sábado, 19 de enero de 2013

Vacaciones 2013

Esa sensación de estar volviendo, pero que fue anteayer que te fuiste. Comprobar sosegado que las cosas te extrañaron tan poco como vos las extrañaste a ellas. Comprender que el lugar que conocés (el que habitaste toda la vida) no es más que un sofá del cual estás listo para saltar.
Resumen (dame una l, dame una a): muchos alambrados, un camino de ripio, mucha gente mirando pingüinos que despiertos parecían estar dormidos, el viento y el ripio, un salto al agua, paisaje verde que pasa al rojo y mil cuevas que no esconden tesoros, sino botellas y cenizas de alguna noche vulgar, florcitas amarillas abanicándose en las banquinas, después florcitas blancas, nieve, lagos, árboles altos, como gigantes que murmuran entre sí, allá arriba, sin oírnos, sin prestarnos atención, leche en polvo y paté y fideos, piedras infinitas piedras, con mapas de continentes imaginarios, con jeroglíficos, con brillantes, piedras rebotando en el agua, agua invisible o verde o turquesa o celeste o azul, y flotar en el agua llevado por la corriente, grandes cascadas, exposición corta exposición larga, pájaros, insectos, paisanos, paisajes, lagartos tornasolados, ampollas en los dos pies, enfriarse y tomar sol, leña fuego cocinar comer y dormir, y volver. Rápido, volver rápido porque tal vez sea verdad que la relatividad influye en el almacenamiento de memoria según la velocidad de los cuerpos al volver de vacaciones. Rápido, volvamos rápido.

martes, 1 de enero de 2013

Dame una h, dame una o

El cielo solemos verlo fraccionado. Apenas vamos a una quinta o una plaza poco arbolada y nos damos cuenta que en treinta metros a la redonda no hay edificios, miramos al cielo y lo vemos ahí, como amplio, todo arriba nuestro. Por primera vez cobra sentido la expresión de "cúpula celestial". (Antes, el resto de la vida, había sido una "cuadrícula celestial".) Es común tenderse boca arriba y tratar de abarcarlo de una sola mirada, buscar con el rabillo del ojo el límite, el horizonte, que no está, claro que el límite no está.
En las esquinas suele suceder algo similar. Justo en el centro de las intersecciones suele quedar un espacio abierto (cruzado de cables, es verdad), donde uno puede pararse y contemplar esa inmensidad tan superior a la inmensidad humana. Lástima que la ciudad no nos deja pararnos en medio de las esquinas y mirar arriba. Podemos pasar la vida viendo el cielo por pixeles y autos a los costados, sin acceder nunca a esa otra dimensión, que es la del firmamento inmisericorde.