El boleto, era el boleto. El boleto lo tenía todo, lo decía todo. El boleto tenía escrita una poesía y mil mentiras, pero en el boleto se podían distinguir; un bebé las habría diferenciado sin dificultad. Era el boleto, el boleto era lo importante. Ese boleto blanco, puro, el Primero, el boleto que todo lo contenía. Era un microcosmos, una majestuosidad inaudita y artificial. El boleto era único.
La historia del boleto se perdió ya cuando sacaron al mercado los pases con cinco, diez o treinta viajes juntos. Una verdadera lástima y una atracción sin nombre para los arqueólogos fascinados, los coleccionistas de artífices perdidos y para los magnates multimillonarios.
domingo, 5 de abril de 2009
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muy bueno!
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