sábado, 28 de agosto de 2010

Pequeña buenalegría

Gustavo era una persona con buena suerte extraña. De esa buena suerte innecesaria, que ocasionalmente pasaba desapercibida pero que a la larga fue la envidia de todos lo que lo conocimos. Era una pequeña fortuna diaria, como si en vez de haber nacido con una gran estrella hubiera nacido con una tímida estrellita que hacía todo su esfuerzo por hacerse notar. Para ser más claro: Gustavo era la clase de persona que se encuentra un celular al día siguiente de que pierde el suyo; o que conseguía valeotros en cadena; o que tenía luz e internet cuando todo el resto del mundo estaba cortado; que de casualidad decía la palabra justa en el momento indicado a la persona de la que necesitaba un favor; o que simplemente nunca perdía una llave, si volcaba el café no se manchaba, si dejaba el auto abierto no pasaba nada, no se le rompían los electrodomésticos y tenía señal de celular en el ascensor. Tanto es así que solíamos decir que a Gustavo se le pegaban al codo las monedas del piso.
Le fue relativamente bien toda la vida, hasta que le garrotearon el marote para robarle la moto y lo dejaron tonto para siempre.

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