viernes, 18 de marzo de 2011

Condiciones humanas XXXXV

Durante una tormenta suboceánica (que es cien veces más terrible y violenta que las que se dan en la superficie) una pequeño adoquín proveniente del sur de Asia se encontró, en medio de la refriega, con un bloque de mármol que tres mil años antes había sido destinado a ser esculpido por un griego de renombre, pero que había naufragado tras caer el barco en el que viajaba en manos de piratas. Las dos rocas, a pesar de haber sufrido la dolorosa y candente génesis de sus razas, luego el martirio del picapedrero y finalmente el desgaste de los siglos acuáticos, cuando se vieron, a cuatro kilómetros de toda burbuja de oxígeno potable, quedaron prendidas una de la otra. El pequeño adoquín impactó contra el mármol contrahecho y se incrustó en él, y el mármol lo abrazó con un cariño desconocido en él, dándole cobijo hasta que finalizó la tormenta suboceánica.
Se declararon su amor con un fervor digno de magma y fueron los amantes más enérgicos del fondo oceánico. Se juraron lealtad eterna y, corroborando sus palabras, ambos se hicieron tan pesados como un estanque de mercurio, enterrándose poco a poco en el lecho marino, embriagados el uno del otro.
Pero no tardó en anunciarse otra tormenta suboceánica, y el mármol, en un instante de fantasía y debilidad, se desasió del adoquín y huyó arrastrado por el agua hacia nuevos destinos, mientras que su pequeño amante se hundía en la arena, maldiciendo la densidad de sus átomos.

Y te vas

-¿Me extrañabas?
-Te necesité.
-Si serás dependiente...
-¿A qué viniste?
-A buscar unas cosas. No me quedo. De hecho ya me estoy yendo, no te hagas ilusiones.
-No me hice ninguna ilusión. Ya conocía tus intenciones.
-Veo que mejoraste. Antes era yo la que sabía todo de vos.
-Las cosas cambian. Incluso cuando no estás.
-Especialmente cuando no estoy.
-No. Especialmente cuando volvés.

sábado, 12 de marzo de 2011

Gurdo

Uno puede vivir tratando de contener el aire. Conteniendo el espíritu, los olores y los condimentos dentro del propio cuerpo, haciendo lo posible por retenerlos más, un poco más, eternamente. Aguantar la respiración es nuestra mejor chance de detener el tiempo, o de intentar mantenerlo con nosotros todo lo largo posible. Inspirar profundo hasta sentir que se está por explotar, cerrar la nariz, la boca, incluso los ojos, contraerse al interior, hacer fuerza, contener el aire requiere más esfuerzo del que se piensa. Y aguantar todo lo posible antes de que el sabor se borre, antes de que sintamos en el paladar, la frente y en todo el cuerpo el indicio acre del cambio. También está el que respira bocada tras bocanada con aliento voraz, desesperado, angurriento, tratando de devorar el aire que se interpuso entre el pasado dichoso y el presente opaco. O el que suspira, el que anhela que el aire pase lo más rápido posible. También está el que semana a semana intercambia un poco, apenas lo suficiente, y sonríe creyendo que todavía le queda un poco de lo que inhaló el mes pasado, hace dos años, antes de entrar al trabajo, apenas terminaba el colegio, sin que nadie se dé cuenta. También está el que nunca volvió a respirar y quedó inconsciente. También está el que cada mañana despierta fresco, sintiendo el aroma del desayuno que va a prepararse.