viernes, 5 de octubre de 2012

Los cuchillos de Javier

En la casa de Javier todas las cosas tenían su lugar y su utilidad propia y única. Tenía muchos más tomacorrientes que en cualquier casa normal, porque cada electrodoméstico tenía uno designado. Parecía que cientos de insectos esperaban a atacarnos desde sus lugares en las paredes. Tenía tres lavarropas y cuatro secarropas, muchas sillas apiladas en el garage, una máquina de pasto para el frente y otra para el jardín del fondo. Y todo parecía perfectamente planeado, aunque asombrara nada sobraba, todo tenía un uso.
Igualmente el colmo fue cuando fui a buscar una cucharita para el café. "La cucharita de los invitados", me indicó, como si no me alcanzara con leer un welcome to my home! en mi taza. Abrí el primer cajón y descubrí que era sólo de tenedores. Muchos compartimentos de distintos tamaños, con tenedores de distintos diseños y formas, agrupados o solitarios. No pregunté. Abrí el segundo y encontré cuchillos. Su disposición era parecida al de los tenedores, pero las variaciones eran mayores. "Cuchillo de naranjas" explicó Javier entendiendo mi mirada, "cuchillo para frutas de piel blanda, cuchillo para cortar el asado, cuchillo para untar miel, cuchillo para quesos blandos, cuchillo para dulces", etcétera. Pero lo interrumpí y señalé al que estaba al fondo, un cuchillo de aspecto militar, con dientes agudos cerca de la empuñadura, brillante, sin uso. "¿Y ese?". Me miró serio y afirmó "Cuchillo para asesinar amigos".
Asentí, cerré el cajón, abrí el tercero, encontré mi cucharita para invitados, tomé el café y me fui de la casa de Javier.

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