martes, 30 de noviembre de 2010

Coleccionables


Direcciones, incertidumbres.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Pateando cordones

Sí, sí, la felicidad es recompensa, no objetivo. ¿Pero qué se supone que siento a veces? Tal vez es la diferencia entre ser feliz y estar contento. Pero es casi lo mismo, si la felicidad eterna en esta vida no existe. Es como patear piedras, exactamente patear piedras. Me explico: después de lo que cualquiera llamaría un día nefasto, un día de mierda, de esos para olvidar, vuelvo a mi casa. Es de noche, no me cruzo más que con gatos en cestos de basura, papeles al viento, cercos de ligustrina y alguna persona. Yo camino lento, a trancos, sin prisa, y si me encuentro con una piedra en el camino no dudo en patearla. Una vez, con firmeza, se adelanta unos diez metros y la vuelvo a patear, siempre y cuando quede delante mío. Puedo moverme unos pasos a la derecha o a la izquierda, pero sucede que a veces emboco mal, o sea no le emboco, y la piedra sale disparada para cualquier lado, se sube a la vereda o se va al cordón contrario... Y a la memoria viene esto: la felicidad no es un objetivo, no vale la pena perseguirla porque la gracia se va. Es como el amor, enamorarse, el romance: uno va pateando, pero si tiene que correr y meter esfuerzo, la magia se pierde en ese momento. Y no importa todo el resto, yo quedo contento con tener una piedra para patear al volver a casa.

martes, 23 de noviembre de 2010

Sueños cansados

Sé perfectamente que empezó a roncar a las nueve anoche y que se despertó recién hoy al mediodía: a las doce me pidió el primer mate. Y cuando un charlatán de esos que se paran a hablar con los linyeras y vagabundos como él (como nosotros, debiera decir) le preguntó qué tal andaba, el caradura, con sincera cara demacrada, contestó:
-Cansado, cansado como el Mundo.
Y suspiró profundamente, hediendo a ronquido con catarro. Sabio caradura.

viernes, 19 de noviembre de 2010

La tos del abuelo

El abuelo estaba todo el día leyendo sus libros o sus diarios en su sillón verde frente a su ventana que daba a su glorieta vieja que él levantó cincuenta años atrás. Y el abuelo siempre estaba tosiendo y carraspeando, sin que eso le hiciera interrumpir su lectura. Con mis hermanas de chiquitos jugábamos a encerrarnos en el placard del living (cosa de no hacer trampa) y predecir cuándo iba a toser o carraspear. Es decir, era algo completamente normal.
Sin embargo cuando uno hacía algo mal, no importaba que estuvieras pegado al respaldo del sillón verde o debajo de tu cama, escuchabas de golpe, en el preciso instante, el gargajo del abuelo. Y no te cabía duda (después sí, pero en ese momento no) de que el abuelo te estaba llamando la atención. Por eso en mi casa se complicaba hacer cosas malas, por pequeñas que fueran.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Depredadores de Asientos

Hay una parada conocida como la parada de los Depredadores de Asientos. Es la del Banco Piano, el que paga jubilaciones, donde se suben siempre tres, cuatro, hasta ocho viejitos. Claramente, de allí proviene el temible nombre. Pero a pesar de ese título tan siniestro se esconde la ironía de una colección de gerontes por lo general lamentables: mientras van tanteando las moneditas, uno por uno, se puede reconocer al viudo que nunca olvidó a su muerta, al que el alcohol le rompió la vida, la viejita que ama tejer y que se terminó de destruir sus manos nudosas, la que fue una puta y hoy está sola y enferma, el gordo con rodillas deformes, el sordo, aislado como él solo, y también los viejos que temen volver a sus hogares. Más inofensiva en sí misma no puede ser la manga de vegetes. Pero para los que los vemos subir y tenemos que pararnos, los Depredadores de Asientos son algo horroroso. Horroroso.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Manual del Viajero Intrépido

-¿Te conté que viajé durante diez años por Europa, Asia, África, y no sé cómo llegué hasta Australia? -me preguntó el linyera viendo transeúntes y pasándome el matecito seco.
-Sí, me contaste -le contesté, cebándole otro para que siguiera repitiendo la historia.
-A veces con algún amigo, muchas veces solo, y cada tanto con la única compañía de indios negros, tigres, mongoles empielados o murciélagos... -Su mirada voló lejos unos instante, perdida, y de pronto volvió conmigo, a Buenos Aires-. Siempre quise escribir el Manual del Viaje Intrépido...
-Lo sé -lo interrumpí-. Te lo imaginaste como un libro grueso y pesado, pero lo único que podrías escribir es que "antes de partir hay que tener dos cosas: plata para el pasaje de ida y uno de vuelta desde cualquier parte del mundo, y la voluntad firme para explorar a fondo cada tierra a la que se llega y no volver nunca a donde has pisado".
El linyera sonrió y se le escapó un lagrimón, probablemente porque se había quemado la lengua con el mate.

Coronel Díaz y Ayer

El colectivo rojo de la línea 1057, que viene del centro por 25 de mayo y toma Coronel Díaz, no pasa nunca por la parada que está en la esquina de Díaz y Ayer. Sí pasa por la parada anterior, la de la calle Noche, y también por la parada siguiente, la de la avenida Las Cecilias, pero nunca pasa por la del pasaje, casi callejón Ayer. Horas estuve esperando al 1057 sentada en el banco oxidado, protegida del sol y de la lluvia por ese techo viejo de chapas con sedimentos de los mil afiches publicidades que lo acorazaron, esperando ver un puntito rojo que indicara que el colectivo estaba por llegar. Pero no, por Ayer no pasa ni el 1057 ni ningún colectivo, así que siempre termino yendo a la parada siguiente, o a la anterior.
Pregunté a varios choferes y todos me aseguraron que nunca se desvían de Coronel Díaz, y que entre Noche y Las Cecilias no hay ninguna parada de colectivos. Probé varias veces, a la vuelta, bajarme en la parada de Ayer tocando timbre ni bien pasábamos Noche, pero el colectivero me dejaba irremediablemente en Las Cecilias. Incluso una noche, aburrida, llamé a la empresa y pedí a un viejo somnoliento que me detallara el recorrido, sección por sección, bajada a bajada, y no obtuve mejor respuesta. Entonces recuerdo que le pregunté si sabía cuándo habían hecho la renovación de los tingladitos con las chapas de zinc y ese acabado tan art nouveau, y me dijo que le parecía que en el 78, porque después, cuando las rehicieron en el 90, fueron todas de madera y techos plásticos.
Desde ese día aproveché la parada de la calle Ayer y Díaz para leer algún libro, descansar, pensar en el pasado o en lo que no pasó, pintarme las uñas, mirar a la gente. Pero tengo bien en claro que por esa parada abandonada no pasa más el colectivo, y no espero que nada de lo que hago ahí me lleve a ninguna parte.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Coleccionables

Montés asesino africano.

Fotografía tomada en 1873 por Sir Edwelick van Heinssenhark O'Brien, durante su zafari por África. Es la única que se conserva hoy en día, pero según atestigua su diario de viaje, junto con esta fotografía había una del catoblepas rojo que se le escapó en Egipto, una del roc, cuyo nido descubrieron e incendiaron en Madagascar, y una del cachanegra que devoró a sus quince guías nativos, a su perro Artús, a su mayordomo Wyrledio y a varios cazadores que lo acompañaban.

Mano Frenética

Ya no pintas cavernas ni fabricas aviones, Mano Frenética, ni exploras el magma ni construyes rampas para llegar al cielo. ¿Qué pasó, Mano Frenética, que antes inventabas submarinos para nadar con las ranas y carreteras que te llevaban desde la ciudad en la que apilabas torres hasta la ciudad en la que almacenabas huertas en rascacielos, qué pasó que ahora no haces más que garabatear, melancólica, en las ruinas de lo que tú misma hiciste y dejaste corromper? ¿Qué sucede ahora, Mano Frenética, Mano Nostálgica? ¿Perdiste la curiosidad por investigar más sobre los bichos bolita o por mirar más de cerca a las estrellas, o es que crees que ya no vale la pena, que no llegarás a ningún lado de ningún modo y que siempre estarás demasiado lejos de la última meta? ¿Es que te has enamorado, que te has herido en un laboratorio secreto, que descubriste que morirás mañana, en un año? ¿O es simplemente, Mano Frenética, Mano Nostálgica, que la energía que antes dedicabas a destruir y construir y calcular y rehacer ahora la utilizas para soñar en destruir, para soñar en construir, para soñar en calcular y para soñar en rehacer?

viernes, 5 de noviembre de 2010

Sin más luz

Anoche bajé del colectivo y las cinco cuadras que se interponían entre mi casa y yo estaban completamente negras. Cuando llegué a destino, le comenté a alguien sobre el corte de luz.
-¡Qué horror! ¡Todo completamente oscuro, y con la inseguridad de hoy en día! -comentó-. ¡Qué miedo!
-¿Qué miedo qué? -ironizé yo-. Tuve la vuelta a casa más hermosa de mi vida: luciérnagas en las veredas y en los cestos de basura, envoltorios metalizados reflejando las estrellas, gatos escabulléndose como la seda, florcitas en las ligustrinas y los postes apagos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ladrarás

El perro está obligado a ladrar. Ladra y ladra incesantemente, incluso cuando se le reseca la garganta y le arde la tráquea, nunca deja de ladrar y ladrar. No es el único, está rodeado de perros que ladran pero apenas puede distinguirlos unos de otros. ¿Serán todos de la misma raza, por eso están obligados a ladrar? ¿Sufrirán tanto como él los de distinta estirpe, o tienen fauces mejor adaptadas a su designio? Igualmente la tarea de ladrar le nubla la cabeza y le impide pensar más lejos. A veces transforma el ladrido en aullido y alza el cuello y se le recompone la voz, mientras aúlla al viento lejano y se hunde en el fango de su llanto. Pero entonces sucede que o un disparo del cielo u otro perro le muerde las ancas, y comprende que tiene que ladrar, no aullar ni gimotear. Y vuelve a ladrar, pensando que, si algún día escapa, podrá dormir, rascarse si le pica, lamerse, estirarse sobre el polvo.


Cuando se corta la malvada sombrilla que echaba sombra a la tierra, no se sabe si brotarán las semillas afortunadas o si darán rienda suelta a los yuyos que se ocultaban.