Pero despertó y estaba en un bosque extraño, de mañana. Seguía el porrón en un bolsillo, pero la entrada para los Artic Monkeys había desaparecido. Miró alrededor: lomadas cubiertas de pasto, árboles muy altos y delgados, con pajaritos sobrevolándolo, lianas pendiendo aquí y allá. Todo demasiado tranquilo.
No había nadie más, comprendió, sólo me encontró a mí tomando el té, leyendo las Leyendas de Béquer. Cabe aclarar que yo iba siempre a ese lugar. Desde que empecé a viajar en el tren dejaron de gustarme las actividades en multitud.
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