porque no está etiquetada/o.]

viernes, 28 de octubre de 2011

Cuestión de visión

Estoy mirando a lo lejos a ver si llega el colectivo. En eso veo dos flacos que se acercan al kiosko intercambiando miradas sospechosas entre ellos. Inmediatamente pienso lo peor y miro al kioskero gordo, tratando de advertirle con la mirada. Sin embargo él no me ve y se dedica a atender a uno de los dos flacos, que lo mira fijamente mientras su compañero relojea el kiosko alrededor. Está servido, pienso, pero sin llegar a ningún desenlace nefasto el pibe paga y se van los dos del kiosko. Todo tranquilo, falsa alarma. Me los quedo mirando, sorprendido, sin advertir que el kioskero barbudo, que había ido a la librería de la esquina, volvía por la vereda opuesta observando toda la escena, y especialmente observándome a mí. El kioskero barbudo llega junto a su amigo, el kioskero gordo, y le dice "tené cuidado con ese que se hace que está esperando el bondi, recién lo vi no dejaba de mirar acá, con demasiada atención".


[Con la inmersión de la cultura en Internet, en el futuro va a morir un famoso y va a pedir que su epitafio diga "Fulanito de Tal: googlealo".]

martes, 25 de octubre de 2011

Coleccionables

Un meurtrier avec des lunettes

Los vecinos de la Manzana
se quejaban y quejaban
que no veían duendes
que no veían hadas.

Que sin magia no veían
lo divertido de la vida,
que sin milagros se perdían
lo mejor, la fantasía.

Hasta que un día una vieja
se cansó y dijo bien fuerte
"pedazos de ignorantes,
brutos, forros, desmentados:
¿no sabén que la magia
toma formas de prestado?

Duendes, hadas, capricornios
son clichés del mercado,
magia en serio tiene un perro
que ladra medio raro,
magia es el sonido
de un gato en el tejado.

¡Magia, burros, chuecos natos,
hay en árboles y en charcos,
en las piedras que patearon
nenes que de viejos lloraron,
magia hay, infradotados,
en el musgo, en las tejas, en los jarros!
Magia hay en todos lados.
Magia olemos, magia usamos."

viernes, 21 de octubre de 2011

Condición humana XXXXVIII

Son esas pequeñas discusiones en la mesa las que más desgastan y emponzoñan el alma de la convivencia. Y mis papás tienen especial habilidad para charlar los temas más molestos a la hora de la cena. Como estas cosas siempre terminan a los portazos, son las charlas con amigos las que sirven de descarga y argumentación en pro y contras y las eternas quejas de todo. Y al final sólo quedan ese vago pensamiento de "por qué los hijos no pueden elegir a sus padres" y la verdad de que los padres tampoco eligen a los hijos, y el consuelo que más que consuelo es resignación, de que aunque los padres eligieran y los hijos también, el mundo no sería muy diferente.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Condición humana XXXXVII

Cuando uno ve a alguien que está parado en el colectivo casi vacío, siente una mezcla de varios sentimientos entre los que se inlcuyen pena, burla, desprecio, admiración y compasión. Yo, sin embargo, sé por qué es que hay gente que se queda parada: no tiene nada que ver con que pasen todo el día con el culo sobre una silla de oficina, o que sus piernas estén hechas para estar erguidas, o que se estén por bajar. Yo sé que las personas esas, en realidad, son románticos que quieren otro tipo de asientos, son gente que no se conforma con asientos plásticos duros, con el acolchado arrancado. Esa gente quiere su asiento mullido, limpio, cuidado, ni siquiera el asiento viejo que es blando pero se cae a pedazos. Esa gente, esos idealistas, nunca van a depositar sus nalgas sobre asientos que no sean perfectos. Ellos no se rebajan. Ellos aguantan de pie.

martes, 18 de octubre de 2011

Duchada

Uno, en lo que va viviendo, aprende muchísimas cosas diminutas, muchísimas cosas que jamás aparecerán en ningún tipo de libro, cuento o anécdota siquiera. Recuerdo bien la mirada cómplice y picarona con que me miró mi mamá esa mañana que me escuchó cantar en la ducha: hacía una semana que había conocido a Soledad. Y por eso no necesité preguntarle a nadie por qué mamá tenía esa cara tan fea la mañana en que desde toda la casa se lo escuchaba cantar a papá.

domingo, 16 de octubre de 2011

Ahídondequerésir

Dije que no se me ocurría dónde llevarte, pero era mentira, poque sé de mil lugares que te encantarían: podría llevarte a la selva donde se fabrica la leche chocolatada, o podría llevarte a un país con navidades blancas donde no existen los donantes de hígados. Tal vez te guste más ese cine donde proyectan nuestras vidas, y se me ocurre que para la segunda cita te va a encantar el Egipto que una vez soñé en el jardín de infantes. Buciemos en un mar con tiburones de caramelo, escalemos un volcán que escupe estrellas, cenemos en una confitería servida por robots melancólicos y emborrachémonos en una plaza llena de jirafas.
Te comento que también, como plan B, tengo entradas para el recital del sábado.

viernes, 14 de octubre de 2011

Sueño que camino

Distraído miré mis manos sucias de tierra y me acordé, como en un relámpago viciado, que anoche soñé que se había quemado la lamparita de mi baño, y que después en el colectivo habían habilitado el pago con tarjeta. Cuando la realidad se inmiscuye demasiado mientras dormimos, los sueños deberían tener otro nombre, pensé mientras reanudaba mi tarea de cavar tumbas para pajaritos.

jueves, 13 de octubre de 2011

Podemos ver el cielo

Un murmullo infantil recorrió el colectivo: después del estacionamiento iluminado por reflectores del supermercado, la calle se volvía más negra que una angustia. Y a una cuadra no se hubiera podido ver ni una angustia bailando; parecía que el corte de luz llegaba hasta el mismo fin de la civilización. La gente se pegó contra las ventanillas para mirar el negro espectáculo. Varias personas se bajaron en la primera parada que hizo el colectivo aunque estoy seguro de que a muchos les correspondía bajarse después. Los demás, los que seguimos adelante, intercambiamos miradas que, si no fuera por el redoblante de la inseguridad que se nos venía a la mente, nos hubieran causado mucha gracia. ¡Cuidado que no te violen! se despidió una amiga de la otra.
Ya veinte cuadras dentro del lobo mis pupilas se habían acostumbrado a la noche, pero así y todo me costó reconocer dónde bajarme. Después de que el colectivo arrancara crucé la calle y quedé encandilado con un auto que circulaba con las luces altas. Al pasar dejó fragmentos brillantes que titilaron en rejas, ventanas, pomos de puertas, canaletas, envoltorios brillantes, agua del cordón. Y cuando se me fue la ceguera, miré para arriba y me detuve: se veía el cielo. Digo, se veía el cielo de un violeta noche con estrellas vangoghianas que en la esquina era un mar sin fin ni fondo, y que a mitad de cuadra era un río con copas negras de árboles como orillas, y que de pronto iluminaba y daba tanta confianza que el millón de veces que la palabra inseguridad se escuchó en la radio, no significó nada. Con las estrellas como techo caminé, contento como pocas veces, las cinco cuadras hasta mi casa, en donde por algún milagro había electricidad y una computadora que me esperaba para escribir.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Coleccionables

The awakening of all your nostalgia

En su cara arde un fuego que no quiero que nadie apague.
En su fuego nace un ave que no quiero que nadie cace.
En ese pájaro hay un lamento que no quiero que nadie escuche.
En ese lamento hay una verdad que es mi verdad.

¡Ne!

-Es un nene -dijeron de él, en público y a sus espaldas-. ¿Qué puede hacer un nene? -se preguntaron con destellos irónicos pegados a las pestañas-. Un nene no hace nada. Un nene es dependiente. Un nene es lo que le dicen, sabe lo que le dicen, un nene conoce lo que le contaron y piensa lo que le pensaron por él.
Pero eran sus corazones los que, una vez de niños, recibieron el castigo de escuchar "es un nene". Este nene, en cambio, los escuchaba hablar y no entendía, veía las arrugas alrededor de sus bocas y sólo veía arrugas viejas. Él tenía un corazoncito que latía solo y una canción que lo hacía pasear sobre el lomo de un elefante centenario.

domingo, 9 de octubre de 2011

Sin chispero no hay tu mula

No hay chispa. Busco algo en el pelaje de mi gato y no hay chispa, busco abajo de la cama, no hay chispa. ¿En el estante más alto? Nada. Salí a correr por el fondo y no hubo ni una chispa. Miré durante quince segundos la pileta vacía, la hamaca rota, la mesa oxidada sobre la que falleció la antigua dueña de esta casa, miré con enojo fútil la estela de humo que, detrás de la medianera, mi llorona vecina iba dejando, y no hubo ni una sola chispa. Derrotado volví a mi cuarto y prendí la compu. Me saqué las zapatillas y cuando fui a calzarme las pantuflas, descubrí que un duende perdido las había adoptado como cueva.

Tren quieto

Llevan varados más de una hora. El sol de pleno corta el vagón en rombos de cuarenta y cinco grados. Afuera la ciudad bulle, distante, sembrada con columnas de humo, sirenas, olores. Pero adentro la gente espera que el tren reanude su marcha.
Parado junto a la puerta, un hombre con la cara no tan arrugada pero sin un pelo que no sea cana, mira el reflejo del sol en los rieles, y mientras lo hace piensa en su vida. Lo difícil que le fue llegar hasta donde está, que no es la gran cosa pero que sí lo es para él. Una vida dura, sacrificó muchas cosas, tiene muchas otras todavía pendientes, pero se conforma con pensar que puede alimentar a su familia y, tal vez, cumplir alguna. El hombre sonríe, de pie, junto a la puerta.
Sentado de espaldas a él hay un universitario de dieciocho años. Piensa que le quedan dos días para terminar el trabajo que tiene que entregar, pero también piensa en que no vale la pena preocuparse por tanto: apenas está en el CBC. También piensa en que si no se toma en serio el CBC puede malacostumbrarse y no tomarse en serio la carrera de medicina, y si no hace eso nunca la va a terminar. También, mientras pasan los segundos, piensa en una chica que quiere conocer.
Sentada frente a él, tejiendo una bufanda de un verde chillón, está una mujer de veintinueve años, casi treinta. Su hermana (son mellizas) tiene un hijo malcriado y le pidió que se hiciera cargo de él durante el fin de semana. Lindo regalo de cumpleaños. Ella por lo menos le está tejiendo una bufanda. Lo bueno del fin de semana que le depara es que, cuando termine, va a poder hablar mal de su hermana durante horas con su mejor amiga, Adela.
Junto a ellos dos, estirando las piernas sobre el asiento vacío, un chico de catorce años se durmió escuchando ACDC. Uno de los auriculares se deslizó fuera de su oreja y su zumbido llega hasta la mitad del vagón.
El tren de pronto se mueve pero se detiene al instante. Todos interrumpen sus pensamientos e intercambian miradas cortas. Vuelve a moverse, y esta vez arranca, avanza.

sábado, 1 de octubre de 2011

Consumerism

Ese celular es un monstruo. Un monstruo, por Dios, y pensar lo ansioso que estaba la semana que tardaron en traérmelo. ¡Pensar que me costó un año de ahorrar y ahorrar, y ahora que lo tengo no puedo ni usarlo! Jamás creí que un aparato, que un simple celular, pudiera ser algo tan diabólico. Es un arma perversa, es algo inhumano. Cuando llamé al representante en Argentina de los fabricadores supe que era algo más allá de lo que yo podía imaginar. La voz macabra del gerente me heló el pecho y destrozó mis esperanzas. No había devolución, el aparato no estaba estropeado. El celular era lo que era, yo ya lo había comprado. Ahora no hay escapatoria, no va a parar hasta consumirme. Pensar que quería cambiar mi iPhone porque tenía un rayoncito... Lo que daría por volver a tener sólo mi iPhone rayado. ¿Y por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué, dentro de todas las fatalidades, tuve que dejarlo por última vez en la mesita al lado de las llaves, ahí, custodiando la única puerta del departamento? No tengo alternativa. Son quince pisos. No tengo forma de llamar a nadie por ayuda, los vecinos están de vacaciones. Estoy solo en mi departamento, con el celular. No queda más alternativa que sacar el mosquitero del lavadero y saltar.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Nabódilus © primer capítulo


Estaba como otras restantes ocho horas del día: haciendo nada en mi habitación. Sentado en la cama, con la almohada que me protegía de la pared fría, la ventana y la persiana herméticamente cerradas, cosa de no saber si ya era hora de que mamá volviera o si afuera nevaba, y con Merienda ronroneando y calentándome los pies. Era una buena forma de usar mi tiempo. No productiva, pero sí satisfactoriamente.
Era invierno: las horas de ocio aumentaban o por lo menos se justificaban más. Mi dormitorio era la habitación más pequeña de toda la casa, pero también la más calentita, por lo que ni Merienda ni yo nos molestábamos en salir más que para buscar comida e ir al baño.
En mi dormitorio sólo había un escritorio, una alfombra roja, unos estantes llenos de cosas empolvadas, cajones con la ropa, (la ventana cerrada) y mi cama. Y la puerta con aldaba de bronce que yo, cada domingo, sacaba brillo.
Esa tarde en particular estaba ojeando y pasando páginas de la Cosmopolitan que me había prestado la novia de Julián, mientras me preguntaba si era momento propicio para ponerme a hacer la tarea. Tenía que completar unos puntos del cuestionario sobre eras geológicas para que Mariana no se enojara conmigo a la mañana siguiente… Aunque también podía faltar. Con el frío pronosticado faltar no pintaba para nada mal, pero Mariana iba a ir al colegio de todas formas y se iba a enojar conmigo al día siguiente o al otro o cuando me volviera a ver. Porque Mariana era así, tenía un serio problema: era muy traga.
Estar en el mismo grupo de Mariana era sólo preferible a estar con un claustrofóbico en la cápsula de Vegeta o con un león en un naufragio. No importaba cuán simples fuesen las consignas, cuán lejana estuviera la fecha de entrega, cuán terriblemente estúpido fuese el profesor, Mariana te avasallaba desde el primer momento y te exigía una performance brillante, una disposición del cien por ciento y una sagacidad, inteligencia y velocidad de escritura que ni Einstein debió imaginar. Pero claro, al primer índice de error, incomodidad o vagancia, Mariana te saltaba al cuello y empezaba a rehacer, nerviosa, la parte que acaba de asignarte, quejándose sin parar.
Ese día nos habían dado una guía de treinta preguntas para Geografía y yo, obviamente, tuve la mala suerte de estar con Mariana. Eran preguntas para responder en casa, pero el profesor nos dejó la media hora que faltaba para que “viéramos si la guía no nos parecía demasiado larga” y se fue a buscar un café. Apenas yo estiré las piernas sobre el banco, Mariana abrió su libro de Geografía y empezó a machacarnos a Julián y a mí que no estábamos haciendo nada y que por favor ella prefería hacer las cosas con tiempo así que si a vos Eduardo no te molesta intentar seguirme el ritmo de verdad me iba a agradecer porque no podíamos estar perdiendo media hora de clase cuando además ya estábamos en clima de estudio, y fue ahí cuando decidí darle una mano con su problemita. Le di una mano literalmente: una cachetada que la calló de movida.
—Para mañana Julián y yo te vamos a traer nuestros puntos contestados. Tranquila, nadie nos corre. Si mañana ves algo mal, para el viernes lo traemos corregido, así durante el fin de semana se puede pasar el limpio, ¿te parece?
Mariana no me contestó, simplemente reprimió unas lágrimas y apoyó la punta de la lapicera sobre la hoja. Los chicos, que me miraban como a un loco, se volvieron a su posición y el profesor llegó con su café. Durante la media hora restante no hicimos nada, y la lapicera de Mariana no hizo más que divagar círculos entre los renglones.
Y pensar que a principios de año todo el mundo creía que Mariana me gustaba, por favor… ¿Cómo me iba a gustar una chica que tenía una pierna más larga que la otra? Caminaría como un payaso si no fuera por la ridícula suela ortopédica.
—Está en marcha mi plan para hacer de Mariana alguien decente —le dije a Merienda mientras acomodaba la revista en la mesita de luz y lo sacaba a él de mis pies—. Hoy le tuve que dar un cachetazo, pero no va a volver a hacer falta: si Julián y yo hacemos un trabajo completo y como a ella le gusta, va a darse cuenta de que puede confiar un poco en los demás en vez de intentar hacerlo todo… Vení —le dije al gato de la abuela mientras, sentado al escritorio, abría la carpeta—, calentame la panza.
Estaba silencioso todo alrededor. Mi habitación era de techo bajo y muy acogedora, y cualquier sonido parecía ser succionado por la esponjosa colcha de  plumas y por la alfombra roja. La luz naranja del velador me daba sueño y el ronroneo de Merienda me daba hambre. Miré el reloj: ya era de noche pero faltaba una hora para que mamá volviera, y media hora más para que hiciera la cena. Siempre esperábamos a papá.
—¡Aaaagg…! No tengo ganas de hacer nada —suspiré en voz alta, estirando la cabeza y los brazos para atrás y haciendo que Merienda se deslizara hacia las rodillas, sin inmutarse—. Pero no puedo, Merienda, te juro que no puedo dejar esto para otro momento: después de comer voy a estar listo para irme a dormir, así que si no lo hago ahora…
“…no lo hago nunca” quise decir, pero los golpes en la puerta cortaron mi diálogo con el gato dormido.
Volví la cabeza a sentido vertical y miré extrañado hacia la puerta. ¿Habían golpeado mi puerta? Clavé los ojos en el picaporte brillante y sentí, al mismo tiempo, las garras de Merienda que atravesaban el jean. Sí, era en esa puerta.
A pesar de lo incoherente de la situación (no había escuchado a nadie entrar a casa, ni era hora de que nadie entrara), y quizás sólo por encontrar un motivo que me distrajera hasta la hora de la cena (porque sabía que me iba a quedar hasta las cuatro de la madrugada completando los puntos míos y de Julián de la muy puta guía), acaricié el lomo del gato para tranquilizarlo, y dije:
—Adelante, adelante…
Vi el picaporte girar. La imagen dorada y naranja de toda la habitación, reflejada en la convexidad del pomo ovalado, se diluyó a lo ancho del picaporte. El pestillo tildó y la puerta se abrió.
Entró una mujer de al menos sesenta años. Era alta y recta, pero más que alta parecía desproporcionada, porque la cabecita, altanera y pálida, quedaba muy chiquita entre las columnas y cortinas de un ropaje rojo de terciopelo y piel de zorro que tocaban el piso. Lo primero que pensé al verla fue que parecía surgir de la misma alfombra roja. Lo segundo que pensé fue que definitivamente no habían entrado ladrones a la casa.
I need you —dijo— to come with me.
Me habló en inglés, en mi habitación, en mi casa, en medio de Tandil.
Yo la miré, no más que mirarla, sin pensar en contestar. Qué mujer rara, por Dios. Tenía el pelo pelirrojo por la mitad de la espalda, ondulado y fluctuante por todos lados, lleno de trencitas, broches y cintitas doradas. El cuello estaba descubierto y era flaco y largo como el pistilo de una flor marchita. La pera era puntiaguda, los labios tersos y delgados, nariz diminuta y dura, ojos castaños, pestañas largas. Y, como eje de atención sobre su frente pálida, que parecía brillar más que la piel pálida del resto del rostro, una diadema, una cadenita fina y elaborada con un reloj redondo en el centro, haciendo tic tac, tic tac.
Tras veinte segundos sin ningún tipo de respuesta, arqueó una ceja y me invitó a contestar.
—Eeh… Ahora tengo que hacer tarea —dije, aunque sabía que esa mujer extravagante era la mejor excusa para no hacerla.
I need you to come with me, Edward Lowry —me repitió—. This is not a suggestion.
Yo le sostuve la mirada otros diez segundos.
—Eduardo Lowry —la corregí—. ¿Qué necesit…—“¿Tutearla o tratarla de usted?”—…ás?
Arqueó las dos cejas, trazadas como con tinta china, dándome a entender que con ella iba a ser todo en inglés.
What do you… need, from me?
It’s a… well, a familiar business. I think you already know about it.
Su acento era británico, no sabía reconocer de dónde pero era británico. Estuve a punto de decirle “Sorry, I can’t now, buy you a dog”, cuando me di cuenta lo mucho que me había molestado que me llamara Edward.
—Si es algo familiar podés esperar: en un rato llega mi vieja.
Mhm?
—Que esperes sentada, nomás. Mi mamá vuelve en menos de cincuenta minutos —dije, parándome y dejando a Merienda, todo tenso, sobre el escritorio—. Tomá, podés mirar esta revista mientras tanto —añadí, alcanzándole la Cosmopólitan—, yo necesito adelantar un poco de tarea ahora, espero que no te moleste…
Ella agarró la revista y noté cómo sus dedos delgados y blancos se endurecían sobre las tapas plastificadas, y sentí que tal vez me había propasado un poquito. Esa mujer al fin y al cabo tenía más temperamento que Mariana.
Edward… —me dijo, resoplando por la nariz y hablando sin despegar los dientes—. Vas a venir ahora, conmigo: es urgente. Tenemos un problema con el nabodilus, así que vas a viajar esta misma noche…
—Con que sabías castellano eh, el abuelo me advirtió bien —contesté, mirándola maléficamente—. Está bien, si no hay otra voy, pero necesito algo a cambio… —dije, y la mujer del reloj en la frente me miró fatalmente, indicándome que hablara—. Necesito… un mp4.
—¡Aargh…! Tecnología: tu abuelo nos advirtió.
Yo sonreí inocentemente y me encogí de hombros.
—¿Vamos?
Right now.
—Ah, esperate un segundo: no voy a ningún lado sin mi mochila de viajes.
Me tiré al piso y saqué una mochila vieja y con telarañas de abajo de la cama: ahí tenía todo lo que podía necesitar cada vez que salía a pasar una tarde a los cerros, entre linterna, brújula, encendedor, alcohol, gasas, un silbato y una bengala vencida.
Cuando bajamos las escaleras corrí a la cocina, le llené el platito de balanceado a Merienda y escribí una nota sobre la mesa: “Mamá, me fui lejos, no me esperes nunca más, no cocines pescado por favor, Ede.”
Me enfundé con mi cuellito de polar preferido y un gorro de lana y salimos al frío de la calle. Ahí afuera, aunque se largara a nevar, esa mujer con todos sus tapados no iba a pasar frío.
Al otro lado de la reja despintada (mi culpa, la pintura nueva llevaba tres años comprada) nos esperaba un viejo Ford Falcon de color amarillo. El asiento del conductor y todos los traseros estaban ocupados bultosamente, pero por culpa de las ventanillas empañadas y de los faroles rotos no pude distinguir ni una cara ni un sombrero (estaba seguro que esas personas llevaban sombreros).
—¿Queda espacio para mí ahí atrás? —pregunté intentando espiar el interior.
You can’t travel with us —me dijo la mujer, abriendo el baúl—. It’s safer for you… acá —aclaró, señalando, sí, el baúl.
—Sabés que esto mismo, hace treinta años, estaba muy mal visto, ¿no?
Me paré al lado de ella y vi que por lo menos habían tenido la consideración de forrar el interior del baúl con peluche sintético.
—¿Segura que no puedo…?
Hurry up! —me apremió, tirando la mochila adentro—. No tenemos toda la noche.
—¿Cuánto vamos a tardar?
—Unas cinco horas. Con suerte.
Me metí a gatas en el baúl, entristecido por esa primera experiencia, y apenas me acosté, con las piernas recogidas, cerró la tapa de un portazo que me dejó tonto. La oí caminar alrededor del Falcon y meterse en el asiento de acompañante. Arrancó el motor y empezó el traqueteo, mientras yo me echaba el aliento a los dedos fríos y sentía temblar mi estómago medio vacío. Estaba apretado, retorcido y en completa oscuridad, con mechas de peluche rosa metiéndose en mi nariz.
—Cinco horas… —repetí, tanteando el cierre de la mochila—. Menos mal que traje música —Saqué mi viejo mp4, lo prendí y me enchufé los auriculares.




© Rafael Núñez Rubino. Terminada el 30 del 9 del 2011, de madrugada sí señor.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Grandes pequeñeces

De las cinco máquinas había una rota hace tiempo, y Viviana llamó al técnico tres veces durante la mañana para que viniera a arreglarla. Lo usual, frustrante pero normal, la fotocopiadora podía mantener el ritmo sin problemas. Pero después, durante el almuerzo, el chico nuevo tiró la bandeja llena de cafés sobre la máquina más nueva (otra llamada desesperada al técnico) y cinco minutos después se cortó la luz con un fogonazo de la luz de tubo. Cuando volvió había una tercera máquina sin funcionar, simplemente no arrancaba. Tuvieron que poner el cartelito de trabajos limitados, mandar al nuevo a su casa porque estaba insoportable, y dedicarse todo el día a anillar y plastificar y esas cosas. Día ardio. Cuando Viviana volvía a su casa, a la noche, se sentía molida. Esperó veinte minutos el colectivo. Lo vio venir desde lejos, cartelito verde de leds. Se subió primera, taconeando rendida, pagó uno veinte y, cuando fue a encarar asientos con el boleto en la mano, vio sorprendida que era uno de los colectivos viejos, sacados de circulación hacía más de diez años: ante su vista había una veintena de asientos que más que asientos eran sillones mullidos, de cuerina, respaldo alto, cortinas en las ventanillas, iluminados por el falso neón. ¡Dios bendito, al fin una cosa buena! Se echó en el primero que encontró y respiró aliviada: una cosa sencilla como esa podía desestresarla completamente... Lo único que Viviana no sabía era que dos paradas adelantes se iba a subir un flaco de la nocturna con los wachiturros en su celular a toda estridencia.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Coleccionables


Coração não é tão simples quanto pensa
Nele cabe o que não cabe na dispensa
Cabe o meu amor!
Cabe em três vidas inteiras
Cabe em uma penteadeira
Cabe nós dois...

O festival que nunca morre

Después de bailar todo el día ella sacó la noche de su monedero y se retiró del jardín. Yo la despedí en la puerta y volví y me acosté sobre el pasto mojado a mirar el cielo que cantaba algo en francés y portugués, y de a poco los grillos, las luciérnagas, las hormigas y todos los bichos salieron de sus agujeritos cálidos y bailaron y saltaron a mi alrededor, trazando arco irises sobre mi cuerpo y mi cabeza, contagiando la luminosidad nocturna al compás de la canción de las estrellas. Oí una cuchara en una jarra y ella volvió, trayendo una bandeja con jugo de naranjas, ondeando su nuevo vestido verde en la brisa nocturna, y se reanudó la fiesta.
Bem-vindos 800 entradas. (Na verdade, 802.)

Say hello

-Te vi el otro día.
-¿El lunes?
-Sí. No me saludaste.
-Ah, perdón. No sé, no soy de saludar mucho, es una mala costumbre... Aparte pensé que estabas charlando con una amiga, ¿no?
-Ah, sí. Sí, igual algunos tienen esas costumbres. Por el msn pensé que eras más bien de las personas "copadas" y  "saludonas".
-Ah, sí. Pasa que en el msn con unos signos de exclamación y un emoticón cambias todo, pero en la vida real te tenés que mover los músculos de la cara, concentrarte en lo que estás haciendo y no en lo que quisieras estar pensando, tenés que estar atento a todos los signos y señales del otro, no sólo a sus emoticones, ...y qué sé yo.
-Sabés que tenés razón... Tenés razón.
-... La próxima voy a tratar de saludar.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Alírica

Adonde voy sólo las flores pueden ir amiga mía, déjate guiar si no podrás, sino podrás quien sabe qué más, oh oh más allá del sol hay una fuente y un arroyo y dicen, oh oh que si mojas tu nalga en él podrás oh oh, cantar, cantar vida mía, cantar con los cardos del mar y la aurora boreal. Y oh oh, y oh oh, nada será nunca más, como fue ayer, cómo será, lo que se va, lo que se fue, nunca vendrá ni va a volver. Por eso mi amor, oh, oh, no te quise invitar a bailar, si supieras del dolor del sol vos también me hubieras evitado como lo hice yo, y hoy, oh oh, después de tanto error y tanto mal, con la muerte en huesos vamos a bailar, sí oh oh, a bailar.

martes, 20 de septiembre de 2011

El delantal

Que era de buena calidad nadie lo negaba, el delantal estaba cerca de cumplir un siglo y seguía firme en la cocina. Pero todo el mundo le decía a la abuela que había manchas y marcas que ya no se le iban, que podía comprarse uno nuevo y tirar ese, que un cambio no la iba a matar y que podía empezar por ese delantal sin el cual ninguno de sus nietos la conocía. Pero ella no quería cambiarlo ni estaba dispuesta a hacerlo. ¡Las manchas, las marcas del delantal!, esas cosas eran las que más importancia tenían para ella, esas historias: el soldado que se hubiera desangrado de no ser por ese delantal, la cantidad de partos durante la guerra, ¡su propio nacimiento fue recibido en aquella misma tela!, los enfermos durante el viaje en barco desde Nápoles, el cartero que lloraba con ella por su hermano en Malvinas, los tres gatitos de la nena de su vecina, la visita del Papa, y tantas cosas más. Sus familiares sabían algunas de esas historias y aún así insistían en que comprara otro. Pero ella no desistía, porque en el fondo no sólo eran las historias vividas gracias a ese delantal, sino las que, a los ochenta y tres años, esperaba vivir, y eso no lo podía compartir con su familia.

Aguada

Federico hizo mucho para conquistar a Marina. Estudió comentarios inteligentes y fue a un taller de teatro para parecer espontáneo, leyó los cinco tomos de Los grandes conquistadores y después poesía latina para cimentar los conceptos que luego estudió leyendo novelas románticas y rosas. Finalmente Federico le cayó bien a Marina y pudo invitarla a comer a un McDonals al salir de gimnasia. Charlaron sobre arte, que tanto le interesaba a Marina, y fue tan exitoso que al despedirse Marina le dijo "Fede sos la tinta de mi aguada" y lo abrazó y le dio un beso; en ese momento Federico notó que después de un año de preparación no sabía qué significaba un comentario de ese tipo, ni sabía qué hacer con el pronunciado bozo de Marina, nunca antes detectado, que le hizo cosquillas abajo de la nariz y lo obligó a soltar la carcajada.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Vestir pantalones secos

-Algunas cosas ocurren porque tienen que ocurrir -me dijo cierto día el linyera, mientras secábamos nuestros pantalones al sol matutino, calentándonos las manos bajo las nalgas-. Como un cumpleaños, como una fiesta sorpresa, como la muerte -añadió, permitiéndome dilucidar sus ideas-. A las cosas que vienen solas yo nunca quise ir a buscarlas.
Sonó inteligente en el momento, quizá profundo. Esa oración podía ser su epitafio en vida. Pero esa tarde, ya con pantalones secos y manos menos frías, fui a buscar empleo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Coleccionables

La cabeza de hermosa medusa.

...la sombra en tus labios,
las pecas en tu nariz,
la luz en tus ojos,
lo negro en tus pestañas,
el sabor de la piel
debajo de tu piel.
Tú te impides amar
pero no puedes prohibir ser amada.
¿Serpientes, rocas?
Los defectos y el amor
es una guerra perdida.

Desde aquello

Desde que pasó aquello no pude volver a dormir bien, y no tengo más sueños normales. De hecho no sé si llamar sueños a lo que pasa por mi cerebro noche tras noche: en un sueño el inconsciente es el director, el elenco y el escenógrafo, pero últimamente es como si todas las noches yo dirigiera voluntariamente lo que la imaginación me impone. Por ponerles un ejemplo, la otra vez imaginé que cuando tenía diez años mis papás habían adoptado a una hija de unos amigos fallecidos, y así pasaba a tener una hermana menor; y anoche imaginé que una mujer a mi lado se caía del andén abajo del subte y perdía un brazo, y yo la salvaba y le tenía que hacer RCP porque el SAME tardaba mucho... Tan real como un sueño, tan profundo y doloroso como un recuerdo, me hace pensar en esa película Inception. No sé qué se propone mi cerebro, ni por qué tengo estos sueños desde que pasó aquello otro, pero ahora tengo en claro dos cosas: si no fuera porque es metafísicamente imposible, todo el mundo debería tener al menos un hermano menor; y todo el mundo debería haber un curso de RCP.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Entiendo la palabra paz

Estoy volcado sobre mi cama tendida, la ventana abierta deja entrar al sol; ni el mosquitero lo incomoda. Los pelos de gato vuelan atravesando la luz como blancos aladeltas. El gato ronronea y me siento como él: satisfecho. A lo lejos escucho pájaros, autos y una avioneta de la municipalidad haciendo publicidad del intendente. Qué me importa el intendente ni los autos, si ni a mí ni al gato nos afecta, qué me cambia, qué interesa, si diminutos fantasmas siguen volando en los pelitos blancos, divertidos, alrededor. Por un momento entiendo el significado de un santuario. Por un momento sé lo que es mi paz.

viernes, 26 de agosto de 2011

Horacio en la plaza

Nadie habría sospechado que Horacio, el poeta que admiraba elocuentemente a escritores como Simenon y Doyle, pensara en tales cosas como las que pensaba todos los sábados mientras alimentaba lentamente bandadas de palomas, sentado en la plaza. Uno creería que se divertía viendo a las palomas perseguir las semillas que él arrojaba lo más lejos posible, esas pequeñas creaciones atolondradas, sin preocupaciones, sin obligaciones. Pero en realidad Horacio estaba atento al semáforo de la esquina y al trapito que cuidaba los coches estacionados, y ante cada oportunidad que se le presentaba arrojaba un puñado de comida hacia la calle, con la esperanza de que un conductor distraído hiciera paté de paloma, así poder oír la muerte del animal: "un crujidito... unos huesitos aplastados... un crujidito corto nada más..."

jueves, 25 de agosto de 2011

Y a continuación

No te pongas cariñosa
si sabés que me revientan
esas cosas y ese ser.
Tan tuyo, tan tuyo.
I know you are just
like all them, but
you look so different.
You look so you.
Y a continuación
yo te canto esta canción
pa mis adentros
y en silencio
monto el show.

Empezó abajo

Empezó abajo
y con sonrisa fue subiendo.
Si supieras de qué hablo
no estarías sonriendo.
Pero sí, pero si te digo
lo que siento de esta cosa
tal vez sigas así.
Yo sé que va lento.
En esta jarra en que me ahogo
entramos todos poco a poco.
Ajab manda saludos
y Moby Dick otros.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Cuándo dejé de poner números

Con sólo que gustes de mí
me alcanza, me sobra
y me guardo un resto.
Pero yo soy algo hipster
y no quiero ser tan hipster
como vos, prefiero
ver las nubes florecer
alrededor de tu cabeza.
A mí me vuela verte así
coronada.
Después de eso, juro,
nada puede mejorar.
En nada.

martes, 23 de agosto de 2011

Coleccionables


La guadaña no asusta a las personas bien personas. Sólo las personas que no se diferencian del pasto y de los yuyos, se asustan de la guadaña.

Conserje mental

Empezá barriendo la entrada, que las ideas siempre llegan apuradas y nunca se limpian en el felpudo, y van dejando sus huellas por todos lados. Después limpiá las ventanas del cuarto de la poesía y sacá brillo a la baranda de la escalera novelista, que el jefe se enoja si ve eso sucio cuando llega. Si en el comedor o en la recepción encontrás trastos sueltos seguro que son de algún cuento inconcluso, déjalos todos en la caja de ideas perdidas y tramos desechados. Cuando limpies el comedor tal vez necesites ayuda, el suelo está lleno de manchas resecas de creatividad y cuesta un huevo sacarlas. Después del almuerzo hay que limpiar las cocinas; eso te va a llevar toda la tarde: ¡ni te imaginás lo que le cuesta a la cocinera alimentar a tantas vueltas de tuerca sin sentido, intrigas irresolutas e indicios sin indicio! Si te queda tiempo hay que sacar el hollín de la sala de debates de alternativas posibles. Pero lo que sí o sí hay que hacer todos los días es acomodar los papeles que quedan en los mostradores (no te asustes, nada burocrático, se apilan y se guardan en la vieja chimenea que se rompió) y por último, antes de apagar las luces, asegurarse de que esté bien aceitada la puerta de entrada y de que la linterna del sereno tenga pilas. Nunca se sabe cuándo vamos a tener un visitante nocturno.

domingo, 21 de agosto de 2011

Condición humana XLVI

Están los que ven el vaso medio lleno y los que ven el vaso medio vacío. Convencionalmente existen sólo estos dos, pero indagando se descubre a los que ven una parte del vaso que sobra (chiste sobre ingenieros), y a los que ven el vaso medio vacío porque alguien ya se tomó el resto. A estos últimos no les molesta lo que falta ni se hacen ilusiones pensando que todo lo que les depara es la parte llena, pero tienden a añorar lo que se han bebido.


tapreine stree (-t art) naliesto clooding wayman (y waywoman) menath inates batmat (y su batmimóvit) theami (meetoo) modro

sábado, 20 de agosto de 2011

Tus ojos escoldos

Tu luz es como la de pedacitos de braza enterrados en una pila de cenizas en la habitación oscura de una casa en silencio. No crepitan, no humean, sólo se reflejan en los ojos de esas dos bestias que están echadas sobre la alfombra, frente al hogar apagado. Una es un unicornio. Siempre limpio, de andar tranquilo, orgulloso del cuerno capaz de atravesar el metal cuando se enfurece. Mira el titilar de las brazas casi con desconfianza. La otra bestia es un ciervo negro. Él es sucio, desprolijo, lleva la punta de las astas astilladas y cuando camina lo hace a lo bravucón, a los topetazos. Pero ahora está manso mirando el resplandor de tus ojos escoldos, embelesado, expectante, no se pierde ni un parpadeo.

viernes, 19 de agosto de 2011

Hipomoralismo

De repente, desaparecer. Así sin más, a lo arjona, tomar la decisión y ejecutarla en tres minutos.
O salir a pelearle a las viejas y esperar que se defiendan. Provocarlas.
Convencer a extraños peatones de que se suiciden, de que un onceavo piso es el broche perfecto de sus desconocidas pero miserables vidas.
Tirarle ladrillos a los camiones blindados, tantos ladrillos como haga falta. O lanzarle perritos adelante cuando están por arrancar.
Prender fuego un hospital. (El fuego es tan hermoso que podría prender fuego cualquier cosa.)
Bailar la danza de la lluvia y del granizo en una plaza. Desnudo funcionaría mejor.
Y con tantas otras cosas podría uno salir a divertirse...

jueves, 18 de agosto de 2011

Friction of fiction

Hace poco murió un bebé en un descuido de su madre, y ante el pánico ella inventó una historia en la que unos ladrones entraban a su casa a robar y le asfixiaban al bebé; como el cañonazo que terminó de hundir al barco del temor a la inseguridad, hubo una pueblada que casi termina con el linchamiento del intendente. La confesión de la mujer detuvo la catástrofe.
Ahora: historia rara, pero completamente posible. Tan posible como la historia de los ladrones que asfixian al bebé (después de todo matan viejos y embarazadas como si fueran gusanitos). Y, analizándolo, tampoco me extrañaría que fuera todo un bluff para ocultar algo más grave (como la nueva política de narcotraficantes, las desapariciones a causa de extraterrestres o la inmigración masiva de hechiceros invisibles), y que en el pueblo de la pueblada nadie sepa nada de nada.

sábado, 6 de agosto de 2011

Texto

Tengo una sensación de pérdida (Como un viudo viejo, como un exiliado a punto de morir). Soñé que buscaba mi vida por todos lados y bajo todos los rincones, soñé que empeñaba todo por encontrarla, pero desperté sin acordarme si lo había logrado o no.

viernes, 5 de agosto de 2011

Coleccionables


Cortá el pan sobre la mesa. Dejá de hacer migas en el piso. ¿Migas en el piso? ¿Dónde se hacen las migas? Creía que nacían del pan mutilado, pero nacen del suelo. Como semillas esparcidas desde el tronco de la madre, se alejan y van a brotar en su primavera. Sólo que a mi mamá le molestan cuando acaba de barrer la cocina.

Mi galpón

Me quedé dormido frente a la computadora y soñé con mi muerte. De repente estaba acostado, tarareando una melodía que se me había pegado veinte años atrás, cuando me di cuenta que mis pupilas se abrían y fui consciente hasta del aire que exhalaba al tararear la última canción de mi vida. Entonces, muerto, llegué a una habitación enorme, una especie de galpón inmenso usado de basural. Un basural me pareció al principio, pero entonces pude reconocer un muñeco de dinosaurio con la pata masticada, un par de zapatillas sucias, una pila de dibujos viejos en el porche de la primera casa en que viví. El poste de luz que grafitié, las piedras con las que hice sapitos en el sur, las sillas en las que me senté, sábanas que sudé (y también los ventiladores que rompí), las computadoras, los celulares en el cajón de uno de mis pupitres del colegio, un sonajero que nunca había recordado hasta entonces, una montaña de ropa húmeda, lapiceras, lápices, cartas de amor, boletos de colectivo, envoltorios de bonobones, y el resto. Ahí estaba todo, todo lo material que se envolvió en mi vida, y esa canción que me puse a tararear antes de despertar, esa canción con la cual puedo despegar de este mundo y atravesar lo que sea.

sábado, 30 de julio de 2011

Horacio al tomar el tren

A nadie se le habría ocurrido que Horacio, el poeta que loaba la grandeza del humano y la pureza de sus actos heroicos, ansiara presenciar el resultado de los más viles sentimientos en las personas, como ocurría cada vez que, al salir de su casa hacia el Centro, esperaba el tren. En el extremo más lejano del andén parecía abstraído en contemplar la muchedumbre adormilada, o maravillarse con el reflejo casi abstracto de las luces en la telaraña de los rieles, pero en realidad Horacio observaba atentamente, con cuidado, la línea de pasajeros que aguardaban la llegada del tren bien pegados al borde del andén. Y esperaba que ocurriera lo que tendría que ocurrir más frecuentemente: alguien que, aprovechando el tumulto y la confianza de aquellos que se situaban de espaldas al resto, cara a las vías, de un empujón arrojara a hombres y mujeres, jóvenes y viejas, despatarrados sobre los rieles, justo cuando el tren se aproximaba bocinando.

Sobrevivir es la sombra

Tengo que conocer el mundo, lo más lejos y profundo posible. Tengo que hacerlo porque sino voy a morir a causa de depresión, ira, disconformidad, desesperación, gula y toda clase de estados mundanos que corroen el alma. Y sé que la única forma de vivir es esa: poder describir la vida de los pescadores de la India, los mármoles de Bernini en la Villa Borghese, los inviernos de Rusia, las curiosidades de los pueblos de Japón, el olor del Pacífico a la noche, el sonido de un oasis. Ésa es la única forma de vivir.
Hay otra forma, más baja, que es la de sobrevivir a fuerza de excusas: que había que estar loco, que la economía lo impidió, que no había quién me acompañara, que justo conocí a esa chica, que en ese momento pensaba en otras cosas. Pero si sucede eso y me vuelvo viejo y llevo una rutina común te necesito presente para que me recuerdes que vivir es la forma, que sobrevivir es la sombra, y que me insultes, me desprecies, me atosigues y, llegado el momento, te conviertas en mi kaishaku.

domingo, 24 de julio de 2011

Condición humana XLV

Vamos dejando pedazos nuestros, siempre, despedazándonos poco a poco. A veces los dejamos a propósito, intentamos que quede bien acomodado, visible, damos media vuelta y seguimos, sin estar seguros de si ese trocito quedó bien presentado. Otras veces no queremos, pero se nos cae algo y queda donde tiene que quedar, suele ser lo que más duele. La mayor de las veces perdemos pedacitos sin darnos cuenta, como un pelo enganchado en una rama de un bosque inmenso. (Y muchas veces ese pelito es mucho más importante que cualquier otra cosa para otras personas.) Algunas veces es esa otra persona la que nos lo arranca con sus uñas, de un mordisco, de un beso, de una mirada, la carne que nos es tan preciada, un hueso que ni sabíamos que existía.
Todos vamos dejando pedazos nuestros, siempre, y en noches solitarias, interiores, noches de altura, nos palpamos a nosotros mismos y volvemos a sentir el dolor de lo dejado atrás, nos preguntamos en qué andará (incluso a veces vamos a buscarlo), y nos preguntamos cómo es que, después de habernos descuartizado con todo lo que vivimos y recorrimos, seguimos existiendo, seguimos teniendo piernas para caminar, seguimos teniendo suficiente de nosotros como para dejar más pedazos sin siquiera enterarnos.


-No te vayas a dormir muy tarde -me sigue diciendo todas las noches, sabiendo que igual me voy a acostar tarde.
-Nono, quedate tranquila -respondo, sabiendo que no puedo ir a acostarme más temprano.

jueves, 21 de julio de 2011

Dexconexo

-Sólo tres cosas me motivan realmente: el enamoramiento idiotizante, la culpa que me hace sentir a veces mi mamá, y la ley del menor esfuerzo como última instancia.
-¿Y?
-¿Viste cuando sentís que se viene tu momento de gloria...? No sé, una amistad perdida que aparece de la nada, una canción con tu nombre, un cuento que parece hablar de vos, ¿esas cosas no? que hacen que el mundo parezca girar alegre y cómodo a tu alrededor (que no es lo mismo que sentirte el pupo de todo).
-Sí lo sé. La desconexión no es el problema. Es un arte que lleva a la mente por caminos sinuosos, inéditos, inesperados. Así, ¿no?
-¿Dex-conexión? ¿Tipo ex-esposa? ¿Ex-jugador de fútbol?
-El "ex-" es de ex-ótica.
-Locura. Eso mismo. Loco, dicen. Sólo porque saltaba de acá para allá tirando versos que leyó una vez de chiquito y memorizó en el corazón.
-Esas cosas se graban en el corazón.
-Cinta magnética.
-Caminadora mágica.
-¡Tripulación a bordo!
-...Ya salimos.
-Claro, yo te lo conté.

Leboqué

Sábado a la noche (domingo madrugada), con las entradas para el recital de Artic Monkeys en un bolsillo y un porrón vacío en el otro, más sudado en alcohol que en sangre, durmiéndose en un bondi porque los amigos con auto lo plantaron una vez más, él iba. Tranquilo porque el chófer lo va a despertar en el final del recorrido.
Pero despertó y estaba en un bosque extraño, de mañana. Seguía el porrón en un bolsillo, pero la entrada para los Artic Monkeys había desaparecido. Miró alrededor: lomadas cubiertas de pasto, árboles muy altos y delgados, con pajaritos sobrevolándolo, lianas pendiendo aquí y allá. Todo demasiado tranquilo.
No había nadie más, comprendió, sólo me encontró a mí tomando el té, leyendo las Leyendas de Béquer. Cabe aclarar que yo iba siempre a ese lugar. Desde que empecé a viajar en el tren dejaron de gustarme las actividades en multitud.

domingo, 17 de julio de 2011

Coleccionables



Montañas aéreas. Pinos en la piel. Llanto helado de la amancay a nacer.
Saber todo de nada. A veces sé, hoy no. De ayer sé sin palabras que lloré.
Un intruso en tu boca. Patovas de pensamiento. Intento vano, al viento.
Pero qué alegría, vacaciones mi vida. Pero qué alegría, vacaciones vacías.

Cronometramus

Es inevitable pensar en el tiempo mientras uno espera que llegue el subte. Que llego tarde a la oficina otra vez y me van a estar sermoneando cinco minutos, además tengo que terminar el trabajo de la facultad para la semana que viene, mi hermanito hace meses que tiene el avioncito a escala por la mitad, todo lo que no llegué a decirle a mamá en la publicidad de la película el viernes, las flores en invierno que se hielan, las crisálidas por abrirse, el sol subiendo por la ventana abierta, la canción que termina demasiado rápido, las manitos fluorescentes del reloj no me dejan dormir, la rutina de quince minutos de gimnasia de la vecina que murió el año pasado, prender la computadora un minuto, ir al baño, crujirse los dedos, no haber hecho la tarea del colegio, mirar un espejo, pestañear dos veces seguidas. Pensando en el tiempo pierdo la noción de la espera del subte, y miro el reloj de pulsera del flaco parado al lado mío: los números avanzan a una velocidad vertiginosa, inapelables, indiscretos, feroces como pensamientos. Por un instante le estoy por advertir que se olvidó el cronómetro andando.

viernes, 15 de julio de 2011

Horacio en el baño

A nadie se le ocurriría pensar que Horacio, el poeta de la caballerosidad y las viejas costumbres, alentara en su fuero interno ideas tan deplorables (aunque también viejas costumbres) como en las que suele pensar todas las mañanas cuando se lava los dientes después del desayuno. Si uno lo ve, frente al espejo empañado, con la luz brumosa que atraviesa las cortinas, absorto en los lentos movimientos casi mecánicos del brazo y el cepillo de dientes, creería que con su mente está escribiendo sobre el vidrio empañado algún haiku, o dibujando una primavera. Pero en realidad simplemente está atento, muy atento, al ir y venir de su mano. Sabe que en cualquier momento puede pegarse en un diente o en la encía, y hacerse doler, hacerse sangrar, y aguarda ansioso ese calor sádico que torna de rojo su cara, mientras por un lado desea lavarse y enfriarse con agua, y por el otro lado se resiste, se resiste saboreando el dolor intenso que le invade la boca.

Nichijou

La humedad se desliza así
por las paredes
y yo quiero dormir.

Rafael.
La oficina está vacía
las persianas cerradas
y tengo sueño.

Rafael.
Quisiera ser peón en una obra
para quedarme durmiendo
los días de lluvia.

Rafael.
¡Oh! Ojalá fuera sábado
y estuviera soleado.
Voy a ver el infoclima.

Rafael.

jueves, 14 de julio de 2011

SAVED_Untitled:

Un curioso quinteto negro atraviesa la niebla matutina: tres personas (dos varones robustos y una chica menuda) vestidos de deportivo negro y gorras, y dos perritos lanudos, negros y sumisos. Marchan en silencio y rápido, ligero, casi tristes, como si fuera importante pasar desapercibidos, camuflarse con la niebla. Al llegar a una esquina el resplandor dorado del vapor anuncia un coche que se acerca, y todos apuran el paso para cruzar justo a tiempo. Todos salvo uno de los perros que, distraído detrás de su ama, fue sorprendido y decidió esperar a que el auto pasara. Sin embargo, en los cuatro segundos en que se vio dejado atrás, separado de su grupo, indeciso entre permanecer en esta vereda o cruzar a la otra mientras la luz y el traqueteo se aproximaban a una velocidad imprudente, se llenó de angustias. El auto pasó y comprobó aliviado que su dueña y los otros tres, incluso el perro, lo aguardaban. Movió la cola, fue tras ellos y la caminata se reanudó. Sólo que la niebla no parecía ya tan fría ni tan húmeda.

domingo, 3 de julio de 2011

Cecilia ha muerto

La última vez que vi a Cecilia ella estaba en su escritorio, cantando bien bajito "me amarás aunque tenga que amarrarte" mientras disponía hileras e hileras de clips metálicos sobre los formularios sin contestar, ignorando la veintena de personas que, del otro lado del vidrio, esperaban ser atendidas. Cuando le pregunté qué hacés, me contestó que mirara con atención (señalando su ejército de ganchitos): "no hay un clip igual a otro", explicó con esa profunda alegría del descubrimiento de un nene. "Ni uno", categorizó, y lo comentó en su twitter.
Es raro ver su perfil de facebook sin que nadie lo actualice durante las horas del almuerzo. Cecilia sería un clip torcido de los que no sirven para enganchar hojas, pero era único, como esos que se usan para forzar ciertos candados sin llave.


Another head aches, another heart breaks. I'm so much older than I can take.

viernes, 1 de julio de 2011

Horacio al tomar café

Nadie hubiera creído que Horacio, el poeta que exaltaba la alegría y la solidaridad, alentara para sí mismo pensamientos tan sádicos. Por ejemplo, mientras a la mañana se tomaba un café, miraba atentamente a la señora vieja que trabajaba en su casa mientras ella le preparaba unas tostadas. Uno creería que en realidad miraba absorto los remolinos del vapor del café o el brillo opaco de la pileta de la cocina, pero en realidad, para sus adentros, pensaba: "que se rebane el dedo... que se corte así tengo la excusa de estrujarle bien fuerte esa mano raquítica... que se rebane un dedo la vieja..."

jueves, 30 de junio de 2011

Coleccionables


Love, emocion.

Martes 28 de Junio: En la calle Paraná al 50 hay una caca de perro impresionante. Sinceramente es tan grande que quizás no sea de perro. (Tal vez sea de varios perros con idéntico tracto gastrointestinal, o de un vagabundo que tuvo la panza llena).
Miércoles 29 de Junio: En un mes renuncio, o como digo yo: me jubilo. Respecto al sorete que vi ayer en la calle Paraná al 50, hoy estaba pisoteaedo. Lamento aquellos desprevenidos que pusieron su pie sobre el montículo escatológico, pero realmente debían ir muy desprevenidos. Es como cabecear un poste de luz. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires debería tener un escuadrón especializado en estos casos, cosas así no pueden quedarse en las veredas.
Jueves 30 de Junio: En la calle Paraná al 50 el sorete sigue ahí donde lo plantaron, sólo que más marrón y más aplastado. Pero no creo que nadie lo vuelva a pisar: le han clavado una banderita del imperio Británico, muy cómica por cierto, que flamea alegre con el viento de las piernas apuradas y las valijas de carrito.

miércoles, 29 de junio de 2011

De do pin güé

Algunas personas, como yo, no estamos hechas para estar despiertos, ni para contestar preguntas, ni para interpretar la incomodidad del otro. Yo no votaría a ninguna persona así, pero si supiera de un candidato que fuera de esas personas que saben que: las migas son la mejor parte del paquete, que el rocío no sacará la sed pero es más refrescante que cualquier jugo, que no hay que decir malas palabras frente a los nenes, que la boca de otro cura mejor que la boca propia el dedo machucado. En fin, si supiera al menos de un candidato que pueda decirme el color preferido de su mamá, lo votaría. Pero lamentablemente, aparte de abrir sus twitters, los candidatos actuales no hacen nada que me permita conocerlos.

Un mes, tan sólo un mes.

sábado, 25 de junio de 2011

Pigtail

egari menemec tations rentsms coati (esto no es un captcha carajo, es un tierno animalito robacomidas) eventle butrobst suble (y blaja)

Que siempre vamos por el camino largo,
que no existen caminos cortos.

Horacio al despertarse

Nadie sospechaba que Horacio, el poeta que le cantaba a la ternura y la inocencia, pudiera tener costumbres tan extrañas. Por ejemplo, cuando se despertaba temprano, apenas saliendo el sol, una de las primeras cosas que hacía era abrir la persiana y la ventana (no importa cuánto frío hiciera) y escuchar el lejano murmullo de la autopista. Como un gigantesco panal, como un río en el bosque, era increíble cómo se escuchaban las ruedas sobre el asfalto desde su habitación. Horacio cerraba los ojos, se abrazaba las rodillas, y sin que nadie viera nada sombrío en su rostro indulgente expresión de beatitud, murmuraba para sus adentros: "un choque en cadena... si tengo suerte hoy escucho un choque en cadena... en cualquier momento se matan..."

jueves, 23 de junio de 2011

Gabriela Martin

Me acerqué a la chica rubia del andén.
-Hola -dije.
-...Hola.
...
-Uy, creo que no tenía pensado qué más decir -confesé-. Perdón por mi atrevimiento, pero yo no me iba a perdonar a mí mismo si te veía subir al tren y no sabía tu nombre.
...
-¿Y para qué querés saber mi nombre?
-Porque así voy a poder comentar en el trabajo que conocí a una chica hermosa en el tren, que se llama... bueno, como te llames. Y cuando me pregunten cómo sabía tu nombre, voy a poder inventar una historia interesante, ¿no te parece?
-Jajaja. Buen, si es así, me llamo Gabriela Martin. Martin de apellido.
-Gabriela Martin... Yo soy Rafael Núñez...
-Ajá...
-Sé que voy a meter la pata pero... hace como un mes, cuando se tiró una chica de la estación acá, ¿puede ser que vos viniste cuando estaba todo el bardo y le preguntaste a un flaco (que era yo) qué había pasado...?
-Eeh... La verdad no me acuerdo para nada... Puede que te equivoques.
-Tss... Buen, si hay dos chicas así de hermosas que suelen tomar este tren quiere decir que el mundo es más generoso de lo que pensaba.
-Jajaja.
-Ah, ahí llega el tren. ¿Es el rápido no? Está hasta las manos.
-Yo me tomo este...
Intento interpretar sus signos faciales. Fracaso.
-Yo siempre espero el local que viene después... -explico-. Y hoy también lo voy a esperar: no quiero aprovechar de mi atrevimiento, y además prefiero viajar sentado.
-Me parece bien... Buen, nos vemos la próxima, eh...
-Rafael. Rafa -simplifico.
-Rafael -corrobora. Y se sube.

Del furgón

Una lluvia invisible mojaba el cemento cuando el tren se paró y abrió las puertas. Frente a mí, bajo el techo de chapa, salió un viejo insultando del furgón, y la gente que se quedó adentro sonreía socarrona. El viejo en cuestión era bajito, flaco, encorvado, con el rostro arrugado y horizontalmente comprimido, como en una morsa, y ni se le veían los ojos. Insultaba como loco, desde los antepasados a los políticos actuales y la juventud podrida. En las manos nerviosas y duras llevaba un diario sucio y una lapicera. Durante veinte segundos (lo que se tardaron en cerrar las puertas y volver a la lluvia invisible) traté de imaginar la infancia lejana de ese viejo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Un papel flotando por Corrientes

Hoy por Corrientes, camino al trabajo que voy a dejar la semana que viene, me empezó a perseguir una hoja caída al piso. La miré de reojo porque el ruido de las esquinitas del papel contra en enlozado me llamó la atención, y me pareció un panfleto. Tal vez un curso de inglés o de computación para las vacaciones, de esos que te enseñan todo en cuatro meses. Y seguí adelante. Pero no había hecho dos metros que el papel volvió a alcanzarme, lo llevaba el viento con mucha fuerza. Y me pegó en el pie. Lo aparté automáticamente y volvió a arremeter, se me adelantó por izquierda y con un remolino se cruzó entre mis piernas, y sin dejar de fastidiarme me toqueteó la pantorilla derecha y, después de que lo aparté bruscamente, se limitó a seguirme de atrás, a unos veinte centímetros de mis talones, arrastrando las esquinitas dobladas contra las lozas.
Entonces pensé que ese papel no era ningún boludo, que quería decirme algo. Tal vez era una propuesta de trabajo genial, tal vez algún concurso que yo estaba destinado a ganar. O mejor, era la carta de un desconocido a su amada, a su padre, a su hijo, a la nuera. Tal vez, pensé por un momento, ese papel tenía la clave: ese papel podía decirme qué hacer con la chica rubia que veía todas las mañanas en el tren y que iba a dejar de ver la próxima semana, cuando renunciara al trabajo. Tal vez esa hoja desentrañaba los misterios del amor, de la fortuna, de la miseria, de los sueños. Y pensé varias pavadas más. Me detuve y cuando el papel pasó abajo mío, lo pisé con determinación. Lo aplasté.
-Aprenda inglés en cuatro meses -leí en voz alta, según rezaba en imprenta mayúscula-. Qué raro -murmuré, levantando el pie y viéndolo alejarse por la vereda-. A esta altura del año no panfletean estas cosas...
Ese papel, comprendí maravillado, debía estar dando vueltas desde el verano.

jueves, 16 de junio de 2011

Coleccionables

Florencia.

Hay algo casi poético al tomar el té caliente con los anteojos puestos. Uno respira fuerte y se empañan los cristales; uno deja la taza en la mesa y de a poco se esfuma la plateada cortina de humedad. Vuelve a ver el mundo, vuelve a ver la taza. La levanta, toma un sorbo profundo, respirando fuerte dentro de la taza, levanta el vapor hacia los anteojos...

miércoles, 15 de junio de 2011

Mejor hubiera sido

-¿Y en qué queda la cosa?
Miré el delineador corrido y sus ojos rojos. Hay cosas que nunca quedan en nada, pensé. Que nunca llegaron a ser nada ni van a serlo en la memoria.
El ruido de las sirenas, que volvieron a estremecer las paredes después de una breve calma, me dio tiempo para retrasar mi respuesta.
-Hagamos como que no pasó nada -afirmé, mientras con un movimiento medido metía la pistola (descargada) en la mochila.
Ella no me hubiera creído si mi gesto no hubiera permanecido hermético aún cuando unos camilleros pasaron corriendo al lado nuestro, empujándome.
-¿Va a funcionar?
-Va a funcionar -insistí-. Creeme que va a funcionar.

Los pozos de Morón

-Dejá de contar pozos, Raquel -le ordenó a su hija la señora sentada a mi izquierda-. Sacate esa obsesión.
La nena hizo puchero. Seguramente no tenía idea qué significa obsesión pero le sonó a malo.
-¿Quiere que le deje la ventanilla, señora? Así capaz se entretiene -le ofrecí yo, sonriéndole a Raquel para que se animara.
La mujer negó con la cabeza, acariciando a la nena, y me explicó que un mes atrás, volviendo del jardín de infantes, la nena preguntó a qué se debía la sacudida del colectivo. "Es un pozo", explicó, "Un pozo en la calle." Y desde entonces la nena no hacía más que contar pozos en cada viaje de colectivo. Incluso llegó a pedirle a la mamá que escribiera un mail para el intendente de Morón para explicarle que había trescientos cincuenta y dos pozos sólo en el camino a su casa.
-Lo peor es que se pone mal con cada pozo que suma, como si les tuviera miedo -añadió.
La nena me miró, con ojos llorosos, confirmando que les tenía miedo.
-No te preocupes -le dije, sonriendo-. Los pozos no atacan a nadie. Son tan pero tan tontos que se quedan siempre en la calle, en el mismo lugar, y todos los coches los aplastan una y otra vez.
Raquel abrió enormes los ojos, sin creerme. Pero dejó de contar pozos desde ese momento.

miércoles, 8 de junio de 2011

El samaritano de la línea A

-Al fin se acordaron de cerrarla -mascullé con rencor, mirando el candadito que frustró mi intento de viajar gratis en subte.
Al darme vuelta vi que un tipo me llamaba, y alegre lo seguí a unos metros, pensando que tal vez conocía otra forma de colarse. Pero entonces veo que saca la tarjeta, la pasa en el molinete y me invita a cruzarlo, poniendo cara de ned flanders. Entonces niego rotundamente, mostrando también mi tarjeta, le agradezco y paso por el molinete de al lado. Me alejo a grandes pasos.
Un peso con diez me costó encontrar la bondad en el subte y descubrir que aun habita la vergüenza dentro de mí. Barato -pensé, satisfecho con la experiencia- pero a la larga...

domingo, 5 de junio de 2011

Mirada de ladrón

Esos ojos me miraron por un instante antes de recorrer las demás caras que lo miraban. (Caras burlonas, caras de odio, caras de curiosidad morbosa, caras de desprecio inhumano, las caras comunes de los pasajeros matutinos tras una hora de demora por un pibe que saltó a las vías cuando lo perseguían unos policías). Esos ojos patéticos nos miraron desde abajo y luego quedaron tapados por la visera de su gorra. Pero esos dos segundos me bastaron para saber que esos ojos acaban de ver la realidad, acababan de comprender que no se podía poner de pie porque se había roto la pierna, acababan de comprender que iba a ir preso, acaban de comprender por qué es que todos lo miraban así. Se le veía en los ojos y en el gesto vibrante del labio inferior que la nebulosa de droga se estaba disipando y el dolor del hueso y las manos lo invadía, se le notaba con ganas de gritar mamá mamá (aunque para él esa palabra significara sólo mujer borracha o cosas parecidas) porque no podía encontrar ninguna cara conocida de donde sostenerse. Esos dos ojos atascados en las vías del tren, rodeados de policías, gendarmes y walkietakies, acababan de comprender, al igual que yo y que nadie más en el andén, que todo se había podrido en un instante cúlmine.

jueves, 26 de mayo de 2011

Things can go better

Un día de esos que tienen sabor a días normales, que no se contabilizan en la cuenta de los años y que se cuelan por los huecos de la memoria, un día de esos volvía yo a casa temprano. Quedaba poca luz (cosa de minutos quedaban) y la calle de barro, poceada como campo de batalla, apenas se teñía de una textura uniforme que dejaba a la intuición los desniveles del suelo. En eso vi que algo brillaba, reflejando la luz del único farol prendido en toda la cuadra. O eso me pareció al principio.
Me agaché y lo levanté. Rápido, antes que ningún pibe viera nada, ninguna vieja se asomara a curiosear, lo guardé en el bolsillo interior de la campera (tal vez ahí dejara de brillar) y llegué al trote hasta mi casa. Mi papá me preguntó por qué la sonrisa. Le dije que era sólo un día normal, húmedo, de esos que no contabiliza la memoria.

domingo, 15 de mayo de 2011

Pequeñas personalidades

Personalidad paciente (cuenta como hasta catorce)
Personalidad quiero galletitas (quiere galletitas)
Personalidad tartamudo (no está tan seguro de nada)
Personalidad paréntesis (siempre necesita explicar bien las cosas)
Personalidad surtido bagley (tiene de todo un poco, pero siempre tamaño mini)
Personalidad sopa de letras (le faltan las palabras para decir las cosas)
Personalidad pelota de básquet (no se queda con el mismo jugador ni treinta segundos)
Personalidad lechuga (abulta el sánguche pero no es la gran cosa)

Encontré esto, escrito por mí hace cuatro años, en una hoja que acabo de quemar en el hogar, ¿cómo nombraría a la personalidad que le gusta juntar recuerdos en cajones para revisarlos cada cinco años y quemarlo todo, y oler a caramelo caliente durante el resto del día?

Coleccionables

Musgo de invierno.
Calles de invierno.
Rocío de invierno.
Varones que caminan solitarios por barrios que encierran el invierno dentro.
Mujeres que trabajan encorvadas sobre escritorios de fórmica helada,
llorando, empañadas, y el estómago vacío.
Maletines escarchados, sobretodos húmedos, lozas, tubos,
envoltorios por el suelo, adoquines mufados,
hojas del otoño que se quedó.

miércoles, 6 de abril de 2011

Condición humana XXXXVI

Miguel era bueno con todo lo que se refiriera a ciencias cuando estaba en el colegio, y de chico quería ser científico. Sin embargo ahora es el que abre y cierra las puertas en los subtes de la línea A. Sabe que no es un trabajo momentáneo, sino con suerte para el resto de su vida, y ese mismo pensamiento lo ayuda a aliviar la mente con hipótesis subterráneas que nunca saldrán a la luz.
Entre la estación Rio de Janeiro y la estación Plaza Miserere el subte suele llenarse al máximo, pero en cada una de las tres paradas que hay desde Miserere hasta a Lima, se baja más gente de la que se sube. Es decir, cada vez hay mejos gente por bagón. Sin embargo (Miguel lo nota mejor que nadie) a medida que se acercan a Lima cada vez lo comprimen más contra el cristal de la puerta. La evidencia empírica se contradice con la matemática. Y Miguel trabaja en el subte en vez de ser un científico porque de chico menospreciaba cosas coomo la ciencia, reduciéndola a temás numéricos. Ahora sabe que en todo hay más variantes, como por ejemplo la estupidez humana.