domingo, 16 de septiembre de 2012

Malos vecinos

De forro. De guacho. De malaleche. De ignorante. Terminó de fumar su cigarrillo apoyado contra la medianera y, sin mirar sobre el hombro, juntó índice y gordo sosteniendo la colilla y como un latiguito, la tiró sobre la pared a la casa del vecino.
De ignorante y de puto y de insatisfecho con su propia mierda. Porque no sabía que su vecino tenía cáncer. Porque no sabía que era huérfano desde los quince. Porque no sabía que había vuelto a comenzar desde cero varias veces en su vida. Porque no sabía lo que se siente tener sesenta años y no tener descanso. Porque no sabía lo que era tener de vecino a un malavida que fuma toma y escucha cumbia todo el día.
Porque, de hecho, a su vecino el escribano lo había visto salir y entrar a su casa, nada más. En su auto. Un auto negro. Suficiente para odiarlo, para apuntar hacia su casa los parlantes, para hacerle oír los orgasmos de sus putas, para sembrarle colillas de cigarrillos en el jardín.

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