sábado, 24 de noviembre de 2012

Temores tememos todos

Hay temores muy particulares. No tienen nada que ver con la cobardía o valentía de alguien, aunque a lo mejor algunos tipos de locos no conozcan estos temores. Me refiero al miedo de equivocarse en algo tonto al hacer algo muy fácil, porque, convengamos, la humanidad viene equivocándose en las cosas más fáciles desde siempre. O el temor repentino, inexplicable, instintivo, de que se te asome un moquito por la nariz cuando estás por dar un beso importante. O el temor casi paranoico que te da una tarde y te hace mirar al cielo en busca de un potencial meteorito asesino, que los hay. O el miedo de cuando las cosas van demasiado bien para ser verdad, aunque lo sean. (O el temor de que las cosas vayan peor, cuando ya van mal.). O el miedo de volver a tu casa con el barrio sin luz, y aunque conozcas de memoria el recorrido pensás que tal vez las calles cambiaron de lugar. O el temor de saber que hubo un robo violento en tu municipio y, entre miles, pudo ser en tu casa, lo cual es mucho mucho mucho más probable que lo del meteorito.
En fin, temores por el estilo conocemos todos. A mí hay uno que me enferma. Es el miedo de que alguien me pida formalmente una argumentación que explique lo divagante de mi comportamiento esperando el colectivo, mis peroratas en silencio en el subte, mis sonrisas inesperadas sin motivo ni final.

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