domingo, 30 de septiembre de 2012

Amigos de Gonzalo

"Hola. Soy Gonzalo. Tengo 32 años. Soy católico. Rezo todos los días y voy sin falta a misa los fines de semana. Tengo una estampita de la Virgen en la billetera pero no le ando predicando a nadie en el tren ni en la puerta de su casa. Tengo muchos amigos, la gran mayoría de ellos son ateos. Publican chistes en el facebook de páginas de otra gente atea, hacen chistes similares cuando nos reunimos sin cuidarse de si estoy o no, cambian miradas y tono de voz cuando les digo que no puedo juntarme determinado día porque tengo una misa. Así y todo son buenas personas. Cuento con ellos cuando algo me sale mal. Y cuando tienen problemas, algún pariente enfermo, se les acaba de morir alguien, enfrentan una enfermedad, me piden que rece por ellos. Les digo que sí, sin reprocharles nada. Y lo hago. No les explico, porque probablemente no me creerían y no es algo para andar alardeando, que todos los días rezo por ellos, mis amigos."

sábado, 29 de septiembre de 2012

El Rey en Antropquía

Un día el príncipe de Antropquía nació. Y tuvo un papá rey y una mamá reina, pero después no. Lo educaron, lo dejaron jugar, lo dejaron equivocarse, aprender por su cuenta, aprender lo que le decían, lo que podía. Lo dejaron cazar, pescar, cabalgar por el bosque. Una vez se cayó del caballo y estuvo un año en cama por las fracturas. De adolescente, asistió a bailes en el palacio, se enamoró de una chica comprometida, otra muchacha tuvo su amor y lo engañó y él sufrió mucho. Pensó miles de cosas durante su vida como príncipe. Creía estar a la altura de las importantes circunstancias en las que se desenvuelve el príncipe de un reino, pero prefería dedicarse a las plantas, arreglar un mueble, afilar una espada, escribir un poema y tirarlo. Un día le arreglaron un casamiento y se casó y tuvo hijos principitos y principitas. Una madrugada armó un equipaje ligero, preparó él mismo su caballo y partió sin pajes ni criados. No dejó ni una nota ni prometió volver. Dicen que se fue a la China. La gente del reino dice que el príncipe está en la China, si algún extranjero pregunta, dicen que está allá y que va a volver. Que el príncipe de Antopquía volverálgun día. Cuando finalmente volvió, aunque todavía repetían lo mismo, ya nadie pudo reconocerlo porque era viejo. Y ya no era un príncipe, sino un Rey. No de Antropquía, pero era un Rey.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Anécdotas que te hacen persona

En el cajón de los cubiertos guardamos un cuchillo de punta ancha, ideal para untar miel en tostadas y panes. De hecho lo llamamos el cuchillo de la miel, aunque no fuera hecho para esto. Es único, su procedencia se desconoce. Y tiene la particularidad de irse hasta abajo de todo, de hundirse entre los demás cuchillos del compartimento, pegarse al fondo y esquivarnos cuando lo necesitamos.
De chico me encantaban las vainillas en la leche. Había adquirido una gran habilidad con eso de evitar que se rompieran. Pero un día mi mamá compró una marca nueva de vainillas (al menos nueva para mí), y resultó que estas vainillas no se rompían. Salvo que uno fuera muy bruto y las dejara olvidadas en la leche, podía hacer lo que quisiera sin temor a que se rompieran. Duraron poco, estas vainillas. Enseguida dejaron de gustarme tanto.
Cuando mi papá empezó a sentarse durante horas y horas en frente de la tele durante los fines de semana, lo primero que comentamos con desagrado era que el almohadón donde él había estado sentado quedaba tan pero tan aplastado que uno se pegaba el culo contra las tablas del sillón cuando se iba a sentar. Finalmente adoptamos la costumbre de cambiar los almohadones cuando nos sentábamos a mirar la tele, y volver a poner "el almohadón de papá" en su lugar cuando nos íbamos, cosa de que aplastara siempre el mismo. Y se armaban peleas cuando algún vago no cumplía con el ritual. Mi papá nunca se enteró.

(Entrada número 999 del blog. Qué me decís.)

jueves, 27 de septiembre de 2012

Clan, clanclenclan, clan clan

Cuando empezó a tocar, sentí que cada vez que presionaba un dedo contra una tecla era como si presionara una aguja contra mi piel y mi carne. Cada acorde me atravesaba en un lugar distinto, los brazos, el pecho, las piernas, la planta de los pies. Me estremecía en mi lugar, sin saber si cerrar los ojos o mantenerlos abiertos, esperando que algo mágico pasara. Los cerré sin darme cuenta. Luego hubo un silencio y entreabrí los párpados. La carne, atrasada mil veces, parecía respirar algo distinto. Y de repente empezó una contramarcha en el instrumento que me hizo saltar en el asiento. Las agujas que antes venían de afuera, ahora querían salir de adentro mío, y empujaban por salir, levantaban la piel y emergían y volvían, se asomaban y se escondían. Con violencia me vi sacudido y perforado, transformado. Agonizaba cuando el concierto terminó, mis pies yacían sobre un charco de sangre, mi sonrisa olía a animal.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Limbos en la ciudad

Existen células de quietud y tranquilidad dentro de la misma ciudad. Espacios, o más bien momentos, en que las paredes no gritan y dejan oír su respiración leve, en que los edificios cabecean y el asfalto se despereza en silencio, en que el semáforo calló a los autos, en el que los peatones levantan la vista y suspiran. A veces dejo pasar a la muchedumbre que va de un subte a otro y quedo varado en medio del vacío. Los pasos se alejaron, los manteros dormitan o miran sus celulares, el piso parece hormiguear inquieto, pero tranquilo. A veces, desde una terraza, se ve la ciudad detenida, las personas descansando en un banco, una fuente sin agua, las palomas picoteando en la vereda. A veces en una esquina se fugaron todos los autos y colectivos y vuela a ras del piso un papel rasgado. A veces el hall de un gran edificio está desierto, la puerta abierta deja filtrar el susurro del exterior, los ascensores están parados. Limbos, existen limbos en la ciudad.

martes, 25 de septiembre de 2012

La paloma de las patas azules

El baño de la oficina tiene una ventana desde la que se ve todo, y donde van a posarse las palomas. Tiene un alfeizar grande y reparado y con linda vista del río, y se llena de palomas. Yo voy ahí a perder el tiempo. Dije que es la ventana del baño, pero en realidad es la ventana del baño de mujeres. El de hombres es chiquito y oscuro y siempre tiene mal olor, y como mujeres no hay casi ninguna en mi piso, se hizo habitual que fuera al de mujeres a hacer mis cosas y fumar. Pero ya no fumo y me quedo mirando las palomas. Hay una que me llama la atención porque viene todos los días con las patas llenas de pintura azul. No tengo ni idea de dónde vendrá, quién le pintará las patas a la hora del almuerzo, por qué siempre la pintura está fresca, por qué sólo ella y ninguna otra paloma (porque es una, la reconozco porque le falta un dedito y tiene una pluma arrevesada en la frente), ni nada de nada. Pero esa paloma con las patas azules está siempre en el alfeizar de la ventana del baño de mujeres, ululando con las demás, haciendo caca, dejando huellitas azules. Antes cuando quería contar algo interesante, contaba a las personas la historia de esta paloma, pero nadie la encontraba graciosa. Entonces ahora cuento lo de la paloma y añado que gracias a ella dejé de fumar. Ahora encuentran que la historia es interesante, aunque haya sido mentira.

El cielo era azul

Escuchaba música tranquila mientras se hamacaba sobre su almohada. De la palma de su mano al cielo brotaban margaritas, de su larga cabellera, sacudida al vaivén, se esparcían pétalos, colibríes y destellitos del sol. Sus pies descalzos iban y venían como péndulos en su hamacar, rozaba sus dedos en la nieve primaveral que se iba derritiendo. En arroyos, en hilachas, en ríos de frío y reflejos. Sonreía, y esa boca suya, la cuevita oscura donde invernaban sus risas, empezaba a brillar, a pintar, a sonar con un metal tan dulce hacía mover las nubes. Sonaba la música tranquila, salida del pasto vigoroso, sonaba sin parar entre las hojas que barría el viento. El cielo era azul, el sol estaba en lo alto.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Song about a girl that cries

Ah oh ah oh she cries when
I don't forget
and she cries when I smile
and she cries when I crash
her car.
And she cries but I don't know why
and she cries and yells out loud
and she cries and oh ah oh ah!
She likes to cry
and I tried so hard
I want to hear
(once in a while)
I want to hear her laugh!
...But she cries! (Na na na part)
...But she cries! (Na na na na na na part)
But she cries from monday to sunday
from bed to kitchen, from kitchen to work
and from work to the barhroom, livingroom
supermarket, to train and train station,
from bus stop to bed.
And she cries while she sleeps
while she eats, while she pees,
while she poops, while she walks,
while she thinks, while she is with me...
I think I must stop doing that (Na na na part)
I really think it's my fault.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El Gordo

El Gordo era de esos que se cansan de escuchar, sea de frente por amigos, o a sus espaldas por los temerosos, "nació en siglo equivocado". Que hubiera estado más holgado entre gladiadores, caballeros de espada y lanza o soldados de mosquete o piratas de hacha y alfanje, no cabe duda. El Gordo repetía esas cosas una y otra vez cuando intentaba emborracharse (cosa que nunca logró del todo, porque tanta sangre tenía que ni inyectándose llegaba a hacerle efecto antes de desbraguetarse). Después salía y volvía cubierto de sangre, con los nudillos abiertos de tanto astillar mandíbulas, atravesado por toda clase de proyectiles que no rebotaban, pero hubieran preferido hacerlo.
Recuerdo que un día el Gordo me confundió con un matoncito que andaba buscando bulla y estuvo a punto de descabezarme de un solo manozato. Y cuando me reconoció se pasó la manga por la frente, aliviado. Que encomendar buenos amigos al otro lado, me dijo, siempre le dejaba un peaje pesado. Y yo me reí, más aliviado. El Gordo nunca supo muchas cosas, aunque le interesaba aprender.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La chica y el perrito

Iban adelante mío, unos cincuenta o sesenta metros, una mujer con su perrito. El humo sólo me dejaba ver sus siluetas violetas recortadas contra el entorno azul de la noche que se nos venía encima. Yo pensaba en mi familia. En cómo nos habíamos distanciado en cinco años. Es decir, crecimos juntos, hacíamos todos juntos, jugábamos juntos como la más ideal de las familia y compartíamos todo, absolutamente todo. Y ahora hacía tanto que no hablaba con mamá, ni con papá, ni con ninguna de mis hermanas. Si de chiquito me hubieran dicho que por una locura así íbamos a terminar viviendo cada uno por separado, papá odiando a mamá, mamá odiando a sus hijas, mis hermanas odiando a los dos, yo odiándolas a ellas y a todo el resto. No, no le hubiera creído. Pero así pasó... La mujer le tiró algo al perrito, y el perrito se detuvo un instante para olisquearlo del piso y comerlo. Sonreí. Apenas distinguía sus siluetas, cada vez más desdibujadas por el humo que se condensaba. Tosí. Tal vez ya había pasado suficiente tiempo. Tal vez si llamaba a mamá y hacíamos las paces, podía volver a hablar con el resto de mi familia, uno por uno. Tal vez me perdonaran: hacía ya más de cinco años que provoqué la ruptura de la familia. Podía que fuera tiempo de que olvidaran algunas cosas... Seguí tosiendo, y dejé de caminar. Una racha de humo gris y apestoso me llenó los pulmones. Y vi cómo, de repente, mientras se alejaban, la mujer tendía la mano al perrito. Y el perrito pasaba de trotar ligero sobre sus cuatro patas a erguirse, tomarle la mano a la chica y caminar sobre sus dos piernas. Como un nene. Un nene con enterito y cabeza redonda y grande, como cualquier nene del mundo. El humo no se iba y yo caí de rodillas, tosiendo cada vez más fuerte. No. No podía llamar a mamá ni a nadie. Cualquiera que lograra localizarme me mandaba a internar de nuevo.

Vendedor de mundos

Me dio la botella vacía y me explicó en dos palabras lo que ofrecía, con las manos en los bolsillos y esa expresión de quien no tiene nada más que agregar.
-¿Todo un mundo enterito acá adentro? -pregunté, repitiendo textualmente su lacónica explicación, y sacudí la botella vacía-. ¿El que yo quiera?
El tipo puso un poco de cara de fastidio. Yo miraba la botella: de agua mineral de litro y medio, vacía. Bah, vacío no sino sin agua, porque estaba llena de aire. Incluso parecía como inflada a presión, como si estuviera por explotar. Adentro, pude ver, había como una pelusita verde que flotaba como flota el arco iris en una burbuja de detergente.
-El que quieras, no. Pero uno mejor a este, sin dudas. Tenés varios para elegir -Y, tras mirar hacia un lado y otro con desconfianza profesional, sacó las manos de los bolsillos y entreabrió por un segundo su sobretodo, dejando ver una docena de botellas vacías (de coca, mirinda, pritty, aquarius, etcétera).
-¿Y cómo sé cuál prefiero? De afuera no se distingue nada -dije, señalando la botella vacía que tenía en mi mano.
-El que elijas va a ser el correcto. A parte, si no te gusta, sólo tenés que encontrar la tapita, sacarla y salir -Se empezaba a impacientar, y eso me olió mal.
Le devolví la botella de un impulso, le agradecí, dije que no tenía diez pesos para desperdiciar así, y me fui. Ya estaba llegando tarde al trabajo, y esos paquetes de promociones no se iban a vender solos. Como si meterse y salir de botellas fuera la solución de todo...

jueves, 20 de septiembre de 2012

Si hoy es 20

El linyera dio un sorbito al café y después lo sopló. Los remolinos de vapor se lucían con la luz de neón que daban a la calle. Madrugada fresca para empezar la nueva estación.
-Si los pimpollos desmayaran intentando florecer -filosofó un momento-, pálida primavera tendríamos mañana.
Terminé el mío de un trago y sentí el calor que llegaba hasta el estómago y los pulmones.
-Aprendamos la lección de las plantas -añadí a su soliloquio-: si buscando la belleza algo languidece, seguramente que no será belleza el resultado.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La estadística libruna

Existen casi tantos tipos de libros como libros escritos hay. Y existen tantas bibliotecas como lectores hay, hubo y habrá en el mundo. Y existen tantas posibilidades de combinación de libros en cada biblioteca, como combinación de libros en cada biblioteca es posible menos uno. Y ese uno es el libro que está en la mesa de luz, de lectura, en la mochila, en la cartera, en las manos.
Menos dos, se podría acotar. Por el libro prestado y jamás devuelto.
Un renglón de silencio.


martes, 18 de septiembre de 2012

A mil k por h

Viento violento y festivo y contento
que remueves los árboles, las flores y el tiempo.
Bailan los limones del cargado limonero,
amarillas pelotas que dan por el suelo.
Igual revuelas mi fe y pensamiento
y los frutos henchidos que parí con intentos
truncados, partidos, perdidos, volados,
por mil vientos mil veces que por mí soplado.

El fantasma de las puntillas

Nuestra mamá siempre fue de tener manías. Como hacernos bruñir las cosas de cobre del modular, como limpiar los zócalos, como mantener impecable el mantel de puntillas de la mesa del comedor grande. Nunca se usó esa mesa para comer, siempre fue la mesa del mantel de puntillas, el mantel que no se puede ensuciar ni arrugar ni puede tener nada apoyado encima. El mantel la convertía en la mesa más inútil del mundo.
Cuando mamá se murió, los hermanos notamos cómo, con un par de semanas, los zócalos acumulaban polvo, los retratos familiares se ladeaban, el piso se marcaba, los cobres se opacaban. Nos mirábamos entre nosotros sin decir nada, con ojos entre aliviados, divertidos y con un poco de remordimiento.
Lo que no cambió fue el mantel de puntillas. Por un lado, nos habíamos acostumbrado a que no apoyábamos nada en esa mesa, y por otro lado sabíamos que no costaba tanto, al pasar, tirar de una puntita para sacarle un pliegue. Lo que no sabíamos (y tardamos varios meses en darnos cuenta) es que ninguno de nosotros se tomaban esas molestias: nadie lo enderezaba, nadie le sacaba pliegues, nadie lo limpiaba. Y sin embargo el mantel seguía impecable, blanco, perfecto, con sus puntillas.
Mirita hizo el intento de sacarlo un día y meterlo en el cajón, pero los demás se lo impedimos. Temíamos que el mantel reapareciera sin explicación sobre la mesa, que empezara a levitar, que se volviera la sábana con puntillas del fantasma de mamá, que nos atormentara por no bruñir sus cosas de bronce. Dejamos el mantel donde estaba y, en menos de un año, vendimos la casa. Esa mesa inútil con su mantel de puntillas fue lo único que dejamos al irnos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Un libro que no leerás

Lucidez pedía. Lucidez me dijo, en el último año de su vida. Para revivir amarguras, pesadillas, aventuras, desplantes, conquistas. Para repasar arrepentimientos, fracturas, insomnios, diabluras, casualidades. Para clavar conclusiones, reflexiones, mentiras, refranes. Para escribir un libro, a fin de cuentas, me dijo, que nadie leerá, ni a nadie dirijo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Mirar y aprender, decían las viejas

Vi. Vi alrededor lo que pasaba. Saber ver a los demás siempre fue una virtud mía, me permitió darme cuenta de cosas que, a los demás, les costó la experiencia. Entonces, te vi. Y decidí elegirte. Te elegí para compartir con vos estos años. Deliberadamente, intenté incluirte en las cosas cercanas e íntimas. No sé por qué te resististe, después te alejaste, me miraste, y tal vez algo instuíste. Desde entonces decidiste construir una vida junto a la mía. Eso sí que no lo vi venir. Unos años, pensé yo, ¿por qué pensar en más tiempo? A los que siempre miré les pasó así: después de esos años lindos vino la soledad y después nuevas personas. ¿Acaso yo me equivoqué? Unos años y cortar. Me da miedo pensarlo, me da miedo haberme equivocado. Todo junto. Todo el tiempo. No sé. A lo mejor, sin que me de cuenta, alguien me está mirando. Y aprenda de mi experiencia. Y saque sus conclusiones. Y se equivoque a su manera.

Malos vecinos

De forro. De guacho. De malaleche. De ignorante. Terminó de fumar su cigarrillo apoyado contra la medianera y, sin mirar sobre el hombro, juntó índice y gordo sosteniendo la colilla y como un latiguito, la tiró sobre la pared a la casa del vecino.
De ignorante y de puto y de insatisfecho con su propia mierda. Porque no sabía que su vecino tenía cáncer. Porque no sabía que era huérfano desde los quince. Porque no sabía que había vuelto a comenzar desde cero varias veces en su vida. Porque no sabía lo que se siente tener sesenta años y no tener descanso. Porque no sabía lo que era tener de vecino a un malavida que fuma toma y escucha cumbia todo el día.
Porque, de hecho, a su vecino el escribano lo había visto salir y entrar a su casa, nada más. En su auto. Un auto negro. Suficiente para odiarlo, para apuntar hacia su casa los parlantes, para hacerle oír los orgasmos de sus putas, para sembrarle colillas de cigarrillos en el jardín.

sábado, 15 de septiembre de 2012

No quiero que

No quiero saberlo todo.
No quiero morirme solo.
No quiero saber mi muerte
ni depender de la suerte.
No quiero que el ojo cante
lo que mi corazón miente.
No quiero saber ya nada,
nada de nada de vos.
Yo no quiero que esta vida
se oscurezca igual que el día,
no quiero que ese tren pase
mil veces por esta vía.
No quiero que te marchites
como florcita precoz.
Así que no, no esta vez,
esta vez no enamorés,
que sabés cómo eso duele
y que el que gana siempre pierde,
y sabés que en este juego
las de ganar las tengo yo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Sularivadelumar

A las orillas del mar
A las orillas del mar
Había una pastora
Pastoreaba a sus ovejas
Y estaba completamente sola
Pastoreaba a sus ovejas
Y estaba completamente sola

Salió un lobo del bosque
Salió un lobo del bosque
Con la boca abierta
Atrapó al corderito más lindo
Y se lo llevó
Atrapa al corderito más lindo
Y se lo llevó

Por ahí pasa un caballero
Por ahí pasa un caballero
Con su carabina
Le disparó un balazo al lobo
Y el corderito se escapó
Le disparó un balazo al lobo
Y el corderito se escapó

"Yo le agradezco, caballero
Yo le agradezco, caballero
Por la molestia que se tomó
Cuando esquile mis ovejas
Le regalaré la lana
Cuando esquile mis ovejas
Le regalaré la lana"

"No soy comerciante
No soy comerciante
de la lana
Pero un besito de tu boquita
Pagará el favor
Pero un besito de tu boquita
Pagará el favor"

sábado, 8 de septiembre de 2012

El pasajero fantasma

Me subí a un colectivo, de esos muy viejos, a las cuatro de la madrugada de un martes, y estaba solo. Veinte cuadras después de subirme me pareció escuchar la chicharra del timbre, pero como no había nadie a parte del chofer y de mí, pensé que me había equivocado. Sin embargo en la parada siguiente el colectivo frenó, abrió la puerta, después la cerró y volvió a arrancar. Pero nadie bajó. Porque no había nadie.
Intrigado me fui hacia adelante e interrogué al colectivero. Me dijo "se subió con vos" "¿quién?" "el fantasma que toca timbre". Y me contó que ya hace veinte años, un primero de diciembre, una vez que el colectivo andaba vacío de madrugada, pasó lo mismo y creyó habérselo imaginado. Así que no frenó. Y en cuanto pasó frente a la parada sin detenerse, el timbre volvió a sonar y se quedó atascado en un chirrido insoportable. Creyó que era un desperfecto así que frenó y fue a ver qué pasaba. Pero no importa cuánto intentó, sonaba cada vez más fuerte. Aturdido volvió a su asiento y abrió las puertas. El timbre se calló.
"Pasa cada tanto. Y eso sólo eso. No sé. Algún fantasma que tiene ganas de viajar sin pagar. No soy al único que le pasa, todos los choferes de colectivos viejos cuentan lo mismo. Nadie entiende por qué." Le agradecí la historia y me bajé cerca de mi casa. Un dispositivo, pensé. Seguro es un colectivero bromista que tiene un botoncito para hacer sonar el timbre desde adelante, y le gusta montarse un show...

viernes, 7 de septiembre de 2012

Condición humana LVII

La gente en la parada del colectivo mira toda hacia el mismo lado. Sólo ven el camión de cocacola que se acerca, y esperan ver de un momento a otro al colectivo, y esperan tener suficiente tiempo como para estirar el brazo y poder subirse. Yo me alejo un poco del montón de gente y puedo ver que atrás del camión de cocacola va otro, de una mudadora. Y atrás de ese una ambulancia, y más atrás, ya a varias cuadras el camión de soda ives y ahí sí, un colectivo. Afilé la viste, entrecerré los párpados, me balacié en puntas de pie, me hice visera sobre la frente con la mano, pero no. No pude saber si era el colectivo que va al centro, o el que da media vuelta en la esquina y se vuelve.

At the shower

Me entró champú en los ojos y lloré.
Y seguí llorando, no sé si por el champú o por qué.
Lo cierto es que en aumento fue
el llanto y los gritos y golpear la pared.

Tiré el jabón y después lo patié.
Arranqué las canillas y también mi piel.
Rompí el piso, rompí mis pies.
Me enjuagué, me sequé, me cambié.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

No hay cosa que se rompa

-No hay cosa que se rompa... -dijo el linyera mientras caminábamos con paso cansado frente al edificio que se vino abajo la semana pasada sobre Callao-... que no se pueda romper dos veces.
Los bomberos, que todavía seguían trabajando entre los escombros, acababan de encontrar a una señora muerta junto a su caniche. Una nena, en la vereda de enfrente, lloraba.

martes, 4 de septiembre de 2012

Sacrifices

Otra persona salió hoy de abajo de mi cama. Sentí un súbito peso, luego el golpe de un cuerpo cayendo. Alguien que rueda de costado, se levanta, se despide y se va caminando. Ayer salió un hombre de negocios, anteayer un payaso. El que más tardó en irse fue el paleontólogo de la semana pasada, que se me quedó mirando luego de salir de abajo de la cama, y como no contesté nada se fue de casa dando patadas.
Pero el hombre que salió hoy me hizo llorar una lágrima. Iba limpio y contento, bien afeitado. Tenía una foto de una mujer con un nene en la billetera, y un anillo en el dedo. Con lo de hoy ya sé, ya está, se fueron todos. Y sólo quedó un viajero.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Querida galería

Me contaron de este cuadro. "Es arte abstracto" me aclaran enseguida, primero dicen que es el mejor cuadro que vieron en su vida, y enseguida añaden que es arte abstracto. No sé, como si fuera para entendidos. Lo curioso (y es lo que realmente me llevó a visitar esta galería al fin y al cabo) es que recibí la misma crítica y los mismos comentarios de toda clase de gente: artistas, periodistas, estudiantes, chicos de primaria, un abogado e incluso un linyera. Habrá que ir a ver ese cuadro, pensé.
Y vine. Había que hacer cola para entrar. Creo que esta galería nunca tuvo mayor gloria que la de esta última semana. Estando en la cola pude ver a la gente ansiosa por entrar. Estaban los que esperaban impacientes por ver el cuadro por primera vez, y los otros, que a veces hacían de acompañantes, que no paraban de hablar sobre la impresión que les había dado la primera vez que vieron el cuadro, y cómo cambió la segunda, y la tercera, etcétera. Recién en ese momento noté a la gente que salía de la galería. En un noventa por ciento de los casos, salían llorando.
Y ahora estoy viendo el cuadro. Se complica entre todos los que se amuchan y codean y se ponen en punta de pies para poder ver. Creo que los primeros cinco segundos de contemplación debí haber elaborado y desechado unas veinte teorías distintas: no es este cuadro; es una broma; ¿a dónde tengo que mirar?; esto es obra de los simuladores; el mundo se volvió loco... No sé. La verdad. Veo un cuadrado imperfecto de fibrofácil sin trabajar y con manchas en un marrón un poco más oscuro. ¿Qué quieren que les diga? No me provocó nada. Y no es que no intenté llorar como esa gente que, al primer vistazo, dejaba saltar las lágrimas, conmovidos como si se estuviera muriendo la Madre Teresa en sus brazos. Estuve más de una hora frente al cuadro, me pegué a la pared del fondo y estuve mirando, mirando, mirando... Es un cuestionamiento al las soluciones tradicionales del arte, sí, todo bien, pero eso se viene haciendo ¿desde hace cuántos años ya? ...Si dieran vuelta el fibrofácil creo que habría un juego más interesante de diagonales, ¿eso lo noté sólo yo?
Igual sé que no soy el único. Vi a un hombre que fumaba que tenía las reacciones que yo tuve. Miró para todos lados sin entender de qué se trataba todo el alboroto. Me vio, nos encogimos de hombros a la vez, y siguió su camino. Probablemente, si alguna vez cuenta que fue a ver este cuadro, repita lo que los otros dijeron, o niegue completamente haber ido nunca.
En fin, la última de mis sorpresas fue, al acercarme al libro de visitas, encontrarlo completamente en blanco. Nadie, de toda la gente que vino, se detuvo ni un minuto a poner por escrito ni una sola de las cosas que le pasaron al ver ese pedazo de fibrofácil manchado de caca. Nadie. Ni uno. ¿Por qué yo sí? No tengo idea. Creo que hoy me di cuenta que, o no tengo idea de nada en esta vida, o nadie tiene idea de nada pero tenemos ideas distintas.
Si me toca hablar de esta experiencia con alguien más, lo único que voy a mencionar es que fui la primera persona en firmar el libro de visitas. Eso me va a resaltar sobre el resto. Total no creo que nadie se detenga a leer estas líneas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Felicidades de todos los minutos

A qué llama la gente felicidad, no lo sé. Yo no conozco una, sino muchas felicidades. Porque existen de a montones. La felicidad buen clima. La felicidad dinero. La felicidad música. La felicidad dar una mano. La felicidad estar tranquilo. La felicidad peligro. La felicidad optimismo. La felicidad trabajo hecho. Y las felicidades personas. Hay variadas, para no aburrirse.
Ahora bien, hay una felicidad esquiva, que no espera a nadie y se esconde por diversión, que es la felicidad amante. Creo que es a ella la que todos caratulan como la única felicidad y es la que todos andan buscando como desesperados. Y sin embargo creo yo que es la única que no vale la pena buscar.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Despierta cínica

¿En qué momento nos volvemos cínicos? ¿Cuándo dejamos de sentir empatía por las cosas? ¿Cuándo pasa a valer todo lo mismo, y lo mismo nada? ¿Es con el primer desamor? ¿Con el quinto? ¿Entonces cómo es que no me desanimo y le sonrío a cada beso como al primero?... ¿Pero de verdad sonrío? ¿O qué veré en el espejo mientras pienso que sonrío? Ya a tanto no sé si me animo.
El que está en la oscuridad ¿acaso no espera el día? ¿Quién es tan tonto como para creer en la eterna noche, o en el eterno día, o en el cuadrado sol?