jueves, 23 de junio de 2011

Del furgón

Una lluvia invisible mojaba el cemento cuando el tren se paró y abrió las puertas. Frente a mí, bajo el techo de chapa, salió un viejo insultando del furgón, y la gente que se quedó adentro sonreía socarrona. El viejo en cuestión era bajito, flaco, encorvado, con el rostro arrugado y horizontalmente comprimido, como en una morsa, y ni se le veían los ojos. Insultaba como loco, desde los antepasados a los políticos actuales y la juventud podrida. En las manos nerviosas y duras llevaba un diario sucio y una lapicera. Durante veinte segundos (lo que se tardaron en cerrar las puertas y volver a la lluvia invisible) traté de imaginar la infancia lejana de ese viejo.

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