domingo, 7 de octubre de 2012

La abuela cantaba

Nunca supe que la abuela había sido cantante hasta que tuve doce años y ella se empezó a morir en el geriátrico. ¿Cómo que no? fue la reacción incrédula de todos los mayores de mi familia que mantuvieron el secreto escondido sin darse cuenta. ¿Nunca viste las fotos de ella, nunca escuchaste ninguno de los vinilos, la ropa del baúl, los recortes del diario? Que no y que no.
Funcioné como una anestesia, como distracción para toda la familia. Me llevaron en auto hasta la casa cerrada de los abuelos y me mostraron todas esas cosas que yo jamás hasta el momento habría sospechado. La vieja muriéndose había estado en escenarios de todo el mundo. Había cantado para grandes personalidades. Había aparecido en una película en blanco y negro. Durante el rodaje conoció al abuelo, me explicaron, creíamos que eso lo sabías. Ese día aprendí quién había sido mi abuela y cómo podían ser mis parientes. Creían que enseñándome esas cosas salvaban el hecho de haberla abandonado ocho años en un geriátrico cuando dejó de hablar. Tal vez sentían un poco menos de culpa, o pensaban que yo iba a sacarles el peso de algún modo.
Pedí ir a verla cuando echaron llave a la casa vacía. Intercambiaron miradas y mi papá asintió, así que fuimos. Llegamos y sentí vergüenza, propia y ajena, y pedí que nos dejaran solos. Estuve el resto del día al lado de su cama, sosteniendo sus largas miradas sin intenciones, acariciándole la mano, acomodándole el pelo, refrescándole la frente. Al ponerse el sol tuvo otro ataque y lo presencié todo. Cuando pasó ya era de noche, papá me preguntó si volvíamos pero le dije que yo me quedaba a cuidarla.
Me despertó su voz. Cantaba bajito y lento y armonioso. Salté al lado de su cama y mantuve silencio porque supe que cantaba dormida, y supe que al amanecer moriría.

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