jueves, 21 de julio de 2011

Leboqué

Sábado a la noche (domingo madrugada), con las entradas para el recital de Artic Monkeys en un bolsillo y un porrón vacío en el otro, más sudado en alcohol que en sangre, durmiéndose en un bondi porque los amigos con auto lo plantaron una vez más, él iba. Tranquilo porque el chófer lo va a despertar en el final del recorrido.
Pero despertó y estaba en un bosque extraño, de mañana. Seguía el porrón en un bolsillo, pero la entrada para los Artic Monkeys había desaparecido. Miró alrededor: lomadas cubiertas de pasto, árboles muy altos y delgados, con pajaritos sobrevolándolo, lianas pendiendo aquí y allá. Todo demasiado tranquilo.
No había nadie más, comprendió, sólo me encontró a mí tomando el té, leyendo las Leyendas de Béquer. Cabe aclarar que yo iba siempre a ese lugar. Desde que empecé a viajar en el tren dejaron de gustarme las actividades en multitud.

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