miércoles, 27 de febrero de 2013

Anticábalas

Hay gente que guarda durante años un champaña en la heladera esperando algo para celebrar. Otra gente compra calzado deportivo y un chandal haciendo juego, con la ilusión de salir a entrenar algún día. Otros tienen una muda de ropa elegantísima, o un vestido caro, un collar de perlas de una abuela, un reloj con cincuenta y tres rubíes, y piensan con ansiedad que algún día los lucirán en un evento.
Yo tallé un tótem en quebracho, un rostro ancestral que grita enojado, y lo guardo para poder hacerlo trizas con un hacha si un día no encuentro otra forma de liberarme de una frustración o una impotencia muy grande.

domingo, 24 de febrero de 2013

Descubrimiento

Descubrí que no tengo remeras con dibujos interesantes o chistosos, aunque se me ocurren diseños nuevos todo el tiempo. Descubrí que los jeans me gustan simples, berretas y en lo posible, no muy limpios. Descubrí que uso las mismas zapatillas, una vez que me resultan cómodas, hasta que van quedándose atrás en retazos grises. Descubrí que uso el mismo cinturón desde los quince años, que uso pañuelos de tela porque no me gusta la fragilidad de las carilinas. Descubrí que no uso anillos, ni pulceras, ni collares, ni tengo agujeros para aritos, ni tatuajes. Parezco aburrido, descubrí. Descubrí que a tus ojos debo parecer muy aburrido.
Lo que no descubrí todavía es la forma de hacerte ver que tengo en la piel cicatrices con historias en vez de tatuajes, ideas locas en vez de remeras, zapatillas que recorrieron kilómetros de calles y veredas, jeans cómodos para que te sientes sobre ellos, en vez de pantalones sofisticados, y un cinturón que se muere de ganas de que lo desabroches.

Pajarito del alma

Descubrí que hasta los pájaros se esconden cuando diluvia. ¿Por qué obligar al alma a buscar su alimento entre el aguacero y el granizo, si las aves hambrientas esperan en su nido a que escampe? Es mejor aguardar en silencio o entonando melancólicos lamentos a que brille el sol y los insectos salgan de sus guaridas, si total no hay pichones a los que cuidar. Un pájaro solitario puede esperar en una rama que pase la tormenta, emprender vuelo con el estómago vacío y encontrar un lugar mejor más allá del horizonte donde las semillas sean doradas y las flores bailen todo el año.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Sopla

Un chorro de helio directo al pecho, dolor intenso y súbita sensación de flotabilidad. Tus amigos te habían dicho que no iba a doler, pero dolió, y un poquito te sentís mejor. Tal vez no todavía, pero sabés o intuís que es el principio de una mejoría.
Distinto es tener que ser Rambo y meter el inflador dentro de tu propia herida, y jalar una, jalar dos, jalar mil veces, sin importar si está cicatrizando o no, inflándote las carnes heridas con aire magro, con la esperanza (ya no la certeza) de que vas a mejorar si seguís haciéndolo.
Tienda la idea de mezclar humo en el inflador. Tienda la idea de tirar el inflador y pedir pastillas. Tienta la idea de tirar todo y dormir y llorar durmiendo con los ojos cerrados. Tienta tanto que la única opción es poner el despertador muy temprano, antes de que se despierte todo el mundo, despabilar, mirarse al espejo, buscar la herida, hacerla supurar, respirar profundo y clavar el inflador, a lo Rambo, a lo deprimido arrepentido, a la única opción sana que da el espejo.

martes, 19 de febrero de 2013

We will all be changed

Perdimos el rumbo y las apuestas. Sabíamos las consecuencias desde el primer instante de vuelo. Si hubiéramos ganado todo el oro, estaríamos juntos, nadando en una ola esmeralda, vomitando pétalos, brillando con el veneno más dulce de la naturaleza.
Pero contamos mal las vueltas de los dados y olvidamos las gracias dadas, no nos dieron tiempo ni para la venganza, no hubo tiempo para echarse atrás. Se cortó la luz, se rompieron los dedos que nos mantenían unidos, los pies dejaron de moverse. Caminé a través de desiertos de riquezas que nos separaron.
Ahora daría todo lo que tuve por saber dónde estás ahora, qué harás el resto del día, qué olor tiene tu piel. Pero no me dicen nada. Hay botellas exóticas, platos extraños, velas de colores, que me invitan a cenar, pero la mesa está vacía. Y no me dice nada.

lunes, 18 de febrero de 2013

Medallas para el ciudadano

Hoy se me ocurrió que debería cargar medallas (baratas, plásticas, simbólicas) en un bolsillo, para aquellos transeúntes que se las merecen. La idea vino cuando una madre con cuatro hijos evitó que el más chiquito tirara un papel a la calle, y después al subir al colectivo, hizo que se sentaran uno a upa del otro porque, les explicó, ellos ocupaban mucho espacio, había mucha gente para subirse, y podían hacerse upa tranquilamente como buenos hermanitos que eran. Sí, de haber tenido una medalla en el bolsillo (y el valor para entregársela) lo hubiera hecho, y hubiera sido algo bueno.

sábado, 16 de febrero de 2013

Hoy recordando

Hoy recordé cuando veía a través de tus ojos, y tu mirada que me decía que dudabas, que aburría. Hoy me acordé de las fantasías que até a tu nombre, y las risas y esa mano que temblaba, y me acordé de que reías tan agudo como una fuente llena de carpas. Me acordé que nos peleamos. No pude recordar por qué nos peleamos, sólo pude recordar que no te pude hacer reír más, que te privé de cuentos, aventuras, mentiras y canciones. Hoy recordé que mis manos también temblaron, que marcaba números equivocados, que escribí mensajes que nunca llegaron, que até nuevas fantasías a tu nombre, en tu nombre, con tu cara, en tu lugar, todas tan falsas. Hoy recordé que también nos cruzamos. Recordé que fue chistoso el ángulo, la sonrisa política, que se me secó la garganta, y que te pregunté por tu nuevo número pero no lo anoté, y que pasó un auto que casi nos mata y te agarraste de mi codo, como alguna vez yo había imaginado para otro contexto. Recordé que te despediste y cruzaste la calle, que miramos los dos para los dos lados, y que te fuiste por la vereda de la sombra y yo para mi casa. Y no quise recordar más nada, ya con esos dolores bastaba.

viernes, 15 de febrero de 2013

Amar incongruencias

Amo lo directo siendo indirecto. Amo la lo inseguro desde la seguridad. Amo la realidad desde mis idealizaciones. Amo lo veloz dentro de mi tranquilidad. Amo la aventura desde un sillón, las charlas en la distancia, los viajes dentro de mi casa, lo infinito desde mi jardín. Amo los insectos desde este lado del mosquitero, los animales salvajes desde la ciudad, el mundo desde una pantalla, la acción en lo escrito y los muertos en el eterno cotidiano. Amo las declaraciones del amor dentro de los secretos, amo la fiebre enamorada escondida en el miedo, amo el temblor del corazón endurecido en el cemento, amo la confesión perdida entre mentiras.

viernes, 8 de febrero de 2013

RP 50 INSTRANSITABLE

Vacaciones es un viaje. Y un viaje son recuerdos, fotos, souvenirs, gente con la que se charló, encuentros, comidas, accidentes, contratiempos, planificaciones, problemas, resoluciones rápidas. Todo lo que se le cuenta a alguien, lo que todos preguntan cuando volvés, lo que quieren oír. Lo que te gustó, contamos lo que nos gustó de entre todas las cosas que visitamos, las fotos que sacamos, los inconvenientes que resolvimos, las chicas lindas con las que charlamos. Pero hay otras vacaciones, otros viajes, que vuelven con nosotros cuando regresamos. Son las fotos que no sacamos. Los lugares por los que seguimos de largo. La gente que miramos de lejos y nos preguntamos de qué estarían hablando. La mirada que no se cruzó. El paisaje atrás de la montaña que no subiste. Las cosas que no pasaron porque fuiste precavido. La lista que no se tachó por completo. Ese viaje lleno de huecos, lleno de indecisiones tiradas para un lado y no para el otro, no se lo podemos contar a nadie. Es un viaje recorrido y sin recorrer. Otro viaje, tal vez. Para otros, tal vez.

La planta que odio

Odiar una planta. No sé cuán común será, tal vez entre paisajistas y botánicos sea tema de una conversación común, pero no conozco a ninguno. Es como odiar una de las cosas más inofensivas del mundo, lo sé. Y lo mío no es odiar las plantas, sino a una sola en particular.
Me acuerdo que en mi casa anterior había un jacarandá que me molestaba, no aguantaba las hojitas diminutas, el lila afeminado de sus flores, lo único bueno que tenía era el crujido de esos frutos duros y secos cuando los trituraba con la planta del pie. Siempre le hacía pis al tronco, cuando me aburría agarraba algo de metal y le hacía pequeños tajos bien cerca de la base, para que nadie los viera. Cuando pasaba la bordeadora cortando el pasto, lo castigaba de más haciéndome el distraído.
En esta casa hay un limpiatubos terrible. El motivo de mi odio es concreto: los pelitos rojos de sus flores llenan la pileta y no dejan que esté limpia ni por un minuto. Es insoportable, es como una mujer gritando sin parar. Y no hay castigo que sirva con esta planta, ni aunque la podé con motosierra y la reduje a una triste mutilación, logré matarla. Refloreció a la siguiente primavera.
Cuando maté al gato del vecino, el que nos comía los quesos que se estaban oreando, hice un pozo entre las raíces (amputando varias en el proceso) del limpiatubos y lo enterré ahí. Pero desde entonces sus flores son más rojas y sus hojas son más largas, las ramas se estiran acercándose a la pileta que se ensucia y el tronco se engrosó como una víbora constrictora. Es como si la maldad del gato y la de la planta se hubieran fusionado, en vez de envenenarlo este a aquella, como yo esperaba.
Fui derrotado. Fui vencido completamente por la única planta que odio en esta casa. Cuando papá me preguntó por qué había decidido tan de repente mudarme al centro lo dije sin pensar, como un acto fallido que pasó desapercibido. "Porque allá no hay plantas", dije, y nos reímos. La mía era una risa muy amarga.