sábado, 13 de octubre de 2012

Marineros y morir colgado

-¿Te conté alguna vez que mi pasión fueron los marineros ?-preguntó con deliberada voz afirmativa. Me miró a los ojos (sé que me miró a los ojos incluso antes de que yo despegara lentamente los míos del diario y la mirara a ella) y se quedó a media sonrisa, expectante. Lo había dicho así, para provocar una respuesta, diseccionarla y estudiarla, para saber otra cosa de mí y principalmente que supiera otra cosa de ella. Lo había largado premeditadamente y en el momento justo. Probablemente esa mañana, mientras se lavaba los dientes, se le había ocurrido la idea de la pregunta y todo.
No respondí, obviamente, de inmediato. Tardé aproximadamente dos minutos. Un minuto y medio. Unos diez segundos hasta que terminé la columna que estaba leyendo y levanté la vista. La mantuve fija en toda su cara alrededor de medio minuto más. Volví al diario, no sin advertir de refilón su reticente desilusión, y después de seguir leyendo un rato más, comenté:
-De chiquito quería ser pirata, batirme a bordo y morir colgado.
Escuché su risa nasal al otro lado de la taza de cerámica, la silla que se corría y después el agua que iba limpiando la taza.

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