domingo, 25 de septiembre de 2011

O festival que nunca morre

Después de bailar todo el día ella sacó la noche de su monedero y se retiró del jardín. Yo la despedí en la puerta y volví y me acosté sobre el pasto mojado a mirar el cielo que cantaba algo en francés y portugués, y de a poco los grillos, las luciérnagas, las hormigas y todos los bichos salieron de sus agujeritos cálidos y bailaron y saltaron a mi alrededor, trazando arco irises sobre mi cuerpo y mi cabeza, contagiando la luminosidad nocturna al compás de la canción de las estrellas. Oí una cuchara en una jarra y ella volvió, trayendo una bandeja con jugo de naranjas, ondeando su nuevo vestido verde en la brisa nocturna, y se reanudó la fiesta.
Bem-vindos 800 entradas. (Na verdade, 802.)

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