martes, 12 de junio de 2012

Dos Zezés

Son esas cosas que uno tiene dando vueltas por la cabeza y que salen a flote ante distintas situaciones, y son las que tal vez determinan con mayor imprecisión quiénes somos en verdad. Hoy iba en el 132 llegando a Once, era el primero en la cola para bajar por la primera puerta y atrás mío se amontonaban las personas. En eso, justo antes de que el colectivo arrancara, vemos a dos nenes de entre ocho y once años que corren rápido, saltan con agilidad cayendo en la parte externa de la plataforma de la puerta, y se sostienen como monitos. Hacen dos cuadras así, colgados en el exterior del 132, riéndose de todo, riéndose del viento frío por más que solo tenían unas remeritas agujereadas, riéndose con los dientes apretados para no dejar caer los puchos sucios que les llenan de humo los ojos, riéndose con sus caritas marcadas, riéndose con sus bracitos flacos y duros, riéndose de su travesura.
Qué barbaridad tan chiquitos y fumando, qué barbaridad la irresponsabilidad, qué barbaridad estos delincuentes, escucho que dicen las viejas, las jóvenes y los flacos que están atrás mío. ¿Y yo por qué sonrío? Sólo pienso que esos nenes están haciendo el murciélago en el colectivo como hacía Zezé en el auto del Portuga, y por más que hago fuerza no puedo ver lo que ve la gente que está atrás mío: no veo a dos rochitos ni a dos droguis ni a dos lacras sociales, veo a dos nenes divirtiéndose como pueden en una ciudad que los odia, veo a dos nenes que tal vez, en una de esas, tienen más cosas en común con Zezé que ese momento de juego. Y mientras camino hacia Once me pregunto cómo mierda se puede llegar a averiguar eso.

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