El señor Horacio fumó casi toda su vida, excluyendo casi toda su niñez. Y se dio cuenta que fumar era malo cuando, por pasar apurado por el quiosco para comprarse unos puchos, no encontrar de su marca e intentar hacer memoria cuáles eran, aparte de los Philip Morris, los que le gustaban, perdió el colectivo que pasa una vez cada media hora. ¡Recórcholis!, exclamó, o algo más vulgar que eso, mientras zapateaba el suelo. ¡Ser fumador apesta!
Como encontrarse un caramelo delicioso, o como que ese caramelo estuviera esperándome y lanzara destellos multicolores con su envoltorio polifascético, fue el viaje de hoy a la mañana.
jueves, 10 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¡Qué bueno sería que el fumador comiera caramelos multicolores de sabor! El tabaco invade toda la boca y su gusto invade todo el paladar, da lo mismo un asado que un humeante café con leche, lástima que cuesta tanto dejarlo que se apropia de todo, hasta diría del alma.
ResponderEliminarCuando no parás de darle un lugar que no se merece, ahí te das cuenta de lo que es el pucho. Cuando lo priorizas en todo momento y lugar, no te importa nada con tal de hacerle el amor... Ahí caés en la importancia de dejarlo.
ResponderEliminarLo que dijiste sobre las probabilidades es cierto. Es fundamental imaginar finales fatalistas para que, después de todo, por más que sea una mierda, te afecte un poco menos.