jueves, 2 de abril de 2009

Dieciocho siestas (comienzo)

Volví a casa a las once y media de la noche y me pregunté qué estaba pasando. Hacía frío, mis manos estaban endurecidas, moqueaba y los pies estaban todavía estrujados dentro de las zapatillas.
Me había levantado a las seis y media de la madrugada, había trabajado transfiriendo datos contables a planillas digitales de Excel, apenas había almorzado, había ido a las clases de Bellas Artes, me había dormido en la clase de pintura (de parado), y nuevamente en el tren, de regreso.
Me encontraba en posición fetal. Las llaves heladas en una mano, los ojos a la altura de las rodillas, la boca humedeciéndome el vaquero, el estómago hambriento hundiéndose en medio de mi cuerpo, el cerebro atascado. Mis ojos veían apenas un espacio negro entre mis piernas y el piso de la entrada…
Aquella cosa fuera de casa, sin destino ni Norte, sin tiempos para comer, dormir la siesta, jugar con muñequitos… no era mi vida pensada. No me gustaba en absoluto.
Creo que permanecí en la misma posición fetal durante media hora por lo menos. Mi mente acelerada refrescaba y volvía a cuestionarse todo, volvía a recordar las cosas malas, volvía a imaginar las alternativas positivas, fracasadas ya, volvía a soñar con algo mejor, volvía a inflarse y a desinflarse en una ciclotimia tan acelerada que dañaba.
Fue así que me dormí.
Tenía mucha hambre y estaba a pocos metros de la cocina (una cocina con heladera moderna, llena de luces frías que lucían montones de comida), pero no pude despegarme del sillón donde permanecía como feto. Fue así que cerré los ojos, mis elucubraciones perdieron velocidad y se metieron como un tren nocturno, durante una nevada y una ventisca, se mete en una cueva donde los rieles retumban y la calidez no se pierde.
No supe si fue una voz o algo más etéreo que eso, algo más inconciente, pero creo que fue una voz. Y no estoy seguro de que fuera voz de hombre o de mujer, pero estoy convencido de que fue voz de mujer.
Una vez que me dormí y comencé a soñar con algo ya olvidado, apareció la voz y me contó con naturalidad y calma, lo que me sucedería a continuación.
[...]

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