lunes, 22 de octubre de 2012

Turn the inside outside

Un día desperté y encontré que todo el mundo se había convertido exteriormente en lo que siempre fue interiormente. Así fue que la vecina no era más que una cosa escuálida con enormes orejas y enorme boca repulsiva que contaba chismes incesantemente mientras sostenía un palo de escoba raído. El colectivero era un pequeño enano engreído que gritaba a todos los pasajeros y pataleaba y apenas podía controlar el vehículo. Un tipo enorme, gigantesco y bonachón, sonreía a todos y fue el único que se paró para dejarle el asiento a una anciana que parecía una bola de estambre.
La capital estaba poblada de monstruos grotescos, cosas que parecían duendes mendigos, trasgos en oficinas, hadas humildes, quiosqueros con varias caras. Mi jefe era un pobre insecto gigantesco que gritaba y que sangraba por la manga del pantalón, mis compañeros eran cosas reptiformes que se inflaban como sapos cuando hablaban y cuando nadie las veía se achicharraban como pasas de uva. La chica que me gustaba se movía como un robot cubierto de maquillaje descascarado.
El colectivo con el que volví a la noche era una gran masa informe y templada que me dio charla todo el viaje. Le pregunté cómo es que me veía, qué aspecto tenía yo, y después de analizarme durante un semáforo en rojo, se estremeció y no me quiso contestar. Comentó lo raro que estaba el clima y el aspecto tóxico de la tormenta que se avecinaba.

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