jueves, 15 de julio de 2010

La gripe de la paloma

-Si no tengo enemigos no puedo darme el placer de buscar una amistad verdadera con uno del bando contrario -dijo el linyera, retraído.
-¿Qué?
-¿Te enteraste de los 30 nenes que murieron ayer por la gripe de la paloma? -continuó como si se tratara del mismo tema, mientras señalaba a un grupo de exterminadores del gobierno que liquidaban a una docena de pajarones-. 30 chiquitos de menos de cinco años. ¿Sabías que el año pasado planeaban sanear un poco la ciudad porque muchos vecinos se quejaban de los destrozos de las palomas? Pero unas cien viejas y maricas se juntaron frente al congreso y reclamaron por los derechos de los animalitos... Desde que las trajeron las palomas europeas fueron una plaga, y nuestros hijos están pagando, y ahora también los animalitos...
No entendía bien a qué iba, pero me pareció que lo que había dicho antes estaba relacionado con lo de ahora.
-Quizá suene a Dibala, pero qué le voy a hacer. La intolerancia que te rompe los dientes es tan exasperante como la tolerancia que los pega.


A lo mejor en continentes fríos como Noruega o La Plaza Roja ya existen, pero yo patentaría acá unas tapas para inodoros y bidetes que te calentaran las nalgas. Es ingenioso y se sufre mucho de eso. Seguro que un finlandés o un alaskeano lee esto y cree que soy argentinito un debilucho, y tal vez tenga razón nomás. Pero esto de estar media hora con el culo helado después de cada sesión en el baño...

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