sábado, 31 de marzo de 2012

Las momias

Me gustan las momias. Son arte. Dicen tanto sin decir nada, ocultan tanto, dejan tanto espacio para imaginar. Duermen mientras las miramos, cobran vida cuando seguimos de largo, cuando apagan la luz, cuando pensamos sobre ellas antes de dormir, asegurarnos de estar bien tapados. Seguramente se sonreirían, se burlarían de nosotros.
No me imagino la sensación que debe producir encontrarse con una momia cuando no lo estás esperando. Encontrarte con un muerto nuevo, vaya y pase; con un descuartizamiento atroz, te la regalo. Pero una momia no sé. Tan vieja como las piedras, apenas más reciente que un fósil, y sin dejar de ser tan humano como era antes. Pienso que yo podría ser una momia en cien años, en quinientos, en tres mil años. Me momificarían sentado, en piyamas y con anteojos, como frente a la compu en invierno, y la gente que no me conocía pensará que mi momia mira al infinito, al más allá.
Me gustaría comprarme una momia, una chiquita, por ebay o bestbuy, y ponerla en un estante con vidrios polarizados y una lamparita adentro. Cosa de no obligarla a verme, cosa de poder apagar las luces y no verla a ella tampoco. Las momias necesitan su intimidad, incluso dentro de sus pozos o sus sarcófagos, sus vitrinas y sus nichos.

viernes, 30 de marzo de 2012

Yo soy alguien

Soy alguien que cuando leyó que Sócrates decía "sólo sé que no sé nada", se quedó pensando a la noche antes de dormir y llegó a la conclusión de que "sólo sé que quiero saber más".
Soy alguien piensa en las personas como si fueran nenes. Creo que si conociste a alguien de chiquito, lo vas a conocer durante toda su vida, aunque cambie, aunque no lo veas más.
Soy alguien que se divertía encontrándole canas a los hermanos mayores, y que se encogía de hombros cuando le decían "ya te va a tocar a vos". Hoy me encuentro una cana y me río de mis hermanos mayores.
Soy alguien capaz de perseguir a una hormiga perdida por la vereda. Dale unos minutos y te va a llevar a lugares que no conocías. 
Y soy alguien que escribió estas cosas y pensó "iría bien en el perfil". Pero no lo actualizó.

(Entrada 901 del blog. 99 más y me tomo vacaciones.)

jueves, 29 de marzo de 2012

Cantaste desde el balcón

Tenía los pies fríos
hasta que hablé con vos.
Dijiste tan lindas cosas
que la sangre se me hirvió,
primero se entibió un pulmón
y enseguida tomé color.
Caminamos juntos ese día
hasta el fin del balcón.
Cantamos fuerte y cantamos tanto
al malvón y picaflor
que ahuyentamos todos los fríos
los llantos y la propia voz.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Gritá, gritá

Frente a Julián apareció una figura vestida de negro. Le sacaba una cabeza, y eso que Julián era alto. "¿Qué querés?" le preguntó a la figura de negro. "¡Nada!", le gritó. Su alarido, fuerte como un grito de batalla y totalmente innecesario, le quedó timbrando en los oídos. Parecía el chillido furioso del nene malcriado. Inmediatamente la figura negra se dio media vuelta y empezó a caminar ladeándose hacia la puerta. Julián atravesó el dormitorio de de dos saltos, la alcanzó y la retuvo, agarrándole el delgado antebrazo. "¡Me hacés doler!", chilló la figura de negro, y quiso sacudir el brazo para librarse de él, pero Julián resistió. De un manotazo Julián le quitó la capucha negra y vio la hermosa cabeza de una mujer, pelo rubio y lacio, piel de rosa, labios húmedos, ojos llorando. La mujer lo miró herida y enojada, y se alejó escaleras arriba. Luego de su aturdimiento, Julián la persiguió hasta la terraza, e intentó detenerla en el borde. Ella se volvió hacia él por un instante, entrelazó sus dedos entre los suyos, y sonriendo con melancolía le partió el dedo índice. Mirando con cierto gozo en los ojos, como si pidiera perdón y perdonara todo, como si reclamara y aceptara todo, lo vio sostenerse la mano lastimada, y retrocedió un paso hacia el abismo.

lunes, 26 de marzo de 2012

Inconclusiones

Porque cada palabra escrita es una lucha ganada
un cuento sin terminar jamás será una derrota.
Ni un aborto, ni un abandono, ni cobardía.
Más bien creo que un cuento inconcluso es
un poema de enamorado que a media serenata




viernes, 23 de marzo de 2012

El puente que no se cruza

Salí a pedalear unas cuadras y enseguida el frío se burló de mis abrigos. Es una mañana tan fría como un paisaje de Vermeer. Llegué al puente y salté de la bici. Tiré aliento entre mis manos pero sólo se humedecieron un poco más. Respiré hondo como para meter todo el paisaje en los pulmones: edificios, la autopista, la plaza abandonada, el puente, los árboles pelados.
Los autos pasaban rápido abajo mío. Los camiones peregrinaban inmutables por sus carriles. Iban al trabajo, iban a estudiar, iban a destino, protegiéndose del frío, escuchando música, escuchando las noticias. Me subí a la bici de nuevo y pegué la vuelta, esta vez con viento en contra. Avancé con los ojos entrecerrados, sin protegerme del frío, pero tarareando una canción que me hacía recordar al verano.

jueves, 22 de marzo de 2012

Esos sus chistes forros

-Está decidido. Ayer me lo avisaron -dijo Jorge, hinchando el pecho con una noble resignación-. Se van a divorciar.
Marisol y yo nos miramos a sus espaldas. Justo se oyó el ruido de una puerta y creímos que un intruso acababa de entrar al baño, y Jorge nos pescó a la mitad de nuestra comunicación visual.
-No fue nada -me apresuré a decir, algo nervioso-. Fue en el piso de abajo.
-Y che... Jor... -Marisol titubeaba-. ¿Vos qué... qué vas a hacer, ahora?
-Me voy a quedar con mi vieja, porque papá se va a mudar. Lo tienen bien planeado ya -Se sonrió de costadito-. No creí que pudieran ponerse de acuerdo tan rápido en tantas cosas.
-Es que en el fondo la gente que se quiere se pone de acuerdo -atinó a decir Marisol, y Jorge y yo la fulminamos a la vez.
-No tarada -me apresuré a hablar antes de que Jorge dijera nada-. La gente con un interés común se pone de acuerdo. Los que se quieren se pelean por placer, los que se odian se pelean por bronca, y los demás nos peleamos por costumbre.
Me quedé con las últimas sílabas en el aire porque volvió a escucharse el ruido de una puerta, y esta vez vimos a la preceptora que entraba al baño entre enojada y divertida.
-Y ustedes tienen la mala costumbre de meterse en este baño -dijo, invitándonos a salir con la cabeza-. Vamos, afuera. En mi época a un varón le hubiera dado vergüenza entrar a un baño de chicas.
Salimos sin chistar, sonriéndonos.
-¿Ya tenían baños en tu época? -preguntó Marisol con mala saña-. ¿O eran "letrinas de hombres" y "letrinas de mujeres"?
Cuando se la llevaron a preceptoría para retarla, Jorge estaba un poco más alegre. Puede que Marisol no fuera la mejor persona para hablar algunas cosas, pero sabía jugárselas para hacer reír a un amigo. Creo que era éso lo que tenía enamorado a Jorge, y lo que a mí me empezaba a gustar de ella.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Esos sus poemas calladitos

-¿El verano se retira abatido? ¿El invierno lo invade?
-No -dije, saliendo de la ventana-. La Tierra gira inclinada.
Jorge había faltado a clases hoy. El baño de mujeres parecía más vacío que de costumbre.
-Qué aburrido que sos. Te falta poesía.
-¿Qué acusación es esa? -reproché mientras me deslizaba con pereza hasta el inodoro más cercano-.  La tuya es poesía barata de estribillo. Además vos sos la que la otra noche dijo que no le gusta ver la estrellas.
-Dije eso por decir... Uno no siempre es dueño de sus palabras -suspiró circunspecta.
-Entonces... ¿qué hubieras querido decir realmente en ese momento, en vez de esa boludez?
Sentía que esa era mi forma de poesía. Un poema directo, sin jodas.
Sentí que Marisol se apoyaba contra la puerta abierta de mi cubículo. Vi sus zapatillas rotas y sus piernas flacas al otro lado, en el agujero inferior de todos los baños. No decía palabra.
La otra noche Marisol, Jorge y yo nos quedamos tirados en la plaza del viejo hasta el amanecer. Ella llevó cervezas para Jorge y para mí, nuestras primeras cervezas.
-¿Este silencio también esconde lo que realmente me querés decir?
Vi que las piernas delgadas que pisaban fuerte y se alejaban a paso raudo hacia el pasillo.
-¡Sos un tarado!
Eso... había sido poco poético de su parte.

Esas sus preguntas putas

-Lo de mis viejos está cada vez peor.
Marisol y yo nos miramos. Los dos teníamos familias relativamente sanas, no sabíamos ni qué decirle a Jorge. Lo más inteligente que me había salido una vez fue sugerirle hablar con la psicopedagoga del colegio, ¿no estaba para eso?
-¿Y por qué te robaste el control remoto de tu casa? -fue la pregunta insensible de Marisol, que intentaba cambiar de tema.
-Ayer mi viejo le revoleó la lámpara que le regaló la abuela -explicó desanimado, mirando por la ventana-. Empezaron a pelearse porque él le pidió de mala manera que le pasara el control remoto.
-¿Y robártelo...?
-No va a cambiar nada, lo sé.
Me quedé mirando a Jorge con lástima hasta que sonó el timbre.
-Dale, vamos.
Mientras salíamos del baño de mujeres vi que lo dejaba caer en el tacho de basura. Pero cuando estábamos a mitad de las escaleras se dio media vuelta y salió corriendo. Dos segundos después vimos por la ventana de la escalera que algo chiquito y negro volaba por el aire con toda euforia. Y caía lejos, más allá de la reja del colegio.

martes, 20 de marzo de 2012

Esos sus ojos asesinos

-Quiero poder matar con la mirada -confesó Marisol en el segundo recreo-. Mirar así y pum, muerto.
-¿A quién querés matar con la mirada? -preguntó Jorge mientras espiaba hacia todos lados. No por la relevancia de la confesión, sino porque no se acostumbraba a pasar los recreos en el baño de mujeres.
-A cualquiera. A la puta de matemáticas, a la directora, o a vos, gil.
-¿Por qué a mí?
Marisol me miró como me estás jodiendo. Supuse que esa mirada sería la letal.
-¿Seguís enojada por lo del viernes?
No contestó, así que sí. Seguía enojada de que el viernes no la había invitado cuando grafiteamos la puerta lateral el colegio con Jorge. ¿Pero cómo invitarla, si estaba chocha de la vida porque finalmente el pelotudo de Demián la había invitado a su conciertito de música folk? Nos hubiera dicho que no, y la hubiera ofendido la sola idea de que insinuáramos que nos caía mal el pelotudo de Demián. Además, si fuimos a pintar el colegio fue justamente para que Jorge no estuviera pensando en ella toda la noche.
-A mí no me gustaría matar con la mirada -susurró Jorge de repente, aprovechando que Marisol estaba distraída. La miró con profundidad en los ojos, seguramente pensando en Demián, pensando en ella y Demián, y pensando en él siempre al costado de ella y Demián o del tarado de turno. -A mí me encantaría -(y dijo "encantaría" con un encanto estremecedor que no conocía)- lastimar con la mirada -Se relamió mientras a Marisol la recorría un escalofrío-. Lastimar mucho.
Marisol seguramente consideraba en su mente que algunas personas tienen ese poder, pero la corregí antes de que pudiera abrir la boca y cagarla más:
-Vos decís torturar -sonreí-. Torturar y romper la carne... A que no podrías...

lunes, 19 de marzo de 2012

Condición humana LII

La emperatriz de Trinimi no envidia los jardines reales de ningún zar, de ningún rey europeo ni de ningún emperador japonés. Todos ellos se jactan de tener millares de flores coloridas, terrenos en perfectos declives, árboles ajedrezados como edificios, caminos geométricos y esculturas como hadas. Pero el jardín real de la emperatriz de Trinimi, ubicado en una isla tropical al este de las Filipinas, es verde y desprolijo prácticamente todo el año. En él trabajan quinientos cincuenta jardineros, pero ninguno poda ni una rama, ninguno endereza un tallo, ninguno libera un camino si un arbusto decide invadirlo. Se dedican exclusivamente a eliminar la maña hierba que crece en el suelo y a conseguir bellos puntos de observación. Porque la especie vegetal que cuidan en el jardín real de Trinimi es extraña, secreta y única: un día al año da una flor pequeña, de pétalos débiles y casi transparentes. Nadie puede predecir hasta el día anterior en qué rama de la planta saldrá la flor, y nadie puede adivinar de qué color será ese año. Sólo se sabe que nunca es el mismo, y que quien contempla una vez una de esas florcitas nunca volverá a ver con los mismos ojos esos jardines abarrotados de color, de estatuas y caminos.

Hormiga unicornio

En el fondo de mi casa circula la leyenda de la hormiga unicornio, la incazable hormiga blanca, la mobydick de los insectos, la devoradora imparable de flores. Jamás fue vista por ningún bicho bolita, las mariposas creen haberla visto desde lo alto, los pájaros temen encontrársela, las arañas ruegan que sus telarañas nunca se crucen en su camino. Cada tanto se descubre el cadáver de alguna gata peluda, de una vivorita ciega, el esqueleto de alguna rata, y todos saben en el fondo de mi casa que la hormiga unicornio volvió a cobrarse otra víctima. Dicen que vive en lo más profundo del patio, pasando el camino de lajas y la zona de barro del agua del lavarropas; dicen que su guarida, inlocalizable, se esconde en el hueco más oscuro de atrás de la leñera, en la región donde nunca, ni en verano (a causa de los frondosos manzanos y el ciprés), se posa el sol. Los grillos nunca se acercan a esa parte del fondo ni de noche ni de día. Algún viejo osado cuenta que en los días de su juventud se aproximó a la leñera con sigilo, ansiando ver a la legendaria hormiga blanca, pero que en cuanto oyó el chasquido siniestro y poderoso de sus pinzas rompiendo el exoesqueleto de algún pobre insecto, se dio la media vuelta y escapó despavorido. Sé incluso que la familia que vivió antes en esta casa tenía un nene chiquito que buscaba a la hormiga blanca para quemarla con una lupa, y que cierto día, nadie sabe por qué, pasó de ser diestro a ser zurdo y que no volvió a hablar nunca más con nadie.
No hay hormigas en el fondo de mi casa. Ninguna, a parte de la hormiga unicornio. Dicen que hace ya años ella destruyó los hormigueros de todas sus hermanas, que devoró a todas las reinas, que se batió sola (y venció) a interminables huestes de hormigas soldados. Todavía se pueden encontrar cuerpos mutilados en los niveles más profundos de los hormigueros abandonados, silenciosas ruinas de esplendores del pasado, por donde la hormiga blanca suele pasear, taciturna y melancólica.
Me dijeron que el día en que finalmente muera la hormiga unicornio, las demás hormigas volverán a poblar el fondo de mi casa, repoblarán sus hormigueros y construirán nuevos caminitos. Ese será un triste día de luto en mi casa, y será el día en que llame al fumigador.

domingo, 18 de marzo de 2012

La lluvia salada del mar

A veces la ira, la furia, el enojo es tan fuerte que se convierte en persona y sale pisando fuerte de la boca de alguien, incontrolable, directo hacia la pelea. A veces el corazón, la ternura, el enamorarse es tan fuerte que se convierte en aire y y burbujas y los ahoga a los dos, los hunde, los emborracha. Besos y risas. A veces la soledad, el aburrimiento, la incertidumbre se hace tan fuerte que se transforma en vómito y el vómito en sangre y la sangre en río. A veces la muerte toca tan cerca, dispara tan fino, sorprende tan fuerte que se transforma en vacío. En agujero. En serpiente hueca. En abrazo de miedo. Pero a veces una sonrisa es tan linda, una mirada es tan brillante, una guitarra es tan fresca, un brazo tiene piel tan limpia, un peinado es tan rebelde, que puede por sus propios medios y sin encontrar resistencia, matar personas de furia, borracheras de enamorados, vómitos de soledad, serpientes de miedo, noches de invierno, reuniones de muertos.

viernes, 16 de marzo de 2012

Tanta fesca tanto risto

No te prepares para vivir lo inevitable. Disfrutalo mientras va sucediendo.
Es preferible gastar una hora de cada día en hacer planes que después se fugan por el inodoro que gastar todo el día en la rutina planeada por otros.
Pedí prestado si necesitás algo que no tenés. Pedí ayuda si hay algo que no podés hacer solo. Pedí explicaciones si hay algo que no entendés.
Si estás aburrido, sólo sólo sólo sólo sólo tenés que salir a caminar.
Si te sentís solitario, sólo sólo sólo sólo sólo tenés que salir a caminar.
Si estás enojado, sólo sólo sólo sólo sólo tenés que salir a caminar.
Si estás deprimido, buscá a alguien a quien puedas ayudar.
Y si estás contento, no te olvides nunca de agradecerle a los que te rodean. 

jueves, 15 de marzo de 2012

Condición humana LI

Podés aplastarlo y que se escape igual
pero ningún golpe es en vano:
luego del primero, el mosquito
es más fácil de volver a cazar.
Lo mismo pasa con los humanos.

martes, 13 de marzo de 2012

El Carajito

Adentro guardo un espacio para todo. Guardo un espacio para las cosas que fui perdiendo (esperanza le llaman a ese espacio vacío). Guardo un espacio para las flores que quiero regalarle al mundo. Guardo un espacio para los insultos que no llego a gritar. Guardo un espacio para las nubes que nadie más pudo mirar. Guardo un espacio para el amor que no me fue devuelto, y yo llamo a ese espacio Carajito. Y guardo un lugar, al lado de ese, donde acumulo los cadáveres de las cosas que quise asesinar cada vez que tuve que usar las llaves de la puerta del Carajito. También guardo un espacio para los libros y películas que me conmovieron y que no quiero que se olviden.

E ir

Llegamos rápido a las barracas porque de vuelta manejó él. Yo bajé del sidecar y esperé a que él bajara de la moto, pero permaneció quieto, todavía con el motor en marcha.
Él sabía que a los altos oficiales no hay que molestarlos durante la noche, pero supuse que estaba queriendo decirme algo que no debía ser oído por nadie más. Me acerqué.
-Teniente... -susurró. Ahora que estábamos en las barracas ya no usaba mi nombre, por más que el motor de la moto nos aislara del resto de la noche-. Teniente, ¿a usted le gustaría, si eventualmente muere, permanecer como uno de esos muertos?
Dudé qué responder. Los muertos...
-No señor.
-Nunca conseguí respuestas claras, pero creo que se quedaron así, ahí encerrados, porque cuando estaban vivos decidieron no hacer algo que tenían que hacer. Y ahora están ahí. No pueden ni ponerse de pie para hacer lo que quieren. Tienen que esperar a descomponerse del todo, tienen que dejar pasar el tiempo, encerrados en un cuartito que se vuelve ruina...
-No quisiera ser como esos muertos, señor -afirmé con decisión, intentando transmitirle confianza.
-Yo tampoco.
Pasaron cinco seguros y empezó a llover. Frías y tenues gotas de lluvia. Pude ver que en una mano dentro de su bolsillo se movía, inquieta.
Finalmente mi comandante apagó la moto, me dio las buenas noches y se alejó agobiado bajo la lluvia.
Me lo quedé mirando. Adentro mío latía una emoción fría y cruel. Acabábamos de vivir el momento perfecto para que me pidiera que me casara con él. Pero allá se alejaba, dándole vueltas a las alianzas en el bolsillito húmedo, acartonado, estrecho y sucio del uniforme.
Yo no quería volver nunca más a esa reunión de muertos. Ni quería ser como ellos. Él, mi comandante, estaba equivocado: algunos hombres nacen muertos y se dan cuenta que no vivieron recién al morir. Reconocen el impacto cuando ya cayeron, y arrepentirse entonces no tiene sentido de nada.

Y recomenzar

-Nosotros también teníamos motos -deslizó con suavedad el oficial de la papada de sapo-. No como la de ustedes -aclaró, ladeando la cabeza muerta hacia la puerta cerrada-. Más elegantes. Más negras. Más pesadas. Más grandiosas.
Los comentarios sueltos de los muertos, esas cuerdas sin atar, los suspiros como punto final de una anécdota, eran las colillas aplastadas de los cigarrillos que no nos fumábamos.
-Mis dos hijos se mataron en una moto -dijo un sargento que hasta entonces no había hablado, allá en las penumbras de la esquina más alejada. Tenía las piernas cruzadas en una posición faraónica-. Fabricábamos tan buenas motos que el motor no se hizo nada. Me la llevé manejando del lugar del accidente.
Mi comandante me hizo un gesto que casi pasó desapercibido, pero llegué a captarlo.
Bostecé.
-Lo sentimos mucho -dijo mi comandante, inclinándose hacia adelante-. Pero entramos en servicio a las cinco de la mañana. María Laura y yo necesitamos dormir. Gracias por todo. Fue una noche interesante.
Nos pusimos de pie y los muertos nos siguieron con sus caras endurecidas. Parecían reprocharnos lo breve de la reunión.
Salimos a la humedad de la noche fría y encendimos nuestros cigarrillos a la vez. Mientras soltábamos con placer el humo, él por la boca y yo por la nariz, nos subimos a la moto. ¿Qué tenía de malo nuestra moto? Las del ejército eran espectaculares.
-Nunca dejes que los muertos recuerden a sus muertos -me aconsejó mi comandante mientras nos alejábamos del cobertizo-. Porque antes de que te des cuenta, es de lo único que pueden hablar.

lunes, 12 de marzo de 2012

Y permanecer

El pope muerto metió una mano raquítica abajo de su túnica remendada y comida por las polillas, y sacó un reluciente par de anillos de oro. Con lentitud los dejó en las manos de la señora muerta, quien sin mirarlos se los pasó al más condecorado de los oficiales de la reunión. Él se los pasó, con la misma parsimonia, a mi comandante.
Él acababa de contar la historia de cómo se habían conocido sus padres, durante la guerra Quinta.
-¿De quién eran estos anillos? -preguntó, mirándolos un momento y dándomelos.
Yo me los acerqué a la cara para verlos mejor a la luz temblorosa de la lámpara. Los nombres de la pareja se habían borrado de tanto uso.
-No sé a quiénes pertenecieron en un principio -dijo el pope, moviéndose muy despacito en su silla-. Yo se los saqué a unos ladrones que murieron cerca de la villa de mi parroquia. Su auto desbarrancó y se fue al río. Uno de los ladrones se ahogó. Cuando lo encontraron tenía los dos anillos apretados en una mano.
Mi comandante me miró algo divertido, y le devolví los anillos, que pasaron por las manos frías del oficial, de la mujer y del pope.
Él los sostuvo frente a su cara, mientras agregaba:
-Debió ser una sensación extraña atravesar el cristal de un auto y caer al agua, ¿no? Y no poder salir...
Entonces, como con pereza, volvió a pasarle los anillos a la mujer, al oficial, a mi comandante.
-Quédenselos. Los muertos no necesitamos alianzas.

Y empezar

Había oficiales de los tres ejércitos, una ama de casa, un pope flaco, un viejo con galera y monóculo, con el cadáver de su perrito echado en su falda. Sus caras eran grises en la oscuridad, gris azul, gris verdoso, gris amarillo, gris crema, gris violeta. Estaban chupados, incluso ese general gordo con papada, tenían los agujeros de los ojos vacíos o con pelotitas achicharradas, ridículas, los uniformes y la toga, empolvados y con telarañas, les quedaban como a maniquíes muy chiquitos.
La lámpara central se balanceaba apenas y no sabía si era eso lo que me hacía pensar que los muertos con los que mi comandante y yo estábamos reunidos se movían. Quise mirar más atentamente sin llegar a ser descortés, y noté que sí. Se movían. Apenas, aletargados, como en sueños. Los muertos se movían.
-Presentate -me aconsejó mi comandante-. Quieren conocerte.
-Ah... Hola...
¿Había dicho que me presentara, o que saludara?
-Hola -reafirmé, fingiendo que sabía lo que decía-. Soy María Laura. Un gusto en...
-María Laura -me interrumpió la voz ronroneante del militar con papada de sapo-. Gian nos habló mucho de usted.
A pesar de la luz pobre e inestable que colgaba del techo, intuí algo de rubor en la cara de mi comandante.
-Es increíble -añadió enseguida, también fingiendo saber lo que decía- que hasta los muertos se apresuren a decir estupideces, ¿no?

domingo, 11 de marzo de 2012

Y llegar

Manejaba yo. Era de noche y la óptica de la moto iluminaba poco. El camino había sido de asfalto hacía siglos, ahora era la peor de las gravas. Inestable y peligrosa.
Él conocía el camino y era el que daba las indicaciones.
-Acá es.
La luz de la moto iluminaba la mitad de un cobertizo chiquito, al borde del camino, oculto por una capa de arbustos achaparrados. La puerta estaba cerrada.
-Hay que esperar a que se decidan abrirnos -me explicó, sentándose en el zócalo de la pared junto a la puerta, encendiendo su primer cigarrillo-. Hay veces en que no abren en toda la noche.
-Esperemos que hoy no sea así... -suspiré, dándole la vuelta a la edificación ruinosa.
Cuando volví frente al foco de luz vi que él estaba pisando su cigarrillo y que la puerta se había abierto.
-Apagá la moto -me ordenó, más serio, sacándose el casco antes de entrar-. Y vení enseguida, que quieren cerrar.
Adentro había una mesa cuadrada llena de tazas vacías y sucias, cartas manoseadas por generaciones de militares, y una docena de sillas ocupadas por muertos, distribuidas alrededor. Mi comandante se sentó abajo de la lamparita amarilla, en el centro de la habitación, y me invitó a sentarme al lado en un taburete.
-No hacen nada eh.
Me senté y saqué mi encendedor.
No -me detuvo con un gesto-. No fumes que los pone tristes. Como ya no respiran...

Y volver

jueves, 8 de marzo de 2012

Nrr

La almohada de clavos

Hay gente que ama soñar y gente que le tiene miedo a lo que pueda soñar. A mí lo que más me aterra es ese momento en lucidez falsa en la que navegamos antes de dormirnos, porque nada es más convincente que nuestros pensamientos en ese momento. Es el momento en que creás convicciones, en que lo ridículo parece posible y deseable, en que modificás los recuerdos de ese dia, es el momento en el que pensás: mañana me enrolo en el ejército y estás seguro de que sí, y cuando te despertás al día siguiente intentás acordarte por qué tenés tantas ganas de enrolarte en el ejército, si en realidad no te gusta para nada la idea. Pero pasa así, es un impulso secreto, contradictorio, que te lleva a pintar paredes, renunciar al futuro, engañar a las personas, ayudar a desconocidos ingratos, buscar peluches perdidos. Así, naufragando antes de soñar, se condensaron terribles y maravillosas ideas. Así se arruinaron vidas, así yo llené de clavos mi almohada.

martes, 6 de marzo de 2012

Virginia a través del cuenco del pan rallado

viernes, 2 de marzo de 2012

7 cosas que quiero decir antes de morir

1. Una mentira más y me voy a dormir.
2. Sí, varias. Y todas eran versiones imperfectas de vos.
3. Demasiado cerca para tus ojos.
4. Vos siempre un genio entre esa banda de idiotas.
5. Dejá de sonreír tanto que vas a empezar a tragar saliva con gustito a sangre.
6. No se me ocurre nadie mejor que vos para estropearlo todo.
7. Dale, te paso a buscar con el auto a las ocho.

Esas cosas sin nombre

Cuando salí de casa hoy temprano encontré que en el gato del vecino estaba maullándole a otro gato desconocido que estaba en la vereda. Este otro gato pasó entre los barrotes y se echó al suelo frente al dueño de casa. El gato de mi vecino lo miró un momento y se dio vuelta, dejando que le gato extraño fuera hasta su platito de comida para que se sacara el hambre. Buenos gatos, pensé.
Ya llegando a la para de colectivo vi a Panchito y a Sofía, de nueve y ocho años respectivamente. Viven en casas enfrentadas con grandes rejas y tienen familias bastante cerradas. Que yo sepa, Panchito y Sofía nunca se vieron sin rejas de por medio, pero siempre los encuentro a cada uno en su jardín, hablando animados, jugando a esto, a aquello, contándose noticias, planeando y proyectando actividades que probablemente nunca hagan. Son excelentes amigos. Y creo que Sofía gusta de Pancho pero no le dice nada.
Mientras esperaba el colectivo vi de lejos que se acercaba una pareja de viejitos. Ella es la más deteriorada, tenía la mirada perdida, la mandíbula floja, despeinada a pesar de evidentes esfuerzos por hacerla más linda. Y caminaba cayéndose constantemente hacia la derecha, sin controlar la inclinación de su cadera. Su esposo, un viejito de la misma estatura y cara fruncida, la tenía del brazo y tiraba hacia la izquierda para que no se fuera al piso. A pesar de unas arrugas de tedio que le cruzaban la frente, los ojos estaban atentos y preocupados en su mujer. Cuando pasaron de largo pude ver que el viejo caminaba inclinado hacia la izquierda, con la columna torcida, joroba y una pierna atrofiada, perfectamente adaptado para compensar el andar de su esposa.
Cuando con el colectivo frente a mí, un flaco lleno de aros en la cara se subió primero ignorando a la chica embarazada, me pregunté qué nombre tienen las cosas que todavía no tiene nombre, y cómo darles uno que suene a verdad.

jueves, 1 de marzo de 2012

Uno mismo

Con el tiempo uno deja de descubrir tantas cosas en lo que lo rodea, y empieza a encontrar cosas en uno mismo. Por ejemplo yo descubrí por qué no me gusta peinarme ni afeitarme: no me gusta mirarme al espejo. Por eso mismo es que me cepillo los dientes con los ojos cerrados. Descubrí también que castañeo los dientes con más fuerza cuando hay algo que quiero, que algo que me molesta. Descubrí que cuando viajo rápido en el transporte público lo primero que quiero hacer es contarle a todo el mundo lo bien que acabo de viajar. Descubrí que si bien es más fácil cortarse las uñas cuando están blandas después de la ducha, me gusta cortármelas cuando están duras y se astillan, y tener que buscar las esquirlas meticulosamente por toda la pieza. Descubrí que no me gusta sentarme en ángulo recto frente a una mesa, siempre busco una esquina o un costado desparejo, y si la mesa es redonda, me siento en la tangente. También descubrí que me gusta hablar de mí mismo más de lo que me parecía.