sábado, 1 de octubre de 2011

Consumerism

Ese celular es un monstruo. Un monstruo, por Dios, y pensar lo ansioso que estaba la semana que tardaron en traérmelo. ¡Pensar que me costó un año de ahorrar y ahorrar, y ahora que lo tengo no puedo ni usarlo! Jamás creí que un aparato, que un simple celular, pudiera ser algo tan diabólico. Es un arma perversa, es algo inhumano. Cuando llamé al representante en Argentina de los fabricadores supe que era algo más allá de lo que yo podía imaginar. La voz macabra del gerente me heló el pecho y destrozó mis esperanzas. No había devolución, el aparato no estaba estropeado. El celular era lo que era, yo ya lo había comprado. Ahora no hay escapatoria, no va a parar hasta consumirme. Pensar que quería cambiar mi iPhone porque tenía un rayoncito... Lo que daría por volver a tener sólo mi iPhone rayado. ¿Y por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué, dentro de todas las fatalidades, tuve que dejarlo por última vez en la mesita al lado de las llaves, ahí, custodiando la única puerta del departamento? No tengo alternativa. Son quince pisos. No tengo forma de llamar a nadie por ayuda, los vecinos están de vacaciones. Estoy solo en mi departamento, con el celular. No queda más alternativa que sacar el mosquitero del lavadero y saltar.

1 comentario:

  1. boludo!!!!!!!, no escribas esas cosas!!!!, me siento pendeja leyendo los cuantos del socorro...
    (lo unico que me consuela es saber que ni en pedo gastas mucha guita en un celu nuevo...)

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A ver qué tenés para decir...