martes, 31 de agosto de 2010

Antes quel tren arranque

Es peligroso, seas hombre o mujer, ir con los ojos cerrados por el andén del tren. Nunca se sabe cuándo te van a manotear la cartera, el celular, la billetera, cuándo te van a violar, a degollar o cuándo te van secuestrar para prostituirte y sacarte los órganos. Por eso hay que ir atento y evitar caras feas o sospechosas, o esas caras tan inocentes que se hacen más sospechosas todavía. (Hoy el mundo está pervertido.) Yendo despierto uno puede ver a las demás personas que pasan atentas o desprotegidas, podés ver viejitos confiados y adolescentes paranoicos, y más de una vez se te cruza por enfrente una belleza veinteañera que te deja pasmado o pasmada, como si un cuerpo y una cara tan lindas no pudieran estar entre tanto andén sucio y oscuro. Probablemente sea por ese entorno hostil que uno tiende a idealizar a esos rostros hermosos y se enamora fácilmente: los ve pasar, bien vestidos, bien iluminados, limpios, inermes al clima y a la vez protegidos por una especie de aura mayestática, y es fácil fantasear con que se va a fijar en uno, lo va a ver como a un igual, y va a florecer un amor perfecto en el abono de la estación. Pero esa persona bonita siempre pasa de largo, y uno se queda constipado y consternado, vacío y golpeado, sin más que una imagen fugaz en el recuerdo. Por eso puede ser peligroso andar observando todo en el andén del tren.

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