miércoles, 17 de octubre de 2012

Kmikz

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Ella no debía llegar a los setenta, o los disimulaba bien con tintura cobriza en el pelo y alguna crema facial. Cuando los vi, ella ya estaba dormitando, el gesto un poco fruncida, la boca curvada hacia abajo, el brazo hecho un laocoonte con las correas de su cartera negra, así como su marido sostenía con un brazo de popeye una pequeña valija de cuero negro. Él tenía los ojos nublados por la somnolencia, pero miraba por la ventanilla intentando mantenerse despierto. Pelado, con unos penachos descontrolados de fondo, un sobretodo caqui, un reloj pesado. Él sí o sí tenía más de setenta. Su gesto era más plácido, más relajado.
Debían haber ido a tomar algo después de hacer un trámite o algo así, una salida inusual. Ella estaba bastante emperifollada, él parecía haber estado tomando un poco de más. Tal vez venían de la casa de alguno de sus hijos, o de un amigo de la infancia, de celebrar un aniversario para el cual tenían que hacer cuentas varias veces. Debían ser gente de plata, o haberlo sido, porque no cualquiera vivía por la zona de la casa de gobierno. Bah, pensé, todo depende de dónde se bajen. Y ahí me di cuenta que no quería que esos dos viejos estuvieran en el colectivo.
De repente el hombre me miró. Fijo, a la cara, a través de dos anteojos gruesos que ensanchaban sus ojos. Tenía ojos negros y parecía no tener pestañas, como un muñeco de hule. La mujer se movió y entreabrió los ojos también. Miró a su marido con ternura, siguió su mirada y también me miró a mí. Ella tenía idénticos ojos negros, casi sin pestañas. O eso me pareció a mí. Un sudor frío y pesado me corría por el pecho y la espalda, y no estaba en situación de sostener una pelea de miraditas con nadie, así que desvié mi cara hacia una chica bonita que estaba parada al lado de la puerta.
Tenía un cárdigan rojo y los labios pintados, iba escuchando música con unos auriculares grandes, de metal y plástico blanco, que le daban impresión de futurista. Vi que tenía una mano libre y la movía un poquito, siguiendo el ritmo de la canción que estaba escuchando. Tenía cierta elegancia, cierta soltura o flexibilidad, me di cuenta. Tenía piernas largas con las que cómodamente compensaba cada movimiento del colectivo. Debía ser alguien ágil, pensé.
"Permiso", escuché de repente que decía una voz a mi izquierda. "Disculpá". La mujer que se sentaba a mi lado se había parado y tuve que pararme yo también para que pudiera salir. Me di cuenta inmediatamente que la flojera de las piernas se había ido. Al darme cuenta de eso, también noté que volvía a palparme el chaleco abajo del rompevientos.
La mujer tocó timbre y la chica del cárdigan rojo, mirándome por un instante a la cara con ojos negros, pero llenos de pestañas y algo de delineador oscuro, sonrió agradeciéndome que me quedara parado hasta que ella se acomodara en el asiento recién liberado. Yo también sonreí y me volví a sentar en mi lugar.
Miré hacia la izquierda, para volver a mirar a la chica, y ella me estaba mirando, otra vez con la sonrisa. Me sonrojé instintivamente y evadí su mirada mientras ella se acomodaba sus auriculares con un pequeño movimiento. Era tal vez indicio de que estaba dispuesta a charlar un rato si yo iniciaba conversación. Pero no ocurrió nada de eso porque al mirar al frente, vi que el viejo y la vieja estaban dormidos. El tubo de luz los bañaba con beatitud. Como dos viejitos dormidos, esperando el apocalipsis.
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