miércoles, 23 de noviembre de 2011

El mes de la tortilla

A mi papá le preocupan unas cosas y a mí otras.
-Si las cosas siguen así, un día Irán va a tirar una bomba sobre Iraq -dice, amargado, dejando la tortilla a un lado-. Después de ahí se pudre todo.
Mi mamá lo mira preocupada también, pero ella piensa en que no queda más plata y que vamos a tener que comer tortillas hasta fin de mes.
-Hoy hice la prueba -digo yo, terminando mi porcioncita- y caminé la última media cuadra hasta el portón de casa, con la llave en la mano, y la mano a la exalta altura de la cerradura del portón... ¿Cómo hará para recordar eso mi cuerpo, no?
Mi hermano pidió una tercera tortilla para él, pero mi mamá le dijo que no había más.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Postales en negro

Anoche casi me atropella un auto negro que iba sin luces. Había sido un buen día, había faltado al trabajo y nadie me había corrido. Pero todo se fue a la mierda en el preciso instante en que salté hacia atrás y un auto negro se clavó en el lugar que yo acaba de ocupar. Mierda pensé, podría estar muerto. Escuché un bocinazo y el colectivo que venía atrás pasó raudamente dejándome en un estrecho pasillo, entre bondi y auto negro, en medio de la calle. Mierda mierda, podría haber muerto dos veces. Pero estaba vivo... ¿algo había cambiado? El del auto y sus lucecitas de neón, sin prender los faros reglamentarios, me miró un segundo y se fue. Los dos que podrían haberme revolcado en pedacitos habían dejado una calle vacía, y mi boca vacía, y mi garganta vacía, y todo el resto bastante vacío también. Ileso, igual a recién. Acababa de vivir, y todo seguía igual. A la mierda todo pensé, me invadieron ganas de matar, matar o morir. Matar y morir. A la mierda con todo y la vida, a la mierda con los que mueren y los que siguen vivos. A la mierda todo lo que va a morir. Anoche quería eternizarme mirando el cielo.

martes, 15 de noviembre de 2011

Esa edad indescifrable

¿Qué edad tendrá, que me gusta tanto? Puedo pensar que tiene quince, puedo pensar que le preocupa llegar a los treinta, puedo ver que tiene siglos. ¿Cómo camina, cómo se mueve, cómo respira que me atrae tanto? Lleva ese andar con frescura, cuando no es pura gracia es admirable su torpeza, a veces parece adorable como un gatito mojado. ¿Qué es esa forma de hablar, esas pausas, esa transmisión de pensamientos? Deja ver sus ideas, deja verlo todo, no esconde nada porque incluso ella ignora su mejor misterio. ¿Qué son esas horas de tristeza, esas melancolías, que me parten en pedazos? Un ser humano no es suficiente cosa para consolarla. ¿Qué son esas risas tan espontáneas, tan de aire, esas risitas tan de pasto y hojas verdes, esa hilarante carcajada, que me enamora así de fuerte? Sus labios forman rimas hasta en los velorios y las filas del tren. Ya la busco tanto y la quiero tanto que no sé si existe, si es mi creación, si es mía o qué será de ella cuando la olvide y deje de amarla como hoy.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Un mosquito en mi mano

Matar mosquitos es un hábito, matarlos con una sola mano, cazándolos en pleno vuelo, es una profesión. En ese sentido debo confesar sin alardes que soy profesional desde los doce años. Por eso es que me sorprendió tanto lo que pasó hoy: sé que a veces uno atrapa al mosquito y cree haberlo liquidado con eso, pero al abrir la mano el turro revolotea lo más contento y se va; por eso es que siempre, desde los doce años, cuando atrapo a un mosquito hago mucha fuerza, estrujo los dedos y si es necesario me muerdo mi propio puño cerrado, lo que haga falta para asegurarme. Sin embargo hoy atrapé  un mosquito y algo me detuvo. No sé explicar qué. Con cautela, casi con miedo de lo que estaba haciendo, acerqué la mano cerrada al oído. Nada al principio, después escuché algo que ni se acercaba al murmullo. Así deben charlar los duendes. Presté atención: era un aleteo, un batir anímico de alas de cristal. ¡El mosquito dentro de mi mano intentaba volar, intentaba escapar! Jamás hasta hoy se me había ocurrido pensar que un mosquito, atrapado dentro de mi mano, hiciera más que esperar la muerte, sumiso, apretado entre pliegues voluminosos de piel, ¡pero éste aún luchaba! ¡Dentro de mi increíble puño cerrado se escondía un mosquito que se jugaba su vida con ferocidad de lupa, dispuesto a todo por vencerme! Cuando la maravilla del descubrimiento pasó, apreté la mano y el mosquito reventó. Me limpié con un pañuelito y encontré, enojado, que me había pinchado entre el dedo mayor y el anular. Todavía pica mientras tipeo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Los dos globos

Después del último suspiro hubo una pausa en la que los dos se miraron quedamente. Sus cabezas parecían infladas e inestables como globos.
-Parece que ya no hay nada por decir. Parece que ya todo está dicho -dijo uno.
-Entonces volvamos -dijo el otro- a hablar de nada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Laraiá laraiá laraiá

El susurro de los árboles de la plaza era tan tenue como el de la gente que caminaba alrededor, el ulular de las palomas que buscaban las migas perdidas latía en la brisa cálida que peinaba el pasto hirviente que reflejaba el sol de mediodía. La chicharra oxidada de la barrera del tren campaneaba lenta, perezosamente, sumergida en la misma abulia que me dominaba a mí y al resto del mundo. Con los párpados entrecerrados, apenas despegadas las pestañas, miraba los círculos de una bolsa de plástico que flotaba sobre la esquina como un pájaro melancólico, como un fantasma olvidado. Un hombre de traje se sentó al lado mío, con cuidado y pausa. Soltó el maletín gastado, se sacó uno a uno los zapados llenos de tierra y las medias transpiradas, se soltó la corbata y la dejó caer a un lado, muerta. La contemplé, arrugada, inanimada. De pronto todo había perdido sentido, como si nos hubieran anunciado que junto al cenit del verano, el mundo dejaría de existir.