domingo, 8 de agosto de 2010

Sabor a ciruela

En los períodos malos, la mamá de Grido (el papá había muerto) hacía mermeladas y jalea de ciruela para vender y canjear en el mercado. Y cuando no podía ni venderla ni canjearla, se la comían ellos dos. Por eso Grido odiaba la ciruela y todo lo que tuviera sabor similar.
Cuando Grido tenía doce años una helada temprana mató gran parte de la cosecha y secó cinco de los seis ciruelos de la casa. Más tarde, terminando el invierno, una plaga arrasó los maizales en los que la mamá de Grido trabajaba, y empezaron otra vez las malas noticias. Pero las preocupaciones de Grido eran otras: apenas oyó que la mamá andaba sin trabajo otra vez, miró con horror al único ciruelo que quedaba con vida, cuyos futuros frutos eran la última esperanza de la mamá.
Un día que ella fue temprano a pedirle trabajo a la madame costurera del pueblo, él salió con un cuchillo al jardín y, trepándose como un gato por las ramas, fue tronchando todos los brotes verdes del ciruelo. Mató a todos salvo los de la rama más alta, que crecía de un tronco muy delgado como para sostenerlo, y tuvo miedo de romperse un hueso si caía.
Cuando llegó la primavera, para angustia de la mamá, sólo floreció esa rama. Apenas empezaron a crecer las ciruelas y se combó bajo su peso, ella recogió la fruta y cocinó tres pobres frascos de mermelada y jalea. Pero en un ataque de ira, Grido los estrelló contra el suelo y trocitos de vidrio volaron por todos lados, lastimando los ojos y los brazos de la mamá.

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