sábado, 12 de noviembre de 2011

Un mosquito en mi mano

Matar mosquitos es un hábito, matarlos con una sola mano, cazándolos en pleno vuelo, es una profesión. En ese sentido debo confesar sin alardes que soy profesional desde los doce años. Por eso es que me sorprendió tanto lo que pasó hoy: sé que a veces uno atrapa al mosquito y cree haberlo liquidado con eso, pero al abrir la mano el turro revolotea lo más contento y se va; por eso es que siempre, desde los doce años, cuando atrapo a un mosquito hago mucha fuerza, estrujo los dedos y si es necesario me muerdo mi propio puño cerrado, lo que haga falta para asegurarme. Sin embargo hoy atrapé  un mosquito y algo me detuvo. No sé explicar qué. Con cautela, casi con miedo de lo que estaba haciendo, acerqué la mano cerrada al oído. Nada al principio, después escuché algo que ni se acercaba al murmullo. Así deben charlar los duendes. Presté atención: era un aleteo, un batir anímico de alas de cristal. ¡El mosquito dentro de mi mano intentaba volar, intentaba escapar! Jamás hasta hoy se me había ocurrido pensar que un mosquito, atrapado dentro de mi mano, hiciera más que esperar la muerte, sumiso, apretado entre pliegues voluminosos de piel, ¡pero éste aún luchaba! ¡Dentro de mi increíble puño cerrado se escondía un mosquito que se jugaba su vida con ferocidad de lupa, dispuesto a todo por vencerme! Cuando la maravilla del descubrimiento pasó, apreté la mano y el mosquito reventó. Me limpié con un pañuelito y encontré, enojado, que me había pinchado entre el dedo mayor y el anular. Todavía pica mientras tipeo.

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