viernes, 28 de septiembre de 2012

Anécdotas que te hacen persona

En el cajón de los cubiertos guardamos un cuchillo de punta ancha, ideal para untar miel en tostadas y panes. De hecho lo llamamos el cuchillo de la miel, aunque no fuera hecho para esto. Es único, su procedencia se desconoce. Y tiene la particularidad de irse hasta abajo de todo, de hundirse entre los demás cuchillos del compartimento, pegarse al fondo y esquivarnos cuando lo necesitamos.
De chico me encantaban las vainillas en la leche. Había adquirido una gran habilidad con eso de evitar que se rompieran. Pero un día mi mamá compró una marca nueva de vainillas (al menos nueva para mí), y resultó que estas vainillas no se rompían. Salvo que uno fuera muy bruto y las dejara olvidadas en la leche, podía hacer lo que quisiera sin temor a que se rompieran. Duraron poco, estas vainillas. Enseguida dejaron de gustarme tanto.
Cuando mi papá empezó a sentarse durante horas y horas en frente de la tele durante los fines de semana, lo primero que comentamos con desagrado era que el almohadón donde él había estado sentado quedaba tan pero tan aplastado que uno se pegaba el culo contra las tablas del sillón cuando se iba a sentar. Finalmente adoptamos la costumbre de cambiar los almohadones cuando nos sentábamos a mirar la tele, y volver a poner "el almohadón de papá" en su lugar cuando nos íbamos, cosa de que aplastara siempre el mismo. Y se armaban peleas cuando algún vago no cumplía con el ritual. Mi papá nunca se enteró.

(Entrada número 999 del blog. Qué me decís.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...