miércoles, 15 de junio de 2011

Los pozos de Morón

-Dejá de contar pozos, Raquel -le ordenó a su hija la señora sentada a mi izquierda-. Sacate esa obsesión.
La nena hizo puchero. Seguramente no tenía idea qué significa obsesión pero le sonó a malo.
-¿Quiere que le deje la ventanilla, señora? Así capaz se entretiene -le ofrecí yo, sonriéndole a Raquel para que se animara.
La mujer negó con la cabeza, acariciando a la nena, y me explicó que un mes atrás, volviendo del jardín de infantes, la nena preguntó a qué se debía la sacudida del colectivo. "Es un pozo", explicó, "Un pozo en la calle." Y desde entonces la nena no hacía más que contar pozos en cada viaje de colectivo. Incluso llegó a pedirle a la mamá que escribiera un mail para el intendente de Morón para explicarle que había trescientos cincuenta y dos pozos sólo en el camino a su casa.
-Lo peor es que se pone mal con cada pozo que suma, como si les tuviera miedo -añadió.
La nena me miró, con ojos llorosos, confirmando que les tenía miedo.
-No te preocupes -le dije, sonriendo-. Los pozos no atacan a nadie. Son tan pero tan tontos que se quedan siempre en la calle, en el mismo lugar, y todos los coches los aplastan una y otra vez.
Raquel abrió enormes los ojos, sin creerme. Pero dejó de contar pozos desde ese momento.

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