miércoles, 26 de enero de 2011

Coleccionables

Ancestros.

-Está muriendo -dijo el ingeniero Muriondo a la familia del nene que empapaba con su sangre la calle-. Yo lo llevo al hospital.
-Esperemos la ambulancia -dijo la familia, ignorante, incrédula, cerrada al sentido común del ingeniero.
Después de todo era un ingeniero, no un médico. Y después de todo la ambulancia vino, pero antes el nene había muerto.

Bloggada primera del año

mischarf (título de nobleza en jiorkankesburgo) conist sunnat humsic apershoi (nuevo medicamento pédico) tringl chdaeli

A. A. A. A. A. A. A.
E. E. E. E. E.
S. S. S.
R. A. F. A. E. L.

Soñé con mi tumba. Estaba en Neuquén, en el desierto, lejos de rutas, alambrados y senderos, casas y pobladores. Aunque no me vi a mí supe que estaba profundo, y bajo una lápida de piedra gris, un bloque alto, ancho y profundo con inscripciones profundas. Supe que hacía mucho había muerto porque estaba tan erosionada que era ilegible y porque el musgo habitaba en toda ella como con magia, entre el pastizal dorado y amarillo, con los despojos de los pájaros manchando la piedra con fantasía, irreal.

lunes, 24 de enero de 2011

Samurai, samurai

Los dos samurais peleaban desde hace tanto tiempo que las nuevas generaciones no sabían ya cuál era bueno y cuál malo. Lo único que sabían de ellos era que peleaban día y noche en el Jardín de la Primavera, y que ambos eran terribles, y temibles guerreros.
Una noche, uno de los dos samurais finalmente mató al otro. Enfundó su katana en los intestinos de su oponente y se marchó, abandonando el cuerpo y su arma, pues robó la del muerto.
Sólo que aún no estaba muerto, y el samurai vencido pudo ver al otro que se alejaba, pudo verle la espalda cansada, rodeada de luciérnagas, y los hombros cansados, hombros que no soportarían otra batalla.
Luego las luciérnagas lo rodearon a él, al samurai caído y ensangrentado que dormía entre los pastos y los helechos. Se posaron en su pelo, en sus orejas, en la nariz y la boca, en los dedos paralizados por tanto sostener su katana, se posaron en los pliegues de su ropa y su armadura, en la punta de sus pies, en la llaga tibia.
A la mañana siguiente hallaron su cuerpo, pero casi nadie supo que era uno de los dos samurais que habían peleado por siempre. La espada del vencedor, que estaba junto al muerto, fue robada y desapareció, y cuando los viejos se preguntaron qué había sido de los dos samurais, ya no había forma de reconstruir el pasado.
Y su historia, junto con sus peleas feroces en el Jardín de la Primavera, de borró en un parpadeo, en menos de lo que dura un sueño. Después de todo, las luciérnagas sólo existen de noche. Y desaparecen cuando se hace de día.

sábado, 22 de enero de 2011

Ranarás

Estaba en el jardín, a la noche, pensando en las desgracias de la vida. Agitándome la remera en el pecho para sentir un poco de fresco, secándole el culo a la botella de agua fría cada vez que le daba un trago. Guerras en ciudades, guerras económicas, terremotos, epidemias, problemas financieros que pagan los pobres, inseguridad, terrorismo y demás. Cuánto sufrimiento al pedo, pensaba. Si las mil personas más poderosas e influyentes del mundo acordaran no joder más, todo se arreglaría muy rápido. En eso escuché el croar de dos ranas, perdidas en la penumbra del jardín. Croaban y croaban. Descubrí que una lloraba, la otra le decía chau.

jueves, 20 de enero de 2011

Condición humana XXXXIV

Los hay gordos y flacos,
gordos grandes y medianos,
gordos fuertes, gordos fofos.
Los hay altos y hay enanos.
Los hay cuerdos mas son pocos
pues abundan más los locos.
Los hay negros o morochos,
blancos teta o algún otro,
rubios, pecas, motas, rojos,
chuecos, feos, lindos, putos.
Algún zurdo pa variar
y mujeres, tanto más.


Así debía empezar el año. Gomen por el retraso.

Condición humana XXXXIII

Como en un campo de girasoles, todos miran al sol. Salvo uno, que a la vera del camino ve a los viajeros que pasan, zumbando, frente a él. Los sigue con su cuello lento, haciendo su mejor esfuerzo, como los demás lo hacen en el cielo. Él sólo tiene ojos (pétalos y semillas) para los que pasan a su lado sin notarlo, para los que están de paso, para los que, asombrados de tanto amarillo, sólo ven un campo de girasoles que enfocan al sol. Ningún viajero, salvo a veces, en ocasiones, una nena melancólica o un nene aburrido, un alma desvelada, pegada a la ventanilla trasera, llega a verlo: al girasol de peregrinos, amante de los que no comparten su destino. Extraña visión, y fugaz, de esas que duelen en el corazón sin llegar a saber si fue verdad.