jueves, 27 de septiembre de 2012

Clan, clanclenclan, clan clan

Cuando empezó a tocar, sentí que cada vez que presionaba un dedo contra una tecla era como si presionara una aguja contra mi piel y mi carne. Cada acorde me atravesaba en un lugar distinto, los brazos, el pecho, las piernas, la planta de los pies. Me estremecía en mi lugar, sin saber si cerrar los ojos o mantenerlos abiertos, esperando que algo mágico pasara. Los cerré sin darme cuenta. Luego hubo un silencio y entreabrí los párpados. La carne, atrasada mil veces, parecía respirar algo distinto. Y de repente empezó una contramarcha en el instrumento que me hizo saltar en el asiento. Las agujas que antes venían de afuera, ahora querían salir de adentro mío, y empujaban por salir, levantaban la piel y emergían y volvían, se asomaban y se escondían. Con violencia me vi sacudido y perforado, transformado. Agonizaba cuando el concierto terminó, mis pies yacían sobre un charco de sangre, mi sonrisa olía a animal.

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