lunes, 26 de julio de 2010

Pocas cosas lindas trae el invierno

Acá hay una escueta lista de las cosas que me gustan de mi mayor enemigo climático: el invierno.
Primero, me gusta salir corriendo de la ducha caliente y clavarme en la cama abajo de una triple colcha, y decirle adiós al mundo. También me gusta que me toque un tren vacío y con calefacción. Y si no puede ser así, me gusta, en Once, subirme al tren e ir palpando el caño, pensando quién se habrá estado colgando en las partes que están tibias. Está bueno que incluya unas vacaciones, aunque ahora sean parciales. Otra que me gusta es poder poner las patas sobre arturito (mi estufita) y pasarme cuatro, cinco, seis horas mirando animé o dr. House. También, aunque no es precisamente una alegría sino una conformidad, me gusta salir de casa con el abrigo exacto, no tener que arrastrarlo bajo el brazo todo el puto día. Me gusta entrar a la capilla y que el cura se haya acordado antes de prender la mega estufa. Me gusta la loza radiante del trabajo: ¡gracias loza radiante! Y, por último, me gusta el hogar lleno de brasas naranjas, con la parrilla al rojo vivo, las cenizas fundiéndose y las piedras incandescentes como lava.
El resto de la vida invernal es metódicamente una poronga.

jueves, 15 de julio de 2010

La gripe de la paloma

-Si no tengo enemigos no puedo darme el placer de buscar una amistad verdadera con uno del bando contrario -dijo el linyera, retraído.
-¿Qué?
-¿Te enteraste de los 30 nenes que murieron ayer por la gripe de la paloma? -continuó como si se tratara del mismo tema, mientras señalaba a un grupo de exterminadores del gobierno que liquidaban a una docena de pajarones-. 30 chiquitos de menos de cinco años. ¿Sabías que el año pasado planeaban sanear un poco la ciudad porque muchos vecinos se quejaban de los destrozos de las palomas? Pero unas cien viejas y maricas se juntaron frente al congreso y reclamaron por los derechos de los animalitos... Desde que las trajeron las palomas europeas fueron una plaga, y nuestros hijos están pagando, y ahora también los animalitos...
No entendía bien a qué iba, pero me pareció que lo que había dicho antes estaba relacionado con lo de ahora.
-Quizá suene a Dibala, pero qué le voy a hacer. La intolerancia que te rompe los dientes es tan exasperante como la tolerancia que los pega.


A lo mejor en continentes fríos como Noruega o La Plaza Roja ya existen, pero yo patentaría acá unas tapas para inodoros y bidetes que te calentaran las nalgas. Es ingenioso y se sufre mucho de eso. Seguro que un finlandés o un alaskeano lee esto y cree que soy argentinito un debilucho, y tal vez tenga razón nomás. Pero esto de estar media hora con el culo helado después de cada sesión en el baño...

miércoles, 14 de julio de 2010

Viajando tres horas por día

Pensé en hacer una larga lista de los atributos y contradicciones del transporte público que frecuenta, incluyendo las largas esperas, los viajes demorados y las viejas que te empujan; y después hacer un recuento de anécdotas graciosas o ejemplificadoras, como la vez que conseguí un asiento porque estaba lleno de vómito seco y le puse un diario arriba, o la vez en que dos tipos que se peleaban a los apretujones terminaron haciendo chistes para todo el vagón. También pensé salpicarlo con comentarios ingeniosos, unos propios y otros del panchero de Once, y rematar con la historia de esa chica morocha de anteojitos que alegró la mañana a más de uno, y a mí especialmente. Pero no les voy a contar por qué es que me alegró, porque justamente no voy a contar ninguna de esas cosas, ya que no necesito justificación. Simplemente pasa que me apasiona el transporte público de Buenos Aires.


Mientras espero que termine de descargarse House, voy a charlar algo acerca del problema que está en boca de todos sólo para molestar. Y ya que está en boca de todos, voy a recalcar que es un problema que sale de la boca: o sea palabras. Ejemplo: en matrimonio de putos hay tres palabras y dos de ellas mal usadas. Así como puto no es la palabra adecuada para indicar el gusto de una persona por otro del mismo sexo, matrimonio no es la palabra adecuada para indicar la unión entre dichas personitas. No sé, invéntense una palabra, se las ingenian para meterse una pija en el culo pero dan de comer a las radios durante días y me tienen más cansao que de costumbre. A alguien que quiere las palabras como yo tanta polémica resulta más que absurdo.
Obviamente, aclaro que con las tortas no hay problemas, todos las queremos, y si sancionan la ley de que para ser presidente de la nación hay que ser mujer y lesbiana, yo la voto y hago marcha.
Y a ver si se juntan comentarios iteletuales acá abajo che. Me voy con House.

viernes, 9 de julio de 2010

Idea para una cosa triste

Eduardo enviudó en un accidente, cobró el seguro de la difunta y se fue en clase bussiness a Pekín. De ahí se subió en un barco para la India, pero a medio recorrido naufragó y terminó en una diminuta isla, conviviendo con otros dos coolíes que no entendían ni sus gesticulaciones.
Las primeras noches la marea les devolvió parte del equipaje de los demás pasajeros, pero a la quinta noche, mientras los dos coolíes dormían a pata suelta y él paseaba melancólico por la orilla, apareció una maleta suya. Se alegró primero, pero se asustó al darse cuenta de que esa maleta era la que se había perdido en el trasbordo que había hecho entre Buenos Aires y Pekín. La abrió, trémulo y pálido, y descubrió que nada de lo que contenía la maleta era útil. Sólo había ropa, unas ojotas y una fotito de María.
A la noche siguiente se repitió el escenario: mientras él se quedaba insomne en la costa y los dos chinos dormían, llegó entre las olas, directa a sus pies, la bolsita ziploc con todas las cartas que sus amigos le habían mandado al enviudar. Con la escasa luz menguante las releyó y se puso a llorar. "Después de todo, enviudar es la forma más eficaz de no divorciarse". Esos comentarios no lo alentaban.
Noche tras noche sucedió lo mismo, pero cada madrugada la marea le proveía recuerdos y evocaciones más antiguos y remotos, más profundos, más inconscientes y dañinos. Eduardo no podía perdonarse, porque en sus últimos meses de matrimonio, en ataques de ira y borrachera, varias veces había gozado imaginándose la libertad ante la supresión de María.