martes, 20 de septiembre de 2011

El delantal

Que era de buena calidad nadie lo negaba, el delantal estaba cerca de cumplir un siglo y seguía firme en la cocina. Pero todo el mundo le decía a la abuela que había manchas y marcas que ya no se le iban, que podía comprarse uno nuevo y tirar ese, que un cambio no la iba a matar y que podía empezar por ese delantal sin el cual ninguno de sus nietos la conocía. Pero ella no quería cambiarlo ni estaba dispuesta a hacerlo. ¡Las manchas, las marcas del delantal!, esas cosas eran las que más importancia tenían para ella, esas historias: el soldado que se hubiera desangrado de no ser por ese delantal, la cantidad de partos durante la guerra, ¡su propio nacimiento fue recibido en aquella misma tela!, los enfermos durante el viaje en barco desde Nápoles, el cartero que lloraba con ella por su hermano en Malvinas, los tres gatitos de la nena de su vecina, la visita del Papa, y tantas cosas más. Sus familiares sabían algunas de esas historias y aún así insistían en que comprara otro. Pero ella no desistía, porque en el fondo no sólo eran las historias vividas gracias a ese delantal, sino las que, a los ochenta y tres años, esperaba vivir, y eso no lo podía compartir con su familia.

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