miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ladrarás

El perro está obligado a ladrar. Ladra y ladra incesantemente, incluso cuando se le reseca la garganta y le arde la tráquea, nunca deja de ladrar y ladrar. No es el único, está rodeado de perros que ladran pero apenas puede distinguirlos unos de otros. ¿Serán todos de la misma raza, por eso están obligados a ladrar? ¿Sufrirán tanto como él los de distinta estirpe, o tienen fauces mejor adaptadas a su designio? Igualmente la tarea de ladrar le nubla la cabeza y le impide pensar más lejos. A veces transforma el ladrido en aullido y alza el cuello y se le recompone la voz, mientras aúlla al viento lejano y se hunde en el fango de su llanto. Pero entonces sucede que o un disparo del cielo u otro perro le muerde las ancas, y comprende que tiene que ladrar, no aullar ni gimotear. Y vuelve a ladrar, pensando que, si algún día escapa, podrá dormir, rascarse si le pica, lamerse, estirarse sobre el polvo.


Cuando se corta la malvada sombrilla que echaba sombra a la tierra, no se sabe si brotarán las semillas afortunadas o si darán rienda suelta a los yuyos que se ocultaban.

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