-¡Te lo pido por favor! -exclamó, sosteniéndose del marco como herido de muerte-. Sé que sólo te facilité unos trámites, que soy un desconocido más, que tal vez mi onda no te cayó de lo mejor, pero por favor... ¡por favor, no me dejes así clavado! ¡Sólo te pedí una sonrisa, un número de teléfono, un lugar especial en tu vida!
La chica de pelo rubio lo miró confundida y un poco asustada... Se dio media vuelta y siguió su camino para salir de allá lo antes posible. El muchacho oficinista permaneció quieto, esperando y conteniendo su respiración exaltada. A último momento, antes de que desapareciera tras la puerta, ella giró un segundo y le sonrió divertida.
Él se recompuso, se enderezó el cuello de la camisa, se calzó bien el cinturón y los anteojos y entró en la oficina, donde sus compañeros lo miraban entre avergonzados y fascinados. Él sonrió también, igual a la chica desconocida: había dado otro paso en su carrera por la desinhibición cotidiana.
Yo hoy me desinhibí: entré a la farmacia y pedí las publicidades de perfumes. La semana que viene les traigo novedades.
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