martes, 13 de noviembre de 2012

Hormigas voladoras

Esto me acaba de suceder a mí hace minutos nomás, en mi propia casa. Yo estaba en la cocina preparándome un té con leche (mi papá se acabó el café) cuando vi, por la ventana, una lluvia de cositas blancas. Primero pensé que sería algún tipo de semilla volátil, como el de los bananeros o los palos borrachos, pero después me di cuenta que eran insectos. Caían desde el sudeste, de donde soplaba un viento suave. El sol recién asomándose atrás de los árboles los hacía parecer blancos.
Un minuto después mi desayuno estaba listo y decidí ir a tomármelo al patio. Cuando salí vi que la lluvia de insectos se había intensificado, y tuve temor de adentrarme en medio de un enjambre migratorio o algo así. Pero entonces uno de los bichos cayó a mis pies y vi que era una pareja de las llamadas hormigas voladoras apareándose. Me encogí de hombros y fui a sentarme.
Para cuando me senté, tenía al menos cinco parejas de hormigas voladoras apareándose sobre mis brazos, colita con colita, agitando las alas nerviosamente. Me encogí un poco, me puse la capucha del buzo y tapé con una mano la boca de la taza para evitar bañistas impúdicos en mi té con leche. Empecé a tararear la canción de Kevin Johansen "y hacer el amor/que se acabe el mundo sin amor/que se acabe el mundo sin amor".
No estaba terminando mi taza que los amantes emprendieron el retorno a su hogar. Desde el piso, la mesa, las sillas de jardín (mis brazos), las parejitas se separaban e inmediatamente salían volando de la dirección en que habían venido (hacia el sudeste, desde donde soplaba un vientito, e iluminados blanco por el sol) en una línea ascendente perfecta de cuarenta y cinco grados. Algunos (supongo que los machos, no sé por qué) tenían dificultades en emprender vuelto tan rápido, revoloteaban, golpeaban la pata de una silla o una planta, se reacomodaban y recién entonces podían alzarse en el aire.
Así como llegó, de forma migratoria e inesperada, el enjambre de hormigas voladoras se fue. Fue un lindo espectáculo para el desayuno. Después, cuando ya la taza estaba limpia y escurriéndose, me di una vuelta por el jardín y encontré cientos de parejitas ahogadas en la superficie de la pileta, algunas por separado, otras todavía unidas en un abrazo de frenesí. Prendí la bomba para filtrarlas y me vine a la computadora.

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