sábado, 30 de julio de 2011

Horacio al tomar el tren

A nadie se le habría ocurrido que Horacio, el poeta que loaba la grandeza del humano y la pureza de sus actos heroicos, ansiara presenciar el resultado de los más viles sentimientos en las personas, como ocurría cada vez que, al salir de su casa hacia el Centro, esperaba el tren. En el extremo más lejano del andén parecía abstraído en contemplar la muchedumbre adormilada, o maravillarse con el reflejo casi abstracto de las luces en la telaraña de los rieles, pero en realidad Horacio observaba atentamente, con cuidado, la línea de pasajeros que aguardaban la llegada del tren bien pegados al borde del andén. Y esperaba que ocurriera lo que tendría que ocurrir más frecuentemente: alguien que, aprovechando el tumulto y la confianza de aquellos que se situaban de espaldas al resto, cara a las vías, de un empujón arrojara a hombres y mujeres, jóvenes y viejas, despatarrados sobre los rieles, justo cuando el tren se aproximaba bocinando.

Sobrevivir es la sombra

Tengo que conocer el mundo, lo más lejos y profundo posible. Tengo que hacerlo porque sino voy a morir a causa de depresión, ira, disconformidad, desesperación, gula y toda clase de estados mundanos que corroen el alma. Y sé que la única forma de vivir es esa: poder describir la vida de los pescadores de la India, los mármoles de Bernini en la Villa Borghese, los inviernos de Rusia, las curiosidades de los pueblos de Japón, el olor del Pacífico a la noche, el sonido de un oasis. Ésa es la única forma de vivir.
Hay otra forma, más baja, que es la de sobrevivir a fuerza de excusas: que había que estar loco, que la economía lo impidió, que no había quién me acompañara, que justo conocí a esa chica, que en ese momento pensaba en otras cosas. Pero si sucede eso y me vuelvo viejo y llevo una rutina común te necesito presente para que me recuerdes que vivir es la forma, que sobrevivir es la sombra, y que me insultes, me desprecies, me atosigues y, llegado el momento, te conviertas en mi kaishaku.

domingo, 24 de julio de 2011

Condición humana XLV

Vamos dejando pedazos nuestros, siempre, despedazándonos poco a poco. A veces los dejamos a propósito, intentamos que quede bien acomodado, visible, damos media vuelta y seguimos, sin estar seguros de si ese trocito quedó bien presentado. Otras veces no queremos, pero se nos cae algo y queda donde tiene que quedar, suele ser lo que más duele. La mayor de las veces perdemos pedacitos sin darnos cuenta, como un pelo enganchado en una rama de un bosque inmenso. (Y muchas veces ese pelito es mucho más importante que cualquier otra cosa para otras personas.) Algunas veces es esa otra persona la que nos lo arranca con sus uñas, de un mordisco, de un beso, de una mirada, la carne que nos es tan preciada, un hueso que ni sabíamos que existía.
Todos vamos dejando pedazos nuestros, siempre, y en noches solitarias, interiores, noches de altura, nos palpamos a nosotros mismos y volvemos a sentir el dolor de lo dejado atrás, nos preguntamos en qué andará (incluso a veces vamos a buscarlo), y nos preguntamos cómo es que, después de habernos descuartizado con todo lo que vivimos y recorrimos, seguimos existiendo, seguimos teniendo piernas para caminar, seguimos teniendo suficiente de nosotros como para dejar más pedazos sin siquiera enterarnos.


-No te vayas a dormir muy tarde -me sigue diciendo todas las noches, sabiendo que igual me voy a acostar tarde.
-Nono, quedate tranquila -respondo, sabiendo que no puedo ir a acostarme más temprano.

jueves, 21 de julio de 2011

Dexconexo

-Sólo tres cosas me motivan realmente: el enamoramiento idiotizante, la culpa que me hace sentir a veces mi mamá, y la ley del menor esfuerzo como última instancia.
-¿Y?
-¿Viste cuando sentís que se viene tu momento de gloria...? No sé, una amistad perdida que aparece de la nada, una canción con tu nombre, un cuento que parece hablar de vos, ¿esas cosas no? que hacen que el mundo parezca girar alegre y cómodo a tu alrededor (que no es lo mismo que sentirte el pupo de todo).
-Sí lo sé. La desconexión no es el problema. Es un arte que lleva a la mente por caminos sinuosos, inéditos, inesperados. Así, ¿no?
-¿Dex-conexión? ¿Tipo ex-esposa? ¿Ex-jugador de fútbol?
-El "ex-" es de ex-ótica.
-Locura. Eso mismo. Loco, dicen. Sólo porque saltaba de acá para allá tirando versos que leyó una vez de chiquito y memorizó en el corazón.
-Esas cosas se graban en el corazón.
-Cinta magnética.
-Caminadora mágica.
-¡Tripulación a bordo!
-...Ya salimos.
-Claro, yo te lo conté.

Leboqué

Sábado a la noche (domingo madrugada), con las entradas para el recital de Artic Monkeys en un bolsillo y un porrón vacío en el otro, más sudado en alcohol que en sangre, durmiéndose en un bondi porque los amigos con auto lo plantaron una vez más, él iba. Tranquilo porque el chófer lo va a despertar en el final del recorrido.
Pero despertó y estaba en un bosque extraño, de mañana. Seguía el porrón en un bolsillo, pero la entrada para los Artic Monkeys había desaparecido. Miró alrededor: lomadas cubiertas de pasto, árboles muy altos y delgados, con pajaritos sobrevolándolo, lianas pendiendo aquí y allá. Todo demasiado tranquilo.
No había nadie más, comprendió, sólo me encontró a mí tomando el té, leyendo las Leyendas de Béquer. Cabe aclarar que yo iba siempre a ese lugar. Desde que empecé a viajar en el tren dejaron de gustarme las actividades en multitud.

domingo, 17 de julio de 2011

Coleccionables



Montañas aéreas. Pinos en la piel. Llanto helado de la amancay a nacer.
Saber todo de nada. A veces sé, hoy no. De ayer sé sin palabras que lloré.
Un intruso en tu boca. Patovas de pensamiento. Intento vano, al viento.
Pero qué alegría, vacaciones mi vida. Pero qué alegría, vacaciones vacías.

Cronometramus

Es inevitable pensar en el tiempo mientras uno espera que llegue el subte. Que llego tarde a la oficina otra vez y me van a estar sermoneando cinco minutos, además tengo que terminar el trabajo de la facultad para la semana que viene, mi hermanito hace meses que tiene el avioncito a escala por la mitad, todo lo que no llegué a decirle a mamá en la publicidad de la película el viernes, las flores en invierno que se hielan, las crisálidas por abrirse, el sol subiendo por la ventana abierta, la canción que termina demasiado rápido, las manitos fluorescentes del reloj no me dejan dormir, la rutina de quince minutos de gimnasia de la vecina que murió el año pasado, prender la computadora un minuto, ir al baño, crujirse los dedos, no haber hecho la tarea del colegio, mirar un espejo, pestañear dos veces seguidas. Pensando en el tiempo pierdo la noción de la espera del subte, y miro el reloj de pulsera del flaco parado al lado mío: los números avanzan a una velocidad vertiginosa, inapelables, indiscretos, feroces como pensamientos. Por un instante le estoy por advertir que se olvidó el cronómetro andando.

viernes, 15 de julio de 2011

Horacio en el baño

A nadie se le ocurriría pensar que Horacio, el poeta de la caballerosidad y las viejas costumbres, alentara en su fuero interno ideas tan deplorables (aunque también viejas costumbres) como en las que suele pensar todas las mañanas cuando se lava los dientes después del desayuno. Si uno lo ve, frente al espejo empañado, con la luz brumosa que atraviesa las cortinas, absorto en los lentos movimientos casi mecánicos del brazo y el cepillo de dientes, creería que con su mente está escribiendo sobre el vidrio empañado algún haiku, o dibujando una primavera. Pero en realidad simplemente está atento, muy atento, al ir y venir de su mano. Sabe que en cualquier momento puede pegarse en un diente o en la encía, y hacerse doler, hacerse sangrar, y aguarda ansioso ese calor sádico que torna de rojo su cara, mientras por un lado desea lavarse y enfriarse con agua, y por el otro lado se resiste, se resiste saboreando el dolor intenso que le invade la boca.

Nichijou

La humedad se desliza así
por las paredes
y yo quiero dormir.

Rafael.
La oficina está vacía
las persianas cerradas
y tengo sueño.

Rafael.
Quisiera ser peón en una obra
para quedarme durmiendo
los días de lluvia.

Rafael.
¡Oh! Ojalá fuera sábado
y estuviera soleado.
Voy a ver el infoclima.

Rafael.

jueves, 14 de julio de 2011

SAVED_Untitled:

Un curioso quinteto negro atraviesa la niebla matutina: tres personas (dos varones robustos y una chica menuda) vestidos de deportivo negro y gorras, y dos perritos lanudos, negros y sumisos. Marchan en silencio y rápido, ligero, casi tristes, como si fuera importante pasar desapercibidos, camuflarse con la niebla. Al llegar a una esquina el resplandor dorado del vapor anuncia un coche que se acerca, y todos apuran el paso para cruzar justo a tiempo. Todos salvo uno de los perros que, distraído detrás de su ama, fue sorprendido y decidió esperar a que el auto pasara. Sin embargo, en los cuatro segundos en que se vio dejado atrás, separado de su grupo, indeciso entre permanecer en esta vereda o cruzar a la otra mientras la luz y el traqueteo se aproximaban a una velocidad imprudente, se llenó de angustias. El auto pasó y comprobó aliviado que su dueña y los otros tres, incluso el perro, lo aguardaban. Movió la cola, fue tras ellos y la caminata se reanudó. Sólo que la niebla no parecía ya tan fría ni tan húmeda.

domingo, 3 de julio de 2011

Cecilia ha muerto

La última vez que vi a Cecilia ella estaba en su escritorio, cantando bien bajito "me amarás aunque tenga que amarrarte" mientras disponía hileras e hileras de clips metálicos sobre los formularios sin contestar, ignorando la veintena de personas que, del otro lado del vidrio, esperaban ser atendidas. Cuando le pregunté qué hacés, me contestó que mirara con atención (señalando su ejército de ganchitos): "no hay un clip igual a otro", explicó con esa profunda alegría del descubrimiento de un nene. "Ni uno", categorizó, y lo comentó en su twitter.
Es raro ver su perfil de facebook sin que nadie lo actualice durante las horas del almuerzo. Cecilia sería un clip torcido de los que no sirven para enganchar hojas, pero era único, como esos que se usan para forzar ciertos candados sin llave.


Another head aches, another heart breaks. I'm so much older than I can take.

viernes, 1 de julio de 2011

Horacio al tomar café

Nadie hubiera creído que Horacio, el poeta que exaltaba la alegría y la solidaridad, alentara para sí mismo pensamientos tan sádicos. Por ejemplo, mientras a la mañana se tomaba un café, miraba atentamente a la señora vieja que trabajaba en su casa mientras ella le preparaba unas tostadas. Uno creería que en realidad miraba absorto los remolinos del vapor del café o el brillo opaco de la pileta de la cocina, pero en realidad, para sus adentros, pensaba: "que se rebane el dedo... que se corte así tengo la excusa de estrujarle bien fuerte esa mano raquítica... que se rebane un dedo la vieja..."