sábado, 13 de octubre de 2012

Para qué abrir la boca

Tengo el defecto de que nunca abro la boca para decir algo en mi provecho. Y aclaro: no es en beneficio mío y detrimento de otro, ni siquiera. Puedo dar consejos (y creo que puedo darlos buenos, hasta donde el límite de la responsabilidad me lo permite) o contar un chiste, pero si es algo que me va a ayudar, si es algo que me va a hacer bien, si es algo que estoy buscando, que necesito, fue, no puedo decirlo, no sé decirlo. No puedo pedirle que por favor baje el volumen o mejor apague el aparato. No puedo decirle hola, ni hola (eso es común igual). Ni qué decir de decirle de salir, obvio. No puedo decir a ver pará, revisemos el vuelto. Ni tocás timbre por favor. Ni permiso que esta es mi estación. No puedo decir me gusta lo que hacés. No puedo decir me caés bien, charlemos más seguido. También soy de esos que, por ejemplo, dicen que están bien después de que los atropelló el colectivo, que dicen que no les duele nada al médico total para qué generarle un problema, que dicen que no pasa nada cuando el bebé les vomitó encima, que se encogen de hombros cuando un gordo se cuela en una fila.
Pero a veces la suerte me sonríe, como hoy. Me alegro de haber encontrado hoy esta computadora en la facultad, loggeada en este blog. Es bueno encontrar un lugar para desahogarme y dejarle la responsabilidad a otro, que en definitiva sería a veces la solución de mi problema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...