lunes, 17 de diciembre de 2012

Mi tercer estante está vacío

Cuando empecé a vivir en este dormitorio me armé seis estantes, uno arriba del otro. Recuerdo haber puesto mis libros en el inferior, las películas en vhs en el segundo, haber reservado el tercero para las carpetas y fotocopias del colegio, unas pocas cosas para dibujar en el cuarto, y los dos estantes superiores quedaron vacíos.
Con el tiempo metí los vhs en cajas que fueron a parar al cuarto estante, los libros aumentaron hasta ocupar los dos inferiores, las cosas de dibujo se metieron también en cajas, heredé una colección de dvds que ocupó el quinto, las cosas del colegio se fueron y aparecieron las de la facultad, en el sexto puse las cosas del skate que nunca más iba a usar, aparecieron y desaparecieron lapiceros, muñecos, aerosoles, alcancías, tarros para el cambio, un peluche viejo.
Hoy limpié el tercer estante. No más colegio, no más facultad. Eso terminó. Me quedó en el medio un estante vacío, medio gritando y medio enmudeciendo. Aturdido, le metí un pequeño tótem en el centro. No me di cuenta que el tótem suspiraba boquiabierto, como si no pudiera creer lo que ve (¿la divinidad?) o como si le hubieran golpeado el hígado y apenas pudiera enderezarse.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La peor jugada del Cono Carrizo

El Cono Carrrizo jugó casi toda su vida para el mismo club. La gente, los jugadores, los distintos directores técnicos, todo el mundo lo amaba, fue el emblema del club durante toda su carrera. Pero para Cono Carrizo los años pasaban y, aunque siguió siendo un estratega implacable en la cancha y un experto para definir tiros al arco, las rodillas y los músculos dejaron de ser sus mejores aliados y su mente empezaba a estar más en la estancia de Córdoba que en los entrenamientos.
Por eso un día anunció que, en el próximo partido que metiera un gol, se retiraba del fútbol. Para siempre. El director técnico lo miró seriamente y asintió. Y el Cono Carrizo no volvió a jugar nunca más un partido: se pasó los demás años de su vida, hasta que la vejez lo postró, sentado en el banco de suplentes, esperando que lo pusieran unos minutos a jugar y poder ganarse la chance de retirarse con un gol, cumplir su palabra e irse contento del club de su vida.
En su lápida pusieron su nombre, su apodo entre comillas, dibujaron bien grande el escudo del club y abajo, chiquitito, un epitafio anónimo: "la mejor jugada es silenciosa y sorpresiva".

sábado, 8 de diciembre de 2012

Silly confessions from my chair

"Cuando me aburro no es culpa de la gente ni del clima, sino del clima que amontona a la gente aburrida en los mismos lugares."
"No me gusta innovar porque me da miedo olvidar lo que me gustaba antes de innovar."
"Amo las piedras grandes porque amo las cosas grandes. Las piedras en sí significan poco para mí."
"Creo que si repito una cosa poco interesante la suficiente cantidad de veces, va a terminar pareciéndome interesante de algún modo. Y si repito muchas veces algo interesante, deja de serlo."
"Lo más lindo del sol y de la luna es que aunque están muy lejos, si nos olvidamos lo lejos que están y nos acostamos un rato afuera, estiramos la mano y parece, casi parece que podemos agarrarlos y sacudirlos como sonajeros."
"Mi vida me quiere tanto porque sin mí quedaría muerta."
"Odio que la gente no cuide las cosas, más si no son sus cosas. Más si no son sus cosas, sino mías."

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Disfrutador

Nunca fui un realista, como me autodenominaba. (Era un pesimista moderado.) Hoy tampoco puedo codearme con los optimistas, ni con esos optimistas realistas, ni con los optimistas entusiastas. Diría que soy un simple disfrutador de la vida. Disfrutador de las pequeñas cosas, de las buenas historias y de los golpes bajos, disfrutador de las situaciones incómodas, de los fracasos, de la gente traidora, de los planes deshechos, de las discusiones con el mundo. No disfruto porque cueste o porque sea fácil disfrutar los tragos que nos tocan tomar, sino porque veo que puedo disfrutar las cosas que a la gente generalmente entristecen, bajonean, enojan, exasperan, matan, y a mí me produce placer. Disfruto disfrutar. Hola o chau, no o tal vez, besame o no me toques, andate o morite: digas lo que digas, yo disfruto que digas algo.

*Disfruto lo que soy
y cómo voy cambiando.
Disfruto aunque digas no,
mientras digas algo.

martes, 4 de diciembre de 2012

Plaza metafórica

La tarde se venía húmeda y ventosa, anunciando que venía una tormenta. De casualidad tomé el colectivo que da muchas vueltas; estaba de buen humor, podía distraerme viajando en vez de esperar el colectivo que va directo. En un momento del trayecto, tiene que darle la vuelta casi entera a una plaza de barrio. Es una plaza linda, pintada de colores, con árboles, flores, arbustos, bancos, los faroles ya encendidos, el cielo rosado que se oscurecía. Y me agarró en un momento de lucidez poética: en la primera cuadra que hizo junto a la plaza, había tres nenes jugando con un triciclo, y a unos metros un chico y una chica en un subibaja. Dobló en la esquina a la izquierda, encarando otra cara de la plaza, y vi sentado sobre el respaldo de un banco de cemento a un quinceañero que tocaba la guitarra cantaba con los ojos cerrados a dos chicas que, en el pasto, tomaban mate. Abajo de un ciprés, una pareja se asomaba al cochecito donde estaba su bebé. Dobló otra vez hacia la izquierda y en esta cuadra pude ver únicamente a una mujer mayor y desalineada que tomaba una cerveza mientras leía un diario a la luz de un farol, y más alejado a un viejito que parecía dormido aunque sostenía fuerte su bastón. El colectivo giró hacia la derecha, dándole la espalda a la plaza, y yo me puse de rodillas sobre el asiento para asegurarme de recordar bien cada detalle.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Cadencia nula

El reflejo
verde
del vidrio
del frasco
vacío
del dulce casero
que se venció.
El sabor
de la mandarina
podrida
que la vecina
disimulando
te regaló.
La bolsa
de hacer mandados
color azul
de plástico
reciclado
que de viejita
se resecó.
Las uvas del
año pasado
que me comprabas
en el mercado
que ya cerró.
Eran verdes
como el reflejo
del frasco y fuertes
como la hija
de la vecina
que hacía las compras
con una bolsa
de cotillón.

Cariños Cacho

Todos somos un poco locos,
idiotas somos todos un poco,
algunos somos más capos que otros,
otros nos llevan la delantera,
de lo que queda, elegimos nosotros;
por aprender, estamos todos,
haciendo la cola para morir
mientras vivimos de todos modos.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Lo que es no llevarse bien

No me llevo bien con las contestadoras automáticas. No me llevo bien con las pautas sociales. No me llevo bien con la gente que se mueve en masas. No me llevo bien con lo que se supone que uno tiene que hacer en determinadas situaciones. No me llevo bien con la gente apurada de los ascensores. No me llevo bien con los que tiran basura en la vía pública. No me llevo bien con el helado de menta. No me llevo bien con los que intentan robarme. No me llevo bien con las porciones chicas de comida. No me llevo bien con una billetera demasiado abultada. No me llevo bien con los panfletitos de putas.
Me llevo bien con los que duermen plácidamente en el tren. Me llevo bien con el dulce de leche. Me llevo bien con las radios apagadas. Me llevo bien con los colectiveros que responden el buenos días. Me llevo bien con la gente que no mira tele. Me llevo bien con los viejos que te hablan en la vereda. Me llevo bien con las hormigas de otros barrios. Me llevo bien con la gente que tiene remeras nerds. Me llevo bien con las operadoras de los centros de ayuda telefónicos que aparentan tener más de cuarenta años. Me llevo bien con los ciclistas entusiasmados. Me llevo bien con mi sombra cuando camino.

Atareado y aburrido, escribamos algo tonto

                                        Qué ganas de recorrer
toda tu boca.    
                                        Qué ganas de explorar
                                        hasta el más íntimo
de tus orgasmos.    
                                        Qué ganas de erosionar
tu piel,   
Qué ganas de conocer    
                                        tu cuerpo y tu mente.
                                        Qué ganas de comerme
un jorgito de dulce de leche.    

sábado, 24 de noviembre de 2012

Lazy

The lazier I am,
more full of life I feel
The lazier I am,
more pretty everything become,
including you, including me.
The lazier we are,
we can't help it,
the world fades away
and we shine,
and we shine.

Temores tememos todos

Hay temores muy particulares. No tienen nada que ver con la cobardía o valentía de alguien, aunque a lo mejor algunos tipos de locos no conozcan estos temores. Me refiero al miedo de equivocarse en algo tonto al hacer algo muy fácil, porque, convengamos, la humanidad viene equivocándose en las cosas más fáciles desde siempre. O el temor repentino, inexplicable, instintivo, de que se te asome un moquito por la nariz cuando estás por dar un beso importante. O el temor casi paranoico que te da una tarde y te hace mirar al cielo en busca de un potencial meteorito asesino, que los hay. O el miedo de cuando las cosas van demasiado bien para ser verdad, aunque lo sean. (O el temor de que las cosas vayan peor, cuando ya van mal.). O el miedo de volver a tu casa con el barrio sin luz, y aunque conozcas de memoria el recorrido pensás que tal vez las calles cambiaron de lugar. O el temor de saber que hubo un robo violento en tu municipio y, entre miles, pudo ser en tu casa, lo cual es mucho mucho mucho más probable que lo del meteorito.
En fin, temores por el estilo conocemos todos. A mí hay uno que me enferma. Es el miedo de que alguien me pida formalmente una argumentación que explique lo divagante de mi comportamiento esperando el colectivo, mis peroratas en silencio en el subte, mis sonrisas inesperadas sin motivo ni final.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Antes fuimos dos

Me voy a dormir
y voy a conectar
el ventilador,
no por el calor
sino por el rumor
de las aspas al girar
y el ruido del motor
que arrulla sin parar.
Es la forma de evitar
el silencio abrumador
del aire sin respirar,
de la cama sin tender,
de la almohada sin voltear,
del recuerdo sin perder
de que antes fuimos dos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Volver, volver, volver

Me dijo que no volviera, y no lo pienso hacer. Podrá llorar, rogar, ponerse de rodillas, mandarme flores, bombones, juegos originales o cartas bombas; podrá pedirle a Obama que interceda en su nombre, podrá conseguir que Al Qaeda me secuestre; podrá dispararme; apuntar alto. Pero no va a conseguir que vuelva. Yo siempre avanzo. No voy a volver.
Sólo temo que el piso que pisé, mientras yo avanzo, de la vuelta y me lleve de nuevo, otra vez, a donde una vez me dijo que no fuera a volver.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Kalavatras

No es locura, es ansiedad.
No enfermedad, sino celos
que la furia encendieron
y destrozaron la vida.

El monte encendido,
el bosque talado,
el campo, anegado.
Mi cielo, perdido.

Ya, sangrando, la herida
(ya en ella tus dedos)
pide cura prohibida:
tus besos.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Megaloupes

¿Cómo te atreviste a envejecer?
¿Qué es ahora de todas tus mañas?

Todavía me duele todo el mundo
de tanto que lo pateaste.

Siempre fuiste anarquía,
tu modestia de ahora me extraña.

El dedo que pusiste lo podés ir sacando
que la llaga no se vuelve más grande.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Misantrópico

La gente mediocre
me da alergia.
Odio cuando su olor
se me impregna.

No aguanto
a los amables.
No son felices,
pero tampoco falsos.

Y rabia me da
la gente perfecta.
Odio
la competencia.

martes, 13 de noviembre de 2012

Hormigas voladoras

Esto me acaba de suceder a mí hace minutos nomás, en mi propia casa. Yo estaba en la cocina preparándome un té con leche (mi papá se acabó el café) cuando vi, por la ventana, una lluvia de cositas blancas. Primero pensé que sería algún tipo de semilla volátil, como el de los bananeros o los palos borrachos, pero después me di cuenta que eran insectos. Caían desde el sudeste, de donde soplaba un viento suave. El sol recién asomándose atrás de los árboles los hacía parecer blancos.
Un minuto después mi desayuno estaba listo y decidí ir a tomármelo al patio. Cuando salí vi que la lluvia de insectos se había intensificado, y tuve temor de adentrarme en medio de un enjambre migratorio o algo así. Pero entonces uno de los bichos cayó a mis pies y vi que era una pareja de las llamadas hormigas voladoras apareándose. Me encogí de hombros y fui a sentarme.
Para cuando me senté, tenía al menos cinco parejas de hormigas voladoras apareándose sobre mis brazos, colita con colita, agitando las alas nerviosamente. Me encogí un poco, me puse la capucha del buzo y tapé con una mano la boca de la taza para evitar bañistas impúdicos en mi té con leche. Empecé a tararear la canción de Kevin Johansen "y hacer el amor/que se acabe el mundo sin amor/que se acabe el mundo sin amor".
No estaba terminando mi taza que los amantes emprendieron el retorno a su hogar. Desde el piso, la mesa, las sillas de jardín (mis brazos), las parejitas se separaban e inmediatamente salían volando de la dirección en que habían venido (hacia el sudeste, desde donde soplaba un vientito, e iluminados blanco por el sol) en una línea ascendente perfecta de cuarenta y cinco grados. Algunos (supongo que los machos, no sé por qué) tenían dificultades en emprender vuelto tan rápido, revoloteaban, golpeaban la pata de una silla o una planta, se reacomodaban y recién entonces podían alzarse en el aire.
Así como llegó, de forma migratoria e inesperada, el enjambre de hormigas voladoras se fue. Fue un lindo espectáculo para el desayuno. Después, cuando ya la taza estaba limpia y escurriéndose, me di una vuelta por el jardín y encontré cientos de parejitas ahogadas en la superficie de la pileta, algunas por separado, otras todavía unidas en un abrazo de frenesí. Prendí la bomba para filtrarlas y me vine a la computadora.

Cuando escuchaba eRa

Fue uno o dos años antes de que aparecieran los primeros reproductores de mp3 (que fueron los iPod revolucionarios). Mi hermano se había comprado un diskman y en veinte CDs había metido, con la revolucionaria tecnología del .mp3 (que entraban diez CDs en uno), horas y horas de música.
Yo le pedí a mi mamá que me regalara un diskman pero se rieron de mí. "Vos sólo tenés dos CDs", me dijeron, refiriéndose a los dos álbumes de eRa. "¿Para qué querés un diskman si sólo tenés dos CDs?"
No entendía nadie (y yo recién ahora, al recordarlo y desfragmentarlo, lo entiendo) es que para mí no necesitaba cien CDs para que valiera la pena tener un diskman. Yo podría haber estado días enteros escuchando mis dos álbumes de eRa. Y hubiera sido feliz.
Hoy tengo medio disco lleno de música de todos los países y las épocas y los géneros. Discografías enteras. No puedo hacer la cuenta pero deben superar las seiscientas horas de reproducción continua. Y así y todo, cuando me canso de escuchar cosas extrañísimas, vuelvo a escuchar los dos álbumes de eRa.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Persona que corta el pasto

Fue un sábado con aire limpio y en las doce cuadras que hay del cementerio a mi casa debo haberme cruzado con unas veinte personas que cortaban el pasto o arreglaban las plantas.
A la vuelta de mi casa vi, desde lejos, a un viejo que suelo cruzarme cuando hago los mandados. Sé por mi mamá que es un hombre soltero. Es de esas personas mayores que, o bien no ven un carajo, o no saben cómo sostener una bordeadora, o simplemente les encanta torturar cada brizna de pasto hasta que no queda más que tierra dura.
Cuando pasé frente a la vereda que desmontaba este hombre con su máquina, surgió la sospecha en mí, viendo mis manos todavía manchadas de pintura y teniendo en cuenta mi gusto por los boscosos jardines ingleses, que la forma de cortar el pasto de una persona habla de su personalidad.
Me detuve un momento, lo saludé con un gesto y me acerqué.
-Buen día -dije.
-Buenas tardes -contestó, apagando la bordeadora.
-Perdón mi intromisión pero ¿tiene hijos usted?
El hombre de repente apoyó la bordeadora en el piso y se sostuvo sobre ella, poniendo una cara triste de flashback doloroso.
-Tuve dos nenas. Preciosas -aclaró-. Hace veinte años que se escaparon de casa...
No necesitaba más información para corroborar mi teoría. Asentí, haciendo un gesto de comprender su desdicha, lo saludé con la mano y me alejé. No había dado cinco pasos que la máquina volvía a azotar la tierra.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Sapo tragamonedas

En mi jardín hay muchas arañas, caracoles y babosas. Mi papá quiere llamar al fumigador pero yo no. Me gusta ver los insectos reptar sobre el pasto, esconderse en el embaldosado, correr por las paredes. Me gusta ver las alas perdidas de los grillos, los caminos de hormigas, las familias de cienpieses, las huellas de mil burbujas explotadas por el sol, la cuevita de un corazón lastimado por mil "no", el volar de las libélulas. Corren y juegan, matan y vuelan, comen, envenenan, se aparean, procrean, pelean, toman sol y, como yo, se hunden en la pileta.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Hola caos

La decisión y la acción no son suficientes para dominar el caos. La decisión y la acción pueden, sin embargo, ordenar el caos y el azar hasta un punto soportable, productivo, agradable, durante ciertos períodos de tiempo. A veces pueden darle sentido, pero el caos incluso puede invertir ese sentido, o quebrarlo. 
No hay leyes, no hay seguridades para el caos. Pero alguien extraordinario puede, con desición, acción, y oración, convencer al caos de que respete su voluntad, lo ayude, lo guíe. Y ese alguien puede sobrevivir, incluso muriendo. Encontrar sentido, incluso en el sinsentido.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Máximas expectativas

Me presenté, me dí a conocer y te invité a un viaje por todo el mundo y todas las experiencias. Continentes de sabores y vibraciones, vuelos de escalofríos, trasbordos agridulces, demoras de besos. Un mínimo de equipaje y el máximo de expectativas. A darle la vuelta entera, te dije, como si siempre adelante hubiera una salida. Tenía mi brazo extendido mientras lo decía, y vimos que crecía hasta ser un puente que cruzaba por idiomas hermosos y paisajes tropicales, viste que mi mano acariciaba las estrellas de tu mejilla y se hundía en un océanos misterioso que invitaba a ahogarse de azúcar.
Pero me dijiste que estabas ocupada. Que este año no, tal vez el otro. Que el tiempo, las tareas, los chicos, la responsabilidad, el jefe, las ballenas, el pasaporte. Creí que yo no había sido claro, pero tus oídos no tenían imaginación.

martes, 30 de octubre de 2012

La gota de ciruela que resbala por el mentón

Un día sentí algo negro y pesado que subía a mi cabeza y me desvanecí sin saber nada más.
Cuando desperté, una sombra de colores apareció ante mi vista nublada, puso una mano en mi frente y después habló con ansiedad:
-Un carretilla vacía rodando por una calle de asfalto...
Inmediatamente vino a mi cabeza el sonido metálico e irregular.
-...¿podés evocarlo, podés escucharlo en tu memoria? -preguntó-. Un llavero de portero de colegio, un racimo con veinte llaves colgando, pesado, tintineando cuando camina, lleno de reflejos opacos y plasticos de colores: ¿podés imaginarlo, podés verlo con los ojos cerrados? El sonido del obturador de una cámara de fotos un día soleado. Cien palomas picoteando en una plaza que se espantan cando pasa un colectivo. El viento fuerte en los labios. El murmullo del aire en las hojas verdes de un viñedo... ¿Podés evocar todas estas cosas? ¿Podés jugar con ellas?
Asentí sonriendo, y comprendí que estaba vivo de nuevo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Condición humana LVIII

Hay una puerta con cincuenta picaportes. Unos queman, otros electrocutan, unos cortan, otros pinchan, unos hielan, otros emponzoñan. Hay uno sólo que abre la puerta y no se distingue de los demás pues son todos idénticos. La puerta fascina y repele. No se sabe a dónde abre, ni se sabe quién pudo abrirla, pero con frecuencia se escuchan golpes del otro lado (no se sabe quién o qué golpea la puerta), y eso despierta ansiedad y excitación en todos los hombres.

sábado, 27 de octubre de 2012

Sueño de una noche empelotado

Anoche estaba acostado boca arriba al borde de la pileta y veía la luna casi llena que brillaba como una linterna incrustada en lo más profundo del océano. Cada tanto una nube fantasmita del montón que salpicaba el cielo cruzaba frente a la luna y se aureolaba, se vaporizaba, se irisaba como un arco iris, y seguía de largo.  Todas las nubes seguían una lenta migración al Este, y con ellas iba mi pensamiento: cruzar la Mesopotamia sobre una feta de jamón voladora; dibujar mi nombre en la Muralla China; pelear con paraguas vietnamitas como espadas; regar con tinta azul un cerezo budista en Japón.
En eso vi que una nube cruzaba frente a la luna en sentido opuesto. Única, solitaria, se movía hacia el Oeste. ¿No era la nube con forma de conejo que acababa de pasar hacia el Este? Mientras la miraba, atónito, fue disminuyendo su velocidad, y otra vez siguió el ritmo de las demás nubes y volvió a cruzar frente a la luna. Y otra vez frenó, cambió sentido de rumbo, y se cruzó. Así cien veces hasta que se hizo de día.

viernes, 26 de octubre de 2012

Nacional de los Colectivo de Recorridos Libres

Quiero que la Argentina se ponga a la cabeza de los países con festivales y movimientos neoculturales extravagantes. Así que pensé en un súper evento: un domingo al año celebraremos el Día Nacional de los Colectivo de Recorridos Libres. Básicamente, ese domingo elegido, cada colectivero de turno saldrá con su colectivo a cumplir su horario, pero con la diferencia de que andará por donde más le dé la gana. Los pasajeros simplemente tendrán que estirar el brazo ante un colectivo cualquiera, subirse, pagar un importe cualquiera, y disfrutar el viaje, disfrutando la intriga de no tener la más remota idea de a dónde irá a parar. 
Ni cómo va a volver.

jueves, 25 de octubre de 2012

Sorpresas urbanas

El otro día un chico de esos que esperás que de un momento a otro pelen celular con cumbia y reggetón, me quiso dejar el asiento porque me vio leer de parado.
El otro día un flaco de los que creés que salen a afanar a la salida de los boliches me llamó la atención para mostrarme que se me había caído un papel.
El otro día un tipo de esos que esperás que digan guarradas desde la obra en construcción me salvó de seguir dando vueltas, perdido, y al despedirse me deseó buena suerte, buen viaje y alegrías.
Perdón por lo escueto. Es que todavía me cuesta encontrar palabras.
Ya voy mejorando: en esos momento sólo alcancé a titubear "gracias".

miércoles, 24 de octubre de 2012

Mujeres urbanas

No sé si en todos lados son así, pero la generalidad de las mujeres en Capital tiene esa ambigüedad molesta de querer tenerlas todas a favor siempre.
A ver, flaca, nena, vieja, turra: no te me colés en la fila cuando estoy esperando el bondi desde hace dos minutos más que vos. Si igual probablemente te deje pasar. Aunque sea dame la opción de no ser caballero, no me obligues a ser el garca que te diga "flaca, la cola sigue atrás mío".
A ver, flaca, miniatura de la naturaleza con bebé en brazos: atrás mío hay cincuenta individuos de contexturas varias esperando a que se abra la puerta para empujar y salir a destino. O sea, por más que intente hacer algo con la gente que se abalanza, el hecho de ser una adolescente con un bebé en brazos no te salva ni a vos ni al bebé de la inminente tragedia. Sé humana, correte a un costado, después siempre vas a encontrar un gil que te de el lugar.
A ver, genia con bastón invisible y estadio físico de momia, ¿apurada por bajar? ¿Adiviná qué?: yo también. ¿Adiviná qué más?: apenas la puerta se abra yo ya estoy saltando camino a la esquina, mientras vos, mequetrefe con pelo teñido, vas a esperar a que el colectivo se detenga a cero para animarte a soltar una de las dos manos que te mantienen aferrada al caño, y recién ahí vas a bajar al primer escalón, después el segundo, después la calle. Frenaste a todos los que estábamos apurados, ¿por qué no me dejaste pasar a mí primero cuando me viste caminar hacia la puerta? Morite. Por tu culpa perdí el tren.

lunes, 22 de octubre de 2012

Turn the inside outside

Un día desperté y encontré que todo el mundo se había convertido exteriormente en lo que siempre fue interiormente. Así fue que la vecina no era más que una cosa escuálida con enormes orejas y enorme boca repulsiva que contaba chismes incesantemente mientras sostenía un palo de escoba raído. El colectivero era un pequeño enano engreído que gritaba a todos los pasajeros y pataleaba y apenas podía controlar el vehículo. Un tipo enorme, gigantesco y bonachón, sonreía a todos y fue el único que se paró para dejarle el asiento a una anciana que parecía una bola de estambre.
La capital estaba poblada de monstruos grotescos, cosas que parecían duendes mendigos, trasgos en oficinas, hadas humildes, quiosqueros con varias caras. Mi jefe era un pobre insecto gigantesco que gritaba y que sangraba por la manga del pantalón, mis compañeros eran cosas reptiformes que se inflaban como sapos cuando hablaban y cuando nadie las veía se achicharraban como pasas de uva. La chica que me gustaba se movía como un robot cubierto de maquillaje descascarado.
El colectivo con el que volví a la noche era una gran masa informe y templada que me dio charla todo el viaje. Le pregunté cómo es que me veía, qué aspecto tenía yo, y después de analizarme durante un semáforo en rojo, se estremeció y no me quiso contestar. Comentó lo raro que estaba el clima y el aspecto tóxico de la tormenta que se avecinaba.

domingo, 21 de octubre de 2012

Cuestiones de asientos

Un colectivo. Asientos corridos del fondo. Una chica sentada en cada extremo, tres asientos vacíos de por medio. ¿Dónde me siento? En el medio, no hay que romper la simetría. En realidad me gustaría sentarme en el más cercano a la puerta, pero sé que los patrones sociales indican que tengo que sentarme en el centro, más que nada para no dar la idea de que voy a acosar sexualmente, ni nada por el estilo, a ninguna de las dos personas sentadas previamente. El problema serio lo tiene el tipo que viene detrás de mí, porque se siente a mi izquierda o a mi derecha (actualmente los únicos asientos disponibles) va a romper la simetría. Y  ambas chicas sentadas en los extremos saben, a esta altura del asunto, que el hombre va a pelear entre la idea de sentarse al lado de la más linda (claramente la de la izquierda) o sentarse al lado de la otra, para no parecer un pajero. Cosas del destino.
Estación de subte. Banco corrido del andén a Retiro. De lejos veo que hay sólo tres mujeres sentadas, me aproximo para sentarme y esperar veinte minutos, porque es muy temprano. Al acercarme veo, sin embargo, que el banco está íntegramente ocupado por tres mujeres y sus respectivos bolsos, a la derecha de cada una de ellas. Ni un resquicio para sentarme, ni un indicio de que alguna de ellas esté dispuesta a cargar el bolso sobre sus rodillas, como la constitución nacional obliga. De inmediato llega el subte, las tres mujeres se levantan y yo ocupo lugar en el banco vacío. Se va el subte, llega más gente al andén. Cuando me doy cuenta somos cuatro hombres y una señora sentados en el lugar que habían colonizado las tres mujeres. Llega un viejo con bastón y, tras intercambiar una mirada rápida con el estudiante que estaba a mi lado, hacemos colita pal costadito y le abrimos lugar. Seis personas sentadas, ahora sí es un banco rendidor.

viernes, 19 de octubre de 2012

Yo, mediocre

Esa sensación de culpa ante el desbordamiento. "Yo quería un piquito y me proponés casamiento y cinco hijos". "Quería dibujar un pito en un baño público y me querés convertir en remodelador de obras sanitarias industriales". "Quería un avión de papel y ahora me obligás a ser ingeniero aeronáutico". "Quería saludar a la abuela y ahora tengo que trabajar en un geriátrico". "Tuve una idea para un cuento y creció hasta una trilogía". ¿Realmente es mi culpa, realmente yo desencadené todo esto? ¿Es de inseguro, de injusto, temeroso acobardarse ahora? ¿No puedo decir "hasta acá yo, lo demás lo pensaste vos, hacelo vos"?
Antes lo hice. Hoy busco entre las juntas del embaldosado ganas y excusas que me recarguen energías, porque consume muchas energías dejar de ser mediocre.

Kmikze

...
Las presillas metálicas habían empezado a pincharme las costillas y el vientre. No sabía si algo se había corrido o si eran mis nervios y la contradicción en la que me habían puesto esos dos viejitos dormidos. Faltaban diez cuadras para llegar a la esquina de la plaza gubernamental, y la siguiente parada era justo en frente de la casa de gobierno. Si los viejos no se bajaban para ese momento, no sabía qué iba a hacer.
La chica del cárdigan rojo sentada al lado mío miraba cosas en un celular, y un par de veces, como sin querer, me había golpeado con el codo. La primera vez me dijo un "ay disculpá" suavecito, a lo que contesté con una sonrisa dura. La segunda vez dijo "uy perdoná, qué tonta, jiji" tan fuerte que el viejo entreabrió los ojos. Yo volví a sonreírle, incapaz de decir palabra, mientras asentía como un tarado.
El colectivo se iba vaciando de a poco. Podría haber cambiado de lugar porque quedaban varios asientos vacíos, pero no lo hice. Quería seguir viendo a los dos viejos que dormían, ahora con una mano entrelazada, con los cabeceos del andar en colectivo.
Se subió un guardia y nos revisó boletos y tarjetas con su lector de tarjetas. Yo sentí que mi cara transpiraba y la mano me temblaba cuando le alcancé la tarjeta. ¿Había pagado lo correcto, estaría todo bien, notaría el bulto extraño abajo de mi rompevientos o la piola de metal que tenía en el interior del bolsillo? No pasó nada de eso. Revisó la tarjeta de la chica y fue a despertar a los dos viejos.
"Disculpá, ¿te sentís bien?". Me había hablado la chica, poniendo cara circunstancial, mientras guardaba su tarjeta. "¿Eh? Sí. Bien. Gracias". Me miró con recelo, frunciendo la boca. Después miró mis manos sobre mis rodillas, y temí que las encontrara sospechosas, así que las metí en los bolsillos de la campera y después me arrepentí. Me había dicho a mí mismo que no metiera las manos en los bolsillos porque era peligroso, cualquier movimiento inadvertido y se arruinaba todo el plan. "¿En serio estás bien? Te veo pálido..."
Miré rápidamente para otro lugar y vi que los dos viejos se estaban bajando. El corazón me dio un brinco. Miré por la ventanilla y estábamos en la esquina de la plaza. La parada siguiente era la final. Para mí.
Decidí hacer un acto de buena persona y encaré a la chica: "¿Vos no te bajás acá?". Me miró y negó, algo divertida, alegrada por que le dirigiera la palabra. "¿Segura que no te bajás acá?" Insistí y me esforcé por sonar convincente, que entendiera. Pero no. Hizo un gesto que no entendí, y se llevó un dedo a los labios, para parecer sensual probablemente.
Respiré hondo y estiré las piernas. Listo, le había dado su oportunidad. Lo de los viejos no me lo hubiera perdonado, pero esta chica me daba francamente lo mismo. El colectivo arrancó, bordeó la plaza, dobló y cuando estábamos frente a la casa de gobierno, ese edificio brutalmente alto pintado de rojo y cobijando a toda clase de tiranos corruptos imbéciles y dañinos, me palpé por última vez el chaleco que tenía abajo del rompevientos, miré de soslayo la plaza y los edificios de alrededor, intentando imaginar cómo quedaría después de ser arrasados, y con suavidad tomé la piola metálica que se asomaba por el bolsillo. Tiré de ella con un poco de fuerza, por las dudas, pero sabía que el mecanismo funcionaba perfectamente.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Kmikz

...
Ella no debía llegar a los setenta, o los disimulaba bien con tintura cobriza en el pelo y alguna crema facial. Cuando los vi, ella ya estaba dormitando, el gesto un poco fruncida, la boca curvada hacia abajo, el brazo hecho un laocoonte con las correas de su cartera negra, así como su marido sostenía con un brazo de popeye una pequeña valija de cuero negro. Él tenía los ojos nublados por la somnolencia, pero miraba por la ventanilla intentando mantenerse despierto. Pelado, con unos penachos descontrolados de fondo, un sobretodo caqui, un reloj pesado. Él sí o sí tenía más de setenta. Su gesto era más plácido, más relajado.
Debían haber ido a tomar algo después de hacer un trámite o algo así, una salida inusual. Ella estaba bastante emperifollada, él parecía haber estado tomando un poco de más. Tal vez venían de la casa de alguno de sus hijos, o de un amigo de la infancia, de celebrar un aniversario para el cual tenían que hacer cuentas varias veces. Debían ser gente de plata, o haberlo sido, porque no cualquiera vivía por la zona de la casa de gobierno. Bah, pensé, todo depende de dónde se bajen. Y ahí me di cuenta que no quería que esos dos viejos estuvieran en el colectivo.
De repente el hombre me miró. Fijo, a la cara, a través de dos anteojos gruesos que ensanchaban sus ojos. Tenía ojos negros y parecía no tener pestañas, como un muñeco de hule. La mujer se movió y entreabrió los ojos también. Miró a su marido con ternura, siguió su mirada y también me miró a mí. Ella tenía idénticos ojos negros, casi sin pestañas. O eso me pareció a mí. Un sudor frío y pesado me corría por el pecho y la espalda, y no estaba en situación de sostener una pelea de miraditas con nadie, así que desvié mi cara hacia una chica bonita que estaba parada al lado de la puerta.
Tenía un cárdigan rojo y los labios pintados, iba escuchando música con unos auriculares grandes, de metal y plástico blanco, que le daban impresión de futurista. Vi que tenía una mano libre y la movía un poquito, siguiendo el ritmo de la canción que estaba escuchando. Tenía cierta elegancia, cierta soltura o flexibilidad, me di cuenta. Tenía piernas largas con las que cómodamente compensaba cada movimiento del colectivo. Debía ser alguien ágil, pensé.
"Permiso", escuché de repente que decía una voz a mi izquierda. "Disculpá". La mujer que se sentaba a mi lado se había parado y tuve que pararme yo también para que pudiera salir. Me di cuenta inmediatamente que la flojera de las piernas se había ido. Al darme cuenta de eso, también noté que volvía a palparme el chaleco abajo del rompevientos.
La mujer tocó timbre y la chica del cárdigan rojo, mirándome por un instante a la cara con ojos negros, pero llenos de pestañas y algo de delineador oscuro, sonrió agradeciéndome que me quedara parado hasta que ella se acomodara en el asiento recién liberado. Yo también sonreí y me volví a sentar en mi lugar.
Miré hacia la izquierda, para volver a mirar a la chica, y ella me estaba mirando, otra vez con la sonrisa. Me sonrojé instintivamente y evadí su mirada mientras ella se acomodaba sus auriculares con un pequeño movimiento. Era tal vez indicio de que estaba dispuesta a charlar un rato si yo iniciaba conversación. Pero no ocurrió nada de eso porque al mirar al frente, vi que el viejo y la vieja estaban dormidos. El tubo de luz los bañaba con beatitud. Como dos viejitos dormidos, esperando el apocalipsis.
...

martes, 16 de octubre de 2012

Kmkz

La noche estaba húmeda. La gente estaba abrigada con camperas y sobretodos, y un rompevientos negro me ayudaba a disimular mi pesado chaleco. Pero la humedad se filtraba por debajo del rompevientos y hacía que las presillas metálicas del chaleco, contra la piel, me dieran escalofríos.
Vimos el colectivo llegando, la primera mujer en la fila alzó el brazo y lo detuvo. Empezamos a subir. Yo era el quinto pero dejé pasar adelante a dos señoras y subí último. Sentía la garganta tan seca que no pude responderles el gracias con un de nada. Antes de dar ese pequeño impulso que suponía traspasar la puerta, eché un vistazo para atrás y los alrededores.
"Hasta la casa de gobierno", le indiqué al chofer, un tipo joven y con barba candado. "Con tarjeta". Pasé la tarjeta frente al lector pero se prendió una luz roja. Instintivamente me palpé el chaleco que tenía debajo del rompevientos, nervioso, acelerado. "Pasala de nuevo que no marcó", dijo el chofer de barba candado. Que la pase, que la pase, me repetí a mí mismo, y volví a pasar la tarjeta frente al lector. Una luz verde. Giré sobre mis talones y caminé hacia el centro del pasillo.
Es este, me dije. Es este mi colectivo, este es el colectivo. Las presillas metálicas del chaleco me dieron un nuevo escalofrío y sentí que se me debilitaban las piernas. El único asiento libre era el reservado para gente con movilidad reducida, los que van contracorriente, enfrentados al resto de los asientos. No quería que todo el mundo me viera y delatarme, pero creí que me iba a caer redondo ahí nomás. Así que retrocedí unos pasos y me senté.
Al principio no quise levantar la vista, mantuve las manos rígidas sobre las rodillas para refrenar el impulso de palpar el chaleco que se insinuaba abajo del rompevientos. Disimulá, me dije, disimulá, hacé como si nada. Levanté la cara y vi a dos viejos. No los había notado recién, al subir. Estaban en el primer par de asientos, después de la puerta del medio. Una pareja de viejos viajando en colectivo. ¿Hasta dónde habrán pagado boleto?, fue lo primero que me pregunté.
...

Pensando antes de dormir

A veces escuchamos cosas, ¿no? Cosas que escuchamos en el aula, en el tren, en la tele. La gente dice esas cosas y tal vez nosotros no las pensamos. Yo me acuerdo, por ejemplo, de compañeros míos riéndose de la creencia medieval de la tierra plana. Qué giles que eran, ¿no? O los griegos, ¿de verdad creían que un dios había convertido en araña a una mina?
Y no sé qué habrá pasado, pero a mí las derivaciones filosóficas de la física cuántica me suena a elefantes en el lomo de tortugas. Que las posibilidades de esto, que todo es posible, que en teoría es razonable que.
Las pelotas. Eso no existe. Y tampoco sirve. Tampoco vamos a comprobar nunca  empíricamente si todos los metales se dilatan, pero la realidad la construimos en base a que sí se dilatan. Y hasta sabemos cuánto y cómo cada metal.
Así que tampoco la mariposa en Pekin tiene un carajo que ver con el clima de Nueva York. Y sin embargo, el hombre que gastó una fortuna para saltar desde la estratosfera, la compañía que gasta millones en publicidad, los que dedican su vida a batir un record inútil, el multimillonario que baña en oro su auto y la agencia de turismo que le vende una pista de esquí en medio del desierto, están íntimamente relacionados con el chico que no puede pagar un pan, con la chica que es prostituida y nunca ve el sol, con los padres que tienen hijos y los ven morir, con el que tiene un accidente fatal por el mal mantenimiento de una ruta.
Cuando salió la película El precio del mañana todos estaban encantados. "Muchos deben morir para que uno sea inmortal", decía el malo. "Nadie debe ser inmortal", contestaba como eslogan. Pura verdad: nadie debe ser millonario, porque para que haya un millonario hay millones de pobres.
Sigamos pensando en las posibilidades de la física cuántica. Existe la posibilidad de que todo se arregle, solo, de pensarlo fuerte fuerte.

lunes, 15 de octubre de 2012

Brevedad

"Hoy la humanidad se encuentra con que tiene muchas cosas que debe hacer, pocas ganas para hacerlas, y cada vez menos tiempo." Dije, y esa es mi justificación para mi entrada más breve hasta ahora.

domingo, 14 de octubre de 2012

Testarudez

Me lo dijeron y repitieron mis maestras y profesores desde el jardín de infantes hasta el postgrado. Me lo dijeron mis familiares, mi sicóloga, parejas, amigos, vecinos, mascotas. "Martín, sos un testarudo". Y yo sonrío halagado. "Mi papá se cortó un dedo del pie con una máquina vieja de cortar el pasto en un descuido, y cuando compró una máquina nueva que tenía un dispositivo de seguridad para que ese tipo de accidentes no pasaran, lo primero que hizo fue desactivarlo porque lo veía incómodo de usar. Mi mamá, que fue fumadora toda su vida, un día decidió que los cigarrillos estaban muy caros y dejó de fumar así como así de un instante al otro, y sin complejos ni otros vicios ni nada." Esa es mi familia, me dan ganas de decirle a la gente, estos son los genes que llevo. Testarudo soy y peor todavía porque este Martín que estás viendo no va a cambiar. Testarudo correcto a veces es menos peligroso que un testarudo contento.

sábado, 13 de octubre de 2012

Marineros y morir colgado

-¿Te conté alguna vez que mi pasión fueron los marineros ?-preguntó con deliberada voz afirmativa. Me miró a los ojos (sé que me miró a los ojos incluso antes de que yo despegara lentamente los míos del diario y la mirara a ella) y se quedó a media sonrisa, expectante. Lo había dicho así, para provocar una respuesta, diseccionarla y estudiarla, para saber otra cosa de mí y principalmente que supiera otra cosa de ella. Lo había largado premeditadamente y en el momento justo. Probablemente esa mañana, mientras se lavaba los dientes, se le había ocurrido la idea de la pregunta y todo.
No respondí, obviamente, de inmediato. Tardé aproximadamente dos minutos. Un minuto y medio. Unos diez segundos hasta que terminé la columna que estaba leyendo y levanté la vista. La mantuve fija en toda su cara alrededor de medio minuto más. Volví al diario, no sin advertir de refilón su reticente desilusión, y después de seguir leyendo un rato más, comenté:
-De chiquito quería ser pirata, batirme a bordo y morir colgado.
Escuché su risa nasal al otro lado de la taza de cerámica, la silla que se corría y después el agua que iba limpiando la taza.

Para qué abrir la boca

Tengo el defecto de que nunca abro la boca para decir algo en mi provecho. Y aclaro: no es en beneficio mío y detrimento de otro, ni siquiera. Puedo dar consejos (y creo que puedo darlos buenos, hasta donde el límite de la responsabilidad me lo permite) o contar un chiste, pero si es algo que me va a ayudar, si es algo que me va a hacer bien, si es algo que estoy buscando, que necesito, fue, no puedo decirlo, no sé decirlo. No puedo pedirle que por favor baje el volumen o mejor apague el aparato. No puedo decirle hola, ni hola (eso es común igual). Ni qué decir de decirle de salir, obvio. No puedo decir a ver pará, revisemos el vuelto. Ni tocás timbre por favor. Ni permiso que esta es mi estación. No puedo decir me gusta lo que hacés. No puedo decir me caés bien, charlemos más seguido. También soy de esos que, por ejemplo, dicen que están bien después de que los atropelló el colectivo, que dicen que no les duele nada al médico total para qué generarle un problema, que dicen que no pasa nada cuando el bebé les vomitó encima, que se encogen de hombros cuando un gordo se cuela en una fila.
Pero a veces la suerte me sonríe, como hoy. Me alegro de haber encontrado hoy esta computadora en la facultad, loggeada en este blog. Es bueno encontrar un lugar para desahogarme y dejarle la responsabilidad a otro, que en definitiva sería a veces la solución de mi problema.

jueves, 11 de octubre de 2012

Dazzling

Deeper. Where the light is almost impossible to find, but shines more. Ahí se encuentra la imaginación, las posibilidades, el discernimiento. The deepest, where the hole is open to the skyes, where is no limit in the mind, nor the number. Donde el hombre se culmina a sí mismo incesantemente. Donde nace todo lo auténtico, donde lo falso no tiene cabida. Where everything cobra vida.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Denme tiempo

Necesito un día o dos
para entender
qué pasó hoy.
Necesito una semana o dos
para saber
qué responder.
Necesito un mes o tres
para aprender
qué lo causó.
Necesito un año, tal vez diez
para cometer
el mismo error.

martes, 9 de octubre de 2012

La caspa de Cristian

Al principio creíamos que era caspa, y le compramos un champú anticaspa. Pero el problema fue en aumento a pesar de todo. Cristian tenía pelo largo y ondulando, muy abundante y espeso, y estaba cada vez más lleno de cositas blancas. Fue entonces cuando empezamos a mirar con cuidado y nos dimos cuenta que lo que creíamos caspa, eran diminutas construcciones. Piensen en el diente de Lisa que desarrolla toda una civilización, y van a tener una idea bastante acertada de lo que pasaba en la cabeza de Cristian. Porque crecían diminutas ciudades entre su pelo, rascacielos desde el cuero cabelludo, ciudades colgantes, largos caminos transitados. Cuando lo descubrimos compramos varias lupas en casa, queríamos examinarlo todo el tiempo, y era divertido. Había cientos y cientos de ciudades y aldeas, cada rulo que corrías a un lado te revelaba nuevas estructuras minúsculas y fascinantes.
Pero llegó un momento, ya cuando empezaba a generarse cierto interés científico en la cosa, en que Cristian se cansó, fue a la peluqueria y volvió pelado.

lunes, 8 de octubre de 2012

La Pista del Desierto

Existe una pista de aterrizaje en medio del desierto, todos los pilotos del mundo la conocen. Es sólo la pista, el concreto, las luces, las señalizaciones, pero ni un solo edificio alrededor. Están la pista, y el desierto de arena. De noche se ilumina que es un espectáculo, suele enfriarse tanto que las lagartijas que se aventuran a cruzar dejan alguna pata pegada a la pista, congelada. De día se calienta tanto que los aviones que la vislumbran ven un gran rectángulo de agua o magma, cegador como el mismo sol.
Esta pista es una pista de suicidas y desaparecidos. El avión que allí aterriza no logra frenar a tiempo, se le termina la pista y sigue de largo y caen al desierto. Las arenas devoran al avión y sus pasajeros hasta que no quedan nada.

domingo, 7 de octubre de 2012

La abuela cantaba

Nunca supe que la abuela había sido cantante hasta que tuve doce años y ella se empezó a morir en el geriátrico. ¿Cómo que no? fue la reacción incrédula de todos los mayores de mi familia que mantuvieron el secreto escondido sin darse cuenta. ¿Nunca viste las fotos de ella, nunca escuchaste ninguno de los vinilos, la ropa del baúl, los recortes del diario? Que no y que no.
Funcioné como una anestesia, como distracción para toda la familia. Me llevaron en auto hasta la casa cerrada de los abuelos y me mostraron todas esas cosas que yo jamás hasta el momento habría sospechado. La vieja muriéndose había estado en escenarios de todo el mundo. Había cantado para grandes personalidades. Había aparecido en una película en blanco y negro. Durante el rodaje conoció al abuelo, me explicaron, creíamos que eso lo sabías. Ese día aprendí quién había sido mi abuela y cómo podían ser mis parientes. Creían que enseñándome esas cosas salvaban el hecho de haberla abandonado ocho años en un geriátrico cuando dejó de hablar. Tal vez sentían un poco menos de culpa, o pensaban que yo iba a sacarles el peso de algún modo.
Pedí ir a verla cuando echaron llave a la casa vacía. Intercambiaron miradas y mi papá asintió, así que fuimos. Llegamos y sentí vergüenza, propia y ajena, y pedí que nos dejaran solos. Estuve el resto del día al lado de su cama, sosteniendo sus largas miradas sin intenciones, acariciándole la mano, acomodándole el pelo, refrescándole la frente. Al ponerse el sol tuvo otro ataque y lo presencié todo. Cuando pasó ya era de noche, papá me preguntó si volvíamos pero le dije que yo me quedaba a cuidarla.
Me despertó su voz. Cantaba bajito y lento y armonioso. Salté al lado de su cama y mantuve silencio porque supe que cantaba dormida, y supe que al amanecer moriría.

viernes, 5 de octubre de 2012

El perrito abajo del camión

La otra noche pensaba en la visión de Frankl sobre el ser humano, comparándola con la visión del ser humano que hace Faulques, protagonista de El pintor de batallas. Me bajé del colectivo y crucé la calle apurado, y antes de darme cuenta un perrito salió de abajo de un camión estacionado y me ladró y me asustó. Perrito hijo de puta.
Frankl sostiene que el ser humano tiene siempre la libertad de elegir, incluso en las peores circunstancias. Faulques lo niega y habla de la crueldad, la crueldad que se manifiesta pura cuando se rompen los débiles acuerdos sociales. Uno conoce ejemplos que dan la razón a uno y a otro. Habría que hacer una estadística, pero creo que ni siquiera eso daría una respuesta acabada.
A la noche siguiente me bajé del colectivo y al cruzar la calle vi que el perro dormía a pata suelta abajo del camión. Caminé unos pasos con sigilo y, una vez cerca, avancé a los trancos y gritando como loco. El picho se despertó asustado y se dio la cabeza contra un caño del camión y reculó sin entender nada. Esa noche yo volvía pensando en un cariño no correspondido y en las vueltas del caracol.

Los cuchillos de Javier

En la casa de Javier todas las cosas tenían su lugar y su utilidad propia y única. Tenía muchos más tomacorrientes que en cualquier casa normal, porque cada electrodoméstico tenía uno designado. Parecía que cientos de insectos esperaban a atacarnos desde sus lugares en las paredes. Tenía tres lavarropas y cuatro secarropas, muchas sillas apiladas en el garage, una máquina de pasto para el frente y otra para el jardín del fondo. Y todo parecía perfectamente planeado, aunque asombrara nada sobraba, todo tenía un uso.
Igualmente el colmo fue cuando fui a buscar una cucharita para el café. "La cucharita de los invitados", me indicó, como si no me alcanzara con leer un welcome to my home! en mi taza. Abrí el primer cajón y descubrí que era sólo de tenedores. Muchos compartimentos de distintos tamaños, con tenedores de distintos diseños y formas, agrupados o solitarios. No pregunté. Abrí el segundo y encontré cuchillos. Su disposición era parecida al de los tenedores, pero las variaciones eran mayores. "Cuchillo de naranjas" explicó Javier entendiendo mi mirada, "cuchillo para frutas de piel blanda, cuchillo para cortar el asado, cuchillo para untar miel, cuchillo para quesos blandos, cuchillo para dulces", etcétera. Pero lo interrumpí y señalé al que estaba al fondo, un cuchillo de aspecto militar, con dientes agudos cerca de la empuñadura, brillante, sin uso. "¿Y ese?". Me miró serio y afirmó "Cuchillo para asesinar amigos".
Asentí, cerré el cajón, abrí el tercero, encontré mi cucharita para invitados, tomé el café y me fui de la casa de Javier.

jueves, 4 de octubre de 2012

Cosas a tener en cuenta

Sé que te dije muchas cosas cuando hablábamos, pero significativamente, nunca te dije nada. Mentí con sinceridad y profesionalismo cínico. De hecho mentí tan bien que no descubriste que mi boca es más oscura que un baño público mal iluminado.
Creo que ibas tan desprevenida porque sos como esas personas que siempre escucharon el mismo tipo de música. Deberías escuchar más géneros, de todos los países y culturas, deberías ir más seguido a baños públicos, viajar más. Hay cosas que te enseñan a mentir, a ver lo fundamental, a decorar lo demás como te parezca, saber lo que el otro quiere decir antes de que lo diga, manipular tus propios recuerdos, a sonar sincero.
Aunque corromperte no fue ni es mi intención. Tal vez puedas conservar tu talante tan fresco y tan naif. Pero tené en cuenta que uno habla con personas cuando llaman del callcenter, en todo el resto de la vida uno habla con pasados de personas que tienen boca y hormonas y dolores físicos.

Las ideas, ideas son

Alpargatas que silban cuando caminás. Pajitas de plástico que se iluminan cuando chupás. Anteojos con leds para leer en el bondi a la noche. Remeras que se pueden cortar en pedazos y fumar. Un pedal para abrir y cerrar la canilla. Pulseras potentemente imantadas. Para joder nomás. Skates con leds de colores. Libros con tapas que se dan vuelta verticalmente. Una picana eléctrica poco potente para abrirse paso en el subte. Y otras muchas ideas e inventos que me vienen mientras duermo, y que confundo con sueños.

martes, 2 de octubre de 2012

Perfección en la estética

La perfección no es reducir a lo esencial. Ni tampoco es la mesura o desmesura de adornos y accesorios. Perfección es, simplemente, hacer esenciales los accesorios.
Me voy a lavar los platos.

lunes, 1 de octubre de 2012

Allt som är ditt

Sacó una valija del armario y la llenó de fantasmas y recuerdos, empezando por el horror de la primera vez que hicieron el amor y cerrándola con el de la última pelea. Dejó la valija lista a un costado y sacó un bolso deportivo en el que metió la sonrisa de los domingos en la plaza, alguna noche de fiesta, los desayunos que alguna vez le llevó a la cama. En el espacio que quedaba guardó dos mudas de ropa y un collar de su mamá. Puso el bolso sobre la valija y se dedicó a cortar las sábanas con la tijera y arañar el espejo. Abrió la cajita de música y la llenó de gritos e insultos y odio y la dejó sobre su mesa de luz para que escuchara todo. Salió con su valija y el bolso y en la puerta de entrada hizo una gran X con su cortauñas. Mientras escapaba hizo un alto en un descampado y quemó la vieja valija con un litro de nafta. El bolso lo terminó perdiendo en un trasbordo que hizo en una ciudad del este, pero realmente no le importó porque el camino recién empezaba.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Amigos de Gonzalo

"Hola. Soy Gonzalo. Tengo 32 años. Soy católico. Rezo todos los días y voy sin falta a misa los fines de semana. Tengo una estampita de la Virgen en la billetera pero no le ando predicando a nadie en el tren ni en la puerta de su casa. Tengo muchos amigos, la gran mayoría de ellos son ateos. Publican chistes en el facebook de páginas de otra gente atea, hacen chistes similares cuando nos reunimos sin cuidarse de si estoy o no, cambian miradas y tono de voz cuando les digo que no puedo juntarme determinado día porque tengo una misa. Así y todo son buenas personas. Cuento con ellos cuando algo me sale mal. Y cuando tienen problemas, algún pariente enfermo, se les acaba de morir alguien, enfrentan una enfermedad, me piden que rece por ellos. Les digo que sí, sin reprocharles nada. Y lo hago. No les explico, porque probablemente no me creerían y no es algo para andar alardeando, que todos los días rezo por ellos, mis amigos."

sábado, 29 de septiembre de 2012

El Rey en Antropquía

Un día el príncipe de Antropquía nació. Y tuvo un papá rey y una mamá reina, pero después no. Lo educaron, lo dejaron jugar, lo dejaron equivocarse, aprender por su cuenta, aprender lo que le decían, lo que podía. Lo dejaron cazar, pescar, cabalgar por el bosque. Una vez se cayó del caballo y estuvo un año en cama por las fracturas. De adolescente, asistió a bailes en el palacio, se enamoró de una chica comprometida, otra muchacha tuvo su amor y lo engañó y él sufrió mucho. Pensó miles de cosas durante su vida como príncipe. Creía estar a la altura de las importantes circunstancias en las que se desenvuelve el príncipe de un reino, pero prefería dedicarse a las plantas, arreglar un mueble, afilar una espada, escribir un poema y tirarlo. Un día le arreglaron un casamiento y se casó y tuvo hijos principitos y principitas. Una madrugada armó un equipaje ligero, preparó él mismo su caballo y partió sin pajes ni criados. No dejó ni una nota ni prometió volver. Dicen que se fue a la China. La gente del reino dice que el príncipe está en la China, si algún extranjero pregunta, dicen que está allá y que va a volver. Que el príncipe de Antopquía volverálgun día. Cuando finalmente volvió, aunque todavía repetían lo mismo, ya nadie pudo reconocerlo porque era viejo. Y ya no era un príncipe, sino un Rey. No de Antropquía, pero era un Rey.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Anécdotas que te hacen persona

En el cajón de los cubiertos guardamos un cuchillo de punta ancha, ideal para untar miel en tostadas y panes. De hecho lo llamamos el cuchillo de la miel, aunque no fuera hecho para esto. Es único, su procedencia se desconoce. Y tiene la particularidad de irse hasta abajo de todo, de hundirse entre los demás cuchillos del compartimento, pegarse al fondo y esquivarnos cuando lo necesitamos.
De chico me encantaban las vainillas en la leche. Había adquirido una gran habilidad con eso de evitar que se rompieran. Pero un día mi mamá compró una marca nueva de vainillas (al menos nueva para mí), y resultó que estas vainillas no se rompían. Salvo que uno fuera muy bruto y las dejara olvidadas en la leche, podía hacer lo que quisiera sin temor a que se rompieran. Duraron poco, estas vainillas. Enseguida dejaron de gustarme tanto.
Cuando mi papá empezó a sentarse durante horas y horas en frente de la tele durante los fines de semana, lo primero que comentamos con desagrado era que el almohadón donde él había estado sentado quedaba tan pero tan aplastado que uno se pegaba el culo contra las tablas del sillón cuando se iba a sentar. Finalmente adoptamos la costumbre de cambiar los almohadones cuando nos sentábamos a mirar la tele, y volver a poner "el almohadón de papá" en su lugar cuando nos íbamos, cosa de que aplastara siempre el mismo. Y se armaban peleas cuando algún vago no cumplía con el ritual. Mi papá nunca se enteró.

(Entrada número 999 del blog. Qué me decís.)

jueves, 27 de septiembre de 2012

Clan, clanclenclan, clan clan

Cuando empezó a tocar, sentí que cada vez que presionaba un dedo contra una tecla era como si presionara una aguja contra mi piel y mi carne. Cada acorde me atravesaba en un lugar distinto, los brazos, el pecho, las piernas, la planta de los pies. Me estremecía en mi lugar, sin saber si cerrar los ojos o mantenerlos abiertos, esperando que algo mágico pasara. Los cerré sin darme cuenta. Luego hubo un silencio y entreabrí los párpados. La carne, atrasada mil veces, parecía respirar algo distinto. Y de repente empezó una contramarcha en el instrumento que me hizo saltar en el asiento. Las agujas que antes venían de afuera, ahora querían salir de adentro mío, y empujaban por salir, levantaban la piel y emergían y volvían, se asomaban y se escondían. Con violencia me vi sacudido y perforado, transformado. Agonizaba cuando el concierto terminó, mis pies yacían sobre un charco de sangre, mi sonrisa olía a animal.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Limbos en la ciudad

Existen células de quietud y tranquilidad dentro de la misma ciudad. Espacios, o más bien momentos, en que las paredes no gritan y dejan oír su respiración leve, en que los edificios cabecean y el asfalto se despereza en silencio, en que el semáforo calló a los autos, en el que los peatones levantan la vista y suspiran. A veces dejo pasar a la muchedumbre que va de un subte a otro y quedo varado en medio del vacío. Los pasos se alejaron, los manteros dormitan o miran sus celulares, el piso parece hormiguear inquieto, pero tranquilo. A veces, desde una terraza, se ve la ciudad detenida, las personas descansando en un banco, una fuente sin agua, las palomas picoteando en la vereda. A veces en una esquina se fugaron todos los autos y colectivos y vuela a ras del piso un papel rasgado. A veces el hall de un gran edificio está desierto, la puerta abierta deja filtrar el susurro del exterior, los ascensores están parados. Limbos, existen limbos en la ciudad.

martes, 25 de septiembre de 2012

La paloma de las patas azules

El baño de la oficina tiene una ventana desde la que se ve todo, y donde van a posarse las palomas. Tiene un alfeizar grande y reparado y con linda vista del río, y se llena de palomas. Yo voy ahí a perder el tiempo. Dije que es la ventana del baño, pero en realidad es la ventana del baño de mujeres. El de hombres es chiquito y oscuro y siempre tiene mal olor, y como mujeres no hay casi ninguna en mi piso, se hizo habitual que fuera al de mujeres a hacer mis cosas y fumar. Pero ya no fumo y me quedo mirando las palomas. Hay una que me llama la atención porque viene todos los días con las patas llenas de pintura azul. No tengo ni idea de dónde vendrá, quién le pintará las patas a la hora del almuerzo, por qué siempre la pintura está fresca, por qué sólo ella y ninguna otra paloma (porque es una, la reconozco porque le falta un dedito y tiene una pluma arrevesada en la frente), ni nada de nada. Pero esa paloma con las patas azules está siempre en el alfeizar de la ventana del baño de mujeres, ululando con las demás, haciendo caca, dejando huellitas azules. Antes cuando quería contar algo interesante, contaba a las personas la historia de esta paloma, pero nadie la encontraba graciosa. Entonces ahora cuento lo de la paloma y añado que gracias a ella dejé de fumar. Ahora encuentran que la historia es interesante, aunque haya sido mentira.

El cielo era azul

Escuchaba música tranquila mientras se hamacaba sobre su almohada. De la palma de su mano al cielo brotaban margaritas, de su larga cabellera, sacudida al vaivén, se esparcían pétalos, colibríes y destellitos del sol. Sus pies descalzos iban y venían como péndulos en su hamacar, rozaba sus dedos en la nieve primaveral que se iba derritiendo. En arroyos, en hilachas, en ríos de frío y reflejos. Sonreía, y esa boca suya, la cuevita oscura donde invernaban sus risas, empezaba a brillar, a pintar, a sonar con un metal tan dulce hacía mover las nubes. Sonaba la música tranquila, salida del pasto vigoroso, sonaba sin parar entre las hojas que barría el viento. El cielo era azul, el sol estaba en lo alto.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Song about a girl that cries

Ah oh ah oh she cries when
I don't forget
and she cries when I smile
and she cries when I crash
her car.
And she cries but I don't know why
and she cries and yells out loud
and she cries and oh ah oh ah!
She likes to cry
and I tried so hard
I want to hear
(once in a while)
I want to hear her laugh!
...But she cries! (Na na na part)
...But she cries! (Na na na na na na part)
But she cries from monday to sunday
from bed to kitchen, from kitchen to work
and from work to the barhroom, livingroom
supermarket, to train and train station,
from bus stop to bed.
And she cries while she sleeps
while she eats, while she pees,
while she poops, while she walks,
while she thinks, while she is with me...
I think I must stop doing that (Na na na part)
I really think it's my fault.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El Gordo

El Gordo era de esos que se cansan de escuchar, sea de frente por amigos, o a sus espaldas por los temerosos, "nació en siglo equivocado". Que hubiera estado más holgado entre gladiadores, caballeros de espada y lanza o soldados de mosquete o piratas de hacha y alfanje, no cabe duda. El Gordo repetía esas cosas una y otra vez cuando intentaba emborracharse (cosa que nunca logró del todo, porque tanta sangre tenía que ni inyectándose llegaba a hacerle efecto antes de desbraguetarse). Después salía y volvía cubierto de sangre, con los nudillos abiertos de tanto astillar mandíbulas, atravesado por toda clase de proyectiles que no rebotaban, pero hubieran preferido hacerlo.
Recuerdo que un día el Gordo me confundió con un matoncito que andaba buscando bulla y estuvo a punto de descabezarme de un solo manozato. Y cuando me reconoció se pasó la manga por la frente, aliviado. Que encomendar buenos amigos al otro lado, me dijo, siempre le dejaba un peaje pesado. Y yo me reí, más aliviado. El Gordo nunca supo muchas cosas, aunque le interesaba aprender.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La chica y el perrito

Iban adelante mío, unos cincuenta o sesenta metros, una mujer con su perrito. El humo sólo me dejaba ver sus siluetas violetas recortadas contra el entorno azul de la noche que se nos venía encima. Yo pensaba en mi familia. En cómo nos habíamos distanciado en cinco años. Es decir, crecimos juntos, hacíamos todos juntos, jugábamos juntos como la más ideal de las familia y compartíamos todo, absolutamente todo. Y ahora hacía tanto que no hablaba con mamá, ni con papá, ni con ninguna de mis hermanas. Si de chiquito me hubieran dicho que por una locura así íbamos a terminar viviendo cada uno por separado, papá odiando a mamá, mamá odiando a sus hijas, mis hermanas odiando a los dos, yo odiándolas a ellas y a todo el resto. No, no le hubiera creído. Pero así pasó... La mujer le tiró algo al perrito, y el perrito se detuvo un instante para olisquearlo del piso y comerlo. Sonreí. Apenas distinguía sus siluetas, cada vez más desdibujadas por el humo que se condensaba. Tosí. Tal vez ya había pasado suficiente tiempo. Tal vez si llamaba a mamá y hacíamos las paces, podía volver a hablar con el resto de mi familia, uno por uno. Tal vez me perdonaran: hacía ya más de cinco años que provoqué la ruptura de la familia. Podía que fuera tiempo de que olvidaran algunas cosas... Seguí tosiendo, y dejé de caminar. Una racha de humo gris y apestoso me llenó los pulmones. Y vi cómo, de repente, mientras se alejaban, la mujer tendía la mano al perrito. Y el perrito pasaba de trotar ligero sobre sus cuatro patas a erguirse, tomarle la mano a la chica y caminar sobre sus dos piernas. Como un nene. Un nene con enterito y cabeza redonda y grande, como cualquier nene del mundo. El humo no se iba y yo caí de rodillas, tosiendo cada vez más fuerte. No. No podía llamar a mamá ni a nadie. Cualquiera que lograra localizarme me mandaba a internar de nuevo.

Vendedor de mundos

Me dio la botella vacía y me explicó en dos palabras lo que ofrecía, con las manos en los bolsillos y esa expresión de quien no tiene nada más que agregar.
-¿Todo un mundo enterito acá adentro? -pregunté, repitiendo textualmente su lacónica explicación, y sacudí la botella vacía-. ¿El que yo quiera?
El tipo puso un poco de cara de fastidio. Yo miraba la botella: de agua mineral de litro y medio, vacía. Bah, vacío no sino sin agua, porque estaba llena de aire. Incluso parecía como inflada a presión, como si estuviera por explotar. Adentro, pude ver, había como una pelusita verde que flotaba como flota el arco iris en una burbuja de detergente.
-El que quieras, no. Pero uno mejor a este, sin dudas. Tenés varios para elegir -Y, tras mirar hacia un lado y otro con desconfianza profesional, sacó las manos de los bolsillos y entreabrió por un segundo su sobretodo, dejando ver una docena de botellas vacías (de coca, mirinda, pritty, aquarius, etcétera).
-¿Y cómo sé cuál prefiero? De afuera no se distingue nada -dije, señalando la botella vacía que tenía en mi mano.
-El que elijas va a ser el correcto. A parte, si no te gusta, sólo tenés que encontrar la tapita, sacarla y salir -Se empezaba a impacientar, y eso me olió mal.
Le devolví la botella de un impulso, le agradecí, dije que no tenía diez pesos para desperdiciar así, y me fui. Ya estaba llegando tarde al trabajo, y esos paquetes de promociones no se iban a vender solos. Como si meterse y salir de botellas fuera la solución de todo...

jueves, 20 de septiembre de 2012

Si hoy es 20

El linyera dio un sorbito al café y después lo sopló. Los remolinos de vapor se lucían con la luz de neón que daban a la calle. Madrugada fresca para empezar la nueva estación.
-Si los pimpollos desmayaran intentando florecer -filosofó un momento-, pálida primavera tendríamos mañana.
Terminé el mío de un trago y sentí el calor que llegaba hasta el estómago y los pulmones.
-Aprendamos la lección de las plantas -añadí a su soliloquio-: si buscando la belleza algo languidece, seguramente que no será belleza el resultado.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La estadística libruna

Existen casi tantos tipos de libros como libros escritos hay. Y existen tantas bibliotecas como lectores hay, hubo y habrá en el mundo. Y existen tantas posibilidades de combinación de libros en cada biblioteca, como combinación de libros en cada biblioteca es posible menos uno. Y ese uno es el libro que está en la mesa de luz, de lectura, en la mochila, en la cartera, en las manos.
Menos dos, se podría acotar. Por el libro prestado y jamás devuelto.
Un renglón de silencio.


martes, 18 de septiembre de 2012

A mil k por h

Viento violento y festivo y contento
que remueves los árboles, las flores y el tiempo.
Bailan los limones del cargado limonero,
amarillas pelotas que dan por el suelo.
Igual revuelas mi fe y pensamiento
y los frutos henchidos que parí con intentos
truncados, partidos, perdidos, volados,
por mil vientos mil veces que por mí soplado.

El fantasma de las puntillas

Nuestra mamá siempre fue de tener manías. Como hacernos bruñir las cosas de cobre del modular, como limpiar los zócalos, como mantener impecable el mantel de puntillas de la mesa del comedor grande. Nunca se usó esa mesa para comer, siempre fue la mesa del mantel de puntillas, el mantel que no se puede ensuciar ni arrugar ni puede tener nada apoyado encima. El mantel la convertía en la mesa más inútil del mundo.
Cuando mamá se murió, los hermanos notamos cómo, con un par de semanas, los zócalos acumulaban polvo, los retratos familiares se ladeaban, el piso se marcaba, los cobres se opacaban. Nos mirábamos entre nosotros sin decir nada, con ojos entre aliviados, divertidos y con un poco de remordimiento.
Lo que no cambió fue el mantel de puntillas. Por un lado, nos habíamos acostumbrado a que no apoyábamos nada en esa mesa, y por otro lado sabíamos que no costaba tanto, al pasar, tirar de una puntita para sacarle un pliegue. Lo que no sabíamos (y tardamos varios meses en darnos cuenta) es que ninguno de nosotros se tomaban esas molestias: nadie lo enderezaba, nadie le sacaba pliegues, nadie lo limpiaba. Y sin embargo el mantel seguía impecable, blanco, perfecto, con sus puntillas.
Mirita hizo el intento de sacarlo un día y meterlo en el cajón, pero los demás se lo impedimos. Temíamos que el mantel reapareciera sin explicación sobre la mesa, que empezara a levitar, que se volviera la sábana con puntillas del fantasma de mamá, que nos atormentara por no bruñir sus cosas de bronce. Dejamos el mantel donde estaba y, en menos de un año, vendimos la casa. Esa mesa inútil con su mantel de puntillas fue lo único que dejamos al irnos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Un libro que no leerás

Lucidez pedía. Lucidez me dijo, en el último año de su vida. Para revivir amarguras, pesadillas, aventuras, desplantes, conquistas. Para repasar arrepentimientos, fracturas, insomnios, diabluras, casualidades. Para clavar conclusiones, reflexiones, mentiras, refranes. Para escribir un libro, a fin de cuentas, me dijo, que nadie leerá, ni a nadie dirijo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Mirar y aprender, decían las viejas

Vi. Vi alrededor lo que pasaba. Saber ver a los demás siempre fue una virtud mía, me permitió darme cuenta de cosas que, a los demás, les costó la experiencia. Entonces, te vi. Y decidí elegirte. Te elegí para compartir con vos estos años. Deliberadamente, intenté incluirte en las cosas cercanas e íntimas. No sé por qué te resististe, después te alejaste, me miraste, y tal vez algo instuíste. Desde entonces decidiste construir una vida junto a la mía. Eso sí que no lo vi venir. Unos años, pensé yo, ¿por qué pensar en más tiempo? A los que siempre miré les pasó así: después de esos años lindos vino la soledad y después nuevas personas. ¿Acaso yo me equivoqué? Unos años y cortar. Me da miedo pensarlo, me da miedo haberme equivocado. Todo junto. Todo el tiempo. No sé. A lo mejor, sin que me de cuenta, alguien me está mirando. Y aprenda de mi experiencia. Y saque sus conclusiones. Y se equivoque a su manera.

Malos vecinos

De forro. De guacho. De malaleche. De ignorante. Terminó de fumar su cigarrillo apoyado contra la medianera y, sin mirar sobre el hombro, juntó índice y gordo sosteniendo la colilla y como un latiguito, la tiró sobre la pared a la casa del vecino.
De ignorante y de puto y de insatisfecho con su propia mierda. Porque no sabía que su vecino tenía cáncer. Porque no sabía que era huérfano desde los quince. Porque no sabía que había vuelto a comenzar desde cero varias veces en su vida. Porque no sabía lo que se siente tener sesenta años y no tener descanso. Porque no sabía lo que era tener de vecino a un malavida que fuma toma y escucha cumbia todo el día.
Porque, de hecho, a su vecino el escribano lo había visto salir y entrar a su casa, nada más. En su auto. Un auto negro. Suficiente para odiarlo, para apuntar hacia su casa los parlantes, para hacerle oír los orgasmos de sus putas, para sembrarle colillas de cigarrillos en el jardín.

sábado, 15 de septiembre de 2012

No quiero que

No quiero saberlo todo.
No quiero morirme solo.
No quiero saber mi muerte
ni depender de la suerte.
No quiero que el ojo cante
lo que mi corazón miente.
No quiero saber ya nada,
nada de nada de vos.
Yo no quiero que esta vida
se oscurezca igual que el día,
no quiero que ese tren pase
mil veces por esta vía.
No quiero que te marchites
como florcita precoz.
Así que no, no esta vez,
esta vez no enamorés,
que sabés cómo eso duele
y que el que gana siempre pierde,
y sabés que en este juego
las de ganar las tengo yo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Sularivadelumar

A las orillas del mar
A las orillas del mar
Había una pastora
Pastoreaba a sus ovejas
Y estaba completamente sola
Pastoreaba a sus ovejas
Y estaba completamente sola

Salió un lobo del bosque
Salió un lobo del bosque
Con la boca abierta
Atrapó al corderito más lindo
Y se lo llevó
Atrapa al corderito más lindo
Y se lo llevó

Por ahí pasa un caballero
Por ahí pasa un caballero
Con su carabina
Le disparó un balazo al lobo
Y el corderito se escapó
Le disparó un balazo al lobo
Y el corderito se escapó

"Yo le agradezco, caballero
Yo le agradezco, caballero
Por la molestia que se tomó
Cuando esquile mis ovejas
Le regalaré la lana
Cuando esquile mis ovejas
Le regalaré la lana"

"No soy comerciante
No soy comerciante
de la lana
Pero un besito de tu boquita
Pagará el favor
Pero un besito de tu boquita
Pagará el favor"

sábado, 8 de septiembre de 2012

El pasajero fantasma

Me subí a un colectivo, de esos muy viejos, a las cuatro de la madrugada de un martes, y estaba solo. Veinte cuadras después de subirme me pareció escuchar la chicharra del timbre, pero como no había nadie a parte del chofer y de mí, pensé que me había equivocado. Sin embargo en la parada siguiente el colectivo frenó, abrió la puerta, después la cerró y volvió a arrancar. Pero nadie bajó. Porque no había nadie.
Intrigado me fui hacia adelante e interrogué al colectivero. Me dijo "se subió con vos" "¿quién?" "el fantasma que toca timbre". Y me contó que ya hace veinte años, un primero de diciembre, una vez que el colectivo andaba vacío de madrugada, pasó lo mismo y creyó habérselo imaginado. Así que no frenó. Y en cuanto pasó frente a la parada sin detenerse, el timbre volvió a sonar y se quedó atascado en un chirrido insoportable. Creyó que era un desperfecto así que frenó y fue a ver qué pasaba. Pero no importa cuánto intentó, sonaba cada vez más fuerte. Aturdido volvió a su asiento y abrió las puertas. El timbre se calló.
"Pasa cada tanto. Y eso sólo eso. No sé. Algún fantasma que tiene ganas de viajar sin pagar. No soy al único que le pasa, todos los choferes de colectivos viejos cuentan lo mismo. Nadie entiende por qué." Le agradecí la historia y me bajé cerca de mi casa. Un dispositivo, pensé. Seguro es un colectivero bromista que tiene un botoncito para hacer sonar el timbre desde adelante, y le gusta montarse un show...

viernes, 7 de septiembre de 2012

Condición humana LVII

La gente en la parada del colectivo mira toda hacia el mismo lado. Sólo ven el camión de cocacola que se acerca, y esperan ver de un momento a otro al colectivo, y esperan tener suficiente tiempo como para estirar el brazo y poder subirse. Yo me alejo un poco del montón de gente y puedo ver que atrás del camión de cocacola va otro, de una mudadora. Y atrás de ese una ambulancia, y más atrás, ya a varias cuadras el camión de soda ives y ahí sí, un colectivo. Afilé la viste, entrecerré los párpados, me balacié en puntas de pie, me hice visera sobre la frente con la mano, pero no. No pude saber si era el colectivo que va al centro, o el que da media vuelta en la esquina y se vuelve.

At the shower

Me entró champú en los ojos y lloré.
Y seguí llorando, no sé si por el champú o por qué.
Lo cierto es que en aumento fue
el llanto y los gritos y golpear la pared.

Tiré el jabón y después lo patié.
Arranqué las canillas y también mi piel.
Rompí el piso, rompí mis pies.
Me enjuagué, me sequé, me cambié.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

No hay cosa que se rompa

-No hay cosa que se rompa... -dijo el linyera mientras caminábamos con paso cansado frente al edificio que se vino abajo la semana pasada sobre Callao-... que no se pueda romper dos veces.
Los bomberos, que todavía seguían trabajando entre los escombros, acababan de encontrar a una señora muerta junto a su caniche. Una nena, en la vereda de enfrente, lloraba.

martes, 4 de septiembre de 2012

Sacrifices

Otra persona salió hoy de abajo de mi cama. Sentí un súbito peso, luego el golpe de un cuerpo cayendo. Alguien que rueda de costado, se levanta, se despide y se va caminando. Ayer salió un hombre de negocios, anteayer un payaso. El que más tardó en irse fue el paleontólogo de la semana pasada, que se me quedó mirando luego de salir de abajo de la cama, y como no contesté nada se fue de casa dando patadas.
Pero el hombre que salió hoy me hizo llorar una lágrima. Iba limpio y contento, bien afeitado. Tenía una foto de una mujer con un nene en la billetera, y un anillo en el dedo. Con lo de hoy ya sé, ya está, se fueron todos. Y sólo quedó un viajero.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Querida galería

Me contaron de este cuadro. "Es arte abstracto" me aclaran enseguida, primero dicen que es el mejor cuadro que vieron en su vida, y enseguida añaden que es arte abstracto. No sé, como si fuera para entendidos. Lo curioso (y es lo que realmente me llevó a visitar esta galería al fin y al cabo) es que recibí la misma crítica y los mismos comentarios de toda clase de gente: artistas, periodistas, estudiantes, chicos de primaria, un abogado e incluso un linyera. Habrá que ir a ver ese cuadro, pensé.
Y vine. Había que hacer cola para entrar. Creo que esta galería nunca tuvo mayor gloria que la de esta última semana. Estando en la cola pude ver a la gente ansiosa por entrar. Estaban los que esperaban impacientes por ver el cuadro por primera vez, y los otros, que a veces hacían de acompañantes, que no paraban de hablar sobre la impresión que les había dado la primera vez que vieron el cuadro, y cómo cambió la segunda, y la tercera, etcétera. Recién en ese momento noté a la gente que salía de la galería. En un noventa por ciento de los casos, salían llorando.
Y ahora estoy viendo el cuadro. Se complica entre todos los que se amuchan y codean y se ponen en punta de pies para poder ver. Creo que los primeros cinco segundos de contemplación debí haber elaborado y desechado unas veinte teorías distintas: no es este cuadro; es una broma; ¿a dónde tengo que mirar?; esto es obra de los simuladores; el mundo se volvió loco... No sé. La verdad. Veo un cuadrado imperfecto de fibrofácil sin trabajar y con manchas en un marrón un poco más oscuro. ¿Qué quieren que les diga? No me provocó nada. Y no es que no intenté llorar como esa gente que, al primer vistazo, dejaba saltar las lágrimas, conmovidos como si se estuviera muriendo la Madre Teresa en sus brazos. Estuve más de una hora frente al cuadro, me pegué a la pared del fondo y estuve mirando, mirando, mirando... Es un cuestionamiento al las soluciones tradicionales del arte, sí, todo bien, pero eso se viene haciendo ¿desde hace cuántos años ya? ...Si dieran vuelta el fibrofácil creo que habría un juego más interesante de diagonales, ¿eso lo noté sólo yo?
Igual sé que no soy el único. Vi a un hombre que fumaba que tenía las reacciones que yo tuve. Miró para todos lados sin entender de qué se trataba todo el alboroto. Me vio, nos encogimos de hombros a la vez, y siguió su camino. Probablemente, si alguna vez cuenta que fue a ver este cuadro, repita lo que los otros dijeron, o niegue completamente haber ido nunca.
En fin, la última de mis sorpresas fue, al acercarme al libro de visitas, encontrarlo completamente en blanco. Nadie, de toda la gente que vino, se detuvo ni un minuto a poner por escrito ni una sola de las cosas que le pasaron al ver ese pedazo de fibrofácil manchado de caca. Nadie. Ni uno. ¿Por qué yo sí? No tengo idea. Creo que hoy me di cuenta que, o no tengo idea de nada en esta vida, o nadie tiene idea de nada pero tenemos ideas distintas.
Si me toca hablar de esta experiencia con alguien más, lo único que voy a mencionar es que fui la primera persona en firmar el libro de visitas. Eso me va a resaltar sobre el resto. Total no creo que nadie se detenga a leer estas líneas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Felicidades de todos los minutos

A qué llama la gente felicidad, no lo sé. Yo no conozco una, sino muchas felicidades. Porque existen de a montones. La felicidad buen clima. La felicidad dinero. La felicidad música. La felicidad dar una mano. La felicidad estar tranquilo. La felicidad peligro. La felicidad optimismo. La felicidad trabajo hecho. Y las felicidades personas. Hay variadas, para no aburrirse.
Ahora bien, hay una felicidad esquiva, que no espera a nadie y se esconde por diversión, que es la felicidad amante. Creo que es a ella la que todos caratulan como la única felicidad y es la que todos andan buscando como desesperados. Y sin embargo creo yo que es la única que no vale la pena buscar.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Despierta cínica

¿En qué momento nos volvemos cínicos? ¿Cuándo dejamos de sentir empatía por las cosas? ¿Cuándo pasa a valer todo lo mismo, y lo mismo nada? ¿Es con el primer desamor? ¿Con el quinto? ¿Entonces cómo es que no me desanimo y le sonrío a cada beso como al primero?... ¿Pero de verdad sonrío? ¿O qué veré en el espejo mientras pienso que sonrío? Ya a tanto no sé si me animo.
El que está en la oscuridad ¿acaso no espera el día? ¿Quién es tan tonto como para creer en la eterna noche, o en el eterno día, o en el cuadrado sol?

jueves, 30 de agosto de 2012

Condición Humana LVI

Las promociones son tentadoras, Carlos lo sabe. Pero Carlos es pillo, nunca lo van a agarrar desprevenido. Carlos sabe, Carlos conoce, Carlos entiende la pérfida mentalidad de los que crean las promociones. Hoy te dan dos al precio de una, dentro de una semana te dan tres, dentro de un mes pagás un poquito más y tenés tres y un alfajor. La cuestión, se dice Carlos, es saber esperar. Porque siempre va a venir una mejor promoción que la que te están ofreciendo ahora. Clavado que va a salir algo más conveniente. Si son así estos tipos, y pretenden tomarte por boludo.
Y al final Carlos un día estiró la pata sin haber aceptado una promoción ni una puta vez. Ni una. Carlos se murió y nadie supo quién fue. No se acordaron de él ni los del call center que mil veces intentaron engatusarlo. Sí, engatusarlo a Carlos.

Crucemos los dedos, crucemos crucemos

Un hombre con cara de abatido, párpados abatidos, bigotito mustio, espalda caída, labios masticando las mil réplicas que nunca dijo. El arcoíris infinito que destella en la hoja llena de stickers brillantes que me dio un nene y que no compré. Un flaco en moto, al lado de las vías, esperando que levante la barrera, su casco negro refleja todo el cielo. El sonido que no me llega pero que imagino del envoltorio de un alfajor hecho un bollo y que rueda por el piso del tren cuando abren la puerta del otro vagón, y que va de acá para allá, de acá para allá. Una mujer muy gorda que deja caer su monedero, que no puede agacharse a levantarlo y que agradece, colorada, al chico que se lo alcanza. Después el olvidado sonido de unas monedas cayendo dentro de la máquina del colectivo. Esa noche, al volver a casa, había otra vez internet. Uno tiene que estar atento, todo el tiempo, bien despierto, soñando pero atento, ligero pero lento. Nunca sabemos cuándo lo que vemos resultó ser importante.

viernes, 20 de julio de 2012

Good Luck Cheewee

Si la belleza de la vida es una emoción, pobres aquellos que se resguardan en sus rutinas vacías de imprevistos, y pobres de aquellos cuya rutina les exige encontrar mil emociones diarias, porque el hartazgo mata tanto como el aburrimiento. En cambio los que toleran la rutina de la vida trabajando con la mente clara en pos de una emoción liberadora, serán felices, porque no hay nada que pueda detenerlos, nada que pueda desanimarlos, nada que pueda bajarlos, nada que pueda cerrarles un sueño que se hace poco a poco realidad.

martes, 3 de julio de 2012

El enanito de las escaleras

Tenía que llegar a las cinco y salí a las tres, calculándole media hora de tiempo muerto entre transportes. El colectivo tardó esa media hora en llegar, y vino con otros dos juntitos. El que yo abordé fue el más lento de todos, el que se comía todos los semáforos, el que esperaba a la viejita que lo paraba desde lejos. El tren se detuvo veinte minutos en Liniers. Al primer subte no me pude subir por el choclo de gente que había adentro, al segundo me subí a lo suicida. En la combinación con estuve esperando más de diez minutos aunque la tele anunciaba que todo andaba con normalidad y en los horarios habituales.
Cuando corría las cinco cuadras porque estaba llegando una hora tarde, tuve la desgracia de que una mujer que caminaba a lo boludo se interpusiera en mi camino perfectamente zigzagueado y no pude evitar tocarle el hombro con mi codo al pasar. "¿Qué estamos apurados?" me dijo la idiota, y me hubiera detenido a detallarle mi odisea sólo para rematar: "Sí, pelotuda, a veces cuando uno corre es porque está apurado y no porque se haya quedado dormido sino porque el transporte es una reverenda verga". Pero estaba llegando tarde así que le hice fuckyou con el dedo mientras cruzaba Florida.
Llegué al edificio sin animarme a mirar el reloj y vi que gracias a Dios la escalera mecánica estaba vacía (porque generalmente tengo que bajar por la escalera normal para hacer más rápido y no quedarme atascado). Sin embargo un gordito de traje, un judío chiquitito, pelado y con su gorrito y anteojos de telescopio, se puso adelante mío en la escalera mecánica y, evidentemente sin verme y creyéndose el único en la escalera mecánica, estiró sus dos bracitos regordetes (luciendo amplias aureolas de chivo en los sobacos), se aferró de los dos bordes de la escalera y fue bajando escalón por escalón, así como lo haría un nene que recién empieza a caminar, estirando la pata y dejándola caer, estirando la otra pata y dejándola caer. Lo hacía con emoción, podía verle la carita de contento, mordiéndose el labio inferior, chorreando transpiración, como si en verdad se preguntara si su pie iba a caer en el peldaño correcto la próxima vez.
Y ahí estaba yo después de tres horas de viaje, inmóvil atrás de un gordito de triste vida que hace niñadas cuando se cree solo, aguantándome las ganas de darle un empujón y seguir bajando, aguantándome las ganas de imitarlo sólo por tener en mi cara la misma emoción que él tenía en ese momento.

martes, 26 de junio de 2012

Wind me up

-Me rechazó, y yo sentí como si nadara nadara en lava.
Yo le sostuve la mirada unos segundos y negué con la cabeza.
-Vos no sabés nadar.
Otra vez dijo:
-Las tres me miraban y sentía que piloteaba un avión sin alas.
-Pero no sabés pilotear ni un avión con alas -observé.
Al tiempo me confesó:
-Hablar con vos es como tirar piedras contra una pared y esperar que rebote y te pegue en la frente.
Lo miré un momento, busqué una piedra en la vereda y la tiré contra la pared. La piedra rebotó hacia un costado y se perdió entre los arbustos.
-Sí... -murmuré, volviendo con él-. Creo que esta vez te entiendo.

domingo, 17 de junio de 2012

Lluvia negra, patio dálmata

Llueve brea sobre el patio. Las palomas se encuervizan, las rosas se marchitan, las macetas pobrecitas. El cable de la luz, que cruza el cielo en diagonal, no soporta más el viento y se encabrita. ¿Qué será del zorzal con esta brea? ¿Qué le dirá el gorrión a la palmera? En su nido se ahogan los pichones, en su panza le dan vueltas los rencores. El murciélago del alero escucha la lluvia y escucha el viento, el murciélago tiene un poeta y tiene el tiempo.

martes, 12 de junio de 2012

En la corte de Antropquía

En la corte de Antropquía hay un Bufón Real y un Antibufón Real. El Bufón Real se encarga de animar las fiestas y los momentos de ocio, parodiando y burlándose de los nobles de la corte, del clero, del personaje del momento, del propio príncipe y de sí mismo. Es un bufón como cualquier otro bufón, pero tiene prohibido una cosa: burlarse del Antibufón. El Antibufón Real es un enano maltrecho, asmático enfermo y jorobado, que oculta su cara con una capucha verde y negra y que viste todo el año de luto. Acompaña al príncipe vaya donde vaya, moviéndose con torpeza detrás de él en los paseos, abrazándose a su cintura en las salidas de caza, pegándose a sus piernas durante las reuniones, comiendo debajo de su silla en los banquetes, sentándose a upa suyo durante las celebraciones religiosas. La tarea del Antibufón es esa: recordarle todo el tiempo al príncipe que hay motivos por los cuales debe preocuparse y estar triste, que siempre hay una necesidad insatisfecha, que toda felicidad va a pasar en un instante. Y este Antibufón Real no necesita ya siquiera susurrarle al oído cosas nefastas y deprimentes, le basta con seguirlo, ser su sombra, respirarle cerca y, todas las noches, mostrarle su horrible rostro sin la capucha antes de dormir.

Dos Zezés

Son esas cosas que uno tiene dando vueltas por la cabeza y que salen a flote ante distintas situaciones, y son las que tal vez determinan con mayor imprecisión quiénes somos en verdad. Hoy iba en el 132 llegando a Once, era el primero en la cola para bajar por la primera puerta y atrás mío se amontonaban las personas. En eso, justo antes de que el colectivo arrancara, vemos a dos nenes de entre ocho y once años que corren rápido, saltan con agilidad cayendo en la parte externa de la plataforma de la puerta, y se sostienen como monitos. Hacen dos cuadras así, colgados en el exterior del 132, riéndose de todo, riéndose del viento frío por más que solo tenían unas remeritas agujereadas, riéndose con los dientes apretados para no dejar caer los puchos sucios que les llenan de humo los ojos, riéndose con sus caritas marcadas, riéndose con sus bracitos flacos y duros, riéndose de su travesura.
Qué barbaridad tan chiquitos y fumando, qué barbaridad la irresponsabilidad, qué barbaridad estos delincuentes, escucho que dicen las viejas, las jóvenes y los flacos que están atrás mío. ¿Y yo por qué sonrío? Sólo pienso que esos nenes están haciendo el murciélago en el colectivo como hacía Zezé en el auto del Portuga, y por más que hago fuerza no puedo ver lo que ve la gente que está atrás mío: no veo a dos rochitos ni a dos droguis ni a dos lacras sociales, veo a dos nenes divirtiéndose como pueden en una ciudad que los odia, veo a dos nenes que tal vez, en una de esas, tienen más cosas en común con Zezé que ese momento de juego. Y mientras camino hacia Once me pregunto cómo mierda se puede llegar a averiguar eso.

lunes, 11 de junio de 2012

En la corte de Antropquía

En la corte de Antropquía hay un Envenenador Real. Recibe un sueldo más que abultado a cambio de crear venenos sin antídotos y de utilizarlos en los enemigos del príncipe. Otra parte de su trabajo consiste en buscar remedios para la familia real cuando se considera que fueron envenenados, y en obtener una sustancia tan poderosa y secreta con la cual el príncipe podrá, si llega a ser necesario, envenenar al mismo Envenenador Real o a alguno de sus reemplazantes. Nadie en toda la corte ni en todo el reino conoce ni reconoce al Envenenador Real: cuando el príncipe requiere sus servicios, debe presentarse envuelto en un manto negro, con una máscara roja y caminando sobre zancos, y viajar de aquí para allá en una carreta sin ventanas. Tanto secreto y discreción hay en este asunto que hasta la familia del príncipe, y tal vez el mismo príncipe, temen a cualquier servidor o paje de rostro desconocido que entra a servir en el palacio y se comporta de forma sospechosa, o prudente, o suelta, o reservada, o natural, o respetuosa, o como sea.

11 (once)

Existen (y en algún momento vas a tener que estudiarlas) muchas formas de clasificar los números. Naturales, Reales (fijate que van todas con mayúscula), Imaginarios, Irreales, Etcétera. Pero para mí, que siempre trato de sacar la esencia más simple de las cosas, hay dos grandes grupos: los mayores a diez y los menores a diez. ¿Por qué en relación al diez? No tengo idea, pero por algo todas las civilizaciones (al menos las occidentales creo) usaron al diez como la base de toda ordenación numérica, desde los egipcios, los fenicios, los griegos y de ahí para arriba. La respuesta más obvia es que tenemos diez dedos (en las manos), y si hubiéramos tenido seis en cada mano hablaríamos todo en docenas y los números romanos hubieran sido más complicados. Pero qué sé yo.
A todo esto, a mí me interesa el once. Es el primer número (Natural) del gran grupo, el grupo extenso, infinito, de números que le siguen al diez. El primero. Tiene tanta importancia a su grupo como el uno lo tiene al de los previos al diez. ¿Pero qué es el once? ¿Alguien lo reconoce, alguien le da toda su valía, alguien lo reconoce como distinto a los demás? Un paso adentro y estaría junto a la élite, tranquilamente uno podría decir "si adivinás qué número del uno al once estoy pensando...". Pero no, el once soportó durante toda su existencia ser considerado un secundón, uno más del montón, habiendo nacido tan cerca de los números pioneros, como si fuera el primogénito bastardo de un rey. Nadie lo considera especial... Me pregunto cuántos seremos, en todo el mundo y en toda la Historia, los que elegimos al once como número preferido.