viernes, 26 de agosto de 2011

Horacio en la plaza

Nadie habría sospechado que Horacio, el poeta que admiraba elocuentemente a escritores como Simenon y Doyle, pensara en tales cosas como las que pensaba todos los sábados mientras alimentaba lentamente bandadas de palomas, sentado en la plaza. Uno creería que se divertía viendo a las palomas perseguir las semillas que él arrojaba lo más lejos posible, esas pequeñas creaciones atolondradas, sin preocupaciones, sin obligaciones. Pero en realidad Horacio estaba atento al semáforo de la esquina y al trapito que cuidaba los coches estacionados, y ante cada oportunidad que se le presentaba arrojaba un puñado de comida hacia la calle, con la esperanza de que un conductor distraído hiciera paté de paloma, así poder oír la muerte del animal: "un crujidito... unos huesitos aplastados... un crujidito corto nada más..."

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