sábado, 18 de abril de 2009

Tan noble su canción

Era miércoles (tedio) por la noche y volvía en el Sarmiento a las once de la noche, mi destino era Castelar. El librito que iba leyendo, uno de Herman Hesse, se había terminado unos minutos atrás, cuando se subió, en Villa Luro, un viejo. Se sentó en diagonal al mí, unos metros más allá.
Era un hombre alto, de corte tudesco, cabeza casi pelada, blanca, ojos claros como cielo de mediodía, diminutas pupilas negras, labios agrios y finos, hombros enormes, panza abultada y manos como platos. Vestía un sobre todo gris, pantalones de vestir marrones y zapatos de hebilla. Tenía un paraguas antiquísimo en una mano, con una especie de gárgola en el mango, y dos libros anchos como las vías del tren en la otra. Era un hombre bastante extraordinario.
Se sentó y yo lo miré un rato. Miraba alrededor con ojos nostálgicos, tristes, lavados. Se parecía a mi nono en muchas cosas, y me dio melancolía. ¿Quién sabe qué veía ese hombre, ¡qué había visto!, qué había hecho, por dónde había andado, qué maravillas había vivido ¡en qué mundos ya perdidos!? Personas así pueden asombrar las mentes de muchas personas sin cansancio.
De pronto el hombre se puso a cantar. No se escuchaba qué cantaba, hasta mí llegaba sólo una especie de tarareo. Pero por sus movimientos convulsivos, su mano marcando el ritmo seco sobre la rodilla, sus ojos de pronto ceñudos, podía adivinar una marcha, tal vez una marcha de guerra que aprendiera de joven. ¿Había estado en la Segunda Guerra? ¿Qué había hecho, qué estaba recordado, a quiénes habría perdido, qué cosas lamentaba? Su canción, sus susurros inentendibles invadieron mi alma sin pasión y pude sentirme, por el transcurso de algunas estaciones, parte de su propia existencia. ¡Una vida entera resumida en un cántico, que hablaba sobre la patria, el amor dejado atrás, el temor y la superación de la muerte, el destino, los hijos! ¡Tantas cosas, tan menospreciadas, tan olvidadas, disminuidas, y sin embargo tan potentes, nobles e importantísimas! Ese hombre, el alemán, el veterano, las cantaba en un tren que iba de Once a Moreno.
Llegamos a Castelar y tenía que bajarme. Mirando por última vez a ese semidios, me colgué mi mochila, busqué el boleto, y caminé hacia él. Tenía ganas de abrazarlo, dale un beso en el cachete, decirle que me encantaría oír sus historias. Pero no lo hice: me contuve. Pasando pegadito a él intenté oír qué cantaba, pero el bullicio de la gente bajando, como vacas apiñadas, me impidió entender nada. Mejor así, pensé, mejor así… Aquel hombre sería un misterio toda mi vida.
“Es sentimiento… es pasión… es Boca Juniors: siempre el mejor… Donde juegues estaré… donde ganes cantaré… donde pierdas lloraré: pero nunca, nunca nunca, nunca te defraudaré… Oooh oooh… oooh… Boca Juniors, Boca Juniors el campeón…. Oooh…. oooh…”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...