domingo, 19 de diciembre de 2010

El llanto del reloj de arena

Cuando yo todavía tenía trabajo y casa y vida y amigos que jugaban al tenis y solía pasar frente al mendigo que ahora es mi compañero, lo veía deprimido con frecuencia. Sin embargo recién ahora me doy cuenta de eso. Desde que estoy con él, hace ya más de un año, no lo había vuelto a ver triste.
Llorar, como llora ahora, nunca. No lo dice, pero sé lo que le pasa. Por vagos indicios, historias que de repente quedan incompletas, balbuceos nocturnos y confesiones de borrachos, sé que el mendigo una vez también tuvo trabajo, casa, vida, amigos que jugaban al tenis probablemente, y esposa. Creo que también amantes y un perro, pero esos no cuentan.
El día que finalmente dejó de llorar, me dijo una sola cosa al respecto:
-Lo malo de los muertos es que no vuelven nunca, pero se quedan lo suficiente para no dejarte dormir.


Recordé una de mis peores pesadillas. El horror consistía en que los dientes, tan normales hasta ahora, se presionaban entre ellos y esto provocaba que, empezando por las paletas superiores, fueran metiéndose dentro de las encías, del hueso, del cráneo, empujando hacia adentro, impidiéndome comer del dolor, haciéndome llorar todo el tiempo.

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