jueves, 14 de julio de 2011

SAVED_Untitled:

Un curioso quinteto negro atraviesa la niebla matutina: tres personas (dos varones robustos y una chica menuda) vestidos de deportivo negro y gorras, y dos perritos lanudos, negros y sumisos. Marchan en silencio y rápido, ligero, casi tristes, como si fuera importante pasar desapercibidos, camuflarse con la niebla. Al llegar a una esquina el resplandor dorado del vapor anuncia un coche que se acerca, y todos apuran el paso para cruzar justo a tiempo. Todos salvo uno de los perros que, distraído detrás de su ama, fue sorprendido y decidió esperar a que el auto pasara. Sin embargo, en los cuatro segundos en que se vio dejado atrás, separado de su grupo, indeciso entre permanecer en esta vereda o cruzar a la otra mientras la luz y el traqueteo se aproximaban a una velocidad imprudente, se llenó de angustias. El auto pasó y comprobó aliviado que su dueña y los otros tres, incluso el perro, lo aguardaban. Movió la cola, fue tras ellos y la caminata se reanudó. Sólo que la niebla no parecía ya tan fría ni tan húmeda.

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