sábado, 28 de agosto de 2010

La jardinería

La jardinería es algo asombroso. Por un lado, es la más sucia de las ciencias, y tal vez la más práctica y empírica de todas: requiere de ver cambios de año a año, experimentar variables, si da el sol así, si da el sol asá, un invierno más frío te cambia todo, la cantidad de agua, complementos para el riego y aditamentos para la tierra, que si está removido, que si el veneno para las hormigas, que si las raíces se extienden demasiado, que la macetita, que el brotecito, que los bichos malos, que te pinchaste el dedo con tal espina y que se te va con agua fría y canela, que trasplantá de acá para allá.
Por otro lado debe ser, junto a las artes marciales, una de las actividades que más templan el ánimo humano: sacar yuyos año tras año, excavando el suelo en busca de bulbos sabiendo que volverán a crecer; soportar que una plaga mal atendida, un clima fiero, una granizada o un perro o un nene te estropeen el trabajo de años; soportar el sol en la espalda mientras se hacen canteros; la paciencia.
Implica también poseer un estado de filosofía impresionante y una capacidad de observación capaces de atarear la mente eternamente. Pero no le tengo paciencia, odio la jardinería, odio estar en cuclillas y con las manos sucias. Y amo el jardín, amo las florcitas y amo un día de verano para respirarlo todo.

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