miércoles, 22 de junio de 2011

Un papel flotando por Corrientes

Hoy por Corrientes, camino al trabajo que voy a dejar la semana que viene, me empezó a perseguir una hoja caída al piso. La miré de reojo porque el ruido de las esquinitas del papel contra en enlozado me llamó la atención, y me pareció un panfleto. Tal vez un curso de inglés o de computación para las vacaciones, de esos que te enseñan todo en cuatro meses. Y seguí adelante. Pero no había hecho dos metros que el papel volvió a alcanzarme, lo llevaba el viento con mucha fuerza. Y me pegó en el pie. Lo aparté automáticamente y volvió a arremeter, se me adelantó por izquierda y con un remolino se cruzó entre mis piernas, y sin dejar de fastidiarme me toqueteó la pantorilla derecha y, después de que lo aparté bruscamente, se limitó a seguirme de atrás, a unos veinte centímetros de mis talones, arrastrando las esquinitas dobladas contra las lozas.
Entonces pensé que ese papel no era ningún boludo, que quería decirme algo. Tal vez era una propuesta de trabajo genial, tal vez algún concurso que yo estaba destinado a ganar. O mejor, era la carta de un desconocido a su amada, a su padre, a su hijo, a la nuera. Tal vez, pensé por un momento, ese papel tenía la clave: ese papel podía decirme qué hacer con la chica rubia que veía todas las mañanas en el tren y que iba a dejar de ver la próxima semana, cuando renunciara al trabajo. Tal vez esa hoja desentrañaba los misterios del amor, de la fortuna, de la miseria, de los sueños. Y pensé varias pavadas más. Me detuve y cuando el papel pasó abajo mío, lo pisé con determinación. Lo aplasté.
-Aprenda inglés en cuatro meses -leí en voz alta, según rezaba en imprenta mayúscula-. Qué raro -murmuré, levantando el pie y viéndolo alejarse por la vereda-. A esta altura del año no panfletean estas cosas...
Ese papel, comprendí maravillado, debía estar dando vueltas desde el verano.

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