sábado, 30 de julio de 2011

Horacio al tomar el tren

A nadie se le habría ocurrido que Horacio, el poeta que loaba la grandeza del humano y la pureza de sus actos heroicos, ansiara presenciar el resultado de los más viles sentimientos en las personas, como ocurría cada vez que, al salir de su casa hacia el Centro, esperaba el tren. En el extremo más lejano del andén parecía abstraído en contemplar la muchedumbre adormilada, o maravillarse con el reflejo casi abstracto de las luces en la telaraña de los rieles, pero en realidad Horacio observaba atentamente, con cuidado, la línea de pasajeros que aguardaban la llegada del tren bien pegados al borde del andén. Y esperaba que ocurriera lo que tendría que ocurrir más frecuentemente: alguien que, aprovechando el tumulto y la confianza de aquellos que se situaban de espaldas al resto, cara a las vías, de un empujón arrojara a hombres y mujeres, jóvenes y viejas, despatarrados sobre los rieles, justo cuando el tren se aproximaba bocinando.

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