sábado, 22 de septiembre de 2012

La chica y el perrito

Iban adelante mío, unos cincuenta o sesenta metros, una mujer con su perrito. El humo sólo me dejaba ver sus siluetas violetas recortadas contra el entorno azul de la noche que se nos venía encima. Yo pensaba en mi familia. En cómo nos habíamos distanciado en cinco años. Es decir, crecimos juntos, hacíamos todos juntos, jugábamos juntos como la más ideal de las familia y compartíamos todo, absolutamente todo. Y ahora hacía tanto que no hablaba con mamá, ni con papá, ni con ninguna de mis hermanas. Si de chiquito me hubieran dicho que por una locura así íbamos a terminar viviendo cada uno por separado, papá odiando a mamá, mamá odiando a sus hijas, mis hermanas odiando a los dos, yo odiándolas a ellas y a todo el resto. No, no le hubiera creído. Pero así pasó... La mujer le tiró algo al perrito, y el perrito se detuvo un instante para olisquearlo del piso y comerlo. Sonreí. Apenas distinguía sus siluetas, cada vez más desdibujadas por el humo que se condensaba. Tosí. Tal vez ya había pasado suficiente tiempo. Tal vez si llamaba a mamá y hacíamos las paces, podía volver a hablar con el resto de mi familia, uno por uno. Tal vez me perdonaran: hacía ya más de cinco años que provoqué la ruptura de la familia. Podía que fuera tiempo de que olvidaran algunas cosas... Seguí tosiendo, y dejé de caminar. Una racha de humo gris y apestoso me llenó los pulmones. Y vi cómo, de repente, mientras se alejaban, la mujer tendía la mano al perrito. Y el perrito pasaba de trotar ligero sobre sus cuatro patas a erguirse, tomarle la mano a la chica y caminar sobre sus dos piernas. Como un nene. Un nene con enterito y cabeza redonda y grande, como cualquier nene del mundo. El humo no se iba y yo caí de rodillas, tosiendo cada vez más fuerte. No. No podía llamar a mamá ni a nadie. Cualquiera que lograra localizarme me mandaba a internar de nuevo.

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